La “Mishná” fue recopilada por
Rabí Yehudá Hanashí y sus alumnos como necesidad imperante ya que la “Ley Oral”
perdía su unicidad, y para salvarla Rabí Yehudá Hanashí se tuvo que basar en el
párrafo ¡Et Lahashot La “Hashem” Eferu Torateja!, ¡En momentos de emergencia
sobrepasarán Tu Torá!, ya que la misma Mishná nos enseñó que al igual que los
escritos no se pueden recitar de memoria, entonces, la Ley Oral no debe
escribirse.
Entre las razones por la que
no debe recitarse de memoria un texto de la Torá, encontramos la exactitud de
los escritos y las enseñanzas de las mismas, donde la carencia de una letra o
la repetición de la misma, el uso de sinónimos y la repetición de expresiones,
son la fuente de infinidad de instrucciones. Solamente “lo escrito” y la exigencia por su importancia
fueron el “seguro” que tras miles de años, después de su transmisión y de
centenas de diferentes situaciones como diásporas, persecuciones y decretos, el
Pueblo de Israel puede estar seguro sobre la veracidad de la Torá.
La obligación de “enseñarla”
de transmitirla a las próximas generaciones, pudo realizarse cuando la Torá nos
prohibió escribir la “Ley Oral” por lo que todos los interesados no pudieron
confiar en un legado escrito que se pudiera transmitir por generaciones, sino que
la prohibición de escribirla forzó a tener que enseñarla.
Las diferentes ideas y
opiniones que generalmente encontramos en la Mishná y mucho más en el Talmud no
son la consecuencia de equivocaciones ni de malas enseñanzas de generaciones
anteriores, sino todo lo contrario, son la autenticidad de la pluralidad de la
Torá.
“Setenta caras de la Torá”,
“Shivim Panim La Torá”. El Talmud
en el Tratado de Shabat comparó las enseñanzas de la Torá como el golpe de un
martillo en el hierro, en el que todas las chispas, aunque tomen direcciones
contrarias, provienen de la misma fuente.
Asimismo, todas las enseñanzas, tanto de la Mishná como del Talmud como
de lo expresado por nuestros Sabios en épocas posteriores, aunque nos
parecieran contradictorios, proceden de la misma fuente, y sobre la base de
ellos tienen que ser discutidos y demostrados.
No es posible decidir qué
versión de las “setentas” versiones debemos aceptar o no como verdadera, pues
todas desde el momento en que emanan de la verdad de la Torá, todas
absolutamente todas son verdaderas, sino cual deberá ser la que “obligue” a mi
comportamiento “Halajá” (camino), como nos enseñó la Torá: “Ajarei Rabim
Lehatot”, “Tras la mayoría, la decisión”.
En cada generación “su mayoría”, no la mayoría de los que no saben ni la
mayoría de una casta impuesta, sino la mayoría de los Sabios a la que no
tenemos el derecho de pertenecer, sino que tenemos la obligación de participar:
“Talmud Torá Kenegued Kulam”.
El estudio de la Torá es
comparado con la realización de toda la Torá. “Vedarasta”, “E indagarás”; la obligación de indagar, de no
recibir las palabras de la Torá como axiomas o tabúes.
La Torá no obliga a
realizarnos esa serie de preguntas con respecto a todos sus preceptos: por qué,
de dónde se aprende, cuándo, cómo, etc.
Esa es la base del Talmud, la pregunta como principio y como incentivo
la indagación. “Vedarasta”, “E
indagarás”.
El Talmud
llega a nosotros en un idioma extraño “el arameo”, y muchos intentos de
traducirlo a otros idiomas, como al propio hebreo, resultaron fallidos ya que
el Talmud tiene su propia “neshamá”, que no puede ser trasplantada a ningún
otro lugar, para así poder entender la discusión entre Abayé y Rabá, o entre
las escuelas de Shamai e Hillel, o entre Rabán Gamliel y Rabí Yehoshúa. No es suficiente con saber la
traducción de las palabras y entender el tema, sino que hay que “vivirla”.
Muchas
traducciones se han hecho del Talmud pero ninguna puede sustituir al “estudio
vivo” donde se pierde el concepto de maestro-alumno y donde la discusión lleva
a lo que dijeron Nuestros Sabios: “Mucho aprendí de mis maestros, más de mis
compañeros y mucho más de mis alumnos”.
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