combates de la casa de José, 1-12, y a quien se
atribuye un reparto del territorio que no llevó él a
cabo ni se realizó de una vez, 13-21. El libro concluye
con la despedida y la muerte de Josué, 23; 24 29-31;
de este modo, él es, del principio al fin, su personaje
principal. Los Padres han reconocido en él una
prefiguración de Jesús: no sólo lleva el mismo nombre,
Salvador, sino que el paso del Jordán, que, con él al
frente, da entrada en la Tierra Prometida, es el tipo del
bautismo en Jesús, que nos da acceso a Dios, y la
conquista y el reparto del territorio son la imagen de
las victorias y de la expansión de la Iglesia.
Esta tierra de Canaán es, con toda evidencia, en las
limitadas perspectivas del AT, el verdadero tema del
libro: el pueblo, que había encontrado a su Dios en el
desierto, recibe ahora su tierra, y la recibe de su Dios.
Porque quien ha combatido en favor de los israelitas,
23 3-10; 24 11-12, y les ha dado en herencia el país
que había prometido a los Padres, 23 5, 14, es Yahvé.
El libro de los Jueces comprende tres partes
desiguales: a) una introducción, 1 1 - 2 5; b) el cuerpo
del libro, 2 6 - 16 31; c) adiciones que narran la
migración de los danitas, con la fundación del
santuario de Dan, 17-18, y la guerra contra Benjamín
en castigo del crimen de Guibeá, 19-21.
La introducción actual al libro, 1 1 - 2 5, en realidad
no le pertenece: se ha dicho a propósito del libro de
Josué que era otro cuadro de la conquista y sus
resultados, considerado desde un punto de vista de los
de Judá. Su inserción ha ocasionado la repetición en 2
6-10 de informaciones acerca de la muerte y la
sepultura de Josué que se habían dado ya en Jos 24
29-31.
La historia de los Jueces se refiere en la parte central,
2 6 - 16 31. Los modernos distinguen seis grandes
jueces, Otniel, Ehúd, Barac (y Débora), Gedeón, Jefté
y Sansón, cuyos hechos se refieren de una manera más
o menos detallada, y seis menores, Sangar, 3 31, Tolá
y Yaír, 10 1-15, Ibsán, Elón y Abdón, 12 8-15, que
solamente son objeto de breves menciones. Pero esta
distinción no se hace en el texto; hay una diferencia
mucho mayor entre los dos grupos, y el título común de
jueces que se les da es el resultado de la composición
del libro, que ha reunido elementos extraños entre sí
en un principio. Los grandes jueces son héroes
libertadores; su origen, su carácter y su acción varían
mucho, pero todos poseen un rasgo común: han
recibido una gracia especial, un carisma, han sido
especialmente elegidos por Dios para una misión de
salvación.
Sus historias fueron narradas primero oralmente, en
formas variadas, e incorporaron elementos diversos.
Finalmente, fueron reunidas en un libro de los
libertadores, compuesto en el reino del Norte en la
primera parte de la época monárquica. Abarcaba la
historia de Ehúd, la de Barac y Débora, quizá alterada
ya por el relato de Jos 11, referente a Yabín de Jasor,
la historia de Gedeón-Yerubaal, a lo que se añadió el
episodio de la realeza de Abimélec, la historia de Jefté
ampliada con la de su hija. Se recogieron dos antiguas
piezas poéticas, el Cántico de Débora, 5, que es un
duplicado del relato en prosa, 4, y el apólogo de Jotán,
9 7-15, dirigido contra la realeza de Abimélec. Los
héroes de algunas tribus se convertían en este libro en
figuras nacionales que habían dirigido las guerras de
Yahvé para todo Israel. Los jueces menores, Tolá,
Yaír, Ibsán, Elón, Abdón, proceden de una tradición
diferente. No se les atribuye ningún acto salvador,
solamente se dan informaciones acerca de sus
orígenes, su familia y el lugar de su sepultura, y se dice
que han juzgado a Israel durante un número de años
preciso y variable. Conforme al uso diverso del verbo
s?ft., juzgar, en las lenguas semíticas del Oeste,
emparentadas con el hebreo, en Mari en el s. XVIII
a.C., y en Ugarit en el s. XIII, y hasta en los textos
fenicios y púnicos de la época grecorromana (los
sufetes de Cartago), estos jueces no sólo administran
justicia, sino que gobiernan. Su autoridad no se
extendía más allá de su ciudad o de su distrito. Fue
una institución política intermedia entre el régimen
tribal y el régimen monárquico. Los primeros
redactores deuteronomistas poseían informes
auténticos de estos jueces, pero extendieron su poder a
todo Israel y los ordenaron en sucesión cronológica.
Trasladaron su título a los héroes del libro de los
libertadores, que de ese modo se convirtieron en jueces
de Israel. Jefté servía de lazo de unión entre los dos
grupos: había sido un libertador, pero también había
sido juez; se sabían, y se dan a propósito de él los
mismos datos, 11 1-2; 12 7, que a propósito de los
jueces menores, entre los cuales se incrusta su historia.
Con ellos se equiparó también una figura que
primitivamente nada tenía que ver con ninguno de los
dos grupos: el singular héroe danita Sansón, que no
había sido ni libertador ni juez, pero cuyas hazañas
contra los filisteos se narraban en Judá, 13-16. Se
añadió en la lista a Otniel, 3 7-11, que pertenece a la
época de la conquista, ver Jos 14 16-19; Jc 1 12-15, y
más adelante a Sangar, 3 31, que ni siquiera era
israelita, ver Jc 5 6, así se alcanzaba la cifra de doce,
simbólica de todo Israel. Fue también la redacción
deuteronomista la que puso al libro su marco
cronológico: conservando los datos auténticos sobre
los jueces menores, fue intercalando en los relatos
indicaciones convencionales en que se repiten las
cifras de 40, duración de una generación, o su múltiplo
80, o su mitad 20, en un esfuerzo por alcanzar un total
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