martes, 28 de junio de 2016

Temas de ética judía: Humildad

Temas de ética judía: Humildad










































Humildad


  “A través de la humildad se
intensificará en tu corazón la reverencia a Dios, ya que siempre tendrás
presente de dónde has venido y a dónde estás destinado a ir. Te darás
cuenta de que en la vida eres tan frágil como la larva o el gusano, y
con más razón en la muerte. Es este sentido de la humildad, el que te
recuerda ante Quién serás convocado para el juicio, el Rey
Todopoderoso…”. 






La naturaleza ilusoria de nuestros méritos y logros está perfectamente definida en la sentencia del Kohelet/Eclesiastés "Vanidad de vanidades, todo es vanidad"
(1:2). Es nuestro ego el que no es capaz de discernir que nuestras
potencialidades, cualidades y logros son posibles gracias al Ser.
Presumir de los propios méritos no es más que arrogancia,
envanecimiento. Sé muy muy humilde, puesto que la esperanza del hombre es (ser el pasto de) los gusanos" sentencia Rabí Levitas de Yavné en el Pirké Avot (4:4).
¿Qué nos queda?: La humildad, el despojo de un orgullo cimentado en
cosas vanas. El filósofo y cabalista judeo-español, Rabí Moshé
ben-Maimón (Najmánides, S. XIII) expuso, en una carta remitida desde
Israel a su hijo en Cataluña, uno de los más completos alegatos judíos a
favor de la humildad: “Y ahora hijo
mío, entiende claramente que aquel que tiene arrogancia en su corazón
hacia otros hombres se rebela contra la soberanía del Cielo, porque se
está glorificando a sí mismo con las vestiduras propias de el Hacedor,
ya que está escrito que ‘El Eterno reina, y Él viste el manto de la
grandeza’. Porque en realidad, ¿de qué debería estar orgulloso el
hombre? Si posee riqueza, es Dios quien lo hace próspero. Si ostenta
honores, ¿no pertenece a Dios el honor? Tal como está escrito: ‘La
riqueza y el honor provienen de Ti’, ¿cómo puede alguien glorificarse a
sí mismo con el honor de su Creador? Si se enorgullece de su sabiduría,
hazle entender que Dios puede quitarle el habla a los más competentes y
despojar de la sabiduría a los ancianos. De tal manera, todos los
hombres están en pie de igualdad frente a su Creador
”.



Se cuenta que Rabí Yonatán Aibeshitz (Polonia, S. XVIII) tenía por
costumbre buscar entre todos los concentrados en la sinagoga para las
plegarias de Yom Kipur, a algún piadoso que rezara con el corazón
quebrado, y con toda la concentración e intención posible. Por fin
encontró a un judío que sacudía su cuerpo con exaltación y que con
lágrimas en los ojos repetía: "vasija de barro soy ante Ti en vida y con mayor razón así seré en la muerte". Era
tal su fervor que Rabí Yonatán quedó convencido de su humildad, por lo
que se ubicó a su lado. Al día siguiente, durante las plegarias
matutinas, volvió Rabí Yonatán a colocarse junto al piadoso, que
continuaba con aquella admirable actitud. Cuando llegó la hora de la
lectura de la Torá llamaron a otro judío antes que al “humilde piadoso”
para que subiera a la lectura. En ese instante éste se irguió en cólera,
gritando: ¿Cómo que él antes
que yo?! ¿Acaso él es más importante o más sabio que yo? ¡Mi familia es
más ilustre que la suya!’. A Rabí Yonatán le costaba creer lo que oían
sus oídos. Así que se atrevió a preguntarle: “No entiendo, hace un
instante usted lloraba con humildad por la fragilidad de su existencia
¿cómo es posible que ahora dispute por conseguir honores?” “¿Pero Qué
está diciendo?’, le replicó aquel hombre. “¿Con quién hablaba yo? Con
Dios. ¡A su lado no soy más que tierra, pero comparado con 
ése soy mucho más importante! 



Esta anécdota de la literatura rabínica nos hace comprender, por un
lado, cuán importante es para el Judaísmo la virtud de la humildad y,
por otro, lo difícil que es lograrla. La Biblia, el Talmud, los grandes
sabios del judaísmo, han apreciado siempre el valor de la humildad,
quizás precisamente porque son conscientes de la debilidad humana,
propensa al orgullo, a la soberbia, a la vanidad. Decimos con constancia
que amamos a Dios, que amamos a la Humanidad, pero amar al vecino, eso
ya es otra cosa. Si practico la humildad tengo que descartar parte de mi
personalidad, tratar de anular mi “yo” jactancioso, entonces ¿qué
quedará de mi “ego”? La respuesta, dentro del Judaísmo, está en la
entrega reverencial a Dios. Quien se entrega honestamente al Ser,
entrega su “yo” y sabrá refinar sus defectos de carácter. Además, será
consciente que no hay forma de amar a Dios sin amar y respetar a sus
criaturas, entre los que estamos los seres humanos. El Profeta
Yirmiyahu/Jeremías revela: “Así dice el
Eterno: Que el sabio no se gloríe de su sabiduría, que el fuerte no se
gloríe de su fuerza ni el rico se gloríe de su riqueza. Quien se gloría,
que se gloríe de esto: de comprender y de conocerme. Porque Yo Soy el
Eterno que obra con compasión, justicia y rectitud en la tierra

(9:22-23). A fin de cuentas, tanto la sabiduría, como la fuerza y la
riqueza, provienen de El Creador. Ser humilde nos obliga a elevarnos por
sobre nuestras ambiciones egoístas para obrar correctamente, por
razones justas. ¿Qué nos lo impide? Posiblemente lo que los demás puedan
pensar o creer de nosotros, así como las constantes preocupaciones
materiales e inútiles que nos rodean y que influyen sobre nuestro
carácter, creándonos inseguridad o haciéndonos sentir menos que el
prójimo si no conducimos el coche de moda o no compramos lo que la
publicidad nos hace ver como la panacea para la felicidad. Es la falta
de humildad lo que nos impele a ser y a actuar como los demás.



Existen varios “midrashim”, esto
es, enseñanzas y comentarios ejemplares que buscan facilitar la
comprensión de la Torá, que nos ilustran sobre el valor de la humildad,
partiendo precisamente de Dios. Uno de ellos explica por qué la Torá
empezó por la letra “Bet” (la segunda letra del alfabeto hebreo) con la palabra “Bereshit” (Al Principio…) y no con la “Alef
(la primera letra). Explica que las letras del alfabeto empezaron a
discutir entre ellas, cada una tratando de ensalzar sus cualidades, para
ser merecedoras de iniciar la Torá. La única letra que se mantuvo en
una postura humilde y silenciosa fue la Bet. Por ello fue escogida por Dios para encabezarla. Siguiendo esta misma línea de pensamiento, el Meam Loez (conjunto
de escritos religiosos recopilados durante el siglo XVIII, obra maestra
de la literatura judeo-española) destaca que es preciso imitar la
virtud humilde que emana del Ser Supremo, quien escogió iniciar la Torá
precisamente con la palabra Bereshit, en vez de con su propio nombre. Afirma, además, que la humildad es la base hacia la obtención de los demás atributos morales.



Otro Midrash similar parte del versículo "Y Dios habló a Moisés en el Desierto de Sinai",
para preguntarse: ¿Por qué la Torá fue entregada en el desierto? La
respuesta está en que el desierto es un lugar vacío, nada llamativo,
silencioso. Esto significa que la Torá no puede ser recibida si no en un
lugar lo suficientemente vacío, igual que el hombre, que debe estar
dispuesto a desocupar espacio interior para albergarla; en un espacio
silencioso, para que pueda escucharse; y en un espacio humilde, sin
pretensiones. Otro tanto se relata del Monte de Sinay, que fue escogido
por Dios, debido también a que no era una montaña que descollaba, sino,
por el contrario, humilde. Con estos Midrashim los
sabios judíos pretenden demostrar que solo a través de la humildad se
adquiere la Torá. Su estudio entero exige modestia y humildad.



¿Por qué fue destruida la Torre de Babel, según nos relata el Génesis? Está escrito: “Entonces
se dijeron entre ellos: Fabriquemos ladrillos cociéndolos al fuego… Y
dijeron: Edifiquemos una ciudad y una torre con la cúspide en los
cielos, y hagámonos un nombre, por si nos desperdigamos por toda la haz
de la tierra."
 (11:3-4). Los sabios judíos interpretan que no fue
la construcción de la ciudad ni la fabricación de ladrillos lo que les
acarreó el castigo (la confusión de las lenguas). Por el contrario, si
Dios entregó al hombre la condición de la inteligencia, fue para que la
utilizara, para que fuera creativo y colaborara en la gran obra de la
Creación. La condena les llegó por su soberbia: quisieron ser famosos,
llegar materialmente a lo más alto. Fue la falta de humildad lo que el
Ser quiso condenar.



Ahora bien, el judaísmo no ve a la humildad como una actitud de
apocamiento y baja autoestima, o una postura sumisa y falta de ánimo. No
es encorvarse de hombros sino ser conscientes de nuestras limitaciones y
carencias; en ser objetivos con uno mismo y con relación a los demás y,
de esta forma, actuar a conciencia. Ello quiere decir que no por ser
humilde debemos rechazar nuestros talentos y capacidades. Si poseo el
potencial de ser líder, mi misión será la de liderar; pero si soy
consciente de que carezco de tales condiciones, o que hay quien posea
mayores capacidades de liderazgo, debo dejar el camino despejado para
que otro tome el lugar que le corresponde. Es decir, la humildad estriba
en ser suficientemente sabios para aceptar nuestro nivel evolutivo y
ser capaces de admitir los errores. Al conocernos a nosotros mismos
rechazamos el temor a sentir que no valemos nada y aprendemos a crecer, a
perdonarnos y a perdonar a nuestros semejantes más rápidamente. Y si
por nuestros méritos estamos llamados a dirigir o crear o inventar,
habremos de hacerlo sin esperar, a cambio, recompensa personal.



Para comprender mejor esta postura en el judaísmo en cuanto a la
humildad, conviene examinar los actos de dos protagonistas fundamentales
de la Torá: del Patriarca Abraham, el primer hebreo, y del gran Guía,
Maestro y Profeta Moshé/Moisés.



El cuarto libro de la Torá (Bemidbar/Números) destaca la humildad como la cualidad más apreciada en Moshé: “Mas el hombre Moisés era muy humilde (modesto), más que todo hombre que hay sobre la faz de la tierra” (12 :3).
¿Por qué esta distinción? Cuando Dios le propone la misión de redimir a
los Hijos de Israel de la esclavitud, Moshé no quiere aceptarla, varias
veces la rechaza, pues no se siente capacitado para llevarla a cabo. “Quién
soy yo para ir al faraón y librar a los Hijos de Israel de Egipto… no
soy hombre con facilidad de palabras… envía, por favor, a quien debas
enviar…
” (Shemot/Éxodo 3-4).
Sin embargo, cuando toma conciencia que la responsabilidad recae sobre
él, Moshé se llena de valor, energía y coraje, y emprende con decisión
una ardua labor de liderazgo como pocas. Aún así reconoce sus
limitaciones, y admite que en esta monumental obra precisará de consejos
y ayuda: escucha las recomendaciones de su suegro Yitró/Jetró;
acepta la autoridad de su hermano Aharón en asuntos del culto y el
sacerdocio; reconoce varias veces su incapacidad de responder a
interrogantes diversas sin la ayuda del Todopoderoso; él, antes que
cualquiera, reconoce que su obra es de tal envergadura, que sería
imposible llevarla a cabo sin la colaboración de un concejo de sabios y
otros dirigentes: “Yo no puedo cargar solo con todo este pueblo. Es demasiada carga para mí
(Bemidbar/Números 11:14). A pesar de ello, cumple con fortaleza e
integridad la misión que se le ha encomendado. Precisamente la humildad
de su corazón es lo que alimentaba su fortaleza espiritual para
conservar sus acciones, pensamientos y emociones de forma equilibrada y
en una continua conexión con la Divinidad. De esta manera la actitud
humilde de Moshé queda como paradigma para generaciones venideras.



La exégesis y literatura rabínica están llenas de midrashim que interpretan y complementa la humildad de Moisés. Así, por ejemplo, en el Baal Haturim se comenta que cuando Moshé escribió los dictados del Pentateuco, quiso omitir la letra "Alef" al final de la palabra Vayikrá (nombre
en hebreo del tercer libro, Levítico, y que significa ‘y llamó’). ¿Por
qué? Porque al prescindir de esta letra, la palabra se leería “Vaikar”,
que podría significar fortuito, esto es, que Dios se le apareció y lo
llamó de manera casual, no por sus méritos. Finalmente, para no omitir
letra alguna dictada por el Todopoderoso, escribió la Alef más pequeña que el resto de las letras, y así aparece en la Biblia hebrea hasta el día de hoy. Otro ejemplo de humildad.



También Abraham se ha convertido para las generaciones en símbolo de
humildad. Frente a Dios su conducta humilde puede ser comprensible. Pero
también frente a los hombres Abraham mantiene su modesta actitud.
Cuando en el Bereshit/Génesis
aparecen frente a sus tiendas tres hombres, al calor del día, éste deja
lo que está haciendo, que es precisamente conversar con El Ser Supremo,
para salir apresuradamente a recibirlos (en tres versículos se utilizan
cuatro veces vocablos que indican presteza, rapidez). ¿Y cómo lo hace?
Postrándose rostro a tierra ante ellos, y mas que diciéndoles,
rogándoles: “Señores míos, si he hallado gracia a vuestros ojos, os ruego no paséis de largo de vuestro servidor
(18:3). ¿Quién sirve a quién? Su humildad le hace comprender que servir
a extraños y ser hospitalario es una misión ineluctable (más aún cuando
estos personajes vendrían de una larga caminata por el desierto, en
cuya entrada Abraham plantó encinas y estableció sus tiendas). El Pirké Avot enfatiza esta virtud de Abraham al expresar: “Todo
el que posea las siguientes cualidades es discípulo de Abraham y el que
posea los defectos contrarios, discípulo de Bilham": ojo benevolente,
humildad y sencillez…
” (Capítulo 5, Mishná 19).
Rabí Obadia de Bartenura (comentarista de la Mishná en Jerusalem, siglo
XV) explica que “con buenos ojos” significa no envidiar la propiedad
ajena, puesto que así exclamó Abraham después de liberar al rey de Sedom/Sodoma: "Ni un hilo ni un cordón tomaré de todo lo que es tuyo". La Humildad queda patente en Abraham cuando así se expresó ante Dios al intentar evitar la destrucción de Sodoma: "…Y yo soy polvo y ceniza". Sencillez y prudencia se hacen evidentes cuando le dijo a su mujer Saray (Sará): “He aquí que ahora sé que eres una mujer de hermoso aspecto”. Por el contrario, la envidia, la soberbia y la codicia son opuestas al legado de Abraham el Patriarca.



Además de la Biblia, la liturgia, la literatura rabínica y en especial el Talmud(*),
subrayan la virtud de la humildad. Constantemente se advierte al ser
humano que no confíe demasiado en sus propios éxitos o méritos, puesto
que ello da pie a actitudes de engreimiento y soberbia. Las mismas
plegarias matutinas judías lo pone en evidencia: “Soberano
de los mundos, no son nuestros méritos ni actos de justicia por lo que
podemos alegar piedad ante Ti, sino por tu infinita misericordia… ¿Qué
somos? ¿Cuál es nuestra vida, nuestra compasión, cuál nuestra justicia,
nuestro poder, nuestra valentía?... En verdad hasta los más poderosos
son como la nada ante Ti, y los hombres de fama son como si nunca
hubieran existido, y los sabios, vacíos de conocimiento; los
inteligentes, sin entendimiento. Sus acciones son nulas, y su existencia
vana ante Ti. El hombre no tiene ventaja ni siquiera sobre el animal,
porque todo es vanidad
”. El Talmud puntualiza que entre los diez grados de perfección moral, la humildad se sitúa lo más alto (Avodá Zará 20b). Es la mayor expresión de Reverencia. Rambam/Maimónides, por ejemplo, enseña que "La humildad, esta pura cualidad, es la más sublime de todas las virtudes admirables".
Incluso él, que busca y promueve el “sendero del medio” para todos los
actos, en cuanto a la humildad especifica que no puede haber término
medio. No existe la modestia parcial; o se es o no se es humilde. Sólo
quien haya adquirido un cúmulo de conocimientos, afirma, es capaz de
reconocer la magnitud de lo que aún le queda por conocer, como un
horizonte que se ve más lejano con cada paso recorrido. Por el
contrario, el falso orgullo es el enemigo mortal del aprendizaje.



Con relación al estudio toda la exégesis judía deja claro que el
auténtico sabio es aquél que reconoce que no sabe y está sediento de más
estudio, más conocimiento y reflexión. Es más, quien quiere aprender
debe ser por necesidad humilde, ya que la humildad le hace entender en
perspectiva su falta de conocimientos. Solo si abre su corazón y su
mente a ese “vacío”, lo podrá llenar con la mejor de las enseñanzas. Más
aún, la humildad es requisito indispensable del verdadero aprendiz, del
verdadero discípulo, pues mucha de la disciplina de éste deberá estar
basada en la conciencia de lo limitado de su conocimiento para,
precisamente, en razón de esta carencia, buscar activamente llenarse de
él. “El que aprende de su prójimo un solo capítulo, una sola sentencia, … o incluso una sola letra”, dice Pirké Avot, “debe
honrarle. Éste es el caso de David, Rey de Israel, que no aprendió más
de dos cosas de Ajitofel, y sin embargo lo llamó maestro, consejero y
amigo
” (6:mishná 3).



Terminemos estas reflexiones con otra anécdota ejemplar: El Rav/Rabino
Simja Bunim de Pshisja (Europa siglo XIX) siempre llevaba consigo dos
papelitos - uno en el bolsillo derecho y otro en el izquierdo. Uno tenía
impresa la frase Talmúdica, "El mundo entero fue creado sólo para mí" (Sanedrín 38a). En el otro estaban grabadas las palabras de Abraham, "Soy tan sólo polvo y cenizas"
(Bereshit/Génesis 18:27). Eso le ayudaba a reflexionar que hay momentos
para dar un paso hacia delante, y otros en los que hay que dar un paso
hacia atrás.



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(*)Tanto
el TANAJ/Biblia como el Talmud enuncian numerosas referencias en torno a
la virtud de la humildad y a las consecuencias del orgullo y la
vanidad. Me referiré a dos textos bíblicos en los que algunos
comentaristas rabínicos aprecian alusiones directas a la humildad y a
las consecuencias que surgen por su omisión. Uno es el relato referente
Yiftaj/Jefté,
en el libro de Shoftim/Juces (11:1-40). Yiftaj, hijo de prostituta y
repudiado por su familia, se convirtió en Juez y defensor de Israel,
inspirado por el espíritu Divino. En su lucha contra los amonitas, hizo
un voto a Dios: “
Si
me das la victoria sobre los hijos de Amón, lo que salga de las puertas
de mi casa a recibirme cuando yo regrese en paz de la batalla, te lo
ofreceré en holocausto
.
(30-31)”. Fue su única hija la que salió a recibirlo. El desgarró
entonces sus vestiduras y cumplió su promesa, entregándola en
sacrificio, luego de de permitirle que fuera a llorar la desgracia de
morir virgen. Fuera de la terrible imprudencia de pronunciar un
juramento sin pensar en las consecuencias y de la incongruencia de dar
prioridad a un juramento por sobre la preservación de la vida, los
sabios rabinos se preguntan el por qué tuvo que morir la hija de Yiftaj,
si existía la posibilidad de que el 
Cohén/Sacerdote
anulara el voto. He aquí las conclusiones a las que llegan: por la
falta de humildad, tanto de Yiftaj, el Juez, como de Pinjás, el Cohén.
La arrogancia paralizó a ambos. Para Yiftaj, el Juez de Israel, sería
una humillación tener que rebajarse pidiendo clemencia ante Pinjás. Y
otro tanto ocurrió con éste que, siendo Sumo Sacerdote, creyó que no le
correspondía “humillarse” dando él el primer paso. El Midrash condena a
ambos por igual: Pinjás fue despojado del espíritu Divino, y el otro
tuvo que soportar una muerte lenta. Éste es el corolario al que quieren
llegar los exégetas: Un dirigente debe tener en cuenta el sentido de la
proporción, reconocer sus carencias, y trabajar comprometidamente y con
humildad, junto con los otros responsables. Poder y humildad no son
incompatibles, son complementarios.




El relato de Yov/Job,
en los Hagiógrafos, aunque con otro sentido, posee también
connotaciones relativas a la humildad. En este argumento definitivamente
didáctico, Yov es un hombre justo y temeroso de Dios, quien lo había
bendecido con numerosa descendencia y cuantiosos bienes. A fin de poner a
prueba su espíritu virtuoso, el Eterno permite a Satán que lo abrume
con infortunios y aflicciones. Así, Yov pierde a sus hijos, a sus bienes
y queda sumido en la miseria y con terribles enfermedades. Pero Yov
acepta resignadamente su infortunio (Le contesta a su mujer: “
Si aceptamos los bienes que Dios nos envía, ¿por qué no vamos a aceptar también los males?
(2:10)) . Sus amigos le dan a entender que éste habrá tenido que
cometer alguna grave transgresión, pues Dios premia y castiga según los
actos cometidos en vida. Finalmente Yov se defiende y se queja
apesadumbradamente de sus desgracias, que no comprende, pues sabe que
sus actos siempre han sido los correctos. Pero Elihu le quiere hacer ver
el valor educativo y disciplinario de los sufrimientos, ya que la
misión de éstos es la de fortalecer la virtud y, por tanto, instruir a
los hombres. No es el ser humano quien decide el tiempo y la forma en
que Dios debe manifestar su justicia. Ante el Ser Supremo no le queda al
hombre más que postrarse en sumisión, pues no puede pedirle cuentas;
las acciones Divinas son un misterio para la mente humana. A pesar de
todo Yov manifiesta su última confianza en el Ser, a quien ve, a pesar
de todos los sufrimientos, como su amigo y defensor. Finalmente el
propio Eterno aparece en escena, reprendiendo a Yov por sus quejas y por
no haber aceptado su voluntad. Le recrimina el que haya querido
atribuirse el papel de Juez, que le corresponde a Dios: “…
pero
tú estás saturado del juicio del inicuo, a quien hostigan el juicio y
la justicia. Ten cuidado de la ira, no sea que te pierda tu soberbia y
no te pueda librar ningún rescate. ¿Te servirán de algo tus riquezas que
no tienen límites¿ ¿O todos los recursos de tu poder?”
 (36:17-19).
Le hace ver que también los alegatos de sus amigos son impropios, pues
Él, en su infinita omnipresencia, pone a prueba el corazón de sus hijos
para otorgarle aún más bendiciones. Por tanto, restituye a Yov su
antigua felicidad y lo colma grandemente de bendiciones. 




¿Cuál es la lección sobre la humildad
que se podría aprender con este relato? Que Yov tuvo que pasar por la
más grande humillación para que aprendiera la humildad. En el capítulo
40 está escrito: “
Arroja
de ti los furores de tu ira. Mira a todo engreído de soberbia y
abátele. Observa a cada uno que exhibe arrogancia y póstrale; y
quebranta a los orgullosos y malvados allí donde estén”
 (11-13)Y en el capítulo 5 se puntualiza claramente: “(Dios) eleva a las alturas a quienes están abajo (los humildes) y los afligidos son exaltados a lugar seguro” (11).



Sirvan también estos ejemplos de versículos o máximas extraídos de los textos judíos:



Del Talmud:



La razón por la cual al Cohén
Gadol/Sumo Sacerdote no se le permitía oficiar con sus prendas de oro en
Yom Kipur/Día de la Expiación era para que fuera evocada la humildad
(Yoma VII). 




A través de la humildad se alejará la calumnia. (Ar.15a)



Cinco hombres fueron grandemente
dotados por la Gracia Divina, pero el orgullo fue su ruina: Sansón la
padeció por su fuerza; Saúl, por su estatura; Absalom, a través de sus
cabellos; Asa, a través de sus pies, y Zedekias, a través de los ojos
(So
ah 10 bis).



Hillel dijo: "Mi humildad es mi grandeza, y mi grandeza es mi humildad" (Lev. R. i.).



No vendrá el Mashiaj/Mesías hasta que no haya cesado el orgullo en Israel (Sanh. 98).



El hombre altivo, aunque sabio, perderá su poder de la profecía (Pes. 6b). 



El envanecimiento contamina la tierra (Sotah 4b).



La humildad es tan importante como la sabiduría y el temor a Dios (Derek Erez, Ammán VIII).



No se debe olvidar que la mosca fue creada antes que el hombre (Sanh. 38; Tan., Shemini, 9).



Jojanán ben Zakkai solía decir: "Si
has adquirido mucho conocimiento de la Torá, no debes adjudicarte a ti
mismo el orgullo" (ii Ab.. 8; Sanh).




Sé flexible como la caña, porque el conocimiento sólo se logra con humildad" (Derek Erez Zua viii. 1). 



Quien se humilla por cuenta de la Torá, en última instancia será elevado a través de ella (Derej Erets).



Así como las aguas en su curso tienen
por objeto las tierras bajas y no el terreno elevado, también las
palabras de la Torá se realizarán sólo entre aquellos dotados de un
espíritu humilde (Ta'an. 7).




De los Tehilim/Salmos:



18: 27: Tú salvas a los humildes, pero humillas a los orgullosos.



147: 6: El Señor levanta a los humildes, pero humilla por completo a los malvados. 



149: 4: Porque el Señor se complace en su pueblo; da a los humildes el honor de la victoria. 



De Mishlei/Proverbios:



15:33: El honrar al Señor instruye en la sabiduría; para recibir honores, primero hay que ser humilde.



18:12: Tras el orgullo viene el fracaso; tras la humildad, la prosperidad.



De los Profetas:



Shemuel/Samuel 1, 2:7 7: El Eterno da la pobreza y la riqueza, humilla y también enaltece.



Yishayahu/Isaías 2: 11-12: Los
orgullosos tendrán que bajar la vista; los altaneros se verán
humillados. Tan sólo el Eterno mostrará su grandeza en aquel día, el día
en que el Señor Todopoderoso actúe contra todo hombre orgulloso y
soberbio, contra todo hombre altanero, para someterlo. 




Yishayahu/Isaías 5:15: La gente quedará totalmente humillada; los orgullosos tendrán que bajar los ojos. 



Yishayahu/Isaías 13:11: El Señor dice: …“ Voy a terminar con la altanería de los orgullosos, y a humillar a los soberbios e insolentes”. 



Yishayahu/Isaías 26:5-6:  Él
hace caer a los orgullosos y humilla a la ciudad soberbia derribándola
hasta el suelo, para que los humildes y los pobres la pisoteen con sus
pies.




Yishayahu/Isaías 57:15: Yo
habito en una altura santa, pero estoy con el contrito y humillado,
para reavivar los espíritus de los humildes, para reavivar los corazones
contritos.




De la Torá:



Vayicrá/Levítico 26:19: Haré pedazos vuestro necio orgullo.



Devarim/Deuteronomio 8:12-14: Cuando
hayáis comido y estéis satisfechos, y viváis en las buenas casas que
hayáis construido, y veáis que vuestras vacas y ovejas han aumentado, lo
mismo que vuestro oro y vuestra plata y todas vuestros propiedades, no
os llenéis de orgullo ni os olvidéis del Señor vuestro Dios, que os sacó
de Egipto, donde erais esclavos.
               










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