domingo, 8 de mayo de 2016

Imperio otomano - Wikipedia, la enciclopedia libre

Imperio otomano - Wikipedia, la enciclopedia libre




دولتِ عَليه عُثمانيه
Devlet-i Âliye-i Osmâniye
Imperio otomano

Imperio




Flag of Palaeologus Emperor.svg

Seljuk Sultanate of Rum 1190 Locator Map.svg

Coat of Arms of the Emperor of Bulgaria (by Conrad Grünenberg).png

Flag of Most Serene Republic of Venice.svg

Flag of the Serbian Empire, reconstruction.svg

Mameluke Flag.svg

Bandera


1299-1923
Flag of Turkey.svg

Flag of Greece (1822-1978).svg

Flag of Bulgaria.svg

Flag of the Mutawakkilite Kingdom of Yemen.svg

Palestine-Mandate-Ensign-1927-1948.svg

Flag of the Kingdom of Yugoslavia.svg

Flag of Iraq (1921–1959).svg

Flag of Independent Bosnia (1878).svg



Bandera Escudo
Bandera Escudo
Lema nacional:

دولت ابد مدت

Devlet-i Ebed-müddet

(El Estado eterno)
Himno nacional:

Himno Imperial Otomano

Ubicación de Imperio otomano
Crecimiento y caída del Imperio otomano (1300-1923)
Capital
Idioma principal Turco otomano
Otros idiomas Griego, Árabe, Persa, Eslavo meridional, Albanés, etc.
Gobierno Califato (1517-1923)

Monarquía absoluta (1299-1876), (1878-1908)

Monarquía constitucional (1876-1878), (1908-1923)
Sultán
 • 1299-1326 Osmán I (primero)
 • 1918-1922 Mehmed VI (último)
Gran visir
 • 1320–31 (primero) Alaeddin Pasha
 • 1920–22 (último) Ahmed Tevfik Pasha
Historia
 • Fundación 1299
 • Tratado de Lausana 24 de julio de 1923
Superficie
 • 1683 1 5 200 000 km²
Población
 • 1856 est. 35 350 000 
 • 1906 est. 20 884 000 
 • 1914 est. 18 520 000 
 • 1919 est. 14 629 000 
Moneda Akçe - Kuruş - Lira - Sultani
Gentilicio: Turco (ca) / Otomano (na)
El Imperio otomano, también conocido como Imperio turco otomano (en otomano: دولت عالیه عثمانیه Devlet-i Âliye-i Osmâniyye; en turco moderno: Osmanlı Devleti o Osmanlı İmparatorluğu) fue un Estado multiétnico y multiconfesional gobernado por la dinastía osmanlí. Era conocido como el Imperio turco o Turquía por sus contemporáneos, aunque los gobernantes osmanlíes jamás utilizaron ese nombre para referirse a su Estado.


El Imperio otomano comenzó siendo uno más de los pequeños estados turcos que surgieron en Asia Menor durante la decadencia del Imperio selyúcida.
Los turcos otomanos fueron controlando paulatinamente a los demás
estados turcos, sobrevivieron a las invasiones mongolas y bajo el
reinado de Mehmed II (1451-1481) acabaron con lo que quedaba del Imperio bizantino. La primera fase de la expansión otomana tuvo lugar bajo el gobierno de Osmán I y siguió en los reinados de Orkhan, Murad I y Beyazid I, a expensas de los territorios del Imperio bizantino, Bulgaria y Serbia. Bursa cayó bajo su dominio en 1326 y Adrianópolis en 1361. Las victorias otomanas en los Balcanes alertaron a Europa occidental
sobre el peligro que este Imperio representaba y fueron el motivo
central de la organización de la Cruzada de Seguismundo de Hungría. El
sitio que pusieron los otomanos a Constantinopla fue roto gracias a Tamerlán, caudillo de los mongoles, quien tomó prisionero a Beyazid en 1402, pero el control mongol sobre los otomanos duró muy poco. Finalmente, el Imperio otomano logró conquistar Constantinopla en 1453.


En su máximo esplendor, entre los siglos XVI y XVII se expandía por tres continentes, ya que controlaba una vasta parte del Sureste Europeo, el Medio Oriente y el norte de África: limitaba al oeste con Marruecos, al este con el mar Caspio y al sur con Sudán, Eritrea, Somalía y Arabia. El Imperio otomano poseía 29 provincias, y Moldavia, Transilvania, Valaquia y Crimea eran Estados vasallos.


El imperio estuvo en el centro de las interacciones entre el Este y el Oeste durante seis siglos. Con Constantinopla como capital y el territorio que se conquistó bajo Solimán el Magnífico —correspondiente a las tierras gobernadas por Justiniano el Grande mil años antes—, el Imperio otomano era, en muchos aspectos, el sucesor islámico
de los antiguos imperios clásicos. Numerosos rasgos y tradiciones
culturales de estos (en campos como la arquitectura, la cocina, el ocio y
el gobierno) fueron adoptados por los otomanos, quienes los elaboraron
en nuevas formas. Estos rasgos culturales más tarde se mezclaron con las
características de los grupos étnicos y religiosos que vivían dentro de
los territorios otomanos y crearon una nueva y particular identidad
cultural otomana.


Durante el siglo XIX,
diversos territorios del Imperio otomano se independizaron,
principalmente en Europa. Las sucesivas derrotas en guerras y el auge de
los nacionalismos dentro del territorio llevaron al decaimiento del
poder del imperio. Su participación en la Primera Guerra Mundial seguido con la Ocupación de Constantinopla y el surgimiento de movimientos revolucionarios dentro de Turquía le dieron el golpe mortal y resultó en la partición del Imperio otomano. El imperio bajo la dirección de un sultán fue abolido el 1 de noviembre de 1922 y un año después, el califato. Los movimientos revolucionarios que lo habían derrocado se agruparon y fundaron el 23 de octubre de 1923 la República de Turquía.



Índice

Origen


El sultán turco Osmán I.
El origen de los turcos otomanos se puede encontrar en las estepas de Asia Central, en el Turkestán, en una etnia dedicada a la ganadería trashumante, en especial de caballos, y al comercio, con prácticas seminómadas.
Los turcos pronto se relacionan con las culturas musulmanas de su
entorno, entablan con ellas relaciones comerciales y adoptan el Islam en su rama suní. Este contacto se podría deber a la ruta de la seda,
pues los mercaderes musulmanes seguramente transitarían por los
territorios donde habitaban los otomanos. Las primeras entradas de
tribus turcas en la región que posteriormente sería el Imperio otomano
se producen en el ámbito militar, cuando los ejércitos del Califato abasí necesitaron soldados para las luchas internas y contra los cristianos y bizantinos durante el siglo IX. Por ello, recurrieron a los territorios fronterizos reclutando a la población. Dentro del Califato abasí
ya puede apreciarse cómo los turcos van escalando posiciones en el
ejército y la administración. La lenta penetración de tribus turcas en
esta zona se realizó de dos maneras: mediante la progresiva ocupación
del territorio por parte de los grupos tribales y mediante la lucha
contra el Imperio bizantino, que había dominado esta región durante mucho tiempo y al que anularon militarmente.


La ocupación de Anatolia por los turcos puede tener su origen en la batalla de Manzikert en 1071, cuando los turcos, al servicio de los selyúcidas, derrotaron al ejército bizantino del emperador Romano IV Diógenes. Esto permitió que los selyúcidas crearan un vasto sultanato que abarcaba Irak e Irán. Hacia 1243, una invasión mongola al mando de Batu, el jan de la Horda de Oro, deja hecho añicos dicho sultanato, el cual había sobrevivido a las luchas internas, a los bizantinos, a la Primera Cruzada y a sus vecinos sirios, los zanguíes y ayyubíes;
siendo la soberanía mongola la que lo reemplaza. Sin embargo, a esta
invasión aún sobreviven pequeñas porciones de territorio que se
convierten en una especie de principados autónomos. De todos estos, hay
que destacar el sultanato de Rüm, cuya capital ya estaba en Turquía, pues era la ciudad de Konya.


Uno de esos principados —al que podríamos llamar su primer Estado
otomano—, pequeño e insignificante, era donde habitaban los turcos; el
cual había sido cedido por el sultán selyúcida antes de la invasión
mongola al primer miembro dinástico de los otomanos, Ertuğrul. Este territorio tenía por capital la ciudad de Söğüt. Ertuğrul muere en 1290, dando paso a la sucesión de Osmán I ("Uthman", عُثمَان, en turco), nombre del cual deriva la denominación de otomanos o dinastía osmanlí. Con Osmán I empieza la expansión territorial de los turcos con la finalidad de crear un imperio que duraría casi siete siglos.


Expansión

Primeras victorias


El emperador bizantino Juan V Paleólogo.
Los otomanos no conseguirían suficiente poder como para eliminar a
sus enemigos inmediatos y establecer un verdadero Estado hasta el
gobierno del hijo y sucesor de Osmán, Orhan I (1324-1360). La clave de su reinado fue la conquista de Nicea en 1331 y Bursa.
Esta última no sólo proporcionó la capital, sino los útiles necesarios
para crear una administración otomana. Pudo acabar también con la
amenaza de sus vecinos turcomanos, Aydin, que proporcionaba mercenarios a Juan Cantacuceno. Tras la caída de Aydin, serán los otomanos los que ayudarán al candidato al trono bizantino, enfrentado a Juan V Paleólogo, tomándose como recompensa el derecho a saquear el territorio bizantino a lo largo del Egeo, en Tracia, y la mano de la hija de Juan Cantacuceno, Teodora.


A partir de 1354, los cuerpos de expedición otomanos dirigidos por su hijo Suleyman Paşa establecieron una base permanente en la península europea de Galípoli,
a pesar de las protestas de Cantacuceno y otros. Este último tuvo que
abdicar por haber sido el responsable de que los turcos se introdujeran
en Europa. Bajo el mandato de su hijo, Murad I (1360-1389), se hicieron las primeras conquistas estables en la Europa sudoriental. Tomó Edirne
(Adrianópolis) en 1361, la convirtió en su capital y nombró el primer
visir del que sería el Imperio otomano: Kara Halil Paşa, de los
Candarli, familia que monopolizó el puesto durante el siglo siguiente.
El emperador bizantino se comprometió a pagar tributo regularmente a los
otomanos y a enviar contingentes militares para su ejército, debido a
que no podían enfrentarse a la presión turca sobre Constantinopla. Fue uno de los sultanes más importantes del Imperio otomano por su triunfal campaña militar en Tracia y los Balcanes,
que acompañó con tacto y prudencia, pactando con la Iglesia ortodoxa.
También fue el primero en ser nombrado sultán, ya que los anteriores
ostentaban el título de emires.


Para defender a Europa de la amenaza otomana, el Papa proclamó una bula llamando de un modo formal a la Cruzada
hacia 1366, que fue un fracaso en «la ruta de los serbios». Los
otomanos siguieron la política islámica tradicional de tolerancia hacia
los zimmíes,
o «gente del libro», que tenían derecho de protección sobre sus vidas,
propiedades y creencias religiosas siempre que aceptasen un gobierno
musulmán y pagaran los tributos (cizye) que les eximían del servicio
militar. Por ello no se hizo ningún esfuerzo para la conversión en masa
de la población. Durante su reinado también se creó el cuerpo de los jenízaros, una pieza clave en el desarrollo posterior del imperio.


Enfrentamientos contra el Reino de Hungría


El sultán turco Beyazid I, quien enfrentó y venció al rey Segismundo de Hungría en 1389.


El sultán otomano Solimán el Magnífico, quien venció a los húngaros en 1526.


El conde Juan Hunyadi, Regente húngaro y vencedor de los turcos en 1456.
Las amenazas se multiplicaban, y a su vecino Karaman se unió la expansión mongola de Tamerlán. Los turcos otomanos continuaron avanzando hacia los territorios europeos, poniendo en alerta a la potencia medieval del Reino de Hungría. De esta forma, el rey Luis I de Hungría el Grande condujo en 1375 una batalla en el Principado de Valaquia.
La situación política entre los valacos y los húngaros enfrentados a
los turcos otomanos generaron ciertos conflictos entre ambos, lo cual
creó una situación donde apenas se logró contener las invasiones sin
expulsar a los turcos de la zona.


Después de la muerte del rey Luis I, sucedió un corto periodo de inestabilidad política, hasta que el rey Segismundo de Hungría
subió al trono. De inmediato la amenaza otomana fue tomada en serio por
el rey húngaro y los demás duques y Príncipes de los Estados satélites
de Hungría, por lo que se formó la coalición de los Estados eslavos del
sur, dirigida por Segismundo. Fue en la decisiva batalla de Kosovo (1389) cuando la victoria otomana sobre el Imperio serbio permitió realizar nuevas conquistas al sur del Danubio, acabando con la última defensa organizada en el área de los Balcanes y dejando a Hungría como único oponente serio en el sudeste de Europa. En esta batalla un soldado serbio, Milos Obilic, asesinó a Murad I (el único sultán asesinado en una batalla), y le sucedió su hijo Beyazid I (1389-1402),
afianzándose en la victoria. Para evitar posibles luchas por el trono,
fue éste el primer sultán que mató a todos sus hermanos, práctica común a
partir de este momento y que institucionalizaría el sultán Mehmed II. Los esfuerzos de Beyazid se encaminaron a conquistar el oeste de Asia Menor, lo que consiguió en 1390.


En 1396, los ejércitos otomanos de Beyazid I vencieron a las fuerzas cruzadas de Segismundo de Hungría en la batalla de Nicópolis (1396). Al poco tiempo, los nobles húngaros aún descontentos se alzaron contra Segismundo en 1401 y en 1403,
siendo derrotados en ambas ocasiones. Tras vencerlos, Segismundo
continuó en el poder durante los cuarenta años siguientes sin ninguna
clase de obstáculo sucesorio, conteniendo los ataques turcos otomanos,
que ya realizaban incursiones en territorio magiar.


De esta forma, el Reino de Hungría siguió conteniendo los embates del expansivo Imperio otomano. En 1408, el rey húngaro Segismundo fundó entonces la Orden del Dragón,
la cual continuó alentando el espíritu de conservación del Cristianismo
y la independencia de los territorios europeos. A esta orden
pertenecieron, entre otros nobles, el Príncipe Vlad II Dracul de Valaquia (actual Rumanía), quien fue el padre del conocido sanguinario Vlad III, del cual posteriormente surgió el personaje de Bram Stoker, Drácula. Los otomanos siguieron avanzando hacia Europa y en 1427 atacaron y ocuparon la fortaleza de Galambóc a orillas del Danubio al sur-oeste del reino de Hungría.


Las tropas otomanas parecían indetenibles, a pesar de que el rey húngaro y polaco Vladislao I organizó una armada y partió con ella hacia el este en 1444. Los ejércitos del sultán Murad II salieron victoriosos en la batalla de Varna,
en la cual también murió el rey cristiano. Tras la muerte de Vladislao
I, al no dejar herederos, el trono le correspondía al joven príncipe Ladislao V, hijo del fallecido rey húngaro Alberto de Habsburgo,
quien había gobernado antes del mártir de Varna. Puesto que Ladislao
era muy joven para gobernar, los nobles húngaros escogieron de inmediato
a un conde que había sido comandante de los ejércitos húngaros en las
anteriores batallas contra los turcos: Juan Hunyadi.



La frontera húngaro-otomana a comienzos del siglo XVI.
Hunyadi prosiguió la lucha contra los turcos otomanos y alcanzó la victoria en el Sitio de Belgrado (1456), siendo esta la primera gran batalla ganada por los europeos cristianos contra los turcos. En honor a esta proeza, el Papa Calixto III
ordenó que se instituyese un toque de campanas del mediodía para honrar
la victoria húngara. De esta manera, Hungría recibió el título de
"Último Bastión del Cristianismo en Europa", por el cual fue conocido
durante toda la época del Renacimiento.
Tras la muerte de Juan Hunyadi, y al estar vacante el trono húngaro, su
hijo menor fue elegido rey por los nobles, y de esta forma, Matías Corvino fue coronado en 1458.
El rey Matías Corvino mantuvo una política expansionista en Europa, y
durante su reinado logró igualmente contener los ejércitos otomanos.


Sin embargo, su política expansionista estaba enfocada totalmente en otra dirección, conduciendo campañas militares contra el Sacro Imperio Romano Germánico, conquistando el Ducado de Austria,
pero abandonando las luchas contra los turcos. Muchos historiadores
modernos critican estas acciones, que permitieron que tras la muerte del
rey, los otomanos continuasen avanzando hacia los territorios húngaros,
tomando Belgrado en 1521. De esta manera, la época dorada del Reino húngaro finalizaría en 1526, cuando finalmente fueron vencidos por los turcos en la batalla de Mohács, en la que también murió el rey Luis II de Hungría. De inmediato se libraron varias batallas a lo largo del reino, hasta que en 1541 cayó por último Buda, la capital húngara.


Luchas internas y consolidación de la unidad


Tamerlán entrando al palacio para dirigirse a Beyazid I, que está echado en su lecho.

El sultán Mehmed II, conquistador de Constantinopla.

Mientras tanto, los problemas con los vecinos turcomanos, sobre todo
con Karaman, el principado turco más fuerte de Asia Menor, obligó al
sultán a combatir en el este. El resultado fue la anexión de estos
pequeños Estados hasta que el oeste volvió a reclamar la atención de
Bayezid. Muchas de las zonas ya conquistadas se quisieron liberar del
poder otomano, pero el sultán reconquistó rápidamente lo perdido y
siguió adelante: irrumpieron en Estiria, ocuparon Grecia y en 1397 llevaron a cabo la conquista de Atenas. Se dirigieron entonces hacia el este, donde se encontraron con un enemigo mucho más poderoso: Tamerlán. En 1402, los mongoles ganaron la batalla de Ankara, lo que supuso el hundimiento de la hegemonía otomana en Asia Menor. Los otomanos se reconocieron vasallos de Tamerlán y Beyazid encontró la muerte en prisión en 1403.


La autoridad otomana entró en crisis durante once años. Ni Tamerlán
ni sus sucesores impusieron dominio alguno duradero, y el panorama
quedó abierto para las luchas de poder entre los miembros de la familia
otomana y los señores territoriales. La situación no era fácil, ya que
eran cuatro los príncipes otomanos que se disputaban el trono. Tras un
periodo de luchas fratricidas fue Mehmed I (1413-1420) el ganador. Con este sultán y, sobre todo con Murad II
(1421-1451), el gobierno otomano volvió a recuperar la unidad. Como
Mehmed había vencido gracias al apoyo de la aristocracia turca, se le
dio énfasis al pasado turco de la dinastía reinante, y por primera vez
se encargaron unas crónicas de su historia. Dio prioridad a potenciar el
comercio con los países europeos y firmó un tratado con Venecia
en 1416. La infantería jenízara quedó como guardia personal del sultán,
y la aristocracia volvió a controlar su cota de poder. Su ejército
cruzó el Bósforo, tomó Edirne y comenzó el primero de los grandes sitios a Constantinopla
(1422), no tanto para conquistarla, sino para castigar a los bizantinos
por su deslealtad al haber apoyado a los rivales del sultán.


Además de esto, Murad desarrolló el famoso sistema del devşhirme, con el que reclutaba periódicamente a los mejores jóvenes cristianos de las provincias de los Balcanes para convertirlos al islam
y para que prestaran servicio de por vida al Imperio. A éstos se les
favoreció en un principio para que adquirieran poder, y así equilibraran
el poder que acumulaba la aristocracia turca. Tras la firma de dos
tratados de paz, Murad cedió el trono voluntariamente a su hijo Mehmed, de cuya juventud intentaron aprovecharse sus enemigos. Queriendo sacar partido de la situación se hizo una llamada a una cruzada
para expulsar a los otomanos de Europa; parecía que lo iban a
conseguir, pero Mehmed cedió el trono a su padre, que con sus ejércitos
logró una aplastante victoria en la batalla de Varna. Tras esto, el Imperio otomano estableció un control directo sobre Macedonia, Tracia, Bulgaria y gran parte de Grecia.



Imperio otomano y Mediterráneo oriental, 1450.
Mehmed II el Conquistador (1451-1481) se apoyó en el devşhirme
durante su gobierno, por lo que necesitaba una victoria militar para
plantarle cara a la oposición, liderada por su propio gran visir,
Candarli Halil. El famoso sitio (6 de abril-29 de mayo de 1453) y la
conquista de la Constantinopla del emperador Constantino XI
supuso el principio del fin de la influencia de la aristocracia turca.
Poco a poco los otomanos se fueron apoderando de todas las poblaciones
cercanas a la ciudad, y ante el temor a una invasión, el emperador
bizantino pidió ayuda a los reinos europeos, pero pocos acudieron a su
llamada. El 29 de mayo de 1453, los jenízaros entraron en la ciudad tras un sangriento asedio de ocho semanas. La caída de Constantinopla puso fin al Imperio romano de Oriente y consolidó el gran Imperio otomano, que trasladó su capital a Constantinopla, a partir de aquí llamada Estambul. Tras esta victoria, Bosnia y Serbia pasaron a ser provincias otomanas y Albania, después de sofocar la revuelta de Skanderbeg, quedó incorporada al imperio en 1468. Llegan hasta Italia, y por fin los venecianos reconocen la soberanía otomana y les pagan un tributo. También los mamelucos
dejan de ser un enemigo, ya que su decadencia interna no les permite
llevar a cabo el enfrentamiento entre los dos imperios más importantes
de Oriente Próximo. Además de conquistar la ciudad de Constantinopla y
acabar con el último reducto bizantino de Trebisonda, Mehmed logra
someter el último principado turco independiente de Anatolia, Karamania,
y consolidar la posición turca en Morea y Serbia, además de seguir la
guerra contra Hungría, Venecia y Moldavia2 .


Para evitar la desintegración del Imperio como les había ocurrido a
los Estados turcos, que dividían el imperio entre varios sucesores,
Mehmed y sus descendientes establecieron el principio de indivisibilidad
del poder, con todos los miembros de la clase dirigente sujetos a la
voluntad del gobernante. Se estableció el principio que seguirían todos
los gobernantes, hasta el siglo XVII, de ejecutar a todos los hermanos
inmediatos a fin de eliminar las disputas dinásticas. Como gobernante,
el padre elegía al más capaz entre sus hijos. Finalmente Mehmed empezó
el proceso por el cual estas disposiciones fueron codificadas en el Kanunname, tarea terminada por Solimán el Magnífico.
La actuación económica, sin embargo, resultó desastrosa al final, ya
que los impuestos y la inflación provocaban cada día mayor descontento
en la sociedad. Todo esto desembocó en una guerra civil, y a la muerte
de Fatih los problemas y las críticas a la administración se agudizaron
aún más.


El Imperio tras la caída de Constantinopla


El sultán Beyazid II.

El sultán Selim II.

El sultán Murad III.

El sultán Mehmed III.

El sultán Osman II.

Batalla de Viena: El sultán Murad con jenízaros.

Representación de la batalla de Lepanto (1571).
Mehmed murió envenenado por su médico Yakup Paşa, que llevaba
trabajando para los venecianos bastante tiempo y que fue linchado por
los jenízaros. Para evitar una situación de enfrentamiento entre los dos hijos de Mehmed, el sadrazam
les envió mensajes comunicándoles que quien llegara primero sería el
sultán. Su enemigo, Ishak Paşa, mató al mensajero de Cem, el favorito de
todos, por lo que Beyazid se hizo con el trono. El sadrazam fue
linchado e Ishak Paşa nombrado nuevo gran visir. Los jenízaros también
saquearon la ciudad entera aprovechándose del poder adquirido, pues cada
vez eran más incontrolables.


Le sucedió su hijo Beyazid II (1481-1512),
cuyo periodo puede considerarse como un tiempo de sosiego para el
Imperio, en el cual se consolidaron las acciones de Mehmed y se
resolvieron las reacciones económicas y sociales que su política interna
había causado. Las relaciones con el exterior se caracterizaron por la
prudencia, debido sobre todo a los problemas internos que había dejado
su padre. Además tuvo que enfrentarse a la revuelta promovida por su
hermano, Cem Sultán, que se instaló en la ciudad de Bursa y se proclamó padişah.
Con un aumento de sueldo logró el apoyo de los jenízaros, pero fue
derrotado en una batalla contra su hermano y tuvo que retirarse a Egipto. El segundo intento no le fue mejor, por lo que decidió quedarse en Rodas (1495).


La primera decisión de Beyazid fue anular la reforma agrícola que
había realizado su padre, devolviendo tierras a sus antiguos dueños,
terratenientes y sobre todo religiosos. Una vez hecho esto, eliminó a
los altos cargos del devşhirme para crear un equilibrio entre
éstos y la aristocracia turca, cosa que consiguió y mantuvo hasta su
muerte. Reorganizó la estructura fiscal y estableció un nuevo sistema de
impuestos, más llevadero para los súbditos. Bajo la influencia de los ulemas, Bayezid luchó contra las tendencias europeizantes y se adhirió al islam ortodoxo, en lucha contra la proliferación del chiismo. Se le considera un integrista ortodoxo y, aun así, permitió la afluencia masiva de los judíos expulsados de España y de otras partes de Europa.


Beyazid tuvo ocho hijos, y la lucha por la sucesión se hacía cada día
más latente. Quiso engañar a sus hijos para matar a todos menos uno,
pero tres de ellos no se dejaron engañar. Efectivamente, se desató al
final una lucha por la sucesión. Obligado por los jenízaros, tuvo que
ceder a que su hijo Selim fuera su sucesor, y enfrentarse a éste ante
sus exigencias para que abdicase en su favor. El otro candidato, Ahmed,
se casó con una hija del Sha de Persia. Beyazid se vio obligado a ceder el trono a Selim I en 1512 a causa del levantamiento de los jenízaros.


Selim I (1512-1520) era un estadista coherente, organizador y un
extraordinario dirigente. Mandó eliminar a sus hermanos y primos después
de la muerte de su padre, por lo que recibió el sobrenombre de «el
cruel». El primer objetivo que se impuso fue consolidar el Estado y se
dirigió hacia el este, a por los chiíes de Irán. Ganaron la batalla después de una larga campaña, pero no acabaron definitivamente con la amenaza. Selim fue un ferviente sunní y mandó aniquilar a muchos chiíes de Asia Menor.


La segunda expedición de Selim tuvo lugar en 1516, esta vez contra los mamelucos de Egipto. Primero se dirigió a Siria, donde los dos ejércitos se enfrentaron cerca de Alepo.
Tras esta victoria aplastante de los otomanos, éstos se dirigieron a
Egipto y lo conquistaron también. El califa Mütevekkil III cayó
prisionero de los otomanos en 1517 y este califa abbasí tuvo que ceder su título. Logró asimismo llegar a Arabia y conquistar la Meca y Medina. En 1519 el señor de Argelia
también se adhirió al ejército del Gran Señor. Selim I murió de cáncer
en 1520. Su reinado, aunque breve, fue muy importante al asegurar las
fronteras orientales del imperio e instaurar la dominación otomana en
algunas de las provincias más ricas del mundo árabe; además proporcionó a
los otomanos el control absoluto del comercio entre el Mediterráneo y
el océano Índico.


Le sucedió su único hijo Suleymán I (1520-1566),
que siguió los pasos de su padre consolidando aún más la paz y la
estabilidad interior. De esta manera, el Imperio otomano alcanzó su
máxima extensión geográfica, que duraría hasta 1683.
Éste restauró, durante su reinado, el poder del Gran Visir y fue
generoso con los jenízaros, permitiéndoles casarse. Desarrolló una
considerable actividad legisladora que se centró principalmente en la
organización del ejército, el feudalismo militar, la propiedad territorial y el sistema tributario. También llevó a cabo personalmente varias campañas militares. La más famosa fue el Primer Sitio de Viena en 1529, en la que fracasó. Sin embargo, los territorios del centro y este de Hungría
se hallaban bajo el control otomano sin importar que la incursión en
Viena hubiese fracasado. A lo largo de su reinado y los posteriores
siglos de guerras contra el Sacro Imperio Romano Germánico, los turcos siempre utilizarían el idioma húngaro como instrumento comunicativo y negociador con los germanos, aunque en la propia Viena no fuese una lengua conocida. Los pachá
turcos y el propio sultán harán escribir cartas, misivas y comunicados a
los cristianos en húngaro, puesto que los otomanos no dominaban el idioma latín.3 Asimismo, Solimán le concedió mucha importancia a las artes y embelleció considerablemente Estambul.


Durante su reinado, el Estado otomano alcanzó su máximo grado de desarrollo civil. Reunió la legislación en el Kanunname y concedió las Capitulaciones a Francia en 1535,
quienes pretendían utilizar la presión otomana en el Este para
amortiguar la presión de los Habsburgo en el oeste. Durante el periodo
de Solimán, se ve al Imperio Otomano aliarse con Francia, como lo prueba
el sitio y la toma de Niza
(1543) por tropas otomanas y francesas. No obstante, esta alianza le
era más benéfica a Francia (para aliviarse de las presiones
hispano-austriacas), que a los otomanos que no podían esperar nada de
ella4 .


El sucesor de Suleymán fue el hijo de éste y Roxana, Selim II (1566-1574), que cometió el error de atacar la isla de Chipre y sufrió la primera derrota otomana en Europa en la batalla de Lepanto, en 1571. Al morir el sultán, su hijo Murad III (1574-1595) subió al trono. A partir de este sultanato creció la influencia del harén en las decisiones del gobierno. Murad III se dedicó a la buena vida y los placeres del harén, al igual que su sucesor Mehmed III (1595-1603), dejando todo el poder en manos del Gran Visir. La anarquía e inseguridad reinaban en todo el Estado, y dentro del ejército aumentó la enemistad entre jenízaros y sipahis,
el cuerpo de caballería del ejército otomano. Cuando muere el sultán,
su hijo Ahmed es muy joven, y se inicia el «sultanato de las mujeres».



Retrato de Solimán, el Magnífico, hacia 1530, hecho por Tiziano.
El siglo XVII, bajo los sultanatos de Osmán II y Murad IV,
fue una época trágica. Osmán II (1617-1622) fue el soberano más culto
de toda la dinastía. Sabía que una reforma era necesaria, la cual
vencería los poderes fácticos establecidos. Los jenízaros,
al tener noticia de ello, asesinaron a los altos cargos en sus propias
casas, por lo que el sultán tuvo que ceder. A pesar de todo, no se libró
de ser asesinado a manos de los jenízaros. Nombraron a Murad IV
(1623-1640) como nuevo dirigente del Imperio. Consiguió hacer alguna
reforma en la administración pero, cuando murió, el Estado quedó sin
dirigentes y se extendió un vacío de poder por el Imperio durante 20
años.


El sultán Ibrahim I (1640-1648) sucedió a Murad IV y es considerado el peor padişah de la dinastía otomana. Anuló lo que había conseguido Murad IV, provocando una corrupción generalizada y desmedida.


Organización

El proyecto del creador de la organización otomana, Fatih Mehmed, era
el de crear un imperio inmenso, el cual integraría a mongoles,
musulmanes y cristianos. Para ello, su nueva capital, Estambul,
comenzó a ser repoblada por gentes de muy distinta procedencia, y hasta
dejó en libertad a los prisioneros de guerra para que se establecieran
en la ciudad. También se animó al Patriarca Ortodoxo
griego, Ghennadios Scholarios, al Catholicos armenio (1461) y al Gran
Rabbí judío para que se establecieran allí, y se les permitió
convertirse en jefes tanto civiles como religiosos de sus seguidores,
constituidos en comunidades autónomas y autogobernadas, llamadas millet,
que fueron las unidades de gobierno básico de las comunidades no
musulmanas dentro del Imperio otomano. El primer responsable de la millet era elegido por el sultán y a partir de él eran elegidos por la comunidad.


Mehmed II
se había convertido a su muerte en «el señor de dos mares y dos
continentes». Durante su gobierno también se crearon las instituciones
que iban a ser características de este Imperio. El elaborado ceremonial y
el sistema de jerarquías de la corte bizantina fueron recreados en la
del sultán, a fin de separar al sultán del pueblo para que fuera un
gobernante respetado y temido. La autoridad del sultán se vio reforzada
asimismo por la alianza de intereses de los grupos no musulmanes con los
suyos propios. Eliminó a las grandes familias de la estructura de la
administración y nombró a Zaganos Paşa como gran visir, después de matar a Candarli por traidor.


Para evitar la desintegración del Imperio que le sucedía a los
Estados turcos, que dividían el Imperio entre varios sucesores, Mehmed y
sus sucesores establecieron el principio de indivisibilidad de poder,
con todos los miembros de la clase dirigente sujetos a la voluntad del
gobernante. Se fijó el principio que seguirían todos los gobernantes
hasta el siglo XVII: ejecutar a todos los hermanos inmediatos a fin de
eliminar las disputas dinásticas y, como gobernante, el padre elegía al
más capaz entre sus hijos. Finalmente Mehmed empezó el proceso por el
cual estas disposiciones fueron codificadas en el Kanunname, tarea terminada por Solimán el Magnífico.


El Principado húngaro de Transilvania como vasallo del Imperio otomano


Juan Segismundo Szapolyai arrodillado ante el sultán Solimán el Magnífico en 1556.

Gabriel Bethlen (1613-1629), príncipe de Transilvania.

Jorge Rákóczi II (1648-1660), príncipe de Transilvania.

Mehmed Köprülü, pasha y gran visir otomano.

Kara Mustafá, gran visir otomano.
Después de que el sultán Solimán el Magnífico derrotase a los húngaros en 1526 en la batalla de Mohács, dando muerte al rey Luis II de Hungría, ante el trono vacío, pronto surgieron varios pretendientes. El príncipe germánico Fernando I de Habsburgo y el conde húngaro Juan Szapolyai, voivoda de Transilvania,
se hicieron coronar como reyes húngaros de inmediato después de la
derrota ante los turcos, convirtiéndose en anti-reyes. Sin embargo,
según Stanford Shaw, en 1533, Fernando y Solimán firmaron un acuerdo por
el cual Fernando abandonaba sus ambiciones en la Hungría central y
reconocía a Szapoylai como gobernante vasallo del imperio otomano; y a
su vez, el sultán reconocía el gobierno de Fernando en la Hungría del
norte, a cambio de su consentimiento de pagar rentas por la zona5
. A pesar de que Szapoylai se declaró a favor del sultán otomano, en
1538 pactó en secreto con Fernando I, donde acordaron que tras la muerte
del primero (quien no tenía hijos herederos), el trono pasaría a manos
del Habsburgo. Sin embargo, en 1540, pocos días antes de que muriera el voivoda transilvano, su esposa dio a luz a un hijo varón: Juan Segismundo Szapolyai.
Juan Szapolyai hizo coronar inmediatamente a su hijo violando el
acuerdo con Fernando I, y generando caos, y que el sultán otomano se
enterase de dicho convenio secreto.


Considerando a los húngaros personas no dignas de confianza, el sultán movilizó sus ejércitos y en 1541 tomó la ciudad capital húngara de Buda,
lo cual se le facilitó por la disputa surgida por la Reforma entre
protestantes y católicos en Hungría, pues reforzó las divisiones
sociales existentes6
. Pronto el reino se dividió en tres partes: una en el oeste bajo el
control germánico de Fernando I, una central bajo dominio del propio
sultán y una oriental en la figura de la región transilvana. Juan
Segismundo Szapolyai fue criado por su madre mientras alcanzaba la
mayoría de edad, y de esta forma se firmó en 1570 el acuerdo de Espira entre el emperador Maximiliano II de Habsburgo y el voivoda transilvano, quien obtuvo el título de Príncipe de Transilvania. De esta manera, la región de Transilvania se convirtió entonces en un Estado independiente conocido como el Principado de Transilvania, en situación de vasallaje ante el imperio otomano.


A lo largo del próximo siglo y medio, se sucederían una serie de
nobles húngaros que serían elegidos Príncipes de Transilvania, siempre
actuando según el sultán lo ordenaba (igualmente el sultán era el que
decidía qué noble húngaro era el más apropiado para ocupar el cargo).
Sin embargo, los húngaros se aliaron con el Sacro Imperio Romano Germánico durante la Guerra de los Quince Años
contra los turcos, recuperando incontables ciudades que se hallaban
bajo control otomano. Después del fracaso de la guerra, los húngaros de
Transilvania continuaron como vasallos de los turcos, intensificándose
la presencia otomana en el Principado.


Durante los gobiernos posteriores de los Príncipes transilvanos Esteban Bocskai (1605-1606) y Gabriel Bethlen (1613-1629)
se produjeron varios alzamientos contra los Habsburgo con el fin de
recuperar todos los territorios húngaros y reunificar el reino, bajo la
tutela del Principado Transilvano y como vasallo de los otomanos. Desde
luego, la repentina muerte de ambos monarcas hizo fracasar tales
empresas, y Hungría continuó dividida en tres partes.


En XVII sig. el seno de las luchas por el dominio de Europa Oriental entre el Imperio otomano y sus rivales se lucharon cinco guerras distintas enfrentando a Polonia y Turquía. En el siglo XVII hubo de cinco guerras polaco-turcas.


Tal era el control del Imperio otomano sobre Transilvania, que
inclusive las campañas militares de los Príncipes transilvanos tenían
que ser aprobadas por el sultán. Durante el gobierno del Príncipe Jorge Rákóczi II (1648-1660) el noble húngaro condujo sus tropas hacia Polonia con el objetivo de luchar por el trono de dicha nación (El Diluvio)).
Esta acción causó la ira del sultán, quien le ordenó al Gran Visir y
pashá de Buda, Mehmed Köprülü, que mandase a los ejércitos tártaros
al servicio de los otomanos para saquear e invadir Transilvania a
manera de castigo. Las hordas tártaras destruyeron gran parte de los
suelos del norte de Transilvania el 2 de noviembre de 1657, mientras el sultán destituía y remplazaba al Príncipe transilvano por uno más obediente.


Más tarde se sucedieron gobernantes húngaros débiles y muy cercanos al sultán que no se atrevieron a desobedecerlo. En 1683, el Príncipe Miguel Apafi I al recibir el comando del sultán avanzó con sus fuerzas hacia Viena uniéndose con los ejércitos otomanos del Gran Visir Kara Mustafá, participando en el asedio de la ciudad. Después de que la batalla resultó en derrota, tanto turcos como transilvanos se retiraron a territorio húngaro. En 1686, cuando el ejército del emperador germánico y rey húngaro Leopoldo I de Habsburgo
entró en territorio húngaro, Miguel Apafi I los asistió en su victoria
cuando la capital húngara de Buda fue retomada por las fuerzas
cristianas.


De inmediato, los turcos fueron barridos fuera de Hungría en los
siguientes años, hasta que abandonaron los territorios transilvanos y el
reino volvió a ser reunificado bajo la figura de los Habsburgo. Se firmó la Paz de Karlowitz en 1699
entre los polacos, germánicos y otomanos, en la que se redefinía la
nueva situación del reino húngaro en el mapa europeo, saliendo de la
esfera de influencia otomana y entrando en la germánica. Tras la muerte
de su padre, el muy joven Príncipe Miguel Apafi II
fue llevado a Viena por el emperador germánico y rey húngaro, ahí lo
invistió con el título de Príncipe del Sacro Imperio y lo hizo renunciar
al de Príncipe de Transilvania. De esta manera, el Principado dejó de
existir y se reabsorbió dentro del Reino húngaro.


Posteriormente entre 1715 y 1718, bajo el reinado del emperador germánico y rey húngaro Carlos VI (1711-1740)
se llevaron a cabo varios ataques otomanos en territorio húngaro, pero
fueron rápidamente repelidos por los ejércitos cristianos. Después de
una serie de enfrentamientos, el sultán otomano Ahmed III y Carlos VI concluyeron firmando el Tratado de Passarowitz en 1718, tras el cual cesaron los ataques otomanos.


Interacción con Europa

Economía


Monedas otomanas de plata, en el Museo Arqueológico de Samsun.
A causa de su ubicación geográfica, los otomanos se convirtieron en
intermediarios imprescindibles de todos los intercambios entre Europa y
el este, sur y sudeste de Asia. Una de las principales ciudades europeas
con la cual los turcos comerciaban era Venecia,
quien se convirtió en el gran centro de importación a Europa del arte
oriental. Además, Venecia era el único puerto histórico donde los buques
mercantes turcos podían arribar en épocas de paz. Hasta 1566, el
Imperio otomano no era tan solo poderoso, sino también próspero, como lo
prueba el superávit anual que se producía en sus arcas. El Imperio era
más o menos económicamente autosuficiente, producía alimentos
aparentemente ilimitados y materia prima en abundancia que los artesanos
autóctonos usaban en la elaboración de productos para el consumo propio
y la exportación; además estableció contactos comerciales con Génova, Florencia y Ragusa.
Gracias al control que mantenía el Imperio en tres continentes y varios
mares, se obtenían asimismo ingresos considerables del transporte,
sobre todo en la ruta de las especias y la seda, desde el noroeste atravesando Oriente Medio hasta el sur de Asia.


Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVI, el imperio otomano
empezó a entrar en crisis. Una de las causas fue el desarrollo económico
exterior. Toda su riqueza creó nuevas necesidades en la clase
dirigente: la preocupación constante de los sultanes fue hacer de su
capital una ciudad sin igual por su esplendor, lo que conllevó un
considerable aumento de población e implicó un incremento en la demanda
de productos. Estos nuevos productos, o bien Oriente no los producía o
la calidad de los occidentales era mejor. Por lo tanto, los otomanos
fueron obligados en cierta medida a abrir su mercado a los productos
extranjeros, lo que fue aprovechado por algunas naciones occidentales
para incluirse en estos procesos de intercambios y vender sus productos7
. Este comercio exterior afectó a largo plazo, porque así muchos
occidentales comenzaron a intervenir en los asuntos internos del Imperio
Otomano.


El declive económico del Imperio otomano después de 1566 era, al
principio, solo relativo comparado con lo que estaba ocurriendo en el
oeste de Europa, donde se produjo una revolución industrial y comercial entre los siglos XV y XVIII que transformó la economía feudal europea, haciendo que los anticuados gremios
desaparecieran de Europa. Como casi todas las zonas en desarrollo del
medievo, el Imperio otomano no experimentó esta revolución. Por el
contrario, sus instituciones industriales y comerciales no se movieron
más allá de sus técnicas manuales y la organización gremial, por lo que
no podían competir con las exportaciones europeas. Aunque pintoresco,
los trabajos tradicionales y los bazares se probaron cada vez más
arcaicos e ineficientes, en comparación con las fábricas modernas y las
compañías comerciales.


Con el paso del tiempo, el capitalismo
dinámico de Occidente no solo hacía parecer más atrasada a la economía,
sino que realmente la transformó y la debilitó. La firma del tratado de
las Capitulaciones, hecha por Solimán en 1535, dio a los franceses el
derecho de comerciar sin trabas dentro de los dominios otomanos. Aunque
este tratado no se hizo desde una posición de debilidad, pues en un
principio fue simple generosidad del sultán, ya que Francia no
representaba nada en el comercio otomano; ésta se fraguó en el siglo
siguiente, cuando el Imperio otomano se encontró en una posición
inferior con relación a la Europa occidental. Además, una inflación en
rápido aumento, que se inició en Europa con el flujo de metales
preciosos provenientes de América,
trastornó la economía del Imperio. Posteriormente, las factorías
occidentales introducían sus productos fabricados en masa a los
territorios otomanos, dejando sin vender su propia producción artesanal e
iniciando el proceso que arruinaría la economía otomana desde 1750
hasta 1850 y que casi destruyó por completo las manufacturas, sobre todo
las textiles. El Imperio otomano era incapaz de seguir el ritmo de
crecimiento económico ni de enfrentarse con la alta inflación europea.


Durante este mismo periodo, holandeses e ingleses consiguieron
clausurar completamente la antigua ruta del comercio internacional que
atravesaba el Oriente Próximo y, consecuentemente, decayeron los
ingresos del Imperio otomano y la prosperidad de sus provincias árabes.
Ya hacia la mitad del siglo XVII, el Imperio otomano, una vez próspero,
estaba bajo una enorme presión económica, como prueba el déficit anual
en las arcas del Estado.


El Imperio otomano no pudo mantener el ritmo de Europa en otros muchos aspectos. Por ejemplo, el capitalismo
evolucionó acompañado del desarrollo de nuevas instituciones políticas,
métodos científicos y tecnología militar. Quizá la innovación más
importante en Europa después del Renacimiento fue la aparición de la idea de Estado como nación,
una unidad política que gradualmente se convirtió en el centro de la
identificación nacional de un pueblo y su lealtad a la nación. El
Imperio otomano, por el contrario, nunca fue una unidad política y
cultural con cohesión durante el periodo de 1600 a 1850, sino que siguió
siendo un conglomerado de distintas religiones y etnias. La identidad
propia y la lealtad estaban concebidas en un margen más estrecho: la
familia o la millet (detalladas más arriba).


Las instituciones educativas y científicas europeas, revitalizadas en el Renacimiento,
fueron superando a las de los otomanos, atascadas en una rutina de
imitación y falta de crítica. La «revolución científica» en Europa no
solo llevó al desarrollo de nuevas infraestructuras completamente
nuevas, sino que también trajo un cambio en el armamento y en las
técnicas de hacer la guerra. Solo un grupo muy reducido de pensadores en
el Imperio otomano se dio cuenta de que su civilización se estaba
quedando a la zaga del desarrollo económico con respecto a Occidente,
tanto en las innovaciones militares como en las instituciones políticas y
económicas.


El surgimiento de Estados fuertes económica y políticamente en Europa
se sumó a un factor de mucha relevancia a la hora de la caída otomana.
El Imperio era una máquina militar que funcionaba a base de guerras
cortas y victoriosas que permitían la expansión territorial, su fuente
de prosperidad. Cuando los otomanos empezaron a encontrarse con
ejércitos mejor preparados y con armas desconocidas, el Imperio llegó a
sus límites de expansión y comenzaron a retroceder. Fue en el siglo XVII
cuando el Imperio otomano empezó a perder territorios a un ritmo
constante en Austria, Rusia
y en otros países europeos expansionistas, territorios que eran
perdidos en largas e infructuosas guerras. Así fue como el Estado
otomano no pudo seguir manteniendo su tesoro público a través de una
máquina militar que consumía más de lo que aportaba, absorbiendo la
mayor parte de los ingresos de los impuestos.


Cultura

La "amenaza turca" fue muy evidente en el siglo XVI, sobre todo después del primer sitio de Viena
(en 1529). El "turco" o el "infiel" para Europa, formaba parte de los
personajes establecidos en las fiestas de la corte y en los
entretenimientos del Renacimiento europeo,
y a través de ellos quedaban fijados en el folclore: "El enemigo de la
cruz era ahora considerado enemigo de Europa, desempeñaba con
naturalidad el papel de enemigo metafísico y lúdico; su presencia se
había convertido en la imaginación colectiva en una figura familiar,
aunque amenazadora"8 .


Los artistas europeos expresaban una ambivalencia con respecto a los
otomanos que representaban: se sentían atraídos por sus aspectos
exteriores; pero al mismo tiempo prevalecía un temor constante ante el
peligro que los turcos representaban para Occidente, tanto por sus
conquistas como por su crueldad. No obstante, la gran fascinación
cultural hacia los turcos se produjo hasta finales del siglo XVII,
cuando los objetos turcos se convirtieron en parte del estilo rococó
y se puso de moda la literatura árabe. Además, fueron introducidos a
Europa, gracias a los turcos, diversos cultivos como el albaricoque o el
melón, y nuevas costumbres, contribuyendo al consumo de café en Europa9 .


Religión

Con respecto a la religión en el Imperio otomano, el Islam
hizo avances durante su periodo de expansión y florecimiento, como el
hecho de haber tenido cierta tolerancia con los cristianos y judíos que
vivían bajo su dominio, llegando incluso a convertirlos en sus
protegidos (dhimmi) bajo tutela islámica y pagando impuestos personales10
. Parte de sus intentos de expansión se debían (además de
consideraciones políticas y económicas) a la idea de una religión
universal que, para llegar a esa universalidad, tenía que hacerse bajo
la ofensiva militar. Para esto había que combatir contra "(los judíos),
frívolos e hipócritas por no tomar en serio a sus propios profetas; (y a
los cristianos) quienes habían falseado al profeta Jesús al convertirlo
en el "hijo de Dios", (ya que para los musulmanes) Dios es Uno, está
completamente solo y no tiene hijo alguno"11


Sin embargo, durante la época de crisis, la jerarquía
islámico-otomana, ahora rígidamente centralizada y burocratizada, parece
haber desempeñado un papel histórico más bien negativo, al menos bajo
la perspectiva de los que intentaron modificar y modernizar las
instituciones otomanas. El ulema
principal mostró e impuso un espíritu de estrechez y rigidez mental.
Por otro lado, la integración de la jerarquía religiosa en la
administración otomana puso a los ulemas en estrecho contacto con la
corrupción que se estaba empezando a expandir entre los recaudadores de
impuestos y otros sirvientes civiles. Más de un dignatario religioso
sucumbió a la tentación de amasar su fortuna personal, desviando los
ingresos, adquiriendo iltizams y usando su dinero para vivir en el lujo.


Como ciertas familias de los ulemas otomanos se convirtieron en algo
así como una aristocracia religiosa, su poder vino a ser social y
económico más que moral. Durante el periodo de declive, la jerarquía
religiosa dentro del Imperio otomano pareció haber renunciado a su
superioridad moral a favor de los sufíes, que continuaron expandiéndose entre 1500 y 1750. La orden Bektashi,
tan extendida entre los jenízaros, empezó a ser identificada con este
cuerpo. Mientras tanto, las órdenes sufíes, más radicales, se dirigían a
las zonas rurales y a las clases más bajas. Muchos ulemas siguieron
condenando actividades como la música, la danza, beber café, fumar
tabaco o hachís, prácticas que aparecieron en el siglo XV y XVI en el
contexto de las ceremonias sufíes. En el siglo XVIII, con muchos de los
ulemas asociados a la corrupción y debilidad del gobierno central
otomano, numerosos sectores de la población miraron a los líderes
populares sufíes en busca de un guía moral.


Guerras en Europa

Artículo principal: Guerras otomanas en Europa


Desde la ocupación de la isla de Rodas (1522), el Mediterráneo
oriental se convirtió en un lago turco, como ya había ocurrido con el
Mar Negro en las décadas anteriores. Las naves dependientes de la Sublime Puerta,
ya sean las oficiales que zarparon de Estambul, como las corsarias que
partían desde Túnez y Argel, generaron un mundo donde la guerra dejaba
de ser un episodio estacional para convertirse en uno permanente a lo
largo de todo el siglo XVI y del XVII. La reacción imperial fue defender
sus costas con el amurallamiento de las ciudades asentadas en sus
límites, renovar los sistemas de vigilancia por medio de torres vigía,
lograr un mayor control de las ciudades conquistadas en el Magreb e intentar aumentar el número de efectivos navales en el Mediterráneo.12 En general, estas fueron los principales medidas militares de los otomanos en relación a Europa.


Decadencia


El pachá turco de Buda recibiendo visitas.
La decadencia otomana comenzó después de la muerte de Solimán el Magnífico, en 1566.
A partir de aquí, una serie de gobernantes ineptos hicieron florecer
las intrigas de palacio, hasta que la acción combinada del sultán Murad IV (o Amurates IV) y de la Casa de Koprulu
motivó una intensa reforma administrativa. Sin embargo, el Imperio
otomano sufrió un serio revés cuando comprometió todos sus recursos en
un nuevo asalto a Viena, que fracasó en 1683
gracias a la ayuda de un ejército compuesto por la mayoría de los
países europeos, excepto Francia, comandado por el rey polaco Juan III Sobieski, que reforzaron la tenaz resistencia de los austriacos cuando ya no podían soportar más, agotados y hambrientos.



El sultán otomano Murad IV.
El Estado otomano era una máquina militar conducida entre 1300 y 1566
por una serie de diez monarcas fuera de lo común. La gran habilidad y
la fuerza demostrada por los sultanes a partir de Osmán (m. 1326) a
Solimán (m. 1566) son el resultado de dos tradiciones: dar a los jóvenes
príncipes otomanos responsabilidades y permitir la sucesión de acuerdo
con el principio de «la supervivencia del más fuerte». Igualmente
notable es la serie de monarcas incompetentes que acompañaron y
contribuyeron al gradual declive del Imperio otomano. La ascensión de
estos monarcas incompetentes, frecuentes durante el siglo XVI, se
atribuye al cambio de estas dos tradiciones. Después de Ahmed I (m. 1617) no se les volvió a dar a los príncipes puestos de responsabilidad; por el contrario, fueron confinados en el harén,
a la sombra de los lujos y la soledad más que de la experiencia y el
reto. Al mismo tiempo se abandonó la costumbre del fratricidio y el
principio de la «supervivencia del más fuerte» se cambió por el de que
el sucesor era el miembro varón de más edad de la familia real otomana,
el que salía vencedor de las maniobras del devşirme y el harén.


Todos estos cambios se arrastraban desde el reinado de Solimán, que,
cansado de las largas campañas militares y de los arduos deberes de la
administración civil centrados en su persona, hizo todo lo que pudo por
apartarse de los asuntos públicos y dedicarse a los placeres del harem.
El puesto de gran visir, ocupado entonces por su amigo Pargalı İbrahim Paşa,
fue reforzado en cuanto a poder e ingresos, llegando incluso a tener el
poder de pedir y obtener obediencia absoluta, privilegio hasta entonces
reservado sólo al sultán. Éste fue el principio del fin, ya que el gran
visir podía desempeñar todas las tareas del Gran Señor, excepto la de
mantener la lealtad y unidad de todos los grupos del Imperio.



Harén turco.
La frecuente ascensión de monarcas incompetentes, junto con la
acumulación de tíos y hermanos en el harén, condujo a numerosas intrigas
de palacio, en gran parte promovidas por los dirigentes de la
administración. Como los sultanes ya no podían dominar a este grupo, era
inevitable que el devşirme controlara a los sultanes y usara la
propia estructura del Imperio otomano para su propio beneficio. La
administración otomana basada en los esclavos, una vez eficiente y con
un sistema de promociones para los más trabajadores y con más talento,
se fragmentó en familias que se implicaban en los negocios más
lucrativos. Estas familias a menudo trababan alianzas con jefes
militares y con personas de influencia en el harén, normalmente las
madres o esposas de los que ostentaban el poder, en la sombra o desde el
trono. Los historiadores otomanos llaman a esa época el «Sultanato de
las mujeres», al que sigue el del «Sultanato de los Agas», el tiempo
durante el cual el cuerpo de los jenízaros empezó a intervenir
directamente en la política. De esta manera, los sultanes comenzaron a
ser mascotas de la política y de los jefes militares. Lo poco que podían
hacer los sultanes para tratar de extender su poder era enfrentar entre
sí a las diferentes facciones para debilitar la figura del gran visir.


La desmembración del ejército y la administración

Durante la segunda mitad del siglo XVII, los jenízaros, los principales soldados profesionales (y permanentes) del Imperio, que hasta ese momento dedicaban toda su vida al ejército y estaban obligados a vivir en celibato,
pidieron y ganaron los derechos al matrimonio, a vivir fuera de sus
cuarteles y a complementar sus salarios cada vez más pequeños con la
adquisición de un oficio o de un iltizam. Después de asegurarse de que sus hijos se pudieran enrolar en el cuerpo, los jenízaros se movilizaron para acabar con el devşhirme (el último fue en 1637), de manera tal que cesó el reclutamiento forzado de niños cristianos pero con ello se aseguró que las familias de la élite militar y política preservaran sus privilegios por generaciones. Al cesar la llegada de la "leva de niños" del devşhirme se eliminaba toda posible competencia para la nueva aristocracia en las filas del ejército y la administración.


A pesar de que el cuerpo de los jenízaros aumentó de 12 000 al
principio del reinado de Solimán a 200 000 allá por el siglo XVII, se
convirtió en una fuerza prácticamente inútil, en tanto sus combatientes
habían convertido sus puestos en hereditarios, y habían relajado su
disciplina militar para dedicar sus energías al comercio, o la intriga política.


Más aún, la política de los sucesivos sultanes
había causado que las rentas del Imperio dependiesen en exceso de las
guerras de expansión, que traían conquistas y saqueos con los cuales se
financiaba el tesoro público. Cuando a mediados del siglo XVII las guerras externas contra Austria, Polonia, y Persia pasaron de ser victoria y botín a convertirse en derrotas y pérdidas territoriales, los jenízaros se desmoralizaron y se negaban a luchar, en tanto al acabar las conquistas triunfales se acababa el botín de guerra,
que constituía el pago por excelencia de los jenízaros. Los jenízaros
también eran reacios a adoptar las armas y técnicas modernas que venían
de Europa,
convencidos durante décadas de su abrumadora superioridad bélica sobre
los demás ejércitos extranjeros (aunque la realidad les mostrase lo
contrario). Así pues, a pesar de la ineptitud militar, los jenízaros se
hicieron cada día más fuertes y osados a la hora de intervenir en
política para prevenir que ningún gobernante les quitara los
privilegios.


Se suma a esta crisis militar la de la administración, caracterizada por el paso de un sistema basado en el mérito a otro sistema de sobornos y mecenazgo, alimentando una corrupción política muy dañina para el Imperio. La inflación, así como las continuas guerras, trajeron como consecuencia que el habitual superávit de las arcas públicas se convirtiera en déficit
año tras año, por lo que los sultanes y sus ministros empezaron a pedir
«regalos» a los que buscaban un puesto en la administración, como medio
para incrementar el tesoro. Quizá los primeros candidatos debían poseer
alguna habilidad, pero con la desaparición del devşhirme, los cargos se destinaban para el pretendiente que aportara el soborno más abundante, independientemente de sus méritos. Desde mediados del siglo XVIII los compradores del iltizam y otros cargos se dispusieron a conseguir beneficios, por ejemplo, subiendo los impuestos todo lo que podían. Fue así como el nepotismo y la corrupción
se extendieron por toda la administración otomana, trayendo
administradores y burócratas profundamente ineptos, salvo excepciones
(como los primeros visires de la familia Köprülü).


Esta decadencia se agravó por el notable aumento de la población del Imperio durante el final del siglo XVI y a través de casi todo el siglo XVII, como parte del desarrollo demográfico general que tuvo lugar en la mayor parte de Europa en el mismo periodo. Como la economía
del Imperio se sustentaba principalmente en la conquista, el botín de
guerra, y los tributos a pueblos conquistados, al cesar los triunfos
bélicos se llegó a una seria crisis pues los medios de subsistencia
tradicional (agricultura y ganadería)
no sólo no aumentaban, sino que disminuían en proporción a las
condiciones políticas y económicas entonces vigentes: el resultado fue
la miseria en las zonas rurales y la aparición de trastornos sociales cada vez mayores.


A esto se suma el mal gobierno de los detentores de timars y los multazims,
demasiado interesados en recuperar sus propias inversiones y conseguir
los máximos beneficios en el menor tiempo posible. Los agricultores que
no podían hacer frente a los altos impuestos,
eran sacados de sus tierras, momento en el que tenían tres
posibilidades: la primera era tornarse trabajadores de alquiler en
grandes fincas de los terratenientes,
formando una nueva clase de campesinos sin tierras; otra opción era
acudir a las ciudades, donde alimentaban las filas de mendigos sin empleo que protagonizarían una serie de severas revueltas urbanas durante el siglo XVII; y la tercera opción para los campesinos desposeídos de sus tierras era unirse a bandas de ladrones, normalmente encabezadas por un antiguo sipahi. Durante el siglo XVII, estas bandas se hicieron comunes en las regiones montañosas de los Balcanes y Anatolia,
financiándose con incursiones a las granjas que todavía eran
productivas. En algunos casos tales bandoleros llegaron a exigir el pago
de impuestos
a los habitantes de la zona y en áreas remotas formaron sus propios
gobiernos regionales, que sustituyeron y desafiaban al del sultán.


En este contexto, con la administración
y el ejército cada vez más corruptos y más débiles, el vasto territorio
perteneciente al Imperio otomano no podía ser controlado con eficiencia
por el gobierno central. Los imperios vecinos, como Austria, e Irán,
se aprovecharon de la debilidad otomana para apoderarse por la fuerza
de todo el territorio que pudieron, destacando Austria, que tras la Paz de Karlowitz de 1699 arrebata a los otomanos importantes territorios en los Balcanes tras la guerra de 1683-1697 y amenaza su primacía en la región. El surgimiento de Rusia como potencia europea en la época del Pedro el Grande trajo al Imperio otomano otra amenaza externa desde un punto nuevo: la orilla norte del mar Negro.


Pérdidas territoriales


Leopoldo I de Habsburgo, emperador germánico, rey húngaro y bohemio.
A todo esto se añadió un nuevo factor de decadencia: la debilidad del
gobierno central llevó a la pérdida de control de la mayoría de las provincias a manos de los gobernantes locales, los beys, que asumieron el control más o menos permanente de grandes distritos, incluso de provincias enteras durante largos períodos. Los beys
pudieron mantener su autoridad no sólo porque el gobierno otomano no
disponía de recursos militares para sujetarlos, sino también por el
apoyo del pueblo, que prefería ser gobernado por tales déspotas locales
que por los corrompidos e incompetentes funcionarios otomanos, llegados
de la lejana Estambul y preocupados sólo por sacar tributos
para sostener el lujo de la corte imperial. A su vez, estos gobernantes
locales fueron capaces de consolidar sus posiciones aprovechando las
fuertes corrientes de nacionalismo local que estaban empezando a surgir entre los diversos grupos étnicos.


Estos jefes locales ejercían un poder casi completo en sus territorios, recaudando los impuestos
imperiales para sí mismos y enviando sólo pagos nominales al gobierno
central, por lo que resultaba muy difícil para la corte del sultán
alimentar a la población de las grandes ciudades que sí dependían del
gobierno imperial. La reacción otomana fue enfrentar a los rebeldes
locales entre sí y aprovechar la influencia de la ayuda de la corte, que
lograba que se siguiera reconociendo la autoridad del sultán,
en tanto que el Tesoro ganaba buenos pagos regulares en moneda o en
especies por parte de los jefes locales. Debido a que gran parte de lo
recaudado iba a parar a manos de los que controlaban el gobierno central
para provecho personal, el Tesoro seguía sufriendo escasez de fondos y
la población de las ciudades soportaba la escasez de alimentos y de
otros productos. Por este motivo, ésta era una masa inquieta, mal
gobernada, anárquica y violenta, que muchas veces linchaba y asesinaba a
los funcionarios de la administración. Los cortesanos del palacio del sultán
no se oponían demasiado a tales ejecuciones, ya que les permitía
conseguir ganancias al otorgar el puesto a otro aspirante con el mejor soborno.


En general, la mayoría de la élite
otomana no veía la necesidad de que el Imperio cambiara para superar
las condiciones críticas de la época, puesto que obtenían beneficios
personales de la corrupción política
existente. Además, la característica básica de la mentalidad otomana
era el completo aislamiento en su esfera y la falta de conciencia de lo
que sucedía allende las fronteras. Europa quedaba fuera de la referencia debido a que la propaganda
de los primeros sultanes había forjado la sincera creencia en la
superioridad absoluta de la sociedad otomana sobre el mundo «de los
infieles» en todos los aspectos. Así pues, los avances que se producían
en Europa en las ciencias, la tecnología, y la administración fueron desconocidos en la esfera otomana, y rechazados frontalmente por las élites si llegaban a difundirse. El único contacto realmente significativo que el Imperio otomano mantenía con Europa existía en el campo de batalla,
y las derrotas bélicas del ejército otomano eran achacadas a un fallo
en el empleo de las técnicas antiguas (que antaño habían propiciado
tantas victorias) más que al hecho de que las tropas otomanas estaban
quedando retrasadas en las técnicas militares con respecto a Europa.


En 1683, el Imperio otomano –ya teniendo entre sus posesiones al reino de Hungría desde 1541– decidió avanzar hacia Viena. De esta manera, se produjo el sitio de Viena, el cual resultó un completo fracaso, puesto que las fuerzas del Sacro Imperio Romano Germánico se aliaron con las de Lorena y la Mancomunidad Polaco-Lituana formando una Santa Liga.
Luego de expulsar a los turcos otomanos de los territorios del Imperio
germánico, varias batallas menores se fueron sucediendo y tras la
iniciativa del emperador germánico y rey húngaro Leopoldo I de Habsburgo, los ejércitos de la Santa Liga avanzaron hacia Buda, la capital del Reino de Hungría
ocupada por los turcos. Por esta razón, muchos nobles europeos se
pusieron al servicio del emperador Leopoldo I, entre ellos el Príncipe Eugenio de Saboya, y tras un largo asedio, se consiguió liberar a Hungría en 1686 y expulsar a los turcos otomanos del reino europeo, que pasó a control germánico.


Estas derrotas sucesivas, sumadas al aislamiento diplomático que
siempre mantuvieron con otras naciones ocupadas y sus vecinos, fueron
varias de las causas que motivaron el declive del Imperio. Bien es
cierto que algunos otomanos rompieron, al menos parcialmente, este
aislamiento durante el siglo XVIII a través de cierto número de canales que se establecieron con Occidente.
Un reducido número de embajadores otomanos fueron enviados para firmar
tratados y participar en negociaciones y, aunque no se quedaban mucho
tiempo, fueron los primeros en comprender algo de lo que pasaba en
Europa. Además, al Imperio otomano llegaban mercaderes, viajeros y
cónsules, por lo que a los otomanos les fue imposible seguir evitando
este contacto, aunque el comercio con el extranjero estaba fuertemente controlado, dominado casi por entero por franceses y venecianos.
Fue poco a poco como las costumbres y saberes europeos empezaron a
entrar entre las clases dirigentes. Hasta cierto punto, esto marca el
comienzo del conocimiento de Europa, pero se trata de un hecho de
alcance limitado, dado que entre las masas permaneció como totalmente
extraño e indeseado, e inclusive las élites desdeñaban el progreso ocurrido fuera de las fronteras del Imperio.



A partir de entonces, los otomanos descubrieron que su poderío militar (basado en la disciplina de la infantería de jenízaros y la caballería sipahi) estaba naufragando ante la extensión masiva de las armas de fuego y la artillería y resolvieron abrirse a la diplomacia occidental. Los comerciantes cristianos de Constantinopla (los fanariotas) se abrieron paso en la administración otomana, lentamente desde el siglo XVI, pero con más empuje desde mediados del siglo XVIII
gracias a mantener sus contactos familiares y comerciales con Europa y
su conocimiento de lenguas extranjeras. Este proceso duró todo el siglo XVIII, pero motivó el surgimiento de la Gran Idea Griega de reemplazar el Imperio otomano por un Imperio griego, aprovechado la creciente importancia de esta minoría étnica dentro de la sociedad otomana.


Los griegos se alzaron en armas en 1821 y obtuvieron su independencia en 1823, pero jamás llegaron a concretar la Gran Idea. Ante la humillación nacional de la independencia griega con apoyo de Gran Bretaña, Rusia y Francia,
los dirigentes otomanos se volvieron más fanáticamente musulmanes que
nunca, y se enredaron irremisiblemente en el juego político de las
potencias coloniales de Occidente, al tiempo que el Imperio sobrevivía a
las sublevaciones que sus propios jóvenes oficiales, educados en el
arte de la guerra occidental, promovían en nombre de esos mismos valores
occidentales que habían recibido. El "hombre enfermo de Europa", como se calificó al Imperio, sobrevivió aún casi cien años más tras la derrota ante Grecia gracias al apoyo de Gran Bretaña (que necesitaba a los otomanos para contrarrestar las ambiciones de Rusia de alcanzar el mar Mediterráneo), y de Francia (ansiosa de competir con la influencia británica pero sin permitir un predominio ruso).


Esto no impidió que los otomanos perdieran virtualmente la administración de Egipto en 1882 cuando el gobierno británico asumió el poder en dicho país para así cobrarse la elevadísima deuda externa del bey de Egipto. Al mismo tiempo, los pueblos cristianos de los Balcanes (Serbia, Rumania, Bulgaria y Albania) se iban independizando uno detrás de otro a lo largo del siglo XIX, con patrocinio directo o indirecto del Imperio ruso.


Restablecimiento y reforma (1789-1914)


El sultán otomano Selim III.
A pesar de los largos siglos de decadencia y descomposición, así como
de las serias derrotas sufridas frente a los enemigos europeos, cuando Selim III (1789-1807) subió al trono, el Imperio todavía comprendía toda la península de los Balcanes al sur del Danubio, toda Anatolia y el mundo árabe desde Irak hasta el norte de África.
La era de reformas del siglo XIX se puede dividir en tres fases
diferentes: A) un periodo de transición y preparación (1789-1826); B) un
periodo de acción intensiva (1826-1876); C) un periodo de culminación,
desde 1876 hasta la Primera Guerra Mundial.


El primer periodo fue inspirado y dirigido por dos sultanes reformadores, Selim III y Mahmud II
(1808-1839), que no fueron más que reformadores tradicionales. Lo
principal de su esfuerzo iba dedicado a purificar, eliminando la
corrupción y el nepotismo en la Administración. Además, crearon unas
fuerzas militares totalmente nuevas, llamadas Nizam-i Cedid,
cuando los continuos reveses militares demostraron la supremacía
europea. Dejaron intactos los antiguos cuerpos, muy hostiles a esta
creación, por lo que ambos sultanes se vieron obligados a limitar su
número, por eficientes que llegaran a ser. Cuando los Nizam-i Cedid provocaron una revuelta de los jenízaros en contra de Selim en 1807, no pudieron evitar ni su derrocamiento, ni impedir su asesinato, ni su propia descomposición. Mahmud II
fue colocado en el trono y tuvieron que pasar muchos años antes de que
se atreviera a restablecer ese cuerpo con un nuevo nombre y emprender la
acción contra los asesinos.


Además del conservadurismo interno y la oposición abierta, Selim y
Mahmud se vieron desviados de su tarea por los continuos peligros
militares que tenían frente a sí. Francia se transformó en enemigo cuando Napoleón Bonaparte invadió Egipto y Siria en 1798. Sólo cuando los franceses fueron arrojados de Egipto en 1802, con apoyo de Gran Bretaña, pudieron restablecerse las relaciones normales entre ambos Estados.


Rusia y Austria constituían una amenaza más constante en los Balcanes, y como resultado de su intervención e influencia surgieron revueltas nacionales contra el Imperio otomano; inicialmente en Serbia, en 1815, y luego una revuelta masiva en Grecia, en 1821,
que progresivamente supusieron la autonomía e independencia de ambas
regiones, que fundaron nuevos Estados. Las amenazas exteriores y la
continua intervención extranjera en los asuntos internos hicieron
extremadamente difícil para estos sultanes emprender reformas
significativas. Además, los jenízaros
eran lo suficientemente fuertes para oponerse a los sultanes, pero no
lo suficiente como para neutralizar los peligros extranjeros.



El sultán otomano Abdülmecit I.

El sultán otomano Murad V.
Como resultado, Mahmud II y sus partidarios llegaron por fin a la
deducción de que nunca conseguirían crear nuevas instituciones militares
si no acababan con las antiguas. Entonces restableció el ejército de
Selim con el nombre de Sekban-i Cedid (1815), los trajo secretamente a Estambul
y esperó a que los jenízaros se rebelaran contra esta decisión. Lo
hicieron, en efecto en 1826, y los hombres de Mahmud bombardearon sus
cuarteles y organizaron una matanza de jenízaros no sólo en Estambul, sino en todo el Imperio. Este hecho, llamado Vaka-i Hayriyye, fue de la mayor importancia, ya que privaba a la clase dirigente de su brazo militar para oponerse a las reformas.


El efecto militar del Vaka-i Hayriyye fue, sin embargo,
desastroso. El antiguo Ejército había sido destruido y no había otro que
ocupara su lugar. Las grandes potencias se aprovecharon de la debilidad
militar del Imperio otomano y obligaron al sultán a aceptar la
independencia griega y la autonomía de Serbia, Valaquia y Moldavia en la conferencia de Londres y en el Tratado de Edirne (1829). El gobernador de Egipto, Mehmet Alí, declaró su independencia virtual, conquistó el sur de Arabia, Siria y la Anatolia sudoriental, además de derrotar al moderno Ejército otomano naciente en la batalla de Konya (21 de diciembre de 1832).


Cuando Gran Bretaña y Francia le retiraron su ayuda, el sultán se vio obligado a firmar el Tratado de Hünkâr Iskelesi (8 de julio de 1833) con el zar,
que colocaba al Imperio otomano bajo una cuasi «protección rusa». Por
fin, en 1833, dado que las potencias europeas no se ponían de acuerdo en
cómo dividir el Imperio y ante el temor a un posible restablecimiento y
fortalecimiento del poder si Mehmed Ali llegaba a Estambul, le
obligaron a retirarse, de modo que salvaron a Mahmud. Pero Mahmud
cometió un error: decidió corresponder a las provocaciones rusas
decretando la yihad, pero el Şeyhülislam lo impidió.[cita requerida] Entonces mandó asaltar[cita requerida] el patriarcado, y el patriarca Gregorio V
fue colgado de la misma puerta de la sede ortodoxa, lo que provocó la
ira de los cristianos ortodoxos y dio lugar al nacimiento del movimiento
helenista. Después de estos acontecimientos, Mahmud pudo hacer las
reformas que formaron la base de las introducidas por el Tanzimat.
Sin embargo, el esfuerzo prematuro de Mahmud por utilizar el nuevo
ejército antes de tiempo resultó en una derrota desastrosa a manos de
los egipcios en la batalla de Nezib (1839). El Imperio fue salvado una vez más por las potencias extranjeras de Europa, y Mahmud murió en la amargura.


De 1839 a 1876 se produjo un período, conocido como la «Época de Tanzimat» que se abrió con el Edicto imperial Tanzimat Fermanı (Edicto de Reformas) también llamado en la historia turca Tanzimat-ı Hayriye
(«Regulación o Legislación beneficiosa»), durante el que se realizaron
una serie de importantes reformas. Gracias a estas, se reconoció la
igualdad a todos los habitantes del Imperio otomano —pasando de una era
de «súbditos» a otra de «ciudadanos»— con derechos y libertades
fundamentales protegidos por la ley, además de conseguirse el
establecimiento de un sistema judicial más independiente que lo
garantizara. El periodo del Tanzimat se extendió a través del gobierno
de dos sultanes, Abdülmecit I (1839-1861) y Abdülaziz I
(1861-1876), ambos hijos de Mahmud II, y culminó con la promulgación de
una Constitución y el establecimiento del Parlamento durante el reinado
de Abdul-Hamid
(1876-1908). El tanzimat fue básicamente el esfuerzo de la clase
dirigente otomana de ese tiempo por preservar su posición privilegiada
tradicional,[cita requerida]
modernizando los instrumentos de gobierno, la administración y el
ejército. Los nombres más importantes de la época de tanzimat fueron Mustafa Reşid Paşa, que sirvió seis veces de sadrazam (gran visir) entre 1839 y su muerte, en 1856, y sus dos protegidos, Ali Paşa y Fuad Paşa.



El sultán otomano Abdülaziz I.

El sultán otomano Abdul Hamid II.
Abdülmecit I (1839-1861) llevó un estilo de vida europeo y fundió las arcas del Estado haciendo reformas. El sultán Abdülaziz I
(1861-1876), pese a los movimientos nacionalistas, mantuvo la apertura
europeísta. Fue el primer mandatario del Imperio otomano que realizó una
visita oficial a un país extranjero, acompañado por dos sobrinos y
futuros sucesores: Abdul Hamid II y Murad V. En 1867 volvió eufórico de Londres
y empezó a gastar toda la hacienda pública para emular lo que había
visto allí. Era un déspota y un tirano que provocó una anarquía
administrativa inimaginable. El Imperio otomano ya estaba en la ruina y
el sadrazam Nedim Paşa tuvo que decretar la suspensión de pagos y de la deuda externa. En 1876 el padişah es depuesto (y asesinado) por un movimiento de carácter nacionalista llamado los Jóvenes Otomanos, encabezados por el gran visir Mithat Paşa.


En 1876 se preparó e introdujo una Constitución en respuesta a las demandas de reforma social de la sociedad otomana, por Midhat Paşa. La promulgación de la Constitución otomana que establecía una monarquía parlamentaria compuesta por dos Cámaras fue obra de Midhat Paşa, quien convenció al nuevo sultán Abdul Hamid II
(1876-1909) al respeto, poco después de su ascensión al trono. Entre
las preocupaciones que llevaron a Abdul Hamid a ceder de esta manera su
poder casi absoluto estaba también la de evitar las presiones e
interferencias de las potencias europeas,[cita requerida] reunidas a la sazón en la Conferencia de Constantinopla.
Con este paso histórico, tanto el sultán como la clase dirigente
otomana se veían ahora sujetos a la suprema autoridad de la
Constitución, pero aun así mucho dependía de la buena voluntad del
sultán, quien logró introducir dos cláusulas que le permitían suspender
el Parlamento,
declarar el estado de sitio en caso de guerra y desterrar a las
personas que actuaban contra la integridad del Estado. Esta última
estipulación se usó contra el mismo Midhat Paşa. En 1877 el sultán
inauguró personalmente el Parlamento, pero a la caída de su sadrazam y con la excusa de la guerra contra Rusia, lo disolvió y llevó a cabo una política reaccionaria hasta 1908.


Crecimiento de la influencia extranjera en el siglo XIX


Mapa del Imperio otomano hacia 1900.
La derrota en la guerra de 1877-1878 contra Rusia, y la pérdida de Bulgaria
como resultado, causó nuevas dificultades al Imperio, mientras que los
esfuerzos por modernizar la administración otomana trajeron nuevas
interferencias de las potencias europeas, que la élite otomana no pudo impedir.


Bajo el pretexto de protección a las minorías religiosas del Imperio (cristianos de toda denominación, y judíos),
los diplomáticos europeos empezaron a exigir cada vez más mayores
concesiones del gobierno otomano, llegando a establecer en ocasiones
derechos de las potencias europeas para utilizar sus propios servicios postales en puertos otomanos, o derechos de extraterritorialidad para sus súbditos, reduciendo la autonomía de las autoridades otomanas en su propio territorio.


La economía
del Imperio, por otra parte, se hallaba bastante saneada pero ello
debido a las masivas inversiones financieras de los extranjeros en el comercio, ferrocarriles, banca, e industrias, por lo cual la corte de Estambul se veía obligada a aceptar las presiones de las potencias europeas de las cuales dependía la economía nacional, mermando su soberanía a efectos prácticos. La balanza comercial era abiertamente deficitaria frente a los extranjeros, en tanto que el valor de las importaciones superaba con creces el valor de la materia prima que era casi el único tipo de producto exportado por el Imperio otomano a fines del siglo XIX. La industria era escasa y concentrada casi únicamente en Estambul, y aun así se hallaba dominada ampliamente por capitales extranjeros.


Para afrontar el grave problema de financiar al Imperio tras décadas
de acelerado descenso en los tributos recaudados, el gobierno otomano
incurrió en una serie de deudas con la banca del resto de Europa a
partir de 1838. En tanto las fuentes de riqueza no aumentaban para
cubrir las urgencias del erario, las deudas se hicieron muy difíciles de
pagar y la situación se agravó tras la guerra de 1877-1878 y el Congreso de Berlín de 1878, que con el Tratado de San Stefano privaba al Imperio de ricas provincias de los Balcanes.


Para evitar la quiebra de las finanzas del sultán -y por ende la bancarrota del Estado mismo- el Imperio otomano se vio obligado a renegociar su deuda externa con la banca europea y así se fundó la Administración de la Deuda Pública Otomana en diciembre de 1881, como entidad que aceptaba una rebaja de la deuda externa otomana de 191 millones de libras esterlinas a 106 millones de libras esterlinas. A cambio, la Administración de la Deuda Pública Otomana
ejercería control sobre gran parte de la recaudación tributaria otomana
y sobre las rentas gubernamentales, privando de esta función a los
funcionarios del sultán, y reduciendo en la práctica la soberanía financiera del Imperio logrando así cobrarse de modo forzoso la pesada deuda externa.



Perdidas territoriales otomanas desde su mayor auge hasta poco antes de su entrada en la Primera Guerra Mundial.
Así, Rusia se erigió en protectora de los cristianos ortodoxos griegos y armenios,
reclamando al Imperio otomano concesiones, derechos extraterritoriales,
permisos de tránsito, y exenciones de tributos para la minoría colocada
bajo su protección. Similar política siguió Francia con los católicos maronitas, lo cual justificó inclusive una intervención armada francesa en Líbano el año 1860. Mientras tanto, Gran Bretaña hacía sentir su influencia alegando la protección de la minoría judía con similares reclamos a los de las potencias anteriores.


Otras potencias europeas mostraban interés en el Imperio otomano como
un mercado para su producción industrial, fuente de materias primas, y
escenario de rivalidades políticas y comerciales. Así, el Imperio alemán
inició un acercamiento político hacia el Imperio otomano pero la
evidente superioridad económica de Alemania provocó que el gobierno
germano también exigiera (y obtuviera) privilegios y prerrogativas similares a las ya obtenidas por británicos, rusos y franceses, compitiendo con éstos por el control de mercados e infraestructura dentro del territorio otomano. Mientras tanto el Imperio austrohúngaro
mantenía su hostilidad contra los otomanos y se esforzaba en eliminar
de modo lento pero indetenible la poca influencia que aún mantenía la
corte del sultán sobre los Balcanes.


De igual manera Grecia (con respaldo ruso y británico) fomentaría movimientos independentistas en Creta y Chipre a fines del siglo XIX,
logrando que los habitantes griegos de esas islas ganasen autonomía
comercial ante el impotente Imperio otomano, al extremo que el Reino de
Grecia lanzó una guerra contra el Imperio en 1897.
Pese a que las tropas otomanas lograron detener exitosamente las
ofensivas griegas, el triunfo no significó el fin de la presión
extranjera sobre el gobierno otomano, pues a las efímeras ambiciones
griegas se sucedieron las ambiciones mucho más amenazantes de Rusia y
Gran Bretaña.


Inclusive el Reino de Italia, económicamente débil frente a sus vecinos europeos, conservaba suficiente fuerza para invadir y conquistar las regiones de Tripolitania y Cirenaica al gobierno otomano en 1911,
mientras la corte de Estambul carecía de medios financieros y bélicos
para impedir que su última posesión en el Norte de África se convirtiera
en una colonia italiana.


Los Jóvenes Turcos


Manifestación pública contra el sultán en el distrito Sultanahmet de Estambul, 1908.
En 1906 se crea un partido en Salónica, los Jóvenes Turcos, formado por oficiales jóvenes del ejército, intelectuales y burócratas, que rechazaban al gobierno de Abdul Hamid II
y presionaban por grandes reformas políticas en el Imperio. El gobierno
prohibió esta asociación, pero la inquina contra el gobierno era tal
que el movimiento se extendió rápidamente, y Abdul Hamid II tuvo que ceder promulgando una nueva constitución y concediendo una amnistía general para los presos y exiliados políticos.


El sultán fundó un cuerpo especial de caballería formado por kurdos, llamado Hamidiye,
y más proyectos que eran un peso enorme para las arcas del Estado, que
cada vez más dependían de los préstamos financieros de las potencias
europeas, que a cambio exigían más concesiones al Imperio. Así, el
Imperio otomano, en el transcurso de sus últimos 20 años de existencia,
fue hipotecándose gradualmente ante los intereses económicos de las
grandes potencias. Ante las agitaciones nacionalistas y terroristas, el
sultán reaccionó mandando asesinar a los rebeldes, aprovechando la
ocasión para realizar las llamadas "Masacres Hamidianas" con el
asesinato de entre 200 000 y 300 000 armenios,
hecho que le valió el apodo de "sultán Rojo" (en alusión a la sangre
derramada). No obstante, el ejército otomano se rebeló pidiendo la
vuelta de la constitución, y aprovechando la situación Austria se anexionó Bosnia-Herzegovina sin que el gobierno de Estambul pudiera oponerse, poniendo fin a la débil presencia otomana en los Balcanes.


Todos estos hechos llevaron al sultán a una crisis institucional y de
popularidad, causando un descontento enorme entre los oficiales jóvenes
del ejército, burócratas e intelectuales, que culpaban al absolutismo
del sultán como causante de la humillación política del Imperio, casi
del todo sometido a las presiones financieras de otras potencias y muy
debilitado para imponer su autoridad en su propio suelo. Ante ello, el
sultán Abdul Hamid II trató de reaccionar deteniendo a los dirigentes de los Jóvenes Turcos pero antes que ello fuera posible el sultán fue vencido por un golpe de estado de los Jóvenes Turcos en julio de 1908, que forzó al sultán a aceptar la Constitución de 1876.


La política de los Jóvenes Turcos se basaba principalmente en el Tanzimat,
pero a pesar de sus intentos no consiguieron transformar radicalmente
los fundamentos sociales y legales del país. Entre 1909 y 1910 llevaron a
cabo varias tentativas de reformas y modernización del Imperio
(servicio militar obligatorio para todos, sufragio universal y educación
popular masiva), pero fatalmente les faltó tiempo de paz para conseguir
la revolución que precisaban.


Final del Imperio


Mehmed V Sultán Otomano durante la primera guerra mundial.

Enver Pasha Primer ministro Otomano,involucro a su país en la Gran Guerra que finalmente colapsaría al imperio.
El sucesor del sultán derrocado fue Mehmet V (1909-1918), a quien su hermano Abdul Hamid II mantuvo prisionero durante 33 años. Lo proclamaron sultán y en los primeros días de su reinado hizo saber a Talat Paşa que no iba a ser una marioneta de los Jóvenes Turcos, que tuvieron que ceder ante el sultán.


Estalla entonces la Primera Guerra Mundial, con el Imperio otomano aliado de Alemania y la Triple Alianza desde diciembre de 1914.
Pese a que el Imperio otomano aún contaba con jefes militares capaces y
talentosos, la mayoría de sus cuadros de jefatura fueron copados por
los Jóvenes Turcos,
ansiosos de incrementar su propio poder y recelosos de los mandos
veteranos del ejército. El desarrollo de la lucha se vio marcado
primeramente por los combates entre tropas otomanas y del Imperio Ruso en las montañas del Cáucaso, donde el mando militar ruso logró detener ofensivas otomanas mal planificadas (como en la batalla de Sarıkamış, enero de 1915, que culminó en un desastre bélico otomano) en la denominada "Campaña del Cáucaso".



Tropas Otomanas durante la Gran Guerra.
A ello respondió el gobierno imperial desde 1915 con una persecución masiva y violenta de súbditos armenios,
acusados de apoyar a Rusia, dando muerte a miles de ellos, deportando a
los sobrevivientes en condiciones inhumanas, y luego concentrar a los
sobrevivientes de las deportaciones en campos de prisioneros sin
alimentos ni abrigo en sitios inhóspitos, episodio considerado
actualmente como "genocidio armenio" que es materia de discusión hasta nuestros días: aunque oficialmente el gobierno de Turquía no niega la muerte de miles de armenios, rehúsa calificarlas de "genocidio", denominación reclamada por Armenia y aceptada en muchas organizaciones internacionales.


Asimismo, deseosos de cimentar la alianza con las Potencias Centrales, los dirigentes Enver Pashá, Ahmed Djemal y Mehmed Talat, colocaron tropas otomanas bajo el mando de generales alemanes como Otto Liman von Sanders, aceptando también "misiones militares" del Imperio alemán para la artillería y la aviación.


La contienda mantuvo al Imperio a la defensiva en todo momento. El sultán Abdul Hamid, en calidad de califa, lanzó una llamada a la Yihad islámica contra la Triple Entente pero sus llamados fueron desoídos por las tribus y clanes guerreros de la Península Arábica, de Siria y del Irak, donde las intrigas de Gran Bretaña y Francia habían logrado sembrar la hostilidad de los clanes locales hacia la autoridad de Estambul. Von Sanders logró frenar una invasión británica de los Dardanelos en la Batalla de Galípoli, mientras que otros generales alemanes como Erich von Falkenhayn y Colmar von der Goltz asumían el mando supremo de las tropas otomanas.


Pese al apoyo germano en dinero, armamento, y jefes militares, las
fuerzas armadas del Imperio se veían en constantes apuros ante el
enemigo, por diversos motivos: control del mando militar por una inepta
élite burocrática (que los Jóvenes Turcos
sostenían en lugar de eliminar), disputas político-étnicas entre
suboficiales y tropas, y comunicaciones e infraestructuras muy pobres
para sostener un esfuerzo bélico serio en un imperio tan vasto. Estas
dificultades se vieron agravadas por la influencia de los "Tres Pashás" (Enver, Djemal y Talat) en decisiones militares, causando gran fastidio entre los asesores alemanes.



Mehmed VI último Sultán Otomano.

Mustafa Kemal. Recordado como el fundador de la República de Turquía.
La evolución de la lucha fue empeorando para el Imperio otomano en todos los frentes, especialmente desde inicios de 1917, aunque en el frente norte la amenaza rusa desapareció con la Revolución de Octubre en noviembre de 1917. En el este, la Campaña de Mesopotamia terminó con un triunfo británico al tomar Bagdad el 11 de marzo de 1917. Más al sur, la Campaña del Sinaí y Palestina contra las tropas de la Commonwealth y la Revuelta Árabe (patrocinada por los británicos) resultaron en derrotas otomanas (caída de Jiddah y La Meca en junio de 1916, pérdida de Jerusalén en diciembre de 1917), hasta que en 1918 las fuerzas otomanas se hallaban en retirada en todos los frentes.


La asistencia alemana se mantuvo pero el mando del Reichsheer debió dar prioridad a la Kaiserschlacht en mayo de 1918, y luego a la Ofensiva de los Cien Días en agosto. Con mermada asistencia germana la situación militar del Imperio otomano empeoró: el Ferrocarril del Hiyaz fue destrozado por los rebeldes árabes en mayo de 1918, mientras británicos y australianos penetraban en Siria tomando Damasco el 1 de octubre de 1918 y Alepo el 25 de octubre. En los Balcanes, la expedición greco-franco-serbia derrotaba a Bulgaria y forzaba al gobierno búlgaro a pedir el armisticio el 29 de septiembre, complicando la situación otomana y convenciendo a los Tres Pashás que la guerra estaba perdida. Tras un ataque naval británico a Estambul, el gobierno otomano aceptó el Armisticio de Mudros el 30 de octubre, retirando sus tropas hacia Anatolia.


Aceptó las mejores condiciones teniendo en cuenta la situación, y los cabecillas de los Jóvenes Turcos,
Cemal, Enver y Talat, huyeron en un submarino alemán evitando su
detención por las irregularidades cometidas durante su gobierno.


Después de la derrota de los Imperios centrales, el Imperio otomano (gravemente socavado por la Rebelión Árabe apoyada por Gran Bretaña) se desplomó en el desorden. El primer presidente de la República de Turquía, Kemal Atatürk, abolió el sultanato en 1922,
dentro de su proceso de reformas y modernización y declaró la renuncia a
la idea imperial, lo que constituyó de hecho el fin del Imperio
otomano.


Gráfico de la historia del Imperio otomano
















































Véase también

Referencias


  • Turchin, Peter; Adams, Jonathan M.; Hall, Thomas D. (December 2006). «East-West Orientation of Historical Empires and Modern States» (PDF). Journal of World-Systems Research XII (II): 219-229. ISSN 1076-156X. Consultado el 11 de febrero de 2013.

    1. de Bunes Ibarra, Miguel Ángel (2006). «La defensa de la cristiandad; las armadas en el Mediterráneo en la Edad Moderna». Cuadernos de Historia Moderna (V): 81. ISSN 0214-4018. Consultado el 12/12/15.

    Bibliografía

    • Veiga, Francesc (2006). «El turco: diez siglos a las puertas de Europa». Editorial Debate, ISBN 978-84-8306-670-6.
    • Dimitri Kitsikis, El Imperio otomano, Fondo de Cultura Económica, México,1989, ISBN 968-16-3334-2
    • Fernando Martínez Laínez, La guerra del turco. España contra el imperio otomano. El choque de dos titanes, EDAF, Madrid, 2010, ISBN 978-84-414-2518-7.
    • De Bunes Ibarra, Miguel Ángel, "El imperio otomano y la república de Turquía: Dos historias para una nación", Debate y perspectivas. Cuadernos de Historia y Ciencias Sociales. No. 2, 2002, 22 pp.
    • Bresc, Henri; Pierre Guichard; Robert Mantran, Europa y el Islam en la Edad Media, Barcelona, Crítica, 2001, 342 pp.
    • Shaw, Stanford, "El imperio otomano y la Turquía Moderna", en Gustav von Grunebaum (compilador), El Islam. Desde la caída de Constantinopla hasta nuestros días, 2 tomos, Madrid, Siglo XXI editores, 1975, 463 pp.
    • Cardini Franco, Nosotros y el Islam. Historia de un malentendido, Barcelona, Crítica, 2002, 232 pp.
    • Goody, Jack, El Islam en Europa, (traducción de Mirta Rosenberg), Barcelona, Editorial Gedisa, 2005, 184 pp.
    • Sloterdijk, Peter, Celo de Dios. Sobre la lucha de los monoteísmos, (Traducción de Isidoro Reguera), Madrid, Siruela, 2011, 170 pp.
    • De Bunes Ibarra, Miguel Ángel, "La defensa de la cristiandad; las armadas en el Mediterráneo en la Edad Moderna" en Cuadernos de Historia Moderna, No. V, 2006, 77-99 pp.

    Enlaces externos


    Otros proyectos


  • de Bunes Ibarra, Miguel Ángel (2002). «El imperio otomano y la república de Turquía: Dos historias para una nación». Debate y Perspectivas. Cuadernos de Historia y Ciencias Sociales (2): 5. Consultado el 12/12/15.


  • Kósa L.(1999). A cultural History of Hungary. Budapest, Hungría: Editorial Corvina.


  • Bresc, Henri; Guichard, Pierre; Mantran, Robert (2001). Europa y el Islam en la Edad Media. Barcelona: Crítica. p. 241. ISBN 9788484321699.


  • Shaw, Stanford (1975). «El imperio otomano y la Turquía Moderna». En Gustave von Grunebaum (compilador). El Islam. Desde la caída de Constantinopla hasta nuestros días II. Madrid: Siglo XXI editores. p. 67. ISBN 9788432301568.


  • Shaw, Stanford (1975). «El imperio otomano y la Turquía moderna». En Gustave von Grunebaum (compilador). El Islam. Desde la caída de Constantinopla hasta nuestros días. Madrid: Siglo XXI editores. p. 66. ISBN 9788432301186.


  • Bresc, Henri; Guichard, Pierre; Mantran, Robert (2001). Europa y el Islam en la Edad Media. Barcelona: Crítica. p. 240-241. ISBN 9788484321699.


  • Cardini, Franco (2002). Nosotros y el Islam: Historia de un malentendido. Barcelona: Crítica. p. 149. ISBN 8484323129.


  • Goody, Jack (2005). El Islam en Europa. trad. Mirta Rosenberg. Barcelona: Gedisa Editorial. p. 84-85. ISBN 9788497840644.


  • Sloterdijk, Peter (2011). Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos. trad. Isidoro Reguera. Madrid: Siruela. p. 52. ISBN 9788498414301. Consultado el 12/12/15.


  • Sloterdijk, Peter (2011). Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos. Trad. Isidoro Reguera. Madrid: Siruela. p. 44-46. ISBN 9788416280230. Consultado el 12/12/15.


  • No hay comentarios:

    Publicar un comentario