domingo, 3 de julio de 2016

El Talmud

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Página del Talmud Korban Netana'el - 1755

 

 

 

EL TALMUD

 
CÉSAR CANTÚ
En Historia Universal, Tomo IX,  pp. 217-222
Madrid - Imprenta de Gaspar y Roig, Editores, 1866
Traducida por Nemesio Fernández Cuesta
 
 
 
 
 

 

EL TALMUD

A fines del segundo siglo de la era cristiana los Hebreos empezaron
casi a desesperar de su restablecimiento en la Tierra Santa. Después de
la destrucción de su templo y su ciudad, estuvieron esperando por mucho
tiempo la aparición del Mesías bajo la única forma en que querían
reconocerle, es decir, como un libertador temporal y como un rey victorioso y vengador, y
llegaron a creer que esto debía
suceder en aquel tiempo, fortificando su creencia con las profecías que
después supieron interpretar de otro modo. Habiendo rechazado a aquél en
quien residían los caracteres de verdadero Mesías, pero que carecía del
atributo que la preocupación nacional anteponía a todos, se vieron
obligados a buscar otro, y Barcochebas (hijo de la estrella)
pareció en un principio satisfacer todos sus deseos. Exageraron sus victorias, se
unieron a él con una obstinación que produjo actos de valor dignos de
mejor causa, y proclamaron que era el astro de Jacob, el cetro de Israel
y el destinado a cumplir la predicción forzada de Balaam, a despedazar
los cuernos de Moab y a destruir a los hijos degenerados de Set. La
espada de los Romanos desvaneció rápidamente estas visiones, y Adriano
probó a los Judíos con leyes opresivas y severos castigos que no quería
ningún Mesías temporal en sus dominios. Después de haberlos derrotado,
pasó a cuchillo un gran número, cubrió de ignominia y desterró de la
Judea a los que sobrevivieron, los persiguió por todas partes é insultó
su religión, levantando altares a las deidades paganas en el mismo sitio
en que había estado el tabernáculo. Así aquel Adriano a quien los
historiadores romanos pintan como un emperador compasivo al mismo tiempo
que severo (severus, mitis, sævus, clemens), en los anales judaicos es
un monstruo sin virtudes, el demonio de la crueldad en forma humana.
Esta
persecución de Adriano parece que destruyó o a lo menos suspendió
las escuelas hebraicas que se habían conservado desde los tiempos
de Esdras. Akiba, el mas docto entre los Rabinos y presidente de estas

escuelas, fue uno de los que más trabajaron en esta loca sublevación
de Barcochevas, aunque tenía entonces, según dicen, ciento veinte años.
Reconoció públicamente al impostor por Mesías y le sirvió en clase de
escudero, hasta que habiendo caído prisionero, fue muerto entre
horribles tormentos, que sufrió con un valor admirable, mostrándose
tan
exacto observador de las ceremonias de su religión, que repitió su
última
oración bajo los cuchillos de sus verdugos, y sus biógrafos indican la

palabra que le impidió acabar la muerte. Pocos mártires son tan
reverenciados por sus compatriotas como Akiba: los Rabinos ponderaron
su
extraordinario saber hasta el punto de decir que poseía setenta
idiomas: hacen subir su genealogía hasta Sisara, general
cananéo del rey Jabín, y le suponen casado con la viuda de un general
romano. Las anécdotas de su vida llenarían un grueso volumen, y mucho
tiempo después de su muerte se enseñaba con dolor su tumba cerca del
lago de Tiberiade, donde fue sepultado con veinte y cuatro mil
discípulos suyos. Murió en el año 135 de Cristo, y con su muerte, como
dice la Misna, pereció la gloria de la ley. Su valor, su ciencia y su
entusiasmo por la patria han hecho que se le perdone haber reconocido a
un falso Mesías, y ¡cosa extraña! en este error se funda Maimónides para
probar que el Mesías aun no ha venido.
Los Rabinos observaron que el mismo
día en que murió Akiba, el mayor y
último entre los doctores de la ley oral, vino al mundo el rabino Judas,
cuyas obras debían llenar el vacío que habían dejado dichos doctores.
Unas veces le llaman Anassi, es decir, príncipe, por el grado literario
o político que ocupó entre sus conciudadanos, y otras Akadosh, esto es,
santo, por la santidad de su vida, de la que se refieren cosas extrañas.
Floreció en tiempo de Antonino Pió, Marco Aurelio y Cómodo, con el
último de los cuales tuvo un gran valimiento. Pero no podemos creer lo
que se lee en el Ehn-Israel, acerca de que el primero de dichos
emperadores se hizo circuncidar por él. «Judas, dice Maimónides, viendo
disminuirse el número de sus discípulos, crecer las dificultades y los
peligros, y extenderse por el mundo el reino de Satanás (Maimónides
alude a los progresos que hacia el cristianismo), mientras que el pueblo
de Israel era confinado a lo último del mundo, reunió las tradiciones
que convenía difundir para que no cayesen en olvido.» De esto se deduce
bien claramente que lo que indujo a Judas a formar su compilación fue el
estado miserable a que había llegado la causa israelítica. La imperial
Roma reinaba tranquilamente sobre todas sus conquistas, y viviendo Judas
en la corte de los emperadores, pudo convencerse fácilmente de que solo un milagro podía aniquilar su
poder. Por consiguiente previendo una prolongación indefinida de la
esclavitud del pueblo hebreo, pensó en conservar las tradiciones que
éste veneraba tanto como la Biblia, y que se hubieran perdido al fin si
se hubiesen abandonado a la tradición oral de los doctores dispersos de
una raza proscrita. No era, pues, tiempo de practicar el precepto que
decía: «No permitáis que se confíen a la escritura las cosas aprendidas
de viva voz;» porque mejor es perder un miembro que todo el cuerpo.
Judas se justificó con aquel pasaje del salmo 119: Cuando hay que trabajar por
Dios, se quebrantan todas las leyes
. Consagró muchos años a reunir los
materiales de un trabajo tan grande, dirigiéndose a todos los Rabinos
diseminados por el mundo, y le publicó en el año 490 de Cristo y 14 del
reinado de Cómodo, con el título de Misna, que quiere decir ley
secundaria
. Los Griegos le llamaron δευτερωσις, como si la Misna fuese
respecto de la Biblia lo que el Deuteronomio respecto de los demás
libros del Pentateuco.
Esta obra se esparció y comentó en breve tiempo por todas las escuelas
judaicas de la Palestina, de Babilonia y de otros puntos. De este modo
las glosas superaron pronto al texto y fueron llamadas Gemara, voz que
en caldeo targúmico significa cumplimiento. La Misna y la Gemara juntas
forman el Talmud, que es como si dijéramos el doctrinal. Hay dos libros
con el nombre de Talmud, el de Jerusalén y el de Babilonia, denominados
así de las escuelas que los redactaron. El primero fue formado por el
rabino Jochonai que vivió desde el año 484 al de 279: el otro fue
empezado por el rabino Asche que murió en 427, y completado por el
rabino José 75 años después. Algunas de estas fechas parecen demasiado
antiguas.
El Talmud de Babilonia es mucho más famoso y completo, y fue tres siglos
posterior al otro. Además los doctores babilonios eran gente de
nombradía, y las escuelas de Palestina se hallaban ya en decadencia,
mientras que las otras florecieron hasta el siglo XII: sin embargo (como
De Rossi advierte en su Diccionario histórico, tom. I, pág. 174),
el Talmud de Jerusalén debe estimarse mas por estar mas exento de
inepcias y ser mas útil a la ilustración de las antigüedades sagradas
. Lo mismo
pensaba Prideaux. El estilo de la Misna es mas puro y mas bíblico que el
de la Gemara: el de Jerusalén es a menudo oscuro, el babilónico está lleno de palabras
y frases extranjeras. El Talmud de Jerusalén forma un volumen en folio,
el Babilonio forma diez.
Si la ley ritual de Moisés abunda en ceremonias y observancias
minuciosas con el fin de hacer a los Hebreos una nación distinta de
todas las demás, no es de extrañar que las tradiciones nacidas entre la
promulgación de la ley y la publicación del Talmud sean aun mas
minuciosas en sus reglas y estén aplicadas a un número mayor de
prácticas, de las cuales algunas son bastante frívolas y aun ridículas.
Pero a pesar de las objeciones que puedan hacerse a este código
rabínico, pocas obras son tan dignas de la atención del anticuario, del
filósofo, del historiador filósofo y del teólogo.
El
Talmud es un cuadro curioso de la existencia moral y de las
costumbres del pueblo más singular que ha habido nunca, bajo la
influencia de circunstancias también singulares. Buxtorf, autoridad
respetable, ve en el Talmud una enciclopedia completa: ninguna obra
fue
tan alabada, ni tan criticada, ni dio más motivos de censura a los
Cristianos. Según parece fue proscripta legalmente por los emperadores

de Constantinopla; Gregorio XI en 1230, e Inocencio IV en 1244 la
condenaron al fuego: ejemplos que siguió el antipapa Benedicto XIII,
quien fulminó una bula contra el Talmud en 1415, como causa del
obcecamiento de los Judíos y obra de los hijos del diablo. En 1554
Julio III mandó quemar en Italia todos los ejemplares del Talmud que se
pudieran recoger; mas estos fueron pocos, porque los Judíos los
escondieron, llevándolos principalmente a Cremona, donde vivía un gran

número de ellos. Por esto a principios del año 1559 Pió IV envió a
Sixto
de Sena para que los recogiese, y según su relación, que podemos creer

exagerada, llegó a arrojar al fuego doce mil ejemplares, que componían

lo menos ciento cuarenta y cuatro mil volúmenes. En 1593 Clemente VIII

renovó esta guerra contra el código de las tradiciones rabínicas,
encargando a los inquisidores de Italia que recogiesen los ejemplares.
No experimentaba el Talmud menos persecuciones en otros puntos. Algunos
años antes de la Reforma, Pleffercorn, judío convertido, denunció al
emperador Maximiliano muchos libros judaicos de todas clases. Es bien
sabida la cuestión que de aquí se originó, y con qué buen éxito defendió
Reuclino el Talmud de las llamas que le amenazaban en Alemania y en
Italia. Esto llamó la atención de los doctos sobre la literatura de los
Hebreos, y dio ocasión a las Epístolæ obscurorum virorum, de las que
tantos han tomado a mansalva cuanto les ha parecido conveniente.
Desde el año
1290 no se permitía a los Judíos residir en Inglaterra, en
donde pocos libros de éstos se habían libertado del fuego al tiempo de
la persecución contra el Talmud. A instancias de Manases ben-Israel,
Cromwell los consintió volver; mas el descontento que con este motivo se
manifestó en dicha nación, hizo ver que cuatro siglos no habían bastado
a extinguir en los Ingleses el odio contra los Hebreos. Cromwell fue
acusado de ser tenido por el Mesías entre los hijos de Israel, y la
visita que un rabino viajero hizo a Cambridge con el pretexto de buscar
manuscritos hebreos, dicen que tuvo por único objeto hacer subir la
genealogía del lord Protector hasta David.
La persecución del Talmud contribuyó a hacerle más sagrado a los
Rabinos, quienes no hay elogio que no le prodiguen. Sin darle la alta
importancia que suelen darle los más, un rabino moderno, Mr. Hurwitz,
atribuye la apostasía de muchos judíos al olvido de estos libros
sagrados. Para él las ficciones de la cabala no sólo son un tesoro de
poesía, sino también de moral alegórica. Considerando únicamente el
Talmud bajo el aspecto literario, desearíamos que se hiciese una
colección de las leyendas contenidas en este repertorio de la ciencia
rabínica. Algunos críticos pedantes vilipendiaron el Talmud por estas
leyendas, que al parecer dan a toda la obra un carácter de frivolidad;
pero olvidaron el origen oriental de este voluminoso comentario de la
Biblia, y que ha sido siempre propio de los pueblos orientales el
mezclar los cuentos con las materias mas graves.
Los Israelitas llaman a la misma
Tora sebenal pe, ley de viva voz, ley
oral, a distinción de la Biblia, a la que denominan Tora sebictar, ley
escrita; siendo de fe para los Hebreos que Dios dio a Moisés las dos
leyes, prohibiéndole escribir la oral, que incluía la interpretación y
las aplicaciones de la escrita. Cuando la oral por las razones
referidas, se fijó en el papel, no destruyó la Biblia, sino que se apoyó
siempre en día; mas como el transcurso de los tiempos y lo variable de
los hombres pueden haber ocasionado algunas dudas, tiende a aclararlas,
apoyándose en cinco puntos:
1.° las explicaciones tradicionales; de las
cuales se hallan algunos vestigios en la Biblia, y que basta un solo
raciocinio para encontrarlas sin dificultad;
2.° el derecho dictado por
Moisés, sobre el cual no hay que hacer ningún raciocinio;
3.° el derecho
que se deduce de la ley escrita por medio de raciocinios que no
suministra la tradición, por lo que podía nacer divergencia de opiniones
entre los doctores acerca de la interpretación de los testimonios, y así
era necesario recoger los diversos pareceres y deducir el mas probable
entre ellos, desembarazandola de los sofismas de los discípulos mezquinos
de maestros insignes;
4.°los decretos dados por los profetas y por los
hombres eminentes de todos los siglos para complemento de la ley. Llaman
complemento de la ley lo que en ella no es de absoluta necesidad, sino
que emanó de los personajes más insignes para impedir la tibieza de la
fe y el relajamiento de la moral que se habían introducido en las
creencias israelíticas;
5.° finalmente, los medios convencionales
establecidos entre los hombres y dirigidos a elevar el espíritu.
reprimir las pasiones y encaminarlas a un fin mas sublime.
En estos puntos, pues, se apoya la Misna, la cual se divide en seis
partes principales, o sean seder, esto es, órdenes:

I.
Seder. Zerahim, simientes.

A. Berachod, bendiciones: contiene las bendiciones que deben darse a
Dios por los frutos de la tierra, los alimentos, el agua, el vino, y por
habernos librado de una desgracia, y reglas para las oraciones diarias.
B.
Pea, pedazo: de la obligación de dejar en el campo un pedazo sin
segar, a fin de que los pobres puedan hallar en él con qué satisfacer
sus necesidades.
C. Demhai, dudas: sobre los diezmos que deben darse al Señor, y sobre
las cosas no sujetas a él, o que es dudoso si lo están o no.
D.
Chilhaim, heterogéneos: particularidades de las simientes que no se
pueden mezclar entre sí, y de los paños tejidos de lino y lana.
E.
Sevihid, séptima: deberes que impone el año sabático, en el cual no
se podía sembrar.
F. Terumod, oblaciones: ofrendas hechas a los sacerdotes, ritos, etc.
G.
Mahasrod: diezmos que se daban a los Levitas.
B.
Mahasser cheni (1): segundo diezmo que se daba a los sacerdotes y se
consumía solo en Jerusalén.
I. Halah, pasta: un pedazo de pasta o masa que las mujeres estaban
obligadas a ofrecer al sacrificador, como una porción de todo el pan.
L.
Ñoril, prepucio. Siendo los árboles cosas profanas, los tres primeros
años de vegetación estaba prohibida su fruta: ley a propósito para
hacerlos vigorosos.
M. Bichurim, primicias que debían llevarse al templo y ofrecerse a Dios
para consagrar toda la cosecha".

II.
Seder. Mohed, solemnidades.

A. Sabath, sábado: solemnidad de este día, modo de celebrarle,
iluminación, hogueras, y cuanto puede hacerle agradable; trabajos
prohibidos, castigos para los que los practicaban y sacrificios que
debían hacer los que los ejecutasen inadvertidamente.
B.
Ñiruvin, mezclas. Qué cosas pueden mezclarse en el sábado por
medicina, recreo o necesidad, como alimentos y bebidas; paseos
permitidos e ilícitos; prohibición de treinta y nueve oficios
principales y sus derivados; obligación de que no solo descanse el
cuerpo, sino también el alma, y ceremonias que deben practicarse para
declarar que dos lugares no son más que uno, y poder transportar así
alguna cosa sin violar el sábado.
C. Pessah, pascua: ritos, preces, sacrificios, solemnidad de tales
fiestas, y rigor para evitar el uso del pan fermentado.
D.
Sekatim, siclos, que cada hombre particular debía dar anualmente para
los sacrificios diarios y otros gastos sagrados. A principios de
febrero se anunciaba este pago y debía quedar satisfecho a fines de
mayo.
E. Joma, día: la fiesta de las expiaciones, día del juicio, que debía
pasarse en penitencias, meditaciones morales y elevando el alma a Dios
con ceremonias augustas que verificaba el sumo pontífice.
F.
Sueca, cabaña: fiesta de los Tabernáculos; se discute si pueden
servir para la sagrada ceremonia los que están fijos en el suelo, o si
deben formarse con hojas: también se trata de las bendiciones,
sacrificios, solemnidades, y de la presentación de todo varón en el
templo.
G. Betza; huevos: de los seres nacidos y de las frutas cogidas en día
festivo, si se permite su uso a los Israelitas en dichas fiestas, y qué
diferencia hay entre el sábado y las demás solemnidades.
H.
Ross ashsana, principio de año civil: pensamientos místicos sobre la
predestinación para todo el año, sobre un juicio divino que empieza para
todos los hombres, y sobre el tiempo de la creación del
mundo: sonidos místicos de la trompa que ponen en fuga al espíritu del
mal, a la mala propensión (jesser arangh). El principio del año sagrado
era el primer día de la Pascua.
I. Tahaniot, ayunos: cuándo y con qué fin
se establecieron: formalidades, observancias, limosnas, penitencias,
compunción.
L.
Mohed-eatan, pequeña solemnidad: días de media fiesta después de uno
muy solemne: así después del primer día de Pascua suceden siete de menor
solemnidad, y después de la fiesta de los Tabernáculos había días
feriados, pero no de tanta santidad, y se permitían en ellos algunos
trabajos prohibidos en las solemnidades.
M. Haghigá. Fiesta del orden del Señor. Aquí se explica la ley que
ordena a Israel prestar homenaje a Dios en su templo de Jerusalén tres
veces al año, a saber, en la Pascua, en Pentecostés y en la fiesta de
los Tabernáculos. Estaban exceptuados de esto los sordos, los ciegos,
los cojos y varias clases de personas, si bien nacían de aquí algunos
escrúpulos de conciencia.

III. Seder. Nassim, mujeres.

A. Jevamot, levirato: derecho que tiene la mujer de casarse con el
cuñado, cuando el marido la ha dejado viuda sin hijos, y formalidades
que deben usarse en este caso.
B. Chedubot, cosas escritas: esto es, escrituras de matrimonio, dote,
deberes de los casados.
C. Kiduschim, de las palabras de casamiento y de los esponsales.
D.
Ghittin, divorcios: modo de extender los escritos de divorcio y otras
formalidades necesarias.
E. Nedarim, votos: cuales son obligatorios y cuáles no.
F.
Nazirut, nazareado: deberes de los Nazarenos, esto es, de los hombres
que deben vivir separados de los demás v absteniéndose del vino.
G.
Sota, perversidad. Es la prueba del agua de los celos, que se hacia
en la mujer acusada de adulterio.

IV.
Seder. Nozikin, daños.

A. Bavá kamá, primera puerta: daños causados por animales
u hombres,
juicios sobre estos, compensaciones, etc.
B. Bavá metzihah, puerta del medio: depósitos, usuras, ropa encontrada,
derechos, deberes, castigos.
C. Bavá batrah, última puerta: contratos de ventas y compras.
D.
Sanhedrin, congreso: derechos del gran consejo, deberes, legislación,
juicios civiles y criminales.
E. Macot, azotes: los cuarenta azotes que se daban a los que no eran
reos de muerte: varios delitos a que correspondía este castigo,
procesos, etc.
F. Sevuhot, juramento: su naturaleza y personas que pueden prestarle o
no.
G. Nehdujot, testimonios: cómo se deben examinar los testigos y aceptar sus deposiciones.
H.
Navodá zará, servicio extraño, esto es idolatría: errores y peligros
de ésta y conducta de los Israelitas con los idólatras.
I. Pirkè avot, máximas de los padres, que conservaron la tradición oral
de Moisés en este mundo. Tratado lleno de máximas de moral.

V.
Seder, Codaschim, santidad.

A. Zevahim, sacrificios: tiempo, lugar, personas que deben ofrecerlos.
B.
Menahot, presentes: esto es, oblaciones para los sacrificios, como aceites, olívano
y flor e harina. 
C. Holin,
profanos: ritos para degollar los animales que han de servir para el uso
doméstico; animales puros e impuros; liturgia para observar los pulmones
de los cuadrúpedos, las fracturas en los bípedos y cuadrúpedos, etc.
D.
Becorot, primogénitos: entre los animales consagrados a Dios, cuáles
debían ser rescatados y rescate de los primogénitos de los hombres.
E.
Nherachim, aprecio de los objetos que se ofrecen por voto o se
consagran a Dios.
F. Temurá, cambio o sustitución de sacrificios;
cuando se sustituye una víctima por otra.
G. Cheritut, muerte del alma: treinta y seis pecados que la ocasionan;
casos de conciencia.
H. Megnilá, errores y pecados cometidos al hacer los sacrificios.
I.
Tamid, sacrificio perpetuo: dos corderitos que se degollaban, uno
todas las mañanas y otro todas las tardes.
L. Kinin nidim, ritos para los sacrificios de las recién paridas y su
purificación.
M. Midod, dimensiones del templo, de sus compartimentos y adornos
arquitectónicos. Todo esto se halla determinado según la inmovilidad
orienta para usar las mismas dimensiones al fabricar otro. Probablemente
el segundo templo era igual al primero, excepto las fortalezas.

VI.
Seder. Taarot, purificaciones.

A. Mikvaot, receptáculos: vasos puros e impuros, lavaderos, vestidos con
sus diversos tejidos, y modo de purificarlos, cuando están contaminados.
B.
Nida, catamenios.
C. Jadaim, manos y sus purificaciones.
D.
Oalim, tiendas: sus impurezas y purificaciones.
E.
Negaghim, heridas puras e impuras, visitas del sacerdote,
purificaciones y sacrificios por ellas.
F. Parà, ternera rubia, con cuyas cenizas se purificaba el que había
tocado un cadáver.
G. Taarot, purificaciones para quitar otras impurezas contraídas.
H. Machsirin, que vuelven lícito: esto es casos de conciencia para la
purificación.
I. Zavin, los que padecen polución involuntaria y gonorrea.
L. Tevul
jom
, lavado en el día: ritos de los que, por impureza, tienen que
lavarse en el mismo día; obligaciones de éstos.
M. Gnochetzim, frutas comidas de gusanos, que pueden contaminar a otras
con su contacto.
Los sesenta y dos capítulos de los seis órdenes se subdividen en
quinientos veinte y cuatro.
Así como la Misna es el texto de la ley oral, la Gemara es su
comentario, incluyendo la lógica, las varias opiniones en pro y en
contra, los dictámenes de las diferentes escuelas, las pruebas y los
testimonios que los apoyan. Mas para entenderla bien se necesita saber a
fondo el hebreo y estar versado en los estudios filosóficos en atención
a la mezcla de dialectos que se halla en ella. Paulo Fagio en la
Epístola nuncapatoria ad tractatum Sap. patrum
, dice:
 «Cum vero, in
omnibus linguis jucundæe admodum et gratæ sunt sapientum breves
sententiæ lingua hebraica eæ, meo judicio, omoium gratissimæ esse debent, eo
quod quæ ex ea lingua proveniunt, singularem quandam sanctitatem spirare videntur: quod nimirium ab eo proficiscitur, quod in ea primum
omnium divina oracula, cœlestique illa sapientia hominibus
commendata fait. Undeet Hebræorum sapientum sententiæ a profanis
in hoc differunt, quod non tantum quæ ad politicam, sed et quæ ad theologicam vitam spectant,
pulchre docent.»
En la Narración hemos expuesto varias máximas de estas.
A fin de comentar la ley escrita el rabino Ismael ofrece estas trece
formas:
1.ª del argumento mayoral menor y viceversa;
2.ª de condiciones
iguales;
3.ª de un versículo que explica otro en la misma materia o de
dos versículos que se dirigen al mismo fin;
4.ª de lo universal a lo
particular;
5.ª de lo particular a lo universal;
6.ª de lo universal a lo
particular no se debe juzgar sino con arreglo a lo particular;
7.ª de una
dicción universal que necesita otra particular, y de una particular que
necesita otra universal;
8.ª cualquiera dicción que esté incluida en otra
universal, y salga de la universal para enseñar nuevas distinciones, no
se debe aplicar a una cosa sola, sino a todas las que están incluidas en
la universal;
9.ª cualquiera dicción que estando en la universal, sale de
ella para dar razón de una cosa de la misma materia, esta salida
favorece y no perjudica;
10.ª la dicción eme estando en la proposición
universal; sale de ella para dar razón de otra cosa que no es de la
misma especie, esta salida sirve para favorecer y perjudicar;
11.ª la
dicción que estando en la universal, sale de ella para juzgar cualquier
artículo nuevo, no se puede citar como prueba de la universal, mientras
la escritura no la exponga con claridad;
12.ª una cosa que puede tomarse
de su mismo asunto y otra que se toma solamente del fin;
13.ª dos versos
que se contradicen uno a otro, se explican por medio de un tercero que
los concilia entre sí.
Todo capítulo de la Misna empieza ordinariamente o con el nombre del
doctor que profirió aquella sentencia, o con la palabra targúmica tana,
esto es insignia, sentencia. La palabra inicial del Talmud propio suele
ser amri, dicen.
Además de la Misna v la Gemara entra en el texto
talmúdico la Baryda, esto es, de afuera. Debe saberse que cuando se
componía el Talmud , algunos doctores y al frente de ellos el rabino
Isaac, después de haber tratado en la junta general las cuestiones
teológicas, salían de ella para discutir fuera con mas extensión los
mismos puntos y lo que resultaba de sus debates se llamaba Baryda; por
esto cada punto de dicho libro empieza con la voz Baryda o Savri, esto
es, creen.
Los rabinos que tuvieron parte en la composición del Talmud, eran de
cuatro clases: Tanaim, Mísnicos; Emorain, Narradores; Talmúdicos o
Sevorae, y creyentes o de la Baryda.
Hay una secta que no cree las tradiciones talmúdicas y que quiere hacer
consistir el hebraísmo en la interpretación libre de la Biblia: los que
la siguen se llaman Carain, Literales, en tanto que los otros se
denominan Rabbanín, Rabínicos.
El que ordenó y dio claridad a la teología talmúdica fue Maimónides,
filosofando científicamente sobre sus creencias, del mismo modo que hizo
en la religión cristiana Santo Tomás de Aquino.
Además de los dogmas y disciplina, contiene el Talmud un gran número de
cuestiones de física , medicina, historia, astronomía, astrología
judiciaria y geografía. Algunos pensaron en desembarazarle de éstas: el
rabino Alfessi de Fez entresacó toda la parte ritual y dogmática, y el
rabino Cavir, español, en el Ehn-Israel (ojo de Israel) reunió la
filosófica, moral y científica.
Como en otro lugar hemos expuesto las tradiciones orientales sobre
Alejandro Magno (2), referiremos a continuación una fábula talmúdica
relativa a él, porque siendo de belleza notable, confirmará lo que hemos
dicho sobre el mérito literario de los libros hebreos.

Leyenda de Alejandro el Grande

Siguiendo Alejandro su camino por medio de desiertos estériles y de
terrenos incultos, llegó a un arroyuelo cuyas aguas corrían apacibles
entre dos amenas riberas. Su superficie no estando turbada por el menor
viento, era la imagen de la tranquilidad, y parecía decir mudamente:
Esta es la mansión de la paz y del descanso. Todo estaba en calma y solo
se oía el murmullo de las aguas que parecían repetir al oído del viajero
detenido en sus orillas: Acércate a tomar tú parte de los beneficios de
la naturaleza
, y quejarse de que fuese inútil esta invitación.
Esta
escena hubiera sugerido a una alma contemplativa mil reflexiones
deliciosas; pero ¿cómo podía lisonjear a Alejandro, enteramente
ocupado
en sus designios ambiciosos de conquista y cuyos oídos se habían
acostumbrado al ruido de las armas y a los gemidos de los moribundos?
Alejandro pasó adelante; pero obligado del cansancio y del hambre,
tuvo
pronto que detenerse. Sentóse a la orilla del arroyuelo y tomó algunos

sorbos de agua, que le pareció muy fresca y de un gusto exquisito. Se
hizo servir algunos peces salados de los cuales traían gran
provisión y los sumergió en el agua para templar su excesiva
acrimonia;
mas ¿cuál fue su admiración al advertir que al sacarlos de ella
esparcían una suave fragancia! Ciertamente, dijo, este arroyo afortunado
y de tan raras virtudes debe venir de algún país rico y feliz. Vamos
a buscarle
. Subiendo por la margen del arroyo, llegó Alejandro a las
puertas del paraíso, que estaban cerradas; llamó y con su desembarazo
acostumbrado pidió entrada; pero una voz gritó desde dentro: Tú no
puedes ser admitido aquí: esta es la puerta del Señor
.
Yo soy el señor, el señor de la tierra, replicó el impaciente monarca,
soy Alejandro el conquistador: ¿que tardais en abrirme?
No, le respondieron: aquí no se conoce otro conquistador sino el que
doma sus pasiones: solo los justo pueden entrar aquí
.
Alejandro trató en vano de forzar la entrada de la mansión de los
bienaventurados y ni le sirvieron las amenazas, ni las súplicas, viendo
que todo su empeño era inútil, se volvió al guarda del paraíso, y le
dijo: Tú sabes que yo soy un gran rey, que ha recibido homenaje de todas
las naciones; si no me permites entrar, dame a lo menos alguna cosa que
muestre con admiración al mundo que yo he llegado a este lugar, que no
ha hollado ningún mortal antes que yo.
Ahí
tienes, hombre insensato,
repuso el guarda del paraíso, ahí
tienes con qué sanar los males de tu alma. Una mirada a ese objeto puede
darte mas sabiduría que la que has recibido hasta ahora de tus antiguos
maestros. Ahora sigue tu camino.
Alejandro tomó con ansia lo que le daba dicho guarda y se volvió a su
tienda; pero ¡cuál se quedó, cuando al observar el regalo, vio que este
no era mas que un pedazo de calavera! ¿es este, exclamó, el
regalo precioso que se hace a los reyes y a los héroes? ¿Es este el
fruto de tantos trabajos, peligros y cuidados?
Lleno de cólera y engañado en sus
esperanzas arrojó lejos de sí aquel miserable resto de un mortal.
Pero un sabio que se hallaba presente, le dijo:
Gran rey, no desprecies
ese don: por poco agradable que te parezca, posee virtudes
extraordinarias, como puedes convencerte si tratas de eauilibrarle con un
pedazo igual de oro o de plata
. Alejandro mandó que se hiciera la prueba:
se trajo un peso; colocóse la reliquia en un platillo y un pedazo igual
de oro en el otro. Mas con admiración de todos el hueso pesó mas, y
haciéndose el experimento con otros metales, siempre fueron estos más
ligeros, y cuanto más oro se ponía en el platillo, máss subía éste.
Es muy extraño, dijo Alejandro, que tan pequeña porción de
materia pese mas que tanto oro. ¿No hay ningún contrapeso que pueda
establecer el equilibrio?
Si hay, respondió
el sabio: muy poco se necesita para eso; y tomando un poco de
tierra, cubrió con ella el hueso, el que se elevó al punto en su
platillo.
Esto es extraordinario, exclamó
Alejandro: ¿No podríais explicarme semejante fenómeno?
Gran rey, replicó el sabio, este fragmento de hueso es el que
contiene el ojo humano, el cual aunque limitado en volumen, es ilimitado
en sus deseos: cuanto mas tiene, mas quiere; ni el oro, ni la plata, ni
todas las riquezas de este mundo pueden satisfacerle. Mas cuando una vez
desciende a la tumba y queda cubierto de tierra, entonces tiene un
limite su ambición.
Creemos que esta fábula parecerá preferible a ciertos extractos más
serios, por ejemplo a los infinitos pormenores que han hecho decir a un
docto que para ser carnicero según el Talmud, se debería sufrir un
examen más complicado que el que se exige para ser doctor en teología.
Los primeros doctores rabinos son santos de! Oriente, cuna de las
fábulas. Uno hubo, cuyos viajes se parecen mas a los de Simbad el
marino, que a ninguna de las devotas peregrinaciones de la leyenda. Éste
fue el famoso Raba barbar Channa, el cual vio un día que un pez arrojado
por el mar a la costa destruyó con su caída sesenta ciudades, y que
otras sesenta se alimentaron con su carne, quedando todavía tanta, que
otras sesenta pudieron hacer provisiones de salazones, y en fin, al
volver a pasar por aquel sitio en el año inmediato, encontró que las
sesenta ciudades arruinadas se habían reedificado con los huesos del
pez. Otra vez este ilustre viajero desembarcó en el lomo de un monstruo
marino que estaba cubierto de tierra y de una rica vegetación: Chana
creyéndose sobre una isla, encendió fuego y se puso a cocer sus
provisiones; resentido con esto el pez, se movió, y el viajero apenas
tuvo tiempo de escaparse. En otra ocasión vio. una rana tan grande como
la población de Akra que tiene sesenta casas; una serpiente se tragó a
dicha rana, y después apareció un cuervo que devoró a la serpiente, y
para digerirla se colocó sobre un árbol, cuyas dimensiones no nos da el
rabino por desgracia.
Credat Judœus, gritareis con Horacio. Pero aunque contenga el Talmud
tantos errores y delirios, según confiesan los más sabios doctores,
seria de desear por el interés de la ciencia que algún erudito hiciese
su análisis filosófico, explicase su espíritu, manifestase los motivos
que para hacer esta compilación tuvieron sus autores, bajo qué
influencias la hicieron y el efecto que produjo este código sobre las
costumbres y opiniones del pueblo para quien se escribió.
Es más fácil despreciar que examinar. Sin embargo, todos saben que el
desprecio nunca ha producido cosa buena.
__________
(1) Otros escriben Mañaser, Moñed; y en efecto el sonido de la
h hebrea
participa del de la ñ española.
(2) Lib III, cap. XVIII.





 
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