martes, 19 de julio de 2016

ENTERRAR A LOS MUERTOS

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ENTERRAR A LOS MUERTOS
José A. Barrio Loza
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El Panteón honorífico de los Mártires de los Sitios de Bilbao en la actualidad.
L
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ENTERRAR A LOS MUERTOS
José A. Barrio Loza
Enterrar, introducir a los cadáveres de los humanos bajo tierra, es una de las obras de Misericordia,
un acto que la Iglesia siempre entendió como meritorio y caritativo, ampliamente implantado en la
tradición cristiana. El cuerpo, después de muerto, se inhuma, vuelve a la tierra, donde se descom-
pone y se convierte en polvo; esa es la tradición judía y también la cristiana.
No hay que olvidar que, dicho muy en resumen, el cristianismo inicial absorbió los usos y costumbres (judí-
as y paganas) de los pueblos por donde se iba extendiendo. Lejos de inventar ritos nuevos, modificó sólo los
que se oponían a su propia doctrina. Así, las reuniones comunitarias se celebran en los primeros tiempos sin
repugnancias en las sinagogas, o edificios muy similares. Tampoco optan por un tipo de sepultura distinto al
de la tradición judaica, que las situaba en los entornos de las poblaciones, en tumbas excavadas y selladas.
Dos ejemplos de primerísima época serían los de Lázaro y de Jesús, inhumados, el segundo en una cueva
que se selló con una losa.
Esta era la tradición natural judeo-cristiana de los primeros tiempos. Ahora bien, cuando el cristianismo entró
en contacto con culturas que practicaban otros tipos de ritos funerarios, la cremación, por ejemplo, contraria
a su doctrina, se generaría una dialéctica, y la triunfante sería la de que el cuerpo habría de conservarse inhu-
mándolo, como soporte que había sido de lo que no muere, que es el alma. Tampoco cabe duda de que el
tipo de sepultura fue ajeno a los condicionamientos históricos, las persecuciones, por ejemplo, y que, al correr
de los tiempos, fueron apareciendo nuevos tipos de sepultura, siempre de inhumación, sobre todo desde la
libertad de la Iglesia en el siglo IV.
En torno a esta opción de la inhumación y también de la cremación de los romanos, se ha generado una enor-
me cantidad de manifestaciones artísticas a lo largo de veinte siglos. Constituye un capítulo muy agradecido de
la historia del Arte, al que la Arqueología cristiana (paleocristiana) aplica sus propios métodos científicos de inves-
tigación y análisis1. Sus consecuencias llegan hasta hoy mismo, y en este sentido se explica este artículo.
3
1
Entre una abundantísima bibliografía; algunos
libros, todos clásicos, que constituyen simple-
mente una aproximación, consultados por mí a
la hora de redactar estas líneas han sido los
siguientes: IÑIGUEZ, J.A.: Síntesis de Arqueo-
logía cristiana, Madrid, 1977, KIRSCHBAUM,
E; JUNYENT, E. y VIVES, J.: La tumba de San
Pedro y las catacumbas romanas, Madrid, 1954
y CRIPPA, M. A. et ALII: El arte paleocristiano,
Barcelona 1998. Por su parte, los estudios de
arqueología cristiana medieval superabundan,
resultando muy difícil estar al día respecto de
las excavaciones y análisis de las necrópolis
altomedievales excavadas en roquedos, con
sepulturas antropomorfas, de lajas, en bañera,
etc. Evidentemente, la sepultura ha proporcio-
nado y sigue proporcionando muchos datos a
los historiadores.
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CEMENTERIOS EN LOS PÓRTICOS
Y ENCAJONADOS DENTRO DE LAS IGLESIAS
Superadas las persecuciones tras las leyes de Teodosio, los despojos de los cristianos procuraron
acogerse durante siglos –cuando hubo ocasión– a los lugares donde descansaban los mártires, o
sea las basílicas martiriales, bien en su interior bien en torno a sus muros, en superficie o en pozo,
bajo techo o a la intemperie, sitas en poblado o fuera de poblado.
Y esa fue durante muchos siglos la tradición cristiana,
más en el área mediterránea que en la anglosajona:
enterrar dentro de los templos o en su periferia en
fosas en lo que los romanos llamaban cementerio,
cubierto o descubierto. Desde luego, contraviniendo
las leyes eclesiásticas, que prohibían, salvo en conta-
das ocasiones, inhumar cadáveres en el interior de los
templos2. Pues bien, la excepción acabaría por con-
vertirse en norma y todo el mundo, inclusive los legos,
o sea los no eclesiásticos, procuró granjearse una fosa
sepulcral en el interior de las iglesias o en necrópolis
en su entorno, o en algún mogote pétreo cercano. Y
además de manera prácticamente oficial3.
Pongamos el caso de Bilbao. Por restos arqueológicos
primero y por documentos escritos después, sabemos
que desde el siglo XIV se sepultaba en el interior y
exterior de la iglesia de Santiago, hoy Catedral. Y
luego en otras iglesias y templos de la Villa. Y que se
llevaba una relación –incluso gráfica, un mapa– de las
sepulturas, que éstas se vendían y que las parroquias
disponían siempre de algunas propias donde enterrar
a los sacerdotes y también a los pobres.
4
2
En el contexto hispano, el I Concilio de Braga
(año 561), ya contenía prohibiciones al respec-
to. Y luego otros, hasta el siglo XVI, incluso.
3
Cf. el último párrafo de la nota 1.
4
Este asunto del reparto de sepulturas en el
nuevo Santiago de Bilbao en el siglo XIV y las
fosas del templo anterior aparecidas en las
excavaciones fueron estudiadas por varios
autores en el libro Catedral de Santiago.
Bilbao, Bilbao, 2000, siendo de mucho prove-
cho los artículos firmados por GARCIA CAMI-
NO, I.: “Los orígenes de la Iglesia de Santiago
de Bilbao” (pp.61-80) y de MUÑIZ PETRALAN-
DA, J.: “La escultura funeraria” (pp.139-154).
Alguno de ellos corrige datos proporcionados
por LABAYRU, J. E.: Historia general del
Señorío de Bizcaya, Bilbao, 1971, vol. II, pp.
443 y 853-854 y vol. III pp.19-32 respecto de
los repartos de 1379 y 1402, respectivamente,
de sepulturas en el templo bilbaíno.
Relación de sepulturas de la Parroquia de Santiago en 1379.
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Una muestra de la gestión de
los enterramientos eran los
mapas de sepulturas. Otra el
de los “encajonados” que, de
alguna manera, se conser-
van aún. No debía de ser
asunto baladí el de los repar-
tos de sepulturas dentro de
los templos, pues cuando en
1379 quisieron hacerlo en
Santiago de Bilbao nombra-
ron una comisión de exper-
tos –personas socialmente
destacadas– que las tasó. Si
lo hacen en esa fecha es
porque coincide con una ree-
dificación de la misma tras
un incendio. En efecto, cada
vez que se hacía un “ensan-
chamiento” de un templo
había que realizar un nuevo
reparto de fosas4.
Los encajonados eran las
sepulturas comunes, llanas
y familiares, seguramente
revestidas de alguna digni-
dad ya que supuestamente
estaban dispuestas con
regularidad y cubiertas con
losas o tapas. Desde luego,
siguiendo con el ejemplo de
Santiago más protegidas y
seguramente más dignas
Encajonado de sepulturas de la parroquia de San Antón de Bilbao durante las excavaciones realizadas en el templo.
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que las que estaban dispuestas, por incapacidad física, en sus dos cementerios (pórticos exteriores) del
Norte y del Sur. Pero menos nobles que las de doce o catorce familias que se acogían a los espacios aco-
tados de las capillas privativas abiertas a las naves laterales o incluso a la girola y zócalo del presbiterio.
Y lo mismo ocurría en los conventos bilbaínos de La Encarnación y otros, en cuyos muros se abrieron arco-
solios de función funeraria con “carneras” o sepulcros, a veces de porte monumental.
Si extendemos el asunto al resto de Bizkaia, los
Libros de Fábrica de las parroquias registran
muchos encajonados, obras de envergadura para
las economías rurales, puesto que el “cajón” se
hace con ladrillo o losas, como también las tapas,
aunque pueden ser también de madera (Zenarruza,
Meñaka). Cuando en el año 2000 se restauró la
catedral de Bilbao se procuró respetar el sentido
cementerial del interior del templo. Databa del año
1716, arrasando con la distribución anterior. Las
fosas –las “rencadas de fuesas”– tenían una profun-
didad de unos 75 cms. Y estaban definidas por
losas y ladrillos, siendo pétreas las tapas. Solían ser
éstas de tres piezas, una con la ranura para la llave.
El encajonado de otra iglesia de Bilbao, la de San
Antón data del año 1726, que también se ha procu-
rado reproducir en la nueva restauración, como el
de San Miguel de Elejabeitia.
No en Bilbao sino por otros lugares (Goikolexea,
Lezama, Galdakao) conozco discusiones y protes-
tas de los feligreses en torno a las sepulturas: que
una cierta sepultura se elevaba algo sobre el pavi-
mento estorbando el paso de las procesiones
dominicales, que la iglesia parroquial debía
ampliarse porque al no caber dentro todos los
cadáveres, en las sepulturas de los pórticos que-
daban los huesos al descubierto y a merced de las
6
Arcosolio del matrimonio Arbieto-Salinas en la capilla de San Antón de la
catedral de Bilbao (1504).
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alimañas, que había mucho desorden y abusos en los asuntos del reparto y reconocimiento de sepulturas,
etc. También conozco las envidias de algunos por no haber logrado un lugar preeminente dentro del templo,
ya que las sepulturas que se adquirían mediante subasta, es decir a diferentes precios, etc.
Seguramente detrás de todas las protestas subyace un igualitarismo imposible siempre. La elección del lugar
de la sepultura en conventos e iglesias y la propia forma física de la sepultura se entendieron durante siglos
como asuntos nada inesenciales5. Y a este respecto, lo que resulta también muy evidente es que el paisaje
sepulcral de un templo no es más que un reflejo de la vida social de la feligresía-ciudad. Distinguirse respec-
to de la sepultura fue asunto que preocupó mucho, y en momentos clave de la vida del cristiano como el tes-
tamento, donde siempre se alude a ella. La sepultura, el lugar y la forma del enterrorio, la última morada dicho
más poéticamente, preocupó mucho en Bilbao durante siglos, no faltando graves contiendas entre vecinos
sobre “preferencias” de la sepultura familiar. Son asuntos sociales, en los que no entro, como tampoco en la
contravención de las normas emanadas de la capital diocesana, Calahorra, al respecto.
LOS CEMENTERIOS EXTRA-ECCLESIAM
Extra ecclesiam o “circum ecclesiam” porque en numerosas ocasiones es justamente alrededor de
los templos donde se establecerán las necrópolis6. El origen de este modelo de inhumación en
necrópolis colectivas fuera de las iglesias y templos, y de poblado en general, es mucho menos anti-
guo de lo que pueda suponerse pues arranca en el siglo XVIII en su segunda mitad, no cristalizando, inclu-
so, hasta el XIX. La idea parte de una nueva cultura denominada Ilustración, que entendió desde muy pron-
to que la costumbre de enterrar dentro de las iglesias y ciudades iba contra la historia y contra uno de los
pensamientos que con más ahínco predicaba: el higienismo. Y en ello se empeñará, a ello dedicará muchos
esfuerzos, como digo, el reformismo ilustrado. Cuando cuaje, constituirá una de las expresiones más propias
de la sensibilidad reformista.
Y cuajar no cuajaría ni en España, ni en País Vasco, ni en Bilbao sino después de mucho tiempo y de sosla-
yarse innumerables obstáculos. Médicos (Bruno Fernández, Pérez Escolar, Buendía), eruditos (Ponz), obis-
pos (Climent, el obispo de Orihuela), casi más bien se diría que predicaron en el desierto porque estaba muy
acendrada la tradición de la sepultura en las iglesias. Eso sin contar con que se jugaban muchos intereses
económicos: los precios de las sepulturas.
7
5
Respecto a la importancia que tuvo la elección
de sepultura en general es muy recomendable
la lectura del trabajo de ORLANDIS, J: “Sobre
la elección de sepultura en la España medie-
val”. Anuario de historia del derecho español,
20 (1950) pp. 5-49.
6
La publicación de GONZALEZ, A: “El cemente-
rio español en los siglos XVIII y XIX” en Archivo
Español de Arte, tomo XLIII (1970) es una
excelente aportación sobre estos asuntos del
establecimiento (o restablecimiento, mejor) de
las necrópolis “extra ecclesiam”. Pero, ade-
más, me han sido de mucha utilidad el libro de
BERMEJO, C.: Arte y arquitectura funeraria.
Los cementerios de Asturias, Cantabria y
Vizcaya (1787-1936), Oviedo, 1998, que ofrece
información específica sobre Bilbao. Y también
todas las aportaciones, –que son muchas– de
SAGUAR QUER, C. Por ejemplo el artículo
“Carlos III y el restablecimiento de los cemen-
terios fuera de poblado”, Revista Fragmentos,
nº s.12 a 14 (1988).
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Algunas de las primeras ideas sobre la no idoneidad de los cementerios parroquiales en su interior o en sus
atrios arrancan en Europa ya andado el siglo XVIII. Así, en París se encarga en 1737 un informe sobre la
salubridad de las sepulturas. Pero hasta 1763, unos años después de la gran mortandad de parisinos del año
1749, no se toman medidas precisas, y las primeras parecen más bien simples parches: la sustitución, mejo-
ra, de las sepulturas tradicionales por otras con condiciones más adecuadas. Total, que hasta 1780 no se
clausura uno de los cementerios más importantes, el de Los Inválidos.
Para entonces, en España ya se había experimentado con algún que otro cementerio en el campo, precisa-
mente aprovechando la coyuntura de la construcción de nuevas poblaciones en Sierra Morena y provincias
de Jaén y Córdoba (Plan Olavide). Y así se entiende la formulación de cementerio rural en La Carlota (1769),
por ejemplo. A los pocos años (1784), en otra ciudad nueva, La Granja (Segovia), donde la familia real tenía
una residencia veraniega, se construye otro cementerio extra ecclesiam, dotándole de reglamento de funcio-
namiento, etc.
Acababa de ocurrir un suceso que esgrimieron los autoridades como razón urgente para acelerar la política de
los cementerios fuera de los templos: el ocurrido en Pasajes (Guipúzcoa) en 1781, con una gran mortandad (83
cadáveres) debida a un contagio. Tal acumulación de despojos generó en su templo un “fedor intolerable”.
Ni lo de La Carlota ni de La Granja, proyectos oficiales, diríamos, serían apenas imitados pero cuando menos
la idea había ya calado en quien tenía el poder, la Corona, que no tardaría (3 de Abril de 1787) en disponer
una Real Cédula al respecto. Así, la disposición 3ª proponía que las poblaciones construyeran necrópolis en
el campo, que se aprovecharan lugares ventilados y que –por economía– se aprovecharan viejas ermitas
para que sirvieran de capillas. No decía nada, en cambio, de algo esencial: cómo se financiaba, sobre quien
recaería la responsabilidad de su ejecución y mantenimiento, en quien recaía la propiedad de los nuevos
camposantos, etc. (Aparte de otros asuntos sobre jurisdicciones).
Al final, fue un fracaso: la Real Cédula se recibió en todos los regimientos pero, en Bizkaia, que se sepa, no
hubo respuesta efectiva. Y no la habrá hasta mucho después y tras no simples recomendaciones sino de muy
graves prohibiciones y amenazas.
Tras la Cédula de Carlos III, llega en 5 de Junio de 1804 la Circular de Carlos IV, muy parecida pero más explí-
cita, que también queda en agua de borrajas –si bien en ese año se gestiona el Cementerio Norte de Madrid–
y, por fin el Decreto de José Bonaparte, (28 de noviembre 1808), que ya es otra cosa, ordenando que la obliga-
ción de construir en Madrid tres cementerios se extienda a toda España. Así que van a ser los “intrusos” quie-
nes tomen cartas en el asunto para enderezarlo y los corregidores quienes obliguen a no enterrar más que en
el campo, haciendo responsables a los curas de las parroquias y alcaldes de las poblaciones bajo amenaza de
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juicios criminales. Una cuestión de Estado esta de construir necrópolis extra ecclesiam en la que, en el caso de
Bilbao, intervienen José Bonaparte, barón Thouvenot, general Buquet y comisario Vildósola.
De esa manera tan brutal y traumática para los ciudadanos es como se restablecían las antiquísimas necró-
polis fuera de poblado pero, al decir de Almarza, obispo de Calahorra en 1814, fue poco efectivo el Decreto
bonapartista porque nada más irse los invasores, aquello que se había obedecido a regañadientes volvió a
la situación anterior, desenterrándose los cadáveres inhumados fuera de las iglesias para volver a enterrar-
los en ellas7. Incluso, se manejan datos de que en 1857 aún había en España 2.655 parroquias o pueblos
sin cementerio.
EL CEMENTERIO DE SAN FRANCISCO
No sería ese el caso de Bilbao pues consta que en 1808 se obedecieron las órdenes de Bonaparte,
clausurándose los cementerios de los viejos templos bilbaínos –lo que hicieran en Deusto,
Abando y Begoña no hace al caso aquí–, abriéndose un cementerio rural, provisional, particular
y capaz, con pago de aranceles a las parroquias bilbaínas de donde provenían los cadáveres. Se establecía
al otro lado de La Ría, en la huerta del convento de San Francisco.
Rehecho en plan monumental, perduró unos cuantos años, no muchos. Previamente, el médico titular de
Bilbao, D. Diego de Bances, había aprobado la idoneidad del lugar, como el arquitecto Agustín Humaran
medido el paraje, con capacidad para unas 2.350 sepulturas.
Pero lo que nos importa más ahora es constatar que la idea del higienismo, las ciertas ventajas que se iban
viendo a las sepulturas fuera de las iglesias, seguían avanzando en las conciencias, reconociéndose un gran
impulso en la creación en 1817, con Fernando VII, de las Juntas de Sanidad de las poblaciones. De quedar
algo claro, que sea esto: al menos teóricamente, dentro del casco de Bilbao no se volvería a enterrar desde
Noviembre de 1808. O sea que las ideas y términos de la “salud pública” y la “pública salubridad” que tanto
abundan en la documentación que he manejado, estuvieron vigentes en Bilbao casi desde el principio. Bilbao
al fin y al cabo era una población ilustrada.
El interés del regimiento de Bilbao por instalar un cementerio general y público en unos terrenos que el
Marqués de Valmediano tenía en la jurisdicción de Begoña databa del año 1817 o antes, incluso. Pero
9
7
LABAYRU, J.E.: Op.cit. tomo VIII; pp. 36-37.
En España, sobre este asunto del restableci-
miento de los cementerios fuera de las iglesias
y sus fracasos de primera hora se ha tratado
bastante. A mí me, aparte de lo referido en la
nota 6, me ha sido de mucha utilidad la lectura
de un artículo de JOSE LUIS GALAN CABILLA
“Madrid y los cementerios del siglo XVIII”, en
EQUIPO MADRID: Carlos III, Madrid y la
Ilustración, Madrid, 1988 pp.255-295. Está car-
gado de reflexiones contundentes y objetivas,
tanto de aspectos económicos –uno de los
“quid” de la cuestión– como culturales y mora-
les de la población. Es muy recomendable.
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nada se resolvió, interesándose, en cambio, el concejo (años 1821-1822) por la adjudicación de la huerta
franciscana citada, nombrando comisionados y encargando planos al arquitecto Agustín de Humaran para
que proyectara una necrópolis que adecentara el feo aspecto que la conventual-privada precedente debía
de ofrecer8.
En 1822 disponía pues ya el ayuntamiento del plano y alzado del Cementerio de San Francisco pero nada
se hacía, urgiendo cuatro años después unos ciudadanos a que se rematasen las obras para que las pudie-
se seguir su tracista (que tenía ya sesenta años). Previamente, el 15 de abril de 1826, se había firmado un
convenio entre PP. Franciscanos y Ayuntamiento sobre la ocupación de los terrenos de la huerta9.
Los frailes franciscanos quedaban satisfechos porque el nuevo cementerio planteado en su huerta cedía
algo de espacio a ésta y a otras instalaciones. Pero faltaban por resolver asuntos de índole económica, de
servicios, honras fúnebres y demás. Y otros asuntos como quién pudiera enterrarse en esa necrópolis y
quién no, etc. Por prolijo lo paso casi de largo, pero no sin apreciar que el cabildo religioso de Bilbao se sin-
tió afectado en sus intereses, y que el camposanto de San Francisco no se hubiera construido nunca si el
concejo bilbaíno no hubiera apelado a Madrid. Un dictamen del Consejo de Castilla de 6 de Noviembre de
1827 concluía que se permitía que en Bilbao hubiese dos cementerios, uno éste particular de San Francisco
y el otro el general y público que se proyectaba en Mallona; y que, en principio, todo el que quisiera podía
sepultarse en el primero, pero pagando religiosamente los cánones a sus respectivas parroquias. Luego
cambiarían algo las cosas, no faltando protestas, ni recelos y disputas con el cabildo de Bilbao, muy celo-
so sobre asuntos de jurisdicciones, económicos y demás10.
El Cementerio de San Francisco diseñado por Humaran sería bastante efímero, y no ha dejado, más testi-
monios que el gráfico del plano del proyecto de construcción y el literario de un artículo del año 1928 de Fr.
Juan RUIZ DE LARRINAGA11. Lo estudian CENICACELAYA, J. y SALOÑA, I.12, y a ese tipo de necrópolis
porticadas, a las que pertenecerá también Mallona, les dediqué un artículo13. Tanto San Francisco como
Mallona, y después Abadiano, Elorrio y otros, constituyen camposantos de mucha importancia patrimonial
–todos ellos neoclásicos–, muy lejos de las soluciones un tanto empíricas de muchas parroquias del País
Vasco francés, a veces también del País Vasco español (Lezama, Goikolexea), y de no pocas de Castilla,
que apenas despegan de sus muros los nuevos cementerios (Villasandino y Oña-Burgos) e, incluso, los aco-
gen en los jardines de sus claustros (Sasamón-Burgos).
En el texto anunciado arriba de RUIZ DE LARRINAGA se describe así el cementerio: “Asimismo era gran-
de el camposanto que se construyó a raíz del trienio Constitucional (1820-1823) al que se penetraba por un
amplio vestíbulo frontero a la puerta de la iglesia. Sobre el dintel del mismo en letras negras de gran tama-
ño se leía esta inscripción: ¿UBI POSUISTIS EAM?...VENI ET VIDE y en la tapia exterior en una lápida que
10 8
El plano de Humaran es el que publican CENI-
CACELAYA, J. y SALOÑA, I. (Vd. infra nota 12).
Se conserva en el Archivo Municipal de Bilbao
–A.M.B–, custodiado en el Archivo Foral de
Bizkaia-A.F.B. (Secc. Planos, 0186) .Aparte de
la firma de Agustín Humaran, aparece también
la de Régil (su dibujante); lleva fecha de 13 de
Julio de 1822. El plano principal, en cartón, mide
103 x 63 cm. y lleva otro complementario (0187)
de la zona del vestíbulo, también delineado por
Régil. Aparte de estos dos planos de Humaran,
hay que reseñar un tercero (Signatura 0185) fir-
mado por Antonio de Goycoechea el 12 de
Febrero de 1826, y aprobado por la R. A. de San
Fernando a 6 de Junio de 1826. El cementerio
que el bermeano planteaba era también portica-
do pero mucho menos alargado que el de
Humaran, y de pilastras dóricas. Menos lujoso y
solemne, sin duda. Sobre algunos pasos del ori-
gen de este cementerio de San Francisco da
también noticia LABAYRU, J.E. Op.cit. Tomo
VIII. Mono-grafía 23; pp. 330-335.
9
A.M.B.(En A.F.B.) Secc. Antigua,0292/002/001.
10
Ibidem. Cfr. queja de Santiago de Uríbarri del
30 de Abril de 1830.
11
RUIZ DE LARRINAGA, Fr. J.: “La tradición
artística de la provincia franciscana de
Cantabria” en Homenaje a C. Echegaray, San
Sebastián, 1928, pp. 441-442.
12
CENICACELAYA, J. y SALOÑA, I.: Arquitectura
neoclásica en el País Vasco, Bilbao, 1990,
p. 356. Alaban su concepción y que sea el pri-
mer ejemplo de camposanto porticado conoci-
do en el País Vasco.
13
BARRIO, J. A.: “El viejo camposanto neoclási-
co de Mallona, en Bilbao” en Letras de Deusto,
nº 41 (1988) pp. 107-124. Una descripción anti-
gua, es decir anterior a la ampliación de 1867,
puede leerse en DELMAS, J. E.: Guía históri-
co-descriptiva del viajero en el Señorío de
Vizcaya, Bilbao, 1864, pp. 45-46. Ya apunta la
autoría de Juan Bautista Belaunzaran.
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Plano de planta y alzado del Cementerio de San Francisco. Agustín de Humarán (1822).
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servía de base a una pequeña cruz de piedra esta otra: REINANDO FERNANDO VII CAMPOSANTO PAR-
TICULAR DE SAN FRANCISCO CONSTRUIDO DE REAL ORDEN DE S. M. Y A EXPENSAS DE VARIOS
DEVOTOS”.
La descripción, que coincide bien con el plano conservado se olvida de lo esencial, de las galerías sobre
columnas dóricas de 29x7 tramos que definían el jardín. Este se parcelaba en ocho parterres y las crujías
acogían cuatro pisos de nichos. Allí había también sepulturas enlosadas. El espacio elegido era muy alarga-
do (22x106 m.) en perpendicular al eje de la iglesia conventual, por los pies de la misma.
La capilla de la necrópolis, como también lo sería la de Mallona y otras neoclásicas vascas (Larrabetzu,
Aldeacueva, Bermeo, Ajangiz, Nabarniz, Mutriku, Aramaio) era de tipo centrado con un excelente pórtico dís-
tilo en su entrada y unos volúmenes rígidamente maclados unos a otros. Por supuesto de abovedaba con
una baída. La obra sería de mampostería.
Lo más espectacular puede que resultara el vestíbulo, en cuyo alzado el plano diseña unas sepulturas de dis-
tinción muy bien codificadas en el estilo neoclásico de veta arqueológica romana. Todo lo que este campo-
santo debió de tener de rico por dentro resultaba por el exterior sumamente austero, incluido el ingreso a la
necrópolis, muy severo y terso.
Un dato nuevo que puedo aportar se refiere a los tipos de sepulturas del camposanto y a los precios estable-
cidos cuando comienza a funcionar14: desde los 1.000 reales de vellón de la más cara (el panteón) a la gra-
tuidad de la entendida dentro del jardín claustro. Había también urnas perpetuas familiares (a 320 reales),
urnas personales (a 40 reales), sepulturas enlosadas en el pavimento de las galerías dadas a perpetuidad (a
200 reales), otras personales (a 40 reales), etc.
Pues bien, según va dicho, de tan espléndido cementerio no ha quedado casi nada más que lo contado;
entretanto, ningún resto material físico de columnas, urnas o sepulcros, por ejemplo, habiéndose perdido,
incluso, la memoria del lugar preciso que ocupaba y que sólo mediante el procedimiento arqueológico –lo que
parece que está en trance de hacerse arrastrado por un hallazgo casual– podría verificarse hoy. La iglesia,
claustros y todo aquel entorno sirvieron de acuartelamiento, el templo sería derruido totalmente en 1856, al
poco se edificó allí un Cuartel de Infantería y todo quedó arrasado.
Del arquitecto Agustín de Humaran (1763-1829) poco puedo decir que no se conozca ya15. Es uno de los
académicos de la Primera generación –la misma de Alexo de Miranda, por ejemplo– un tipo polifacético,
como lo fueron todos aquéllos arquitectos, que lo mismo diseñaban templos, como actuaban de agrimen-
sores e ingenieros de caminos. En arquitectura trabajaban los géneros religioso, civil, sanitario, lúdico,
etc…
12
14
La fuente de información son textos impresos
que se puede consultar en el mismo expedien-
te arriba citado (A.M.B. Secc. Antigua
0292/002/001).
15
Yo mismo lo he trabajado algo en el artículo
“Aproximación a la arquitectura del neoclasicis-
mo en Bizkaia”; en CENICACELAYA, J. y
SALOÑA, I: Op. cit. pp.77-113. Siempre me
pareció el elorriano Humaran un excelente pro-
fesional, uno de los primeros “apóstoles del
buen gusto neoclásico” en Bilbao y Bizkaia.
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EL CEMENTERIO DE MALLONA
Arriba se ha expresado cómo desde 1817 –y aún antes– venía el regimiento de Bilbao dándole vuel-
tas a la cabeza sobre instalar un cementerio público en Mallona (Begoña), asunto desechado y
vuelto a retomar más de una vez. Como era de esperar, los problemas a la hora de iniciar el pro-
yecto eran de índole de espacio –Bilbao vivía ahogado dentro de sus calles– y económicos: había que adqui-
rir terrenos fuera de la Villa. Otro problema era el competencial: ya había un cementerio en Bilbao, el de San
Francisco, pero, como sabemos, un dictamen firmado en Madrid en 6 de noviembre de 1827 dejaba muy
claro que dos cementerios eran compatibles, que Bilbao podía tener dos camposantos, (como también otras
ciudades Madrid y Barcelona, que tuvieron varios).
Al concepto de “lugares ventilados” al que aluden diferentes Ordenes Reales respondía mucho mejor, por su
situación, el de Mallona que el de San Francisco. Y quizá por esa razón, aconsejado seguramente por los
médicos de Bilbao, se fijó el ayuntamiento en el paraje de Mallona.
La historia y naturaleza de este cementerio la di ya a conocer (Vid. nota 13), lamentando entonces que no
pudiera disponer de una fuente de información muy importante que sabía existía, al estar el Archivo Municipal
de Bilbao muy afectado por los efectos de las Inundaciones de 1983. En cambio hoy es ya es practicable y
participa, entre otras novedades, los planos de la necrópolis16. Es una de las aportaciones de este artículo.
Aunque sea de manera más breve que en la ocasión anterior, haré un repaso a esta necrópolis de Mallona,
impracticable desde hace un siglo.
Documentación disponible
Las fuentes documentales disponibles para tratar sobre el Cementerio de Mallona son hoy bastante óptimas
y complementarias. Las que proceden del Archivo Foral de Bizkaia (A.F.B.) ya fueron dadas a conocer por
mí, habiendo tenido antes acceso a ellas Labayru y otros. Ahora disponemos de otras más, las del Archivo
Municipal de Bilbao (custodiadas en el Archivo Foral) que constan de un extenso expediente-legajo con
mucha información. Entre una y otra fuentes documentales aclaran aún más los pasajes de la erección del
camposanto; que no estaban turbios, sin embargo.
Además, las fuentes literarias se hacen acompañar de otras gráficas, en el caso de las de los fondos propios
del A.F.B. el plano –en mal estado– de la capilla y de un proyecto de cementerio que no se realizó. Y en el
13
16
La referencia es la que aparece en la notas
9 y 14.
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caso de la del A.M. de Bilbao, dos planos hasta ahora no editados, que son los que emplearon en el proyec-
to, precisamente.
Aparte, está la memoria de gente, que hace casi veinte años era ya mayor y pude entrevistar. Incluso, que-
dan imágenes gráficas –melancólicas fotografías– del interior del camposanto de Mallona, éstas sí divulga-
das y conocidas.
Así que no es difícil una aproximación ni a la historia ni a la naturaleza de esta necrópolis bilbaína.
Los terrenos
El problema de Bilbao, ciudad ahogada en sus propios límites, era agobiante desde siempre y también en
los siglos XVIII-XIX. Y de ese agobio se beneficiaban algunos propietarios rentistas de casas y solares.
Hasta las mercancías del puerto carecían de espacio adecuado, permaneciendo días y días almacenadas
a resguardo de la lluvia en las aceras, bajo los aleros de las casas. Tan grande era el problema de espa-
cio y tan leoninos los contratos que los propietarios imponían, que tuvo que protestar oficialmente el
Personero de Común de entonces (Nicolás de Loredo) y de ello se deriva el llamado Plan Loredo (1786),
que pretendía construir en Bilbao ochenta y seis nuevas casas. Y hasta, como es sabido, el Señorío, es
decir Bizkaia, llegó a plantear una ciudad alternativa en la vega de Abando: el Puerto de la Paz que dise-
ñaría Silvestre Pérez (1807) y que si no se llevó a cabo fue por los acontecimientos bélicos derivados de
la entrada de los franceses.
Como va explicado, el primer cementerio fuera de las parroquias, el de San Francisco, debió salir propiamen-
te de los muros de Bilbao, a la huerta de aquel convento. Y lo mismo ocurriría con el de Mallona que hubo
de instalarse en terrenos de Begoña. Bien conocido es, por otra parte, que Bilbao acabaría por absorber las
anteiglesias que oprimían su territorio, Abando primero y Deusto y Begoña después; son asuntos tópicos,
muchas veces tratados en la historiografía local.
El terreno begoñés en el que había puesto la vista Bilbao desde hacía unos años constaba de 1970 estados
de extensión –unos 27.000 m2– casi todos (1.673 estados) propiedad del marqués de Valmediano
(Mayorazgo de Basurto), en nombre del que actúan siempre intermediarios, administradores, para reclama-
ciones y demás. También tenía algún interés el Marqués de Vargas, patrón de Begoña. Como ahora, el terre-
no elegido era irregular, en cuesta y llano, y lindaba con las Calzadas de Mallona, camino público y natural
entre Bilbao y Begoña. Esa de la
fácil comunicación –y cercanía– con Bilbao debió de ser un razón de peso a la hora de elegir el territorio.
Aparte, aquel era –y es– lugar ventilado, etc. Un sitio muy apropiado, en suma.
15
Claustro del interior del Cementerio de Mallona.
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Los dos proyectos
El punto de partida es el de un camposanto porticado que, aunque “extra ecclesiam”, debía de satisfacer –o
por lo menos no descontentar mucho– a los bilbaínos, más ajenos a las exhalaciones perniciosas que pre-
suntamente despedían los cadáveres dentro de las iglesias que a la usanza pía y antigua de los responsos
sobre las sepulturas de inhumación dentro de los templos. Y medio les contentaba por una razón: porque los
porches, es decir las sepulturas a cubierto bajo galerías techadas con tejavanas, como se había proyectado
también la San Francisco, desterraba la idea del desamparo de los muertos a la intemperie.
El proyecto no realizado rezumaba espíritu neoclásico y referencias a la Antigüedad. Era elíptico, con galerías
perimetrales en torno a un espacio ajardinado –”claustro” en los documentos– también elíptico-oblongo. La capi-
lla se ubicaba en el extremo del eje del ingreso, que era una opción de porche tetrástilo. No se realizaría este
cementerio, su galería elíptica; sí, en cambio, la por-
tada de las Calzadas, alineada con el camino. Su
diseño, que también aparece en alzado en el plano,
no se diferencia de lo que ahora existe.
Como va dicho, los planos del cementerio que se
construyó los hemos podido conocer ahora. Son
dos dibujos sobre cartón, uno de alzado y otro de
planta, y van fechados por Juan Bautista de
Belaunzaran el 12 de enero de 1828 (Aprobación
de la Real Academia de San Fernando de 30 de
marzo de 1828). El primero mide 51x59 cm. y el
segundo 46x59 cm.
Ambos reflejan en todo la necrópolis que conocemos
a través de las fotografías que de Mallona han que-
dado: un patio rectangular de 91x78 metros rodeado
de galerías dóricas de columnas. Al fondo hay capi-
lla centrada –como otras neoclásicas de Bizkaia– y
porche a la entrada. Lo único que se modifica del
proyecto es la portada de las Calzadas se ha girado
ligeramente, para jugar con el efecto de las perspec-
tiva, asunto muy valorado, precisamente.
17
Localización del antiguo cementerio de Mallona
en las inmediaciones del Casco Viejo de la villa.
Proyecto no edificado para el Cementerio de Mallona.
Juan Bautista de Belaunzarán.
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El cementerio construido
Aparte de los documentos expresados quedan algunos elementos
físicos de Mallona: la portada de las Calzadas (las dos portadas)
pues en 1867, cuando se amplió el cementerio se le dotaría de otra,
sita más arriba, y la parte del ingreso en el jardín propiamente, que
ahora sirve como espacios complementarios (duchas, servicios,
almacén) al campo de deportes que allí se ha creado. También
algún que otro panteón, desplazados dos de ellos ahora a un lado,
de los que hubo en el recinto.
Los cementerios porticados con sepulturas de inhumación y/o
nichos bajo las galerías no son exclusivos de Bizkaia. El del Norte
de Madrid también estuvo planeado así; y también lo es el de
Reinosa (Cantabria). Lejanamente, estaban emparentados con una
bella opción claustral medieval italiana (camposanto de Pisa, por
ejemplo) y los académicos que completaron su preparación en Italia
los planteaban en sus fantásticos diseños. Pero, salvo en Bizkaia
son poco frecuentes, incluidas las otras dos provincias vascas.
Inclusive aquí se aprecian dos opciones de pórticos: la popular y la
culta. Aquellas definen el patio con los pies derechos que sostienen
las tejavanas (Mañaria) de las galerías, mientras las cultas resultan
soluciones excelentes, con crujías techadas con tejavana calzada
en columnas dóricas (Xemein, Abadiño), en el caso de Elorrio de
madera.
La imagen del patio de una casa pompeyana no está mal traída al
caso cuando se quiere describir el patio de estos cementerios porti-
cados vizcaínos17.
18
Plano del Cementerio de Mallona. Juan Bautista de Belaunzarán (1828).
17
El caso de los cementerios porticados de Bizkaia lo di a conocer yo mismo en
BARRIO, J.A. : “Los cementerios neoclásicos porticados del País Vasco. El caso
de Vizcaya”, en Una arquitectura para la muerte, Sevilla, 1993, pp.291-295.
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La antigua portada del Cementerio, obra de Juan Bautista de Belaunzarán, se mantiene aún en pié en las calzadas de Mallona.
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Sobre la historia de la construcción
de Mallona dispongo ahora de más
fuentes documentales; teóricamente
es sencilla y no mejora mucho la
que ya di a conocer. Se contrata por
partes: desmontes y tapias, capilla,
portada principal, galerías, osarios,
etc., a lo largo del año 1828, siem-
pre con condiciones muy prolijas de
cantería, carpintería, albañilería,
etc., rematándolas diferentes con-
tratistas. Tan rápido se actuó, tanta
urgencia había por abrirlo, que el
día 3 de julio de 1829 pide el cabildo
de Bilbao permiso a Calahorra para
bendecirlo porque la obra iba ya
avanzada. Manteniendo unos viejos
aranceles sobre honras fúnebres
del año 1797, el ayuntamiento pudo
sacar la obra adelante gracias a la
venta de sepulturas, cuyos precios
conocemos (Vid. infra). Además, le
dotó de personal (enterradores), y el
cabildo, por su parte, de capellán.
Aparte, contribuyó con 100.000 rea-
les de vellón. Total, que la bendición
de Mallona por fuerza debió de
hacerse en precario pues faltaban la
capilla y otras cosas. Luego el cabil-
do eclesiástico de Bilbao acabaría
por desentenderse del cementerio,
cediendo todos sus derechos al
Ayuntamiento en 1863.
Plano de portada, fachada y secciones del Cementerio de Mallona. Juan Bautista de Belaunzarán (1828).
Monumental aspecto de la capilla diseñada por Belaunzarán
para el camposanto de Mallona.
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Es fácil enfatizar sobre el arqueologismo de Mallona, portada de las Calzadas, crujías e iglesia. Lo he
hecho en publicaciones anteriores, por lo que prefiero no por reiterarme en ello por ya explicado. También
lo comentan CENICACELAYA, J. y SALOÑA, I. en su libro18. Las columnas de las galerías eran dóricas
romanas, de cuatro piezas y de arenisca; además, había cuatro antas-soporte en los ángulos, y en las
galerías se cobijaban sepulturas de inhumación cubiertas con losas y nichos en cuatro alturas en los
muros.
Sobre las sepulturas, precisamente, puedo enriquecer algo la información con noticias que desconocía. Se
refieren al precio, lo que ya se dejó medio explicado en Labayru19. Aparece en el documento procedente del
A.M. de Bilbao, en un texto impreso fechado el 28 de septiembre de 1829. Son nueve los tipos de sepultura
que el ayuntamiento ofertaba, con diferentes precios, dependiendo de su categoría y si eran vendidas-adqui-
ridas provisionalmente o a perpetuidad.
A saber:
-panteón: a razón de 4.500 reales de vellón
-sepulcro o urna: 1.000 reales
-nicho hereditario: 320 reales
-nicho párvulos hereditario: 200 reales
-nicho adulto un solo entierro: 60 reales
-nicho de párvulo un solo entierro: 40 reales
-sepultura enlosada en la iglesia, hereditaria: 260 reales
-sepultura personal un solo entierro: 40 reales
-urna de distinción personal: 750 reales
Aparte, en los dibujos, en las sepulturas acogidas a las galerías, etc., aparece algún otro tipo de las de lujo
que no yo no alcanzo a identificar bien con ninguna de las descritas.
Por supuesto, no entran los tres panteones desplazados, que son posteriores. El más conocido, el que
homenajea a los que murieron defendiendo a Bilbao en los sitios de 1835 y 1874, está ahora en medio
de un jardín, fuera del recinto. Consiste en un alto pedestal de piedra jaspe de Ereño. Data del año 1870.
El panteón de Joaquín de Mazarredo se ubica en la zona de la tribuna del campo de fútbol, lo mismo
que el tercero, y es un tipo de sepultura troncopiramidal anterior a la descrita y la más antigua de las
tres remata en pirámide. Las tres van cargadas de referencias clásicas, a pesar de lo avanzado de las
fechas.
22
18
Cfr. libro citado en la nota 12.
19
LABAYRU, J. E. : Op.ci. ; tomo VIII; Monografía
22, pp. 325-329.
Panteón de Mazarredo y Urdaybay en el Cementerio de Mallona.
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De ellas, el famoso monumento a los héroes de los Sitios de
Bilbao es el que ha dejado más rastros documentales.
Primero, en 1867, pensó contratarse de una vez, incluida la
estatua de la Fama del remate y se ajustó en 70.000 rs. con
el escultor de Abando Marcos de Ordozgoiti, pero se varió de
plan y se ajustó por partes –y con el con el mismo maestro–
en 1869. Así, el pedestal, que es lo que hoy se conserva “in
situ”, se escrituró el día 21 de septiembre de 1869 por 38.000
rs., siguiendo siempre las condiciones del arquitecto munici-
pal Francisco de Orueta. Y, además, cuatro sarcófagos, unas
coronas y unos leones (que se exponen en el claustro del
Museo Vasco), el 17 de noviembre por 4.020 rs.20. La Fama
que coronaba el cenotafio otorgaba una corona de siempre-
vivas a los mártires de la Libertad. Se perdió hace muchos
años.
Por su parte, el panteón rematado en pirámide debe de ser
el que Delmás (cfr. Nota 13) califica como “gracioso”,
levantado a la memoria de Cándido Arechaga y costeado
por sus amigos en 1834. Sus restos, que estaban en
Abando, se exhumaron y depositaron en Mallona, lo que
indica la gran estima que en Bilbao se tuvo por este nuevo
camposanto.
El arquitecto Belaunzaran
Es una figura gigante de la arquitectura regional del neocla-
sicismo vasco. Cuando lo traté en la publicación referida en
la nota 15 lo situaba yo en la segunda generación de maes-
tros académicos, la época dorada, la que abarca de 1814 a
1835 aproximadamente, límites que sobrepasa este longevo
guipuzcoano de Andoain afincado en Lekeitio. La misma
generación a la que pertenecieron figuras señeras que tra-
bajaron en el País Vasco como Silvestre Pérez y Antonio
Aspecto inicial del Monumento a los Mártires de los Sitios de Bilbao
coronado por la figura de la Fama.
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25
20
A quien le interese este tema del monumento le
derivo hacia información de archivo de primera
mano: A.M.B. Secc. Segunda 0517/058;
0585/080; 0534/34. Como es sabido, los leo-
nes tienen una simbología funeraria muy mar-
cada; el propio Ordozgoiti los interpretaría en
otro panteón, en Traslaviña (Bizkaia), si es él y
no José Bellver quien los labrara, como tam-
bién la imagen del coronamiento. Sobre la con-
fusa biografía del Panteón de los Sitios véase
el artículo de M. PALIZA: “Un solar emblemáti-
co del Bilbao decimonónico. Distintos proyec-
tos para los terrenos del Convento de San
Agustín y el monumento a los caídos en la
Primera Guerra Carlista del Cementerio de
Mallona” en Bidebarrieta, VIII (2000), pp. 213-
219.
Panteón sin identificación del antiguo Cementerio de Bilbao.
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Echevarría. A ellos les tocó proyectar en una época delicada de entreguerras (Invasión francesa y la I
Carlista); y proyectaron mucho, bueno y variado.
Padre de otros dos arquitectos: Hermenegildo y Pedro, los Belaunzaran entregan ya el arte de su arquitec-
tura a lenguajes nuevos como los historicismos, en lo que no entro. Académico polifacético, como casi todos
sus coetáneos, al final de sus días estaba empeñado en contratar actividades en el campo, como el diseño,
trazado y dirección de caminos, aportando como aval su “curriculum”. Aparte de arquitectura civil (ayunta-
miento de Gernika, 1814, desaparecido en el bombardeo de 1937) tiene amplia experiencia en trazar tem-
plos parroquiales: Ajangiz (1819), San Pedro de Galdames (1825). También en elementos aislados como las
torres de las iglesias de Barinaga (1827) y Zamudio (1829). Y en mobiliario, retablos y otros elementos:
Arteaga (1810), Nabarniz (1818), Larrabetzu (1821), Arratzu (1826), etc.21. En fin, es un arquitecto de amplio
registro, uno de esos que se merecería una monografía.
Me cuento entre los que piensan que la personalidad profesional de Juan Bautista Belaunzaran está perfecta-
mente cargada de arqueologismo a la romana; y las trazas del cementerio elíptico no realizado en Mallona, la
puerta de las Calzadas de la necrópolis que sí se ejecutó, el cementerio entero que allí trazara, los espacios
centrados (o basilicales) de sus iglesias, etc., así lo aseguran. Yo, de valorar algún rasgo suyo, ese sería el
uso clásico que hace del orden dórico romano, de la columna, arquitrabes y demás.
Las ampliaciones
Están dadas a conocer en mi artículo sobre Mallona (22) 22 unas reflexiones sobre lo pronto que esta necró-
polis bilbaína resultaría incapaz para acoger todos los cadáveres de la Villa. Y más aún tras la I Guerra
Carlista, y otras calamidades y enfermedades como el cólera del año 1845. Aparte, desde 1843 y durante
unas décadas en Mallona se sepultaron también los cadáveres de la anteiglesia de Begoña, cuyo cemente-
rio había quedado muy dañado en la I Guerra Carlista. Más aún, la otra necrópolis de Bilbao, la de San
Francisco, dejó de prestar servicio muy pronto por lo que el de Mallona fue durante décadas el único cemen-
terio de Bilbao. Problemas sobre problemas; y el gran problema: la saturación.
Así que en 1867, siendo ya muy urgente el caso y muy negros los tintes de la situación, hubo necesidad de
ensancharlo, lo que se hizo con proyecto –resultó muy buena la portada nueva– del arquitecto municipal
Francisco de Orueta. En mi citada publicación se describe y analiza.
Lo que no se hizo fue reeditar los pórticos, ensanchándolo físicamente hacia los lados y hacia atrás. Por
supuesto, para entonces ya estaba colmatado el jardín, a veces con sepulturas nobles, como sabemos. O
sea que en Mallona no ocurren las cosas de distinta manera como en otras necrópolis porticadas de Bizkaia,
como Xemein y Abadiño, por ejemplo, que también acabarían saturándose.
26
21
Sobre este asunto del mobiliario, de los reta-
blos en concreto, es muy recomendable el libro
de ZORROZUA, J.: El retablo neoclásico en
Bizkaia, Bilbao, 2003. Allí se estudian arregla-
dos a método y estupendamente los trazados
por Belaunzaran.
22
Cfr. nota 13, pp. 122-123. La portada nueva,
por ejemplo, se describe y analiza en la página
123. Pero a quien le interese indagar más en
ese asunto le puedo derivar hacia fuentes
documentales nuevas. (Vid. A.M.B., Secc.
Segunda 034/120 y 057/060).
Portada de la ampliación del camposanto de Mallona. Francisco de Orueta (1867).
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El final de Mallona
Tras la II Guerra Carlista –en la que el censo de difuntos debió de disparar-
se de nuevo– asisten Bilbao y Bizkaia a una revolución industrial que con-
vierten a la zona en una especie de “Eldorado”, al que acuden masas de
inmigrantes reclamados por el trabajo en la minería, las finanzas, la side-
rurgia. Así que los 15.000 habitantes de la Villa en 1814 se multiplican
hacia 1880, contabilizándose en el decenio 1878-1888 más de trece mil
defunciones, resultando, por tanto, totalmente insuficiente el camposanto.
Y por eso se piensa en construir otro en lugar diferente, desechando par-
ches puntuales como las ampliaciones. Y el lugar elegido fue, como sabe-
mos, Vista Alegre (Derio). Pero eso es ya otra historia.
Hoy habremos de lamentar la pérdida del “claustro” con sus galerías y capi-
lla. Sobre qué fuera de las columnas no he recogido noticia antigua.
Quedan por tanto, reformado por la parte de dentro, el ingreso en el recin-
to propiamente dicho y las dos portadas, la de Belaunzaran y la de Orueta,
importantes ambas. Y el sutil ambiente melancólico del área del antuzano
de las Calzadas, con sus viejos cipreses.
Uno de los panteones desaparecidos del antiguo cementerio de Bilbao.

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