J. N. DARBY - HEBREOS (C.W. vol. 27, págs. 335-414)
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El propósito de Dios para el hombre (v. 5 y ss.) es el de ponerlo sobre todas las cosas,
pero este propósito sigue aún sin cumplir. «El mundo venidero» no es el cielo, porque éste
ya existe ahora; se trata de la tierra habitable, no esta tierra en su estado actual. Los judíos
esperaban un nuevo orden de cosas; esperaban bendición y paz, y tenían razón, porque así
será. Este mundo actual está sujeto a ángeles. La mano de Dios no se ve de manera directa,
pero Sus ángeles son espíritus ministradores para los herederos de salvación. Todo lo que
está en este mundo, por muy misericordiosamente que esté ordenado en providencia,
constituye una prueba de pecado —la ropa que llevamos, las casas en que vivimos, etc. No
era éste el propósito de Dios. Él no está ahora, como he dicho, actuando de manera directa.
Él permite y predomina, pero atrae a Su propio pueblo fuera del mundo (liberándonos «del
presente siglo malo», Gá 1:4), y luego le enseña a caminar por él como no siendo de él.
Nos protege mediante Sus ángeles; ellos son Sus ministros en Sus tratos providenciales, v.
6. Pero es un Hombre quien ha de ser puesto sobre el mundo venidero. Una vez (en Adán)
el dominio le fue entregado al hombre, pero lo perdió; v. 8, etc. El propósito de Dios, esto
es, Su orden de cosas, no queda por ello afectado. Ahora vemos a Jesús coronado, y
cuando nosotros lo seamos, entonces todas las cosas quedarán cumplidas. El Cabeza está
ahora glorificado, y los miembros están aquí abajo en sufrimiento. Cristo está sentado a la
diestra de Dios, esperando hasta que Sus enemigos sean puestos por escabel de Sus pies.
Tomemos el Salmo 2 y comparémoslo con el Salmo 8. Dios dice: «Pero yo he puesto mi
rey sobre Sión, mi santo monte.» Cristo ha venido, y no está aún establecido como rey.
Pero el Salmo 8 nos muestra que, aunque rechazado como Mesías, Jesús tomó el puesto
de Hijo del hombre. Así que cuando Pedro lo confiesa como el Cristo, Jesús le manda
rigurosamente que no lo diga a nadie, porque «le era necesario al Hijo del Hombre [su
título en el Salmo 8] padecer mucho», etc. (Mr 8:31; cf. Lc 9:22; Mt 16:21). El pecado
tiene que ser quitado antes que Dios pueda establecer Su reino. Estamos ahora pasando a
través de este orden o estado de cosas que todavía no está puesto bajo Jesús. Cristo ha
pasado a través de este mismo mundo, y ha sido tentado, antes de tomar Su puesto como
Sacerdote, para poder auxiliar a los que son tentados. Esto no es pecado, porque no
queremos simpatía en el pecado, sino ayuda y poder para salir fuera de él y vencerlo, y esto
es lo que tenemos en Él. Él pasó en perfección, por medio de vituperio y tribulación.
Satanás hizo todo lo que estaba en su poder para detenerlo en su curso de piedad, pero
todo en vano. El Señor «resistió hasta la sangre». Tenemos que rogar a Dios que nos
ayude a juzgar el pecado, cada uno por sí. La simpatía en la angustia y en el sufrimiento es
otra cosa, y ésta la tenemos, así como el perdón.
He comenzado diciendo que había dos cosas: el propósito y los caminos de Dios. Ahora
bien, es nuestro privilegio seguir esto último, mientras que lo primero permanece sin
cumplir. En lugar de ser meramente el Hijo de David, Cristo es el Hijo del Hombre. Toma
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