viernes, 3 de junio de 2016

La gestión de la memoria: LOS REINOS CRISTIANOS: RECONQUISTA Y MÉTODOS DE REPOBLACIÓN.

La gestión de la memoria: LOS REINOS CRISTIANOS: RECONQUISTA Y MÉTODOS DE REPOBLACIÓN.




































LOS REINOS CRISTIANOS: RECONQUISTA Y MÉTODOS DE REPOBLACIÓN.


1. ¿RECONQUISTA? 

Reconquistar
algo es volver a conquistar lo que se había perdido. Tradicionalmente
se ha venido diciendo que la Reconquista fue el proceso de recuperación
por los cristianos el territorio peninsular perdido en favor de los
musulmanes, que se inició en 722 (batalla de Covadonga) y que terminó en
1492 (conquista de Granada).
Pero
la Reconquista así entendida presupone dos condiciones previas: que los
musulmanes hubiesen conquistado la mayor parte de las tierras de la
Península y que los habitantes hipanogodos sintiesen, simultáneamente,
que habían perdido tales tierras. La primera de tales condiciones puede
aceptarse con más o menos reservas; la segunda, no, ya que la mayor
parte de los hispanogodos siguieron siendo dueños de cuanto poseían, lo
más que notaron fue el cambio de autoridades.
La
ideas de la "pérdida de España" y, consiguientemente, de la necesidad
de reconquistarla surgió lentamente; fue introducida en la España de los
reinos cristianos por los mozárabes desplazados de Al-Andalus, sobre
todo en el reinado de Alfonso II (791-840) quien, por influencia de esos
mozárabes, se proclamó sucesor de los reyes visigodos y en cuya época
tuvo lugar el descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago. No
obstante, la idea de la pérdida de España no se consolidó hasta casi
cien años después, durante el reinado de Alfonso III (866-911). 
En todo caso debe aclararse que:
-
Si bien la Reconquista duró casi ochocientos años (722-1492) no fueron
ocho siglos de continuos enfrentamientos ya que sumados todos los años
que hubo guerras, no fueron ni cien, y en esos escasos cien años la
guerra únicamente se producía durante el buen tiempo (primavera-verano).
- Los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes tuvieron las más de las veces un matiz más político que religioso.

- Las buenas relaciones y los matrimonios mixtos musulmanes-cristianos fueron de lo más habitual. 

En síntesis, la Reconquista es:

a) Periodos histórico que abarca del 722 (Batalla de Covadonga) a 1492 (conquista del reino nazarí de Granada por los Reyes Católicos). 

b) Proceso histórico
de carácter político: Se trata de la conquista del territorio dominado
por Al-Andalus y su organización en base a la creación de una serie de
reinos.


c) Legitimación/justificación ideológica
a la creación de una serie de reinos: la reconquista se presenta como
un hecho histórico inevitable frente al usurpador musulmán, los reinos
cristianos son los herederos del reino visigodo de Toledo, de ahí que se
hable de "salvación o recuperación de España"




La
historia de las "Españas" medievales es más que el viejo cliché de ocho
siglos de lucha constante y agotadora, es también la historia de la
repoblación y de la organización del territorio reconquistado, en donde
se irán configurando las bases de los estados peninsulares. Por tanto,
trataremos primero el desarrollo de los acontecimientos políticos que
explican la conquista militar de Al-Andalus por parte de los reinos
cristianos y, en segundo término la consolidación de esta conquista
mediante la colonización y repoblación de dichos territorios.
2. LA RECONQUISTA: FASES, ÁMBITOS GEOGRÁFICOS Y NÚCLEOS POLÍTICOS EMERGENTES. 
2.1. Siglos VIII-X. Orígenes de los Estados cristianos.

A) El reino Astur-leonés.



Tras
la desaparición del reino visigodo, sólo las zonas montañosas del norte
de la península Ibérica se mantuvieron libres de la dominación
musulmana. La integración de estas zonas en el reino visigodo, e incluso
en el imperio Romano, ya había sido escasa. Y fue allí donde surgieron
los primeros núcleos de resistencia frente al Islam, que entre
los siglos VIII y X se limitarían a resistir o, a lo sumo, a realizar
avances por zonas casi despobladas que no estaban sometidas directamente
a los musulmanes.


El primer núcleo político cristiano que se construyó fue el astur,
que surgió tras el triunfo obtenido sobre los musulmanes en Covadonga
por el noble visigodo Pelayo al frente de los astures. Ese
acontecimiento, acaecido en el año 722, fue considerado más tarde (siglo
X) por los cronistas mozárabes como el inicio de la Reconquista.
La primera delimitación del reino fue obra de Alfonso I (739-757) que, aprovechando las luchas civiles en Al-Andalus, realizo una seria de ataques en la meseta del Duero,
abandonada por estos últimos. Con ellas destruyó el sistema defensivo
musulmán y creó una gran frontera despoblada (tierra de nadie) que
atrajo a muchos mozárabes (cristianos en tierras del Islam). Esta nueva
población que había vivido en tierras del Islam empezó a dar una nueva
personalidad y legitimación al reino asturiano. 
Alfonso II (791-842)  intentó conectar con la desaparecida monarquía visigoda, lo que se tradujo en la imposición del Liber Iudiciorum,
texto de época visigoda, como norma jurídica de su reino. Asimismo,
durante su reinado se descubrieron en tierras gallegas los supuestos
restos del apóstol Santiago, el cual se convertiría, poco tiempo
después, en el emblema por excelencia al que se acogían los combatientes
cristianos.




De especial importancia en la configuración del reino leonés es su frontera oriental: Castilla. Los
musulmanes, que se abastecían sobre la tierra de paso, evitaban en sus
incursiones hacia el reino de León los llanos despoblados del Duero,
atacando desde su fuerte base de Medinaceli, en la parte oriental
del reino leonés. La protección de esta zona fue realizada mediante la
creación de condados repoblados por cántabros y vascos que mantenían
cierta independencia del reino leonés y que más tarde terminarían por
constituirse en una entidad política nueva: Castilla.


En el transcurso del siglo IX se
fue desarrollando el proceso colonizador de las llanuras de la cuenca
del Duero, que en aquellas fechas eran una especie de tierra de nadie,
pues los musulmanes tenían establecida su frontera septentrional en la
zona del Sistema Central. A finales de ese siglo, siendo rey de
Asturias Alfonso III (866-951), los cristianos dieron un
importante paso al llegar en su actividad colonizadora hasta los
márgenes del río Duero. Y por ello, se pudo trasladar la capital de Oviedo a León, pasándose a llamar: reino de León.








B) Los Estados pirenaicos.
En
la zona pirenaica van a surgir a comienzos del siglo IX una serie de
condados y pequeños reinos que irán configurando lo que más adelante
serán los reinos de Navarra y Aragón. 


De
esta forma, en el norte de Navarra aparecerá el llamado reino de
Pamplona, cuyo primer titular fue Íñigo Arista. No obstante, la dinastía
que se consolidó en aquel trono fue la de Jimena, que con Sancho Garcés
I (905-925), se extendió por las tierras llanas del alto Ebro, ocupando
villas tan importantes como Calahorra, Nájera y Viguera. Su sucesor,
García Sánchez I (925-970) incorporó al reino de Pamplona el condado de
Aragón, al casar con la heredera de aquel territorio.
Más al este del reino de Pamplona, surgió el condado de Aragón,
que en un principio estuvo bajo la tutela directa de los reyes francos.
El primer conde fue Aznar Galíndez (809-839). Inicialmente, este
condado comprendía un pequeño territorio montañoso, integrado por los
valles de Hecho y de Canfrac y los condados de Sobrarbe, Ribagorza y
Aragón, cuyo centro principal era la villa de Jaca. A mediados del siglo
X, el condado de Aragón se incorporó al reino de Pamplona.








En
el noreste de la península Ibérica, territorio que los francos
denominaban Marca Hispánica por su carácter defensivo, es el territorio
de la futura Cataluña, allí nacieron diversos condados (Barcelona,
Girona, Besalú, Cerdaña,  Empúries, etc.), todos ellos situados bajo la
órbita de los reyes francos, que estaban interesados en proteger su
frontera meridional de los posibles ataques de los musulmanes. La
alianza entre los “hispani” (término que utilizan las fuentes de la
época para referirse a los habitantes del Pirineo oriental) y los
carolingios se tradujo en importantes éxitos militares, como la
conquista de Girona (785) y, sobre todo, la de Barcelona (801), empresa
en la que intervino Ludovico Pío, un hijo del emperador franco
Carlomagno.








El más importante de estos condados fue el de Barcelona. Y la figura más destacada del siglo IX fue el conde Vifredo (873-898),
quien logró unificar en su persona diversos condados e impulsó la
actividad colonizadora en la plana de Vic. A finales del siglo X tendría
lugar un acontecimiento decisivo para el futuro de este condado, cuando
el conde Borrel II (948-992), aprovechando el fin de la dinastía
carolingia, dejó de prestar el homenaje que habían rendido sus
antecesores a los reyes francos. Ese acontecimiento ha sido considerado
el punto de partida de la independencia política de Cataluña.
El siglo X
supone, en general, para todos estos reinos cristianos del norte
peninsular un momento de paralización en las conquistas, debido a la
gran fuerza militar que por esas fechas tenía al-Andalus, con Abderramán III y sobre todo cuando Almanzor estuvo al frente del ejército cordobés.
Sin
embargo, a comienzos del siglo XI, a raíz de la muerte de Almanzor
(1002) y, sobre todo, con la crisis del Califato de Córdoba (1035), se
inicia una nueva etapa en la expansión de los reinos cristianos. El cambio de coyuntura fue aprovechado por el reino menos afectado por las agresiones de Almanzor, que era el reino de Navarra. Con Sancho Garcés III (1004-1035),
conocido como el Mayor, el reino de Pamplona logró el mayor apogeo de
toda su historia, pues incorporó, por el este, los condados de Sobrarbe y
Ribagorza, al tiempo que por el oeste se hizo con el País Vasco.
Además, este rey añadió a sus dominios el condado de Castilla, por
herencia de su esposa. Paralelamente Sancho III mantuvo estrechos
contactos con la cristiandad europea, siendo un rey europeizador:
promotor del incipiente Camino de Santiago, introductor de la reforma
cluniacense y del románico. Sin embargo, su labor será efímera, pues a
su muerte, su herencia se repartió entre sus hijos: García recibió
Navarra, Ramiro heredó Aragón y Castilla fue para Fernando. Nacen, de
esta manera, las principales entidades territoriales que se mantendrán a
lo largo de la Edad Media.
2.2. Siglos XI-XII. Avances y retrocesos.
A) Castilla-León (siglos XI y XII)
El
año 1035 supone un cambio de rumbo en el proceso de la Reconquista. Se
inicia una importante actividad conquistadora por parte de los reinos
cristianos frente al, cada vez más fragmentado, poder político de
Al-Andalus, que vivía por estos años bajo la fragmentación política en
la etapa denominada de los reinos taifas.
Los primeros y mayores avances tuvieron lugar en el occidente peninsular. Fernando I (1035-1065),
primer monarca que utilizó el título de rey de Castilla, conquistó
diversas villas del norte de Portugal, entre ellas Coimbra. Pero el
éxito más importante fue la conquista llevada a cabo por Alfonso VI (1065-1109) en 1085, de la ciudad de Toledo,
así como de buena parte del valle del Tajo. A raíz de aquel triunfo,
que trajo consigo la restauración de la diócesis de Toledo, el monarca
adoptó el pomposo título “emperador de toda España”. Por esas mismas
fechas, el noble castellano Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el
Cid Campeador, después de ser desterrado de sus tierras castellanas por
Alfonso VI, ocupó amplios dominios de los musulmanes en la zona
mediterránea, incluida la ciudad de Valencia.


La
toma de Toledo por Alfonso VI y la consiguiente presión militar, así
como la presión tributaria (pago de parias) a la que se vieron sometidas
las taifas, hizo que el rey musulmán de Sevilla pidiera ayuda al
poderoso estado que los almorávides habían creado en el norte de África. De esta forma, los almorávides desembarcan en Algeciras y tras la victoria de Zalaca (1086) y Uclés  (1108)
consiguen recuperar gran parte de los territorios que habían caído en
manos de los reinos cristianos a lo largo de los últimos cincuenta años,
a excepción de la ciudad de Toledo, que resistió.




A la muerte de Alfonso VI se produjo un periodo de inestabilidad política del que sacó provecho Enrique de Lorena,
noble francés al servicio del rey y casado con una de sus hijas.
Enrique gobernaba Portugal, como representante del rey de Castilla y
León con el título de conde. Progresivamente el conde portugués empezó a
actuar de forma autónoma respecto al rey de León y su hijo, Alfonso
Enríquez, empezó a titularse rey de Portugal a partir de 1128.
Alfonso VII, nieto de Alfonso VI gobernó el reino de Castilla-León
entre 1127-1157, periodo de que sirvió para reanudar las expediciones
militares en territorio islámico aprovechando la decadencia del Imperio
almorávide. A su muerte Castilla y León se dividieron, siendo de nuevo
reunificados en 1230.
Por esas mismas fechas, surgieron en los reinos de Castilla y León las primeras órdenes militares hispánicas: las de Calatrava, Alcántara y Santiago, que realizarían una importante labor, tanto militar como colonizadora.
B. El reino de Aragón y los condados catalanes.   
El reino de Aragón, cuyo primer monarca fue Ramiro I (1035-1063), se extendió en dirección sur, hacia la zona del Prepirineo. A finales del siglo XI, el monarca aragonés Pedro I (1094-1104)
incorporó a sus dominios las localidades de Huesca (1096) y Barbastro
(1100). De esa forma, el reino de Aragón, hasta entonces limitado a una
pequeña zona pirenaica, incorporó un territorio mucho más extenso, la
denominada Tierra Nueva. Por su parte, los condes de Barcelona rebasaron
el límite de la llamada Cataluña Vieja, procediendo a repoblar diversas
comarcas al sur del río Llobregat. Los éxitos más notables los logró Ramón Berenguer II (1076-1082), quien a finales del siglo XI conquistó el campo de Tarragona y la ciudad del mismo nombre, cuya diócesis fue restaurada.
No obstante, el monarca aragonés Alfonso I (1104-1134),
protagonizó en las primeras décadas del siglo XII una gran ofensiva
sobre la zona del valle medio del Ebro. La ciudad de Zaragoza, tras un
duro cerco, pasó a poder cristiano (1118), así como otras muchas
localidades próximas, entre ellas Calatayud, Tudela y Daroca.




Ramón Berenguer IV (1131-1162),
rey de Aragón, incorporó a sus dominios el bajo valle del Ebro. Entre
los hitos de aquellas victoriosas campañas destaca la toma de Lleida
(1149). Más tarde, Alfonso II de Aragón entrará en Teruel (1171).
En 1150 se produce un hecho de especial relevancia: La unión de Cataluña y Aragón y la constitución de la Corona de Aragón
mediante el casamiento de los herederos de ambos reinos, su hijo
Alfonso II (1162-1996), fue el primer rey de la Corona de Aragón.
Por tanto, a mediados del siglo XII  confluyen varios acontecimientos importantes que explican el cambio de coyuntura:
Alfonso VII se coronó emperador confirmando la hegemonía de Castilla,
el matrimonio de Petronila y Ramón Berenguer IV supone la unión
definitivamente de Cataluña y Aragón, Portugal se independiza con
Alfonso I, y Navarra se restaura como reino independiente (aunque no
participa en la Reconquista al quedar bloqueada). La formación de este
nuevo orden político en la España cristiana coincidirá con la decadencia
de los almorávides. 
Además, los reyes de Castilla y Aragón firmaron tratados de reparto
(Tudillén, 1151; Cazorla, 1179), en los que se asignaban los
territorios de Al-Andalus que cada uno de ellos debía conquistar en el
futuro. De esta forma, se reanudó el avance militar de los cristianos
hacia el sur de la Península.
   No obstante, la llegada de los almohades
a mediados del siglo XII, que se presentaban como los herederos de sus
antecesores almorávides en el norte de África, supuso un nuevo freno al
avance cristiano. En el año 1146, los almohades cruzan el estrecho y, a
lo largo de la segunda mitad del siglo XII, consiguen recuperar gran
parte del Al-Andalus almorávide (la frontera se situó en el valle del
Tajo y el delta del Ebro). La victoria en la batalla de Alarcos (1195) supuso el momento más glorioso para los almohades al derrotar a los ejércitos de Navarra, Castilla y León.




2.3. Siglo XIII. El impulso definitivo.
Sin embargo, los almohades fueron un poder más débil que los almorávides. Por eso, muy pronto, en 1212, Alfonso VIII, al frente de una coalición cristiana, venció a los almohades en las Navas de Tolosa.
No sólo significo el hundimiento del imperio almohade, sino que abrió
definitivamente a los cristianos las puertas de la que quedaba de
Andalucía. En unas pocas décadas, una buena parte de las tierras que
habían constituido el corazón de la España musulmana, entre ellas el
valle del Guadalquivir, pasaron a poder cristiano.
A) Castilla-León y Portugal.
El rey de León Alfonso IX
aprovechó el éxito de las Navas de Tolosa para incorporar a sus
dominios Cáceres (1227), así como Mérida y Badajoz, ambas ocupadas en
1230. Pero el progreso más espectacular fue el que llevó a cabo Fernando III,
rey de Castilla y León desde el año 1230, pues todo el valle del
Guadalquivir pasó a integrarse en sus reinos. En un primer momento
conquistó el alto Guadalquivir y la ciudad de Córdoba (1236).   También,
pasó a formar parte de los dominios castellanos el reino de Murcia. En
este caso apenas hubo operaciones militares, pues lo esencial se
consiguió mediante el pacto que el infante Alfonso, hijo de Fernando
III, firmó con el dirigente musulmán de Murcia.
No
obstante, el suceso de mayor calado fue la toma de Sevilla (1248), que
exigió un duro cerco, tanto por tierra como por vía fluvial. Y será
Alfonso X el Sabio (1252-1284) quien complete el dominio de la Andalucía
Bética al incorporar la ciudad de Cádiz (1262).
Por
su parte, el reino de Portugal, con Sancho II, llega a la desembocadura
del río Guadiana, límite puesto en el Tratado de Sabugal (1231).




B) La Corona de Aragón.
El primer logro importante de Jaime I (1213-1276) fue la conquista de las islas Baleares, que fue ante todo un éxito de la marina catalana. El siguiente paso fue la ocupación del reino de Valencia,
tarea que exigió varios años de lucha y que culminó con la entrada en
la ciudad de Valencia en 1238, después de un largo asedio. La última
conquista importante fue la de Alzira (1245), completando, de esta
forma, las zonas asignadas en los Tratados de Cazorla (1179) y Almizra
(1244).






2.4. Siglos XIV y XV. La España de los cinco reinos.
Desde
finales del siglo XIII no se producen avances significativos en la
Reconquista, no concluyéndose hasta 1492 con la toma de Granada por los
Reyes Católicos. Durante ambos siglos la Península estará repartida
entre cinco entidades políticas: Portugal, Navarra, Castilla, la Corona
de Aragón y el reino musulmán de Granada.




3. MÉTODOS DE REPOBLACIÓN.

* Es interesante la clasificación que aparece en el libro de texto. 5.1. Las formas de ocupación: la repoblación, pág. 44. 


Siglo
Ámbito geográfico  Sistema
Modelo de tenencia y explotación de la tierra.
VIII-X
Hasta el río Duero / Pirineos (Plana de Vic)  Sistema de presura
Ocupación de zonas despobladas por colonos libres a los que se les cede la tierra (presura) Mediana Propiedad.
XI-XII
Hasta el Sistema Central-río Tajo /Valle del Ebro. S
Sistema concejil
Territorios
divididos en Alfoces (término municipales) de cada Concejo
(municipio) con repartos de mediada propiedad entre los habitantes.
También cada municipio tiene sus tierras del común y de propios para
el propio municipio. Cartas pueblas (documento de reparto de tierras).
1ªmitad del XIII
Guadiana medio y territorio de La Mancha.
/ Teruel y norte de Castellón
Órdenes Militares
Las
Órdenes Militares situadas en la frontera frente a Al Ándalus
obtienen extensos territorios para administrarlos, precedente de los
latifundios.
2ª XIII y 1 XIV
Valle del Guadalquivir /Litoral sur levantino
Repartimientos
Grandes lotes de tierra (repartimentos, donadíos..) para Órdenes militares, nobleza o el propio rey.


La
Reconquista no fue solamente confrontación bélica; supuso también una
ocupación y una colonización del territorio, es decir, una repoblación.
En palabras del medievalista J.A. García de Cortázar "la repoblación permitió el control del espacio recuperado”.
El sistema de repoblación puesto en práctica varió mucho de unas zonas a
otras y ello dependió de las circunstancias, las necesidades y de la
amplitud en el tiempo de dicho proceso que hizo evolucionar estas
prácticas. El proceso presenta cuatro grandes etapas y modelos:




a) Repoblación de tipo monacal (siglos VIII-XI). Repoblación del valle del Duero y Plana de Vic.


Alfonso
I repobló los valles de Cantabria con mozárabes procedentes de las
tierras del Duero. Más tarde, cuando las fronteras del reino alcanzaron
dicho río (con Alfonso III), fue preciso ocupar grandes extensiones
despobladas con pobladores del norte y mozárabes huidos de Al-Andalus.
En un principio, esta repoblación tuvo un carácter espontáneo y
fue realizada por nobles, monjes o grupos de campesinos. Pero, desde
mediados del siglo IX, la repoblación adquirió un carácter oficial,
debido a que solía efectuarla el propio monarca o algún noble que
actuaba en su nombre. El proceso repoblador dio lugar a la creación de
un importante sector de campesinos que poseían sus propias parcelas de
tierra, los llamados “pequeños propietarios libres”. Pero, a la
larga, se impusieron las grandes propiedades, ya fueran de los grandes
magnates nobiliarios o de las instituciones eclesiásticas. Eso explica
que en la cuenca del Duero hubiera muchos campesinos dependientes,
denominados en las fuentes de la época “júniores”, “collazos” o
“casatos”. Por otra parte la colonización de las llanuras del Duero
posibilitó que el reino astur-leonés, hasta entonces inmerso básicamente
en la actividad ganadera y forestal, adquiriera una dimensión agraria,
pues los cultivos principales de las zonas repobladas eran los cereales.




   En el noreste peninsular se efectuó, en las últimas décadas del siglo IX, la repoblación de la plana de Vic,
y de otras comarcas próximas. Los colonizadores procedían a la aprisio,
término latino que aludía a la ocupación y puesta en cultivo de la
tierra. Esa colonización la protagonizaron tanto magnates nobiliarios
como monjes y labriegos. Los repobladores que participaron en este
proceso procedían, en su mayor parte, de los llanos de Urgell y de la
zona de Cerdeña. Al mismo tiempo, se restauró la diócesis de Vic y se
fundaron en este territorio diversos monasterios, de los cuales el más
importante fue, sin duda, el de Santa María de Ripoll.




b) Repoblación de tipo concejil (2ª mitad del XI y 1ª del XII). Del Duero al Tajo.
Años
más tarde, los reinos de Castilla y León, procedieron a la repoblación
del territorio situado entre el río Duero y el Sistema Central, al que
se denominaba las Extremaduras. Allí se establecieron colonos
originarios de las tierras situadas al norte de este río. La repoblación
de este territorio, fue fundamentalmente “concejil”. Los municipios
fronterizos (Salamanca, Ávila, Segovia, etc.) recibieron privilegios por
los que se convertían en entidades semiautónomas, que disponían además
de un extenso territorio (llamado “alfoz”), cuya roturación y cultivo
confiaban a hombres libres, de acuerdo con lo estipulado en sus fueros.
La
repoblación de los valles del Tajo y del Ebro tiene una peculiaridad.
Eran zonas muy pobladas y en donde permanecerá una abundante población
mudéjar. Y a ellos acudieron, también, los mozárabes perseguidos y
expulsados por los almorávides tras la expedición de Alfonso I el
Batallador.








c) Repoblación con Órdenes Militares (mediados del XII a principios del XIII). Valle medio del Guadiana y el Turia.


A
finales del siglo XII, las órdenes militares fueron las encargadas,
favorecidas por la corona, de repoblar los territorios fronterizos. Así
las órdenes del Temple y del Hospital se asentaron de las montañas de
Teruel y la zona del Maestrazgo; las de Calatrava, San Juan y Santiago
se ocuparon de la Meseta Sur; y la de Alcántara fue la protagonista en
la zona extremeña.










d) Repoblación nobiliaria (siglo XIII), Andalucía (Guadalquivir) y Murcia.
Por
último, a lo largo del siglo XIII, Andalucía y Murcia fueron repobladas
por catalanes, aragoneses, pero sobre todo, por castellanos. La alta nobleza, las órdenes militares y la Iglesia recibieron extensos donadíos.
En este caso, los grandes lotes entregados y la escasez de medios
humanos ocasionaron un poblamiento lento y un triunfo del latifundio. Se
perfilaron así los rasgos de la estructura agraria y social de gran
parte de la mitad sur de la Península. Al mismo tiempo se organizaron
poderosos concejos en torno a las ciudades, en los que se repartió la tierra entre sus pobladores, por medio de los llamados heredamientos.








Dentro
de estas etapas debe considerarse un elementos diferencial: los Estados
occidentales repoblaron tierras que estaban vacías mientras que los
orientales repoblaron zonas que tenían una fuerte población musulmana. 



1 comentario:



Noeliuxx
dijo...
Me encanta la historia de los reyes. Aquí os dejo un sitio web con los árboles genealógicos de los reyes de Aragón, Castilla, León.....

http://perso.orange.es/pescador2013/dinastia/index_aragon.htm

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jueves, 2 de junio de 2016

EL PATRIARCA JACOB - Libros de la Biblia

EL PATRIARCA JACOB - Libros de la Biblia










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EL PATRIARCA JACOB



Manuel Lasanta


Cuando Dios se revela a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, es notable que se identifica con un triple nombre: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Éxodo
3,6). ¿Por qué esta triple designación? Al estudiar las vidas de estos
tres patriarcas podemos conocer a Dios de un modo especial, pues en sus
relaciones con estos tres hombres él se descubrió a sí mismo
precisamente como el Dios de ellos. Primero vinieron los hombres
individuales de fe, y luego vino todo un pueblo: Israel. Los tratos de
Dios con Abraham, Isaac y Jacob muestran el camino de los tratos de Dios
con su pueblo. Porque si bien es un hecho que Dios comenzó la creación
de un pueblo con Abraham, es también cierto que no tuvo ese pueblo hasta
que se completó la historia de su nieto Jacob y aparecieron las doce
tribus. Lo que experimentaron estos tres hombres en su conjunto debe ser
la experiencia espiritual del pueblo de Dios.


Jacob y Esaú, los hijos de Isaac y Rebeca


Al igual que Abraham y Sara, al principio Isaac y Rebeca no tenían
hijos. Pero Isaac oraba por ello, y tras veinte años, tuvieron dos niños
mellizos. Al primogénito lo llamaron Esaú, al segundo Jacob.


Aquello fue una gran alegría para Isaac y Rebeca, y Abraham, que aún
vivía, también se alegró de ver su descendencia. Ambos nietos paseaban
con su abuelo, y él les contaba las viejas historias de las promesas de
Dios.


Esaú prestaba poca atención a Abraham, pero Jacob escuchaba con
agrado. Cuando ambos muchachos tenían quince años murió Abraham a la
edad de ciento setenta y cinco años, y fue enterrado por Isaac e Ismael
en la cueva de Macpela, donde, antes había sido sepultada Sara.


Había una gran diferencia entre Esaú y Jacob. El mayor era cazador,
fuerte, alto, vigoroso, con las manos y el cuello muy velludos. El menor
era lampiño, no era muy robusto y prefería quedarse en casa con su
madre. Era un hombre pacífico y comerciante, pero servía y respetaba al
Señor.


Isaac quería más a Esaú que a Jacob, porque Esaú le llevaba liebres
que cazaba y era un hombre apuesto y vitalista. Pero Rebeca amaba más a
Jacob, porque Esaú casi nunca estaba en casa y Jacob la ayudaba muy a
menudo en la cocina. Además, Esaú no respetaba el Nombre del Señor.


En el trato de Dios con Jacob aprenderemos grandes lecciones. Jacob
sabía que Dios había dicho de sí mismo y de su hermano, Esaú: “el mayor servirá al menor” (Génesis
25,23). De modo que él se propuso por sus propias fuerzas lograr este
objetivo, usando siempre todos los medios a su alcance. Y ese fue su
gran error, procurar hacerlo a su manera.


Jacob era un luchador (Génesis 25,22-26). ¡Cuán distinto era de su
padre Isaac, que lo que hizo fue disfrutar de lo conseguido por Abraham!
Pero Jacob era astuto y hábil. ¿De qué utilidad podía ser este hombre
para Dios? No podemos dar una respuesta racional a esta pregunta, pues
solo la gracia de Dios pudo escoger a este hombre para sacar adelante su
plan: “Está el caso de Rebeca, que concibió dos mellizos de nuestro
antepasado Isaac. Pues bien, antes de que ellos nacieran, o hicieran
algo bueno o malo, y para confirmar el plan de la iniciativa divina, no
en base a los méritos del elegido sino por la vocación, se le dijo a
ella: ‘El mayor servirá al menor’. Y así está escrito: ‘Preferí Jacob a
Esaú’”
(Romanos 9.10-13).


La primogenitura fue para Jacob


Podemos distinguir cuatro etapas en la vida de Jacob. Primero, el
hombre Jacob tal y como era (Génesis 25 y 27). En segundo lugar, su
prueba y disciplina por medio de las circunstancias (Génesis 28 y 31).
Tercero, la dislocación de su vida natural a partir de su encuentro con
el ángel del Señor (Génesis 32 y 36). Cuarto, “el fruto apacible” (Génesis 37 y 50).


Jacob reconocía que el plan de Dios le concernía a él y no a su
hermano Esaú, pero él quería asegurárselo por sí mismo. De modo que un
caluroso día en que Esaú volvía de caza sin haber cobrado ninguna pieza,
Jacob le quitó su derecho a la primogenitura. Sucedió porque al llegar
Esaú observó un exquisito guiso de lentejas preparado por su hermano.
Tenía tanta hambre que le pidió a Jacob un plato. Como su madre le había
contado a Jacob que él finalmente obtendría la bendición, Jacob dijo a
Esaú: “Déjame a mí ser el mayor y tú serás el menor” (Génesis 25.29-34). “Puedes comerlo, pero, a cambio, tú me venderás la primogenitura”. Entonces Esaú hizo un juramento.


Jacob usó su propia habilidad para obtener la promesa de Dios. Y Esaú vendió su primogenitura por un potaje de lentejas. Eso demuestra lo poco que lo valoraba y lo poco que estaba dispuesto a trabajar para Dios.


Esaú había tomado a dos mujeres cananeas, es decir, idólatras, lo
cual causó mucha tristeza a Isaac y Rebeca; pero Esaú era testarudo y no
les escuchó. Jacob, en cambio, no quería casarse con una pagana.


Isaac perdió la vista, de manera que siempre se quedaba en su tienda
sentado, y cuando se cansaba se echaba en la cama y pensaba: “No viviré por mucho tiempo, de modo que antes de morir voy a bendecir a Esaú”.


Cierto día lo llamó: “Esaú, toma tus armas y caza algo; prepáramelo y te bendeciré”.
Isaac sabía que el Señor prefería a Jacob, pero admiraba al cazador que
era Esaú. Ahora bien, si Esaú recibía la bendición, entonces, ¿qué
sería de la promesa de Dios a Jacob? Jacob pensó que él tendría que
hacer algo. Desde su punto de vista él hacía lo correcto, pero los
medios fueron equivocados. Rebeca se asustó tanto que pensó en hablar
con Isaac para bendijese a Jacob, pero no lo hizo. Corrió a Jacob y le
dijo: “Tu padre quiere bendecir en secreto a Esaú y eso no podemos permitirlo”.


Entonces ella asó dos cabritos, Jacob se puso los vestidos de Esaú y
se presentó ante su padre suplantando a su hermano. Como Esaú era
velludo y Jacob lampiño, Rebeca tomó las pieles de dos cabritos y las
colocó sobre las manos y el cuello de Jacob, así Jacob también estaba
cubierto de pelos. De ese modo, Jacob recibió la bendición de la alianza de Abraham.


Apenas salió Jacob llegó Esaú con su caza. La sorpresa fue tremenda,
porque se encontró con aquella farsa, y su padre Isaac se negaba ahora a
darle la bendición, pues ya no se fiaba de nada. ¿Acaso había olvidado
Esaú que vendió la primogenitura por un plato de lentejas? Sin embargo,
Isaac también bendijo a Esaú, pero solo con bendiciones terrenales: “Sin
feracidad de la tierra, sin rocío del cielo será tu morada. Por tu
espada vivirás y a tu hermano servirás; pero cuando te rebeles,
sacudirás el yugo de tu cuello”
(Génesis 27.39s). De Esaú nació el
pueblo de los edomitas y ellos sirvieron a los israelitas durante mucho
tiempo. Así que Esaú aborreció a Jacob, y pensó en matarlo nada más
morir Isaac. Pero alguien escuchó la amenaza de Esaú; quizás algún
criado, y corrió a contarlo a Rebeca. Por eso Rebeca se asustó tanto que
pensó en mandar a Jacob una temporada a Mesopotamia, adonde vivía su
hermano Labán, para que se casara con alguna mujer que no fuera pagana y
con el tiempo se le pasara la ira a Esaú.


Jacob descansa en Betel


Cuando Jacob huía desde Berseba a la tierra natal de su familia, en
Harán, se vio obligado a detenerse en su camino para descansar. En medio
del campo no tenía cama; entonces buscó una piedra para usar de
almohada, donde, al fin, rendido por el cansancio, cayó en un profundo
sueño.


En sus sueños, Jacob vio una gran escalera que tocaba el cielo y unos
ángeles de Dios que subían y bajaban por ella. En lo alto estaba el
Señor.


Entonces Dios le dijo: “Yo soy el Señor, el Dios de Abraham y el
Dios de tu padre Isaac. La tierra en la que estás acostado te la daré a
ti y a tu descendencia, que será muy numerosa. Yo estoy contigo y te
acompañaré a donde vayas, te haré volver a este país y te cumpliré todo
lo prometido”.



Es curioso que Dios no reproche nada a Jacob. Él conocía muy bien sus
engaños y maquinaciones y toda la fuerza de su ego. Aquí estaba este
hombre, determinado a lograr su meta, sin importarle los medios
utilizados.


Muy de madrugada Jacob se despertó, sintiendo que aquel sueño era más
real que la realidad misma. El Señor había estado a su lado en el sueño
y por eso llamó a aquel lugar “Betel”, que significa “Casa de Dios”.


Jacob tomó la piedra que le había servido de almohada, la levantó
como si fuera una estela y vertió sobre ella aceite haciendo un voto: “Señor, si me guardas y me vuelves sano y salvo a mi casa, te daré el diezmo de todo”.
Jamás olvidó Jacob aquel extraordinario sueño, pero qué contraste entre
las palabras de Dios y las suyas. Así era Jacob. Si recibía todo lo que
pedía, entonces daría a Dios el diezmo, como si fuese un contrato
comercial con Dios. Para él todo era negocio.


Jacob se casa en Mesopotamia


Cuando Jacob llegó a Mesopotamia, la tierra que había abandonado su
abuelo Abraham por orden de Dios, se sentó junto a una gran fuente
cubierta con una losa. Preguntó a los presentes por Labán, hijo de
Betuel, y le hablaron de Raquel, su hija, que pronto vendría con los
rebaños para darles de beber. Cuando Jacob se presentó a Raquel, se
enamoraron.


Por un mes Jacob fue huésped en la casa de sus parientes. Entonces le dijo su tío Labán: “¿Por ser tú mi hermano, me servirás de balde. Dime cuál será tu salario?” (Génesis
29.15). Pero en ningún momento el texto sugiere que Jacob estuviera
sirviendo a Labán; simplemente su tío le estaba anunciando un cambio en
sus relaciones.


El comerciante Labán no estaba dispuesto a tener a Jacob en su casa
de balde, y aquí empezó la disciplina o educación de Jacob, quien
confesó a su tío que estaba allí para buscar una esposa. Le propuso un
trato, durante siete años trabajaría para él y a cambio recibiría el
pago de su hija Raquel como esposa. Labán lo aprobó inmediatamente,
pensando que en Jacob tendría un operario muy barato.


Desde muy temprano, cuando aún no había amanecido, Jacob se levantaba
para trabajar para su tío Labán y no acababa hasta entrada la noche.
Nunca se lamentó de su situación y el Señor bendijo el trabajo de Jacob,
así como Labán estaba encantado de tener a ese negociante laborando
duramente para él.


Finalmente, pasaron los siete años y Jacob dijo a Labán: “Tío, ya he estado siete años a tu servicio para poder casarme con Raquel”.


Labán tenía que acceder, tal como había prometido, e hizo un gran
banquete de bodas. Pero tomó secretamente a su hija mayor Lea, la vistió
de bodas (tenía un gran velo y no se la veía apenas) y la dio a Jacob.
Éste pensó que ella era Raquel y se acostó con ella. ¡Había sido
engañado por Labán! ¡El gran engañador había sido pagado con su misma
moneda!


Al darse cuenta al día siguiente, se enojó con su tío y le dijo: “Me has engañado; he trabajado por Raquel y ahora me das a Lea. Esto no es honesto”. ¡Aquí tenemos a Jacob, el farsante, hablando de honradez!


“He hecho esto porque Lea es la mayor de las hermanas, y la
costumbre de nuestro país dice que primero hay que casar a la mayor.
Pero la cosa se puede arreglar. Puedes quedarte también con Raquel si
trabajas otros siete años, y así tendrás dos mujeres”-
respondió el astuto Labán.


De modo que Jacob sirvió otros siete años, catorce en total, por las
dos hijas de Labán. Salió a cuidar las ovejas, y Labán cambió su salario
diez veces. Así, Jacob pasó por el fuego de la disciplina, pero la mano
de Dios siempre estuvo sobre él.


Labán era un viejo aún más astuto que Jacob, aunque éste, con el
tiempo, le ganó. Pensó cuidadosamente cómo incrementar su patrimonio a
costa de su tío, aunque reconoció la mano de Dios en ello. De modo que
no pasó mucho para que Jacob tuviera más ganado que Labán.


“Quédate conmigo, pues el Señor me ha bendecido a causa tuya. Me he enriquecido, de modo que dime lo que quieres ganar”, le dijo Labán.


Jacob aceptó, pero dijo: “Todas las ovejas de color oscuro y manchadas y lo mismo las cabras de tus rebaños serán para mí”.


Labán, el avaro, lamentó esta proposición, pero si quería retener a
Jacob no le quedaba más remedio que aceptar el trato. De esta forma
Jacob obtuvo su propio rebaño, pues todas las ovejas y cabras oscuras y
manchadas eran separadas de los rebaños de Labán y entregadas a Jacob.


Hoy sabemos que los genes oscuros y manchados dominan en las leyes de
la genética a los claros, de modo que pronto Jacob tuvo muchos rebaños.


Labán sufría por ello y pensaba: “Antes todo era para mí, pero ahora no obtengo casi nada”. De modo que se arrepintió de su promesa y dijo a Jacob: “Mira Jacob, hagamos lo contrario, el ganado oscuro y manchado será para mí y lo demás para ti”.


Pero entonces Jacob cruzaba al ganado claro con el claro, y salían
ovejas y reses claras, de modo que Labán se asustó y dijo a Jacob: “Vamos a volver al principio, para ti será el ganado oscuro y manchado, y para mí el claro”. Así cambió Labán a su capricho hasta diez veces el contrato, y cada vez Jacob obtenía más ganado.


No pasó mucho tiempo para que Jacob tuviera más rebaños que Labán, de
modo que Jacob cuidaba de los rebaños de su tío y contrató pastores que
cuidaran de los suyos.


Labán rabiaba porque Jacob tenía más ganado que él y ni siquiera le
saludaba. Tramaba expulsar a Jacob y quedarse con todo su ganado. Quería
robarle. Por eso Jacob decidió marcharse de Mesopotamia junto a su
familia y sus ganados rumbo a Betel, donde Jacob había tenido su sueño.


Aunque a través de los años no había mencionado el Nombre de Dios,
ahora lo hizo, y con el nacimiento de su hijo José, pensó en su casa y
quiso regresar (Génesis 30.25). “El Señor dijo a Jacob: Vuelve a la
tierra de tus padres, donde está tu gente, que yo estaré contigo… Yo soy
el Dios de Betel, donde ungiste una piedra y me hiciste una promesa”
(Génesis 31.3-13).


Lo que hace la mano de Dios es lo correcto. Las circunstancias son
ordenadas por Dios para nuestro bien. Son calculadas para minar y
debilitar los puntos especialmente fuertes de nuestro ego (nuestra carne).


Cuando Jacob llegó a Mesopotamia llevaba un bastón y una mochila,
ahora estaba casado con dos mujeres, tenía muchos hijos y un patrimonio.
El Dios que se le apareció en Betel le había bendecido. Pero ahora su
situación peligraba en casa de Labán porque estaba enojado con él.


Jacob escapa de Labán


Labán no sabía nada de la partida de Jacob con sus miles de ovejas y
vacas, pues sentía tanta envidia que estaba maquinando robarle el
ganado. Por eso, al enterarse cuando volvió de esquilar a sus rebaños,
se encolerizó y dijo: “Iré tras él y lo haré volver, y si se resiste se lo quitaré todo”.
Llamó a sus parientes, y todos juntos persiguieron a Jacob. Labán y los
suyos iban más de prisa que Jacob ya que éste tenía que ir al paso de
sus rebaños y al cabo de siete días le dieron alcance. Entonces Dios se
apareció en sueños a Labán: “Guárdate de hacer mal a Jacob”. Por eso Labán no se atrevió a tocarlo y cuando se encontró con él a la mañana siguiente le dijo: “¿Por
qué te has marchado en secreto y no me has dejado despedirme de mis
hijas? Además eres un ladrón, pues me has robado mis ídolos”.
Jacob
le dijo que aquello no era verdad, que él no se había llevado esos
amuletos, y le invitó a comprobarlo. Labán buscó por todas partes, pero
no los encontró. Sin embargo, era verdad, pues los había cogido Raquel y
se había sentado encima de ellos.


Como Labán no encontró nada, Jacob se indignó: “¿Has encontrado
algo que te perteneciera? Te he servido veinte años y eres tú quien me
ha engañado. Primero dándome a Lea en vez de Raquel; luego diez veces me
cambiaste el sueldo y si el Señor no te hubiere prevenido me lo habrías
robado todo”
. Por eso Labán hizo un pacto de no agresión con Jacob, se despidió de sus hijas y se volvió a casa.


Durante el viaje de regreso, Jacob dividió su campamento en dos
grupos, pues supo que su hermano Esaú seguía enojado con él y lo
esperaba con cuatrocientos hombres. De esta forma, si Esaú atacaba a un
grupo, el otro podría huir. Además, tomó quinientas cabezas de ganado, y
las envió como un presente para Esaú.


Jacob lucha con Dios en Peniel


Jacob estaba asustado, de modo que se quedó solo junto al vado de un río y, en su angustia, dobló sus rodillas y oró: “Señor mío, ayúdame. Tú me has ordenado volver, así que líbrame de la mano de mi hermano Esaú”.


En sus primeros años Jacob planeaba y maquinaba, pero no oraba. Ahora hizo las dos cosas: planificó y oró.


Y aquella noche, en el vado del río, en Peniel, Dios se le enfrentó.
El ángel del Señor luchó con él toda la noche y, justo antes del alba,
el extranjero -que era el Señor- le cambió el nombre de Jacob
(engañador) por el de Israel (príncipe de Dios), por esta razón los
descendientes de Jacob se llaman “israelitas”.








El objeto de la lucha fue derribar a un hombre para que naciera otro.
Y el síntoma del golpe de Dios fue que descoyuntó el muslo de Jacob (la
parte más fuerte del cuerpo, como figura de nuestra mayor fuerza
natural). Llega un día cuando Dios descoyunta el muslo, minando y
deshaciendo nuestra fuerza natural. Entonces Jacob le preguntó al Señor:
“Dime tu nombre. Pero el varón respondió: ¿Por qué preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí mismo” (Génesis 32.29). Un toque divino, y Jacob quedó cojo.


Ensequida Jacob cruzó el río y se reunió con sus mujeres e hijos.
Podemos comprender que ellos se quedaron asombrados al ver que Jacob
cojeaba. Sin embargo, Jacob ya no tenía miedo, y su rostro reflejaba una
calma serena. Peniel significa “el rostro de Dios”. “Vi a Dios cara a cara y fui librado” (Génesis 32.30). Allí Jacob se transformó en el patriarca Israel.


Jacob/Israel se encuentra con Esaú


Cuando en la lejanía Jacob divisó a Esaú fue con serenidad a su
encuentro. Esaú no mató a su hermano, sino que se acercó a él y le besó.
Dios también había actuado en el corazón de aquel fortachón, que había
dejado de estar enojado con Jacob. Fue el Señor quien había defendido a
Israel y por eso Esaú no le hizo ningún daño.


Luego Esaú preguntó: “¿Quiénes son esas mujeres y niños?”.


“Son mis mujeres y mis hijos y ése es mi ganado. Todo me lo ha dado el Señor” –respondió Jacob.


Entonces hizo señas a Lea y a sus hijos para que se acercaran y ellos
vinieron y se inclinaron ante Esaú. Después indicó también a Raquel y a
su hijo José que lo hicieran, y también ellos se inclinaron ante Esaú.


“En el camino he encontrado ovejas, cabras, camellos y otros ganados –dijo Esaú- ¿qué significan? ¿Para quién son esos rebaños?”.


“Es un regalo para ti” –respondió Jacob.


“No –replicó Esaú-, yo tengo muchas cosas. Guárdalo para ti”.


“Esaú, por favor, te ruego que lo aceptes, pues el Señor me ha bendecido con muchas riquezas”.


Esaú aceptó el regalo y se quería quedar con Jacob para protegerle,
pero Jacob prefería que no lo hiciera y Esaú se volvió con sus hombres.


Por fin, Jacob llegó al Jordán, lo atravesaron y acamparon delante de
la ciudad de Siquém; allí Israel levantó un altar y dio gracias a Dios
por su protección.


Durante mucho tiempo Jacob se quedó a vivir en Siquém, y después
salió para Betel, donde había tenido el sueño de la escalera que unía
cielo y tierra. Allí levantó un nuevo altar y sacrificó ofrendas al
Señor. De nuevo el Señor se le apareció y le prometió que haría de él
una gran nación y que en el futuro sus hijos heredarían aquella tierra.


Después Israel se marchó al sur de Hebrón, pues allí vivía su padre Isaac.


Durante el viaje, Raquel, su gran amor, tuvo un segundo hijo a quien
Jacob puso el nombre de Benjamín. Pero durante el parto Raquel murió y
fue enterrada al lado del camino. Finalmente Jacob llegó a Hebrón.


Fue una gran alegría ver de nuevo a su padre, pues habían sido veinte
años lejos de casa; sin embargo, su madre Rebeca ya no vivía e Isaac la
había sepultado en la cueva de Macpela. No hace falta decir que Isaac y
Jacob tenían muchas cosas que contarse.


Por unos años estuvieron viviendo juntos, pero luego Isaac murió; tenía ciento ochenta años de edad.


Israel y su hermano Esaú le dieron sepultura en la cueva de Macpela,
donde había sido sepultada su madre Rebeca y donde estaban sepultado
Abraham y Sara.


La vida de Isaac había sido pacífica, sin luchas. La de Jacob fue una
lucha continua. Para Isaac todo transcurrió suavemente; Jacob tuvo
muchas dificultades. Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; de
los tres. Dios nos llama como a Abraham y nos da sus promesas. Dios nos
bendice con sus riquezas en Cristo como bendijo a Isaac. Por último,
Dios nos quebranta como a Jacob a través del Espíritu para transformarlo
en Israel. Es a causa de nuestra fuerza natural que la mano de Dios
tiene que corregirnos, y no podemos escapar a esa disciplina.


Al estudiar las personalidades de Abraham, Isaac y Jacob, y observar
la forma en que maduraron en su comunión con Dios, aprendemos hermosas y
prácticas lecciones espirituales para nuestra propia relación con Dios
en Cristo por el Espíritu









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