1.
Introducción
2.
El Cristianismo y el Imperio Romano
3.
La actitud del Imperio Romano frente a los cristianos
4.
Más de dos siglos de persecuciones
5.
Persecución de los cristianos como individuos particulares
6.
Mirada de conjunto sobre las persecuciones del siglo II
7.
Persecución no sistemá
tica contra la Iglesia en cuanto tal
8.
Mirada de conjunto sobre las persecuciones hasta la mitad del siglo III
9.
Persecución sistemática contra la Iglesia
10.
La última persecución general
11.
Las pasiones o actas de los Mártires
12.
El número de Mártires
13.
Las
causas de las persecuciones
14.
Los tipos de suplicios de los Mártires
15.
Conclusión
16.
Bibliografía consultada
1.
INTRODUCCIÓN
Este
trabajo
no pretende ser un estudio meticuloso y detallado de la época de los
mártires cristianos, sino limitarse a dar unas pinceladas a lo que fueron las
persecuciones de los cristianos en los cuatro primeros siglos de la
Iglesia
naciente.
Comenzaré explicando un poco el contexto en el que se desarrollaron estas
persecuci
ones, así como los principales emperadores que las llevaron a cabo. También
haré una referencia a las actas de los mártires[1].
Por otra parte, diré cuales fueron las causas de las persecuciones, también intentaré
indicar dentro de lo posible el número más
aproximado de mártires que tuvo esta
primera etapa del
cristianismo
según los estudios más competentes en la
materia
. Ya por
último, trataré explicar los tipos de martirio a los tuvieron que someterse los primeros
cristianos.
2.
EL CRISTIANISMO Y EL IMPERIO ROMANO[2]
Cuando murió Jesús en el año 30, existía una
estructura
política
cimentada
sobre
las
bases de una
religión
politeísta, que comprendía todo el entorno de la cuenca del
Mediterráneo, y se llamaba
Imperio Romano
; se trataba de una institución político
-
militar y socio
-
cultural, con una extensión de tres millones de kilómetros cuadrados,
cuyos
límites
eran: el Océano Atlántico por el oeste, las regiones montañosas del norte
de
África
y las Provincias de
Egipto
por el sur; la desembocadura del Rhin y del
Danubio por el noroeste; el
Asia
Menor, Siria y P
alestina. Contaba con certeza no
menos de 55 ó 60 millones de habitantes. En medio, se hallaba
Roma
, como centro en
torno
al cual giraba toda la vida del Imperio Romano, una institución que a primera
vista parecía indestructible.
"Estos dos primeros siglos de la era cristiana fueron verdaderamente para Roma la edad
de
oro
de sus destinos. Fue la hora de las grandes realizaciones, de los genios y de las
obras maestras, la hora en que, sucesivamente ciertos
grupos
humanos se presentaron
ante el mundo como testigos y como guías. Pero estos tiempos regios duraron poco:
entre cien y doscientos años por termino medio, pasados los cuales ya no quedó sino el
declive hacia el ineluctable abismo al que la
historia
arroja confundidos a las
dominaciones y a los seres. El Alto Imperio fue para Roma un momento fugaz de
plenitud, de
poder
y de orgullo.
Durante estos dos primeros siglos el Imperio Romano daba una asombrosa impresión de
solidez. Y no porque no hubiera fallos. El primero, el de las
guerras
; las hubo en
Germania, en Bretania, en el Danubio y en Dacia, o en Oriente contra los Partos o
contra los
judíos
sublevados; ningún reinado las ignoró
. Pero se quedaban en la
periferia; no comprometían más que unos efectivos limitados, ni hacían intervenir a la
masa profunda de los que vivían a la sombra de las águilas romanas. No fueron, por otra
parte, guerras de extensión o de conquistas; tendieron a
tomar posiciones más seguras o
necesarios desquites. Fueron, en definitiva, guerras sin "daños de
guerra
"[3].
El Imperio Romano creó, sin procurarlo, para el naciente cristianis
mo un contexto
socio
-
cultural que contribuyó a su expansión inicial; es decir, favoreció la llamada "Paz
romana" que concedió a los cristianos unas oportunidades muy importantes para su
expansión y su arraigo en la
sociedad
romana.
La unificación cultural llevada a cabo por Roma se convirtió en una gran ayuda para la
formulación doctrinal del cristianismo.
Las categorías filosóficas de
Grecia
fueron un buen instrumento para los teólogos
cristianos a la hora de crear un
sistema
intelectu
al capaz de satisfacer a las más altas
exigencias del
pensamiento
.
Un dato curioso es que la misma
organización
estatal del Imperio sirvió de
modelo
para
la organización de la
Iglesia
.
La división en diócesis, metrópolis, patriarcados está
calcada sobre la división del Imperio; incluso
Roma
,
c
apital
del Imperio, será la capital
de la Iglesia Universal.
3.
LA
ACTITUD
DEL IMPERIO ROMANO FRENTE
A LOS CRISTIANOS
La actitud inicial del
Imperio Romano
hacia los cristianos fue de total indiferencia; esto
puede provocar extrañeza y admiración, por
que aquello que para los cristianos, como es
la vida y
la muerte
de Cristo, constituye el punto culminante que divide la
historia
de la
humanidad en un antes y en un después de Cristo, pa
ra el Impe
rio Romano y sus
autoridades pasó totalmente desapercibido; en todo caso, la
muerte
de Cristo fue un
episodio mas de los muchos que sucedían por entonces en el I
mperio Romano,
especialmente en Palestina, donde muy frecuentemente se levantaban algunos revolu
-
cionarios contra el
poder
constituido de Roma, a los que se les apli
caba la
ley
, sin que
dejaran huellas dentro de aquella macroestructu
ra politicosocial que era el Imperio de
Roma.
Tampoco la predicación de aquellos doce hombres que poco después exponían la
doctr
ina de su Maestro por las ciudades orientales del Imperio provocó preocupación
alguna en las autoridades roma
nas, porque los cristianos fueron confundidos con
aquellos predica
dores que recorrían las comunidades judías esparcidas por todo el
Imperio, que
en ocasiones provocaban altercados; pero los romanos estaban habituados
a esos litigios propios de los
judíos
. Es cierto que en las provincial orientales del
Imperio, como Siria, y concretamen
te en su capital Antioquía, empezaron a ser
distinguidos de los judíos porque fue allí donde los discípulos de Jesús empezaron a ser
llamados "cristianos".
Pero el hecho es que en Roma, hasta el año 64, los cristianos no
fueron considerados
como un
grupo
independiente de los judíos; en el año 64, fecha del comienzo de la
persecución de Nerón, judíos y cristianos ya estaban bien dif
erenciados; hoy día se
plantea la
hipótesis
de que pudiera haber sido Flavio Josefo
el responsable de esta
distinción, puesto que por entonces se hallaba en Roma y tenia fácil acceso al palacio
imperial por la
amistad
que le unía a la esposa de Nerón, de la que
, según cuenta el
propio Flavio Josefo, había recibi
do algunos
regalos
; porque, así como en tiempos del
emperador Claudi
o no se distinguía a los cristianos de los judíos, porque todos los
judíos fueron expulsados de Roma por los alborotos que causa
ban.
También pudo contribuir a esta distinción entre judíos y cristia
nos la predicación de
Pablo durante los dos años de su e
stancia en Roma como prisionero, porque el Apóstol
de los
gentiles
no se re
cataba lo mas mínimo en la predicación de Cristo muerto y
resuci
tado, como cump
limiento de las promesas hechas a
Israel
; pero su predicación fue
más pacífica respecto a los judíos, porque el mismo se encargo de reunir en su casa a los
representantes judíos pa
ra informarles de que el no tenía nada en contra del pueblo
judío.
4.
MÁS DE DOS SIGLOS DE PERSECUCIONES
"Los tres primeros siglos de la historia de la Iglesia reciben a me
nudo el nombre de
época de las persecuciones, o también el de época de los mártire
s. Con razón, pues las
sangrientas persecucio
nes llevadas a cabo por
el estado
romano confieren a este periodo
su sello especial.
Como ocurre casi siempre en los grandes peri
odos heroicos de la historia, acerca de los
mártires de los primeros siglos se ha des
arrollado una verdadera selva de
leyendas
, que
hacen muy difícil al hi
storiador dar un cuadro fidedigno de los acontecimientos reales.
No se trata aquí de
escasez
de
fuentes
. Justamente de la época de las persecuciones
poseemos gran abundancia de
noticias
fidedignas, relatos,
cartas
de testigos oculares,
incluso actas judiciales que nos informan hasta de los pormenores más impresionantes.
No radica ahí la dificultad, sino en la romántica transfiguración que l
as posteriores
generaciones han hecho sufrir a esta heroica edad. El historiador que investiga las
fuentes con espíritu crítico y con el propósito de relatar los hechos tal como ocurrieron
en verdad, esta siempre en peligro de lastimar piadosos sentimiento
s. Lo hace ya con
solo establecer la conclusión de que los mártires no fueron millones, y que por otra
parte hubo una cantidad muy considerable de cristianos que dieron muestras de
flaqueza. No hay que creer en modo alguno, que los cristianos de entonces c
orrieran
siempre al martirio con sentimientos de júbilo y entusiasmo. Las persecu
ciones,
entonces como más tarde, fueron siempre un trance muy amargo y totalmente exento de
romanticismo
.
La Iglesia no deseó jamás ser perseguida, y después de cada tormenta se
alegró de que hubiera pasado" [4].
Desde el año 64 en que se dio la persecución de Nerón, hasta el año 313, fecha en que
Constantino les concedió la
libertad
, los cristianos tuvieron que sufrir un largo y penoso
itinerario, salpicado con la
sangre
de los mártires, y ensombrecido con
la tortura mas
atroz de los confesores
,
es decir, aquellos cristianos que, por defender su fe, sufrieron
los mas variados tormentos, pero que no murieron en ellos.
Durante los dos primeros siglos los cristianos fueron perseguidos en tanto que
individuos p
articulares; en
cambio
durante el siglo III la persecución se dirigía
sistemáticamente contra el
cristianismo
en cuanto organización; y, finalmente, desde los
últimos años del siglo III hasta el año 313, la persecución se dirigió globalmente contra
los cristianos como individuos y contra la Iglesia como organización.
Hay que tener en cuen
ta que, si bien durante esos doscientos cincuenta años, cada
cristiano tenía la espada de Damocles sobre su ca
beza, porque en cualquier momento
podía ser denunciado como cris
tiano, y en menos de 24 horas ser llevado ante los
tribunales, y verse obligado
a apostatar de su fe o ser condenado, unas veces a muerte,
otras veces a la tortura, al destierro, a trabajos forzados o a la confiscación de sus
bienes
; sin embargo, durante esos doscientos cincuenta años, los cristianos gozaron de
largos periodos de paz, aunque en una u otra región del Imperio siempre hubo algunos
mártires.
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