El talmud
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religion
Jos Demon
,
Docente Religión y Ética DPU Pontificia Universidad Católica del Ecuador
at
Pontificia Universidad Católica del Ecuador
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El talmud
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EL TALMUD – CÓDIGO SAGRADO Y
SECRETO
Biblioteca WeltanschauungNS
Libros Para Ser Libres
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2.
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INTRODUCCIÓN
La mayor paradoja que puede hallarse en toda la historia de la humanidad, es la de
encontrar un pueblo que fuese el elegido y seguidamente el vomitado por Dios; que no
es otro más que el judío. En su continuo deambular por la vida, aferrado a sus
tradiciones como ningún otro, va transmitiendo de padres a hijos sus creencias
religiosas y sociales de forma que, a través de los siglos, el judaísmo arrastra a una casta
indomable, atribuyéndose a sí misma la condición de casta superior, instruyéndose en
que el judío es el único Dios viviente en la tierra, el Adam Kadmón, el hombre celeste;
todos los demás han sido puestos en la tierra para servir al hebreo.
Predicando entre sí un odio espantoso contra todos los demás pueblos, a los que azuza
como a perros a la pelea, y adoctrinándose entre ellos con la terrible idea de que, “aun al
mejor de entre los goim (los no judíos), se les debe exterminar.”
El porqué y cómo viene ocurriendo todo esto, se puede explicar con razones sencillas y
comprensibles que no hay porqué ocultar. En primer lugar, porque los hebreos tienen un
espíritu demoníaco, “tiene por padre al diablo que es el padre de toda mentira, y sólo
quieren hacer las cosas de su padre”; en segundo lugar, porque están sometidos entre
ellos, a una férrea disciplina a través de los Kahales (Consejos nacionales, regionales y
locales) y de los rabinos; en tercer lugar, porque tienen un Código sagrado y secreto al
que no puede sustraerse ningún judío, y rige desde fechas inmemoriales; y, por último,
porque todos están sujetos a pagar un tributo económico al Kahal al margen de los otros
impuestos, lo que convierte al judaísmo en la secta mejor organizada, pagada y
sostenida del mundo entero.
Pero ahora no vamos a hacer más que una breve referencia a la vasta obra del Talmud,
pues no se trata realmente de un libro sino de una colección de 63; y basándonos en
trabajos hechos por varios escritores, escasos sobre el tema, tratamos ahora de darlo a
conocer en España, que ha sido y sigue siendo la cuna del criptojudaísmo, como
reconoce el eminente historiador judío contemporáneo Cecil Roth, en su Historia de los
marranos. Esta obrita aunque es pequeña, es de una labor ardua y paciente. Hay que
resaltar de entrada que El Talmud se acepta y respeta con veneración por los judíos del
mundo entero, particularmente por todos los ortodoxos, que son la inmensa mayoría.
Se trata de una obra elaborada exclusivamente por rabinos, por aquellos considerados
como los más sabios entre ellos, y actualmente está de tal forma tan impuesto entre la
judería, que ya cualquier rabino, aisladamente, es incapaz de formular la menor crítica
sobre su contenido. Ninguno puede alzar su voz contra él, sólo el Gran Rabinato
reunido podrá ir lenta y ocasionalmente corrigiendo aquellos aspectos que más
repugnen a las mentes de los demás rabinos.
De las dos partes de que consta El Talmud: La Misná y La Guemará, quizá sea la
primera la parte principal de todo él. Así como la Ley Moisés, es considerada la primera
Ley o Ley fundamental; la Misná es como una Ley ordinaria, y La Guemará, como el
Reglamento que la desarrolla y complementa. Pero ninguna de estas dos puede ser
vulnerada por ningún israelita. La Ley de Moisés sí. Y creemos sinceramente, que
cuando no se conoce bien una materia, lo primero y más juicioso es informarse antes de
afirmar o entrar en discusión sobre ella, porque esto es más propio de irresponsables.
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Las páginas que siguen no pretenden otra cosa. Sólo satisfacer a alguien que sienta un
sano interés por saber lo que es el Talmud y lo que enseña, y ya nos damos por
satisfechos. Y cualesquiera que sean las criticas que produzca, aún las opiniones más
encontradas, será la recompensa a este pequeño trabajo. Y rematemos ya esta
introducción con una tradicional oración que durante siglos se vino repitiendo en la
liturgia de cada Viernes Santo, desde el Papa de Roma hasta el último pastor de almas,
que aunque quedó excluida de dicha liturgia por el Concilio Vaticano II, casi al mismo
tiempo que Pablo VI reconocía públicamente que el humo de satanás había penetrado en
la Iglesia de Cristo, y el común de la curia romana admitía que algún diablo se paseaba
vestido de púrpura por la ciudad del Vaticano; no por ello hemos de entender que está
prohibida, pues a diario se pide a Dios por toda clase de autoridades, instituciones,
pecadores, y, por qué no por los judíos.
La oración reza así:
“Oremos también por los pérfidos judíos para que Dios quite el velo de sus corazones, a
fin de que reconozcan con nosotros a Jesucristo Nuestro Señor.
Omnipotente y sempiterno Dios, que no excluyes de Tu Misericordia ni aún a los
pérfidos judíos: oye los ruegos que te dirigimos por la ceguedad de aquel pueblo, para
que reconociendo la luz de Tu verdad, que es Jesucristo, salgan de sus tinieblas. Por el
mismo Dios y Señor Nuestro.”
“Penetrad en las moradas de aquel pueblo, y veréis la miseria espantosa que lo aflige.
Hallaréis a los padres haciendo leer a sus hijos un libro misterioso que a su vez lo harán
también leer los hijos a sus hijos.”
Chateaubriand
EL TALMUD: CÓDIGO SAGRADO Y SECRETO Lo cierto es que, aunque los judíos
no exhiben el Talmud, o conjunto de libros que lo integran, más bien lo ocultan, es
considerado por ellos como una ley propia y superior, y su ‘existencia es tan real como
el crimen ritual mismo. Y el Talmud no es otra cosa más que un conjunto de
disposiciones y reglas de conducta, de muy obligado y severo cumplimiento para el
judío, en donde lo religioso no es materia única, y más bien secundaria; en donde todo
está en abierta contradicción con la moral cristiana, y en donde todo aparece escrito y
con la suficiente claridad, acerca de la consideración y el posible asesinato de los goim,
los no judíos [i]. Basta esta sola cita del Talmud para formar criterio y emitir un juicio
ponderado:
Sólo el judío es humano, todos los demás no judíos son animales. Son bestias con
forma humana. Cualquier cosa es permitida que esté en contra de ellos. El judío puede
mentirles, trampearlos y robarlos. Puede violarlos y asesinarlos.
Pudiendo comprobarse que principios semejantes se reiteran en varios libros del
Talmud, como veremos más adelante [ii]. Y esto, aunque parezca inverosímil, es real y
está escrito, y lo escrito, escrito está. Quod scripsi, scripsi; verba volant, scripta manent.
Por consiguiente, el Talmud resulta ser un amplio texto escrito punible por si mismo en
muchísimas de sus partes, ya que su contenido ha desbordado la mente humana, el
ámbito de la intencionalidad o de los malos pensamientos, traspasando lo probable y
cayendo dentro de lo comprobable o verificable. Ello aparte las muchas frases injuriosas
contra otras religiones, particularmente las cristianas y musulmana, sin que las palabras
ni el espíritu con que se utilizan permitan tampoco la menor duda acerca de la intención
injuriosa, (quando verba sunt per se injuriosa, animus injuriandi praesumitur).
Hemos de continuar, pues, adelante, con el examen del único código sagrado de los
judíos, antes de sentar que su reprobable contenido es un hecho inconcuso; que está en
abierta contradicción con la ley mosaica, en la que dicen que se inspira, así como con el
Antiguo Testamento, y por descontado contra el Nuevo, porque ni siquiera lo admite, y
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por consiguiente, en pugna con el alegato aducido por los defensores de Israel, de que
sus leyes no prescriben la efusión de sangre. Por el contrario, el Talmud preconiza el
crimen y lo justifica.
CONSIDERACIONES SOBRE EL ORIGEN E IMPORTANCIA DEL TALMUD
Parece necesario, por consiguiente, hacer una referencia mucho más amplia al Talmud,
para saber de él y averiguar, sin lugar a dudas, la opinión que a través del mismo tienen
los judíos sobre los no judíos, y el comportamiento a que les compele a todos los
israelitas en general, y a los sionistas en particular.
Digamos de entrada que el Talmud es una voz hebrea derivada a su vez de lamud, que
significa enseñanza, y recoge, por escrito, la tradición oral judía sobre diversas materias:
religiosas, sociales, e incluso políticas y de medicina. Por Talmud, se conoce, pues, una
vasta compilación de los preceptos enseñados por los rabinos más autorizados o
maestros de la ley, (khakhams o doctores), sobre varias materias, recogiendo y
explicando completamente toda la ciencia y enseñanza del pueblo judío, ya milenaria; y
que, los israelitas, vienen observando tan rigurosamente, si no más, que la propia ley de
Moisés o Pentatéuco.
Los exégetas concuerdan en considerar a Moisés como el autor del Pentatéuco, esto es,
de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento (Génesis, Éxodo, Levítico,
Números y Deuteronomio), que si no llegó a redactarse todo por él completamente,
interviniendo otros, dadas ciertas diferencias que se señalan, particularmente de estilo y
las varias denominaciones que se le dan a Dios, al menos 33 nombres diferentes, si se
hizo bajo su dirección. Como también se acepta generalmente que Moisés utilizó
escritos ya anteriores a él, así como cierta tradición oral. Y dada la pretendida
inspiración del Talmud en la ley mosaica, y basándose en ello, surgen diferencias, toda
vez que algunos escritores incluidos rabinos-, sostienen que los preceptos rabínicos -o
talmúdicos- proceden de Moisés, mientras que otros le atribuyen una mayor antigüedad,
como el alemán J. Streicher, para quien las leyes talmúdicas provienen de hace más de
3.000 años, y -dice-, son tan válidas hoy como lo fueron entonces.
El caso es que, los israelitas, quienes llaman al Pentatéuco simplemente: La Ley o Torá,
le dan más valor a las interpretaciones talmúdicas que a todo el Antiguo Testamento,
incluido, por supuesto, el Pentatéuco, al que estiman mucho menos. Es decir, el valor de
la Ley (mosaica) es inferior al del Talmud.
Para sostener esto último, domina una corriente rabínica según la cual, argumentan que,
Moisés, al subir al monte Sinaí para recibir del mismo Dios la ley escrita sobre las doce
tablas de piedra con los mandamientos, también recibió las interpretaciones de la
misma, o sea, la ley oral; pues de otra manera no necesitaba permanecer tanto tiempo en
el monte, por cuanto Dios le pudo haber entregado la ley escrita en un solo día. Y tratan
de apoyar esta tesis recurriendo al Éxodo, (cap. 24, 12), en donde se refiere el mandato
de Dios a Moisés:
«Dijo Yavé a Moisés: Sube a lo alto del monte en donde estoy y detente allí. Yo te daré
unas tablas de piedra con la ley y los mandamientos que tengo escritos en ellas, a fin de
que los enseñes al pueblo.» Los doctores de la ley -rabínicos- interpretan que en este
pasaje bíblico, las palabras tablas de piedra significan los diez mandamientos; que la ley
significa el Pentatéuco; los mandamientos significa la «Misná; que tengo escritos en
ellas, los profetas y los hagiógrafos; y a fin de que los enseñes al pueblo, la «Guemará».
Y así consta en el libro llamado «Berakhoth», el primero del Talmud.
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Hay que distinguir, por lo tanto, entre tradición oral y tradición escrita. Es decir,
tradición bíblica anterior y posterior a Moisés. La tradición oral de los preceptos
talmúdicos, vinieron transmitiéndose mezclados con los de la Cábala entre los judíos.
Cábala, etimológicamente en hebreo significa eso: tradición.
Las diferencias que se señalan entre Talmud y Cábala, son las de que, mientras los
preceptos talmúdicos son dados para el conocimiento y dominio del común de los
judíos, con carácter secreto para todos los demás, y sin perjuicio de que sus
interpretaciones queden reservadas para los doctores de la ley; la doctrina cabalística fue
depositada en una minoría judía, elitista, y su enseñanza es dirigida exclusivamente a
personas seleccionadas entre estos mismos, generalmente rabinos. La enseñanza
talmúdica es exotérica; la cabalística, totalmente esotérica u oculta. Y mientras, las
enseñanzas talmúdicas son de inspiración monoteísta con marcado acento egoísta,
basadas en el monoteísmo de la misma ley mosaica, la Cábala es netamente panteísta,
basada en las costumbres de Caldea, Egipto y otros pueblos antiguos, que adoraban a
los ídolos e incluso a los diez principales demonios, practicaban la magia, la
cartomancia y otras ciencias ocultistas o supersticiosas, y desde luego ofrendaban niños
a los dioses. ANTECEDENTES CABALÍSTICOS DE LA MASONERÍA Lo que sí se
puede afirmar igualmente y sin el menor temor a errar, es que los dogmas filosóficos y
rituales de la Cábala, se fueron transmitiendo hasta nuestros días a través de la
masonería, la que los mantiene igual que hace siglos. Ha de hacerse notar que la
masonería, tal como la conocemos actualmente, afloró en el año 1717 en Inglaterra,
mas, es muy anterior, puesto que nació de una secta secreta fundada por nueve judíos en
el año 43 después de Cristo, bautizada con el nombre de La Fuerza Misteriosa, con dos
propósitos principales: El primero, combatir a los nazarenos de creciente expansión, y
contrariar sus predicaciones. Y el segundo, conservar la influencia política israelita.
En medio del confusionismo existente, o que pretende crearse, sobre el origen de la
masonería, creemos que es decisivo lo que al respecto dio a conocer el judío brasileño
de procedencia rusa, Jorge Samuel Laurant, bajo el titulo: La Disipación de las
Tinieblas o el Origen de la Masonería. Este Laurant, descendiente de uno de los nueve
judíos fundadores de la secta, fue el último heredero y depositario de esta historia
familiar, la cual vino recogiéndose por sus antepasados con anotaciones sobre uno de
los mismos documentos originales de la fundación, y fue publicada por primera vez a
finales del siglo XIX, en francés, después vertida al árabe y turco, por el libanés
ortodoxo Awad Khoury, con la mediación del entonces presidente de la República de
Brasil, Doctor Prudente José de Moraes Barros (1841-1902), de quien Khoury era el
«Encargado de Negocios privados de S.E. o présidente da República dos Estados
Unidos do Brazil»; y más recientemente traducida al español por Ivan Zodca, en La
Argentina en 1962 [iii].
Los nombres de los otros herederos o depositarios de aquel pacto secreto, de los ochos
restantes fundadores, todavía se desconocen. El bisabuelo de dicho Laurant, que ya se
había convertido al cristianismo protestante por influencia de su esposa, y decidido a
desvelar este misterio, fue asesinado, sin que posteriormente pudiese descubrirse jamás
al autor o autores. Resulta curioso leer en tal libro, lo que dejó escrito un judío que llegó
a alcanzar la más alta graduación masónica: «Sin embargo, el esclavo conoce a su amo,
pero nosotros, en cambio, no conocemos a quien nos ordena, y le obedecemos
ciegamente».
Monseñor León Meurin, jesuita, arzobispo de Port Louis en Madagascar, afirma en su
obra Filosofía de la Masonería: «La doctrina cabalística no es en el fondo más que el
paganismo en forma rabínica; y la doctrina masónica, esencialmente cabalística, no es
otra cosa que el antiguo paganismo reavivado, oculto bajo una capa rabínica y puesto al
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servicio de la nación judía». Más adelante, también emite este juicio: «La doctrina del
Talmud es para el judío la teología moral, como la Cábala es la teología dogmática». Y
en otro lugar aún vuelve con la siguiente observación: «Examinemos las doctrinas y la
alta dirección de la Orden, y en todas partes encontraremos a los judíos. Los emblemas
y enseñanzas de las logias muestran, sin lugar a dudas, que la Cábala es la doctrina, el
alma, la base y la fuerza oculta de la masonería» [iv].
Nicolás Serra y Caussa, escribe también a este respecto en su obra El Judaísmo y la
Masonería: «El inventor, fundador o introductor del sistema masónico, si no fue judío
por la circuncisión, tan judío era de corazón como los mejores circuncidados; pues la
masonería respira judaísmo por los cuatro costados».
Luego cita Nicolás Serra la opinión de un judío, de José Lehmann, después sacerdote
católico, recogiéndole estas palabras sobre el particular: «El origen de la francmasonería
debe atribuirse al judaísmo; no ciertamente al judaísmo en pleno, pero, por lo menos a
un judaísmo pervertido».
El historiador judío francés Bernard Lazare, escribió a finales del S. XIX: «Es evidente
que sólo hubo judíos, y judíos cabalistas, en la cuna de la masonería».
Por su parte, el rabino Isaac Wise escribió en 1855: «La masonería es una institución
judía, cuya historia, grados, cargos, señales y explicaciones, son de carácter judío desde
el principio hasta el fin». El filósofo alemán Fischer anotó en 1848 esta otra
observación: «La gran mayoría de la orden masónica no admite al cristianismo, sino que
lo combate a punta de cuchillo; y la prueba de ello la tenemos en la admisión de todos
los judíos en las logias».
Otra perspectiva digna de tenerse en cuenta sobre la influencia judía en la masonería, es
la que hace el ex masón M. J. Doinel, quien después de haber militado en el Gran
Oriente de Francia, y ya convertido al cristianismo, sienta lo siguiente: «Los masones se
lamentan de la dominación que los judíos ejercen en las logias, en los Grandes Orientes,
en todos los ‘puntos del triángulo’, en todas las naciones, en toda la extensión de la
tierra. Su tiranía se impone en el terreno político y financiero. Desde la Revolución
Francesa han invadido las logias y actualmente la invasión es total. Así como la
masonería es un Estado dentro del Estado, así los judíos forman una masonería dentro
de la masonería. El espíritu judío reina en los ‘talleres’ con la metafísica de Lucifer, y
guía la acción masónica, totalmente dirigida contra la Iglesia Católica, contra su jefe
visible, el Papa, y contra su jefe invisible, Jesucristo; repitiendo el grito deicida:
¡Crucifícalo! La Sinagoga en el pensamiento de Satanás tiene una parte preponderante,
inmensa. Satanás cuenta con los judíos para gobernar la masonería, como cuenta con la
masonería para destruir a la Iglesia».
Pero la mejor caricatura de estos ilusos y siervos soñadores, quizás la haya trazado el
judío húngaro Teodoro Herzl, famoso por ser el padre de la moderna doctrina sionista,
escritor y periodista, quien convocó y presidió el primer congreso sionista celebrado en
Basilea en cuya ocasión afirmó: «Las logias masónicas establecidas en todo el mundo se
prestarán a ayudarnos en lograr nuestra independencia. Es que aquellos cerdos, de los
masones no judíos, no comprenderán jamás el objeto final de la masonería». Otro
importante personaje de la cabalística esotérica hebrea, ni financiero ni hombre público,
el judío francés Saint-Yves d’Alveydre (1849-1909), el teórico y maestro, formulador
de la llamada doctrina de la Sinarquía, antecedente inmediato de la sionista, y por
consiguiente de las líneas maestras del futuro Gobierno Mundial, no oculta su criterio
sobre aquellos ilusos, escribiendo en uno de sus libros (Misión de los Judíos, en 1884):
«Si se dejara en manos de masones y papanatas el plan arquitectural y su ejecución,
jamás se levantaría el monumento » [v].
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Pudiéramos aportar otros muchos criterios autorizados, pero sobre este extremo, no
vamos a insistir más puesto que no es nuestro propósito hacer aquí un examen de la
masonería ni mucho menos de los crímenes de la masonería. Baste ahora hacer la
observación, para concluir, de no difícil comprobación, de que ni la masonería en su
conjunto, ni un solo masón siquiera ocasionalmente, al menos durante su militancia,
haya hecho o dicho lo más mínimo que pudiese dañar o simplemente molestar a los
judíos o a su política imperialista. Por el contrario, santifican cualquier atrocidad judía,
como los brutales y sucios asesinatos de palestinos que se suceden mes tras mes, actitud
que incluso encuentra eco en la misma ONU, con su visible tolerancia, no pasando de
las fórmulas de consuelo y condena, cuando de crímenes y ocupaciones de territorios
ajenos, por los judíos se trata.
Se le achaca a la ONU el ser una institución de inspiración judía, pero al menos, por lo
que se ve, es la caja de resonancia del imperialismo sionista, normalmente a través del
norteamericano, o mejor, del angloamericano, que se limita a pedir «mayor
moderación» ante los excesos sionistas, o veta propuestas que ponen claramente de
manifiesto que, en tal Organización, la igualdad, democracia y justicia, no tienen el
mismo significado para todas las naciones integrantes, como tampoco para los judíos o
medio judíos, unidos por los mismos lazos y sentimientos sionistas [vi].
También hay que decir que, la masonería siempre fue tanto de la mano del capitalismo
como de su secretismo. Y aun del comunismo, salvo en aquellos países en donde éste
queda impuesto, porque entonces la masonería comienza a ser cercenada. ¡Consumada
la traición ya no es menester el traidor! Véase si no el ejemplo de Rusia durante los
últimos 70 años, en donde la masonería ha estado totalmente prohibida.
Por otra parte, en relación con las guerras y su explotación, veamos lo que opina Henry
Ford, el famoso industrial norteamericano inventor del automóvil que lleva su nombre,
y escritor, comentando en uno de sus artículos periodísticos publicado en el Daily Mail,
de 21-9-1923 (luego recogidos en su libro El Judío Internacional): «No necesitamos la
Liga de Naciones para poner fin a la guerra. Poned bajo control a los cincuenta
financieros judíos más ricos, que promueven guerras para su único provecho, y las
guerras cesarán» [vii]. Por último, hagamos notar sobre este punto que, en el acta de la
sesión del ‘convento’ (asamblea), del Gran Oriente Francés celebrado en 1929, se hizo
constar esta advertencia:
«Nuestra Orden no puede conservar su fuerza y valor más que manteniendo su carácter
secreto. El día en que perdamos nuestro carácter específico en lo referente a nuestra
discreción y secreto, nuestra acción en el país habrá finalizado».
Y, para finalizar, digamos que el 20 de febrero de 1959, la Asamblea Plenaria de
Cardenales, Arzobispos y Obispos de Argentina, publicaba una declaración colectiva
recordando la condena formal de la masonería por los Papas, desde Clemente XII a Pío
X, y subrayando que la francmasonería y el comunismo persiguen el mismo objetivo,
diciendo:
«Para llegar a sus fines, la FrancMasonería se sirve de la alta finanza, de la alta política
y de la prensa mundial; el marxismo, por su parte, se sirve de la revolución social y
económica contra la patria, la familia, la propiedad, la moral y la religión».
DE LA TRADICIÓN ORAL A LA ESCRITA
Volvamos a la tradición talmúdica y cabalística. El hecho es que tanto a una historia
como a la otra, se pretende rodearlas de misterio e incluso ocultarlas. Una corriente
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rabínica sostiene que Moisés transmitió la ley oral a Josías; Josías a su vez la transmitió
a los setenta ancianos (o sabios); estos ancianos a los profetas, y los profetas a la Gran
Sinagoga; posteriormente pasó en forma sucesiva a ciertos rabinos, hasta que ya no fue
posible retenerla por más tiempo oralmente.
Pero aparte estas especulaciones dogmáticas aportadas por los propios judíos, lo cierto
es que unos y otros preceptos, talmúdicos y cabalísticos, fueron siendo recogidos por
escrito casi al mismo tiempo. Primero se recoge la doctrina cabalística, por el filósofo
Filón el Judío (13 a.C.-54 d.C.), de Alejandría; y poco después la talmúdica por el
rabino Jehudá, desde finales del siglo II y principios del III, entre el año 190 y el 220,
aunque ya antes de Cristo existían en Palestina colegios que enseñaban Talmud. Alguno
afirma que empezó a redactarse después de la destrucción de Jerusalén. El primero que
le dio forma al Talmud, fue por consiguiente, el rabino Jehudá o Yehudá ha Nasí [viii],
pero no totalmente a todo él, sino a la primera parte del mismo, conocida por la Misná,
segunda ley o ley repetida, también así llamada porque es un comentario a la primera
ley o ley de Moisés. Jehudá llevó a cabo una recopilación de todo cuanto había escrito
sobre la materia, anterior a él, así como recensión de lo legado oralmente, ordenándolo
y dándole forma, y dividiéndolo en seis partes o códigos, cada código en libros, y, los
libros en capítulos.
Estas seis partes o códigos de la Misná -seguimos aquí a Pranaitis-, son las siguientes
[ix]:
I. ZERAIM: Sobre la agricultura: semillas, frutas, hierbas, árboles, y uso de las frutas.
Contiene once libros [x].
II. MOED: Sobre las fiestas: tiempo en que deben comenzar y finalizar, y cómo celebrar
tanto el sabat como las otras festividades. Contiene doce libros [xi].
III. NASCHIM o Nasim: Trata del matrimonio, las mujeres, repudio de las esposas, sus
deberes, relaciones matrimoniales, y enfermedades. Consta de siete libros [xii].
IV. NEZIKIN: Sobre Derecho penal y civil, penalidades e indemnizaciones. Consta de
diez libros [xiii].
V. KODASCHIM: Concerniente al Derecho religioso o sagrado, los sacrificios y los
ritos. Once libros [xiv].
VI. TOHOROTH: Concerniente a las purificaciones e higiene. Trata sobre la suciedad y
purificación de las embarcaciones, ropa de cama y otras cosas. Consta de doce libros
[xv].
LAS PARTES DEL TALMUD
El talmud no es, pues, un sólo libro como parecen dar a entender algunos escritores que
lo citan, sino por el contrario, un extenso cuerpo de obra que abarca 63 libros en total,
como acabamos de ver, distribuidos en 613 capítulos [xvi]. Casi tantos como la Biblia.
Y consta de dos grandes partes: la Misná, la primera parte, a que acabamos de
referirnos; y la Guemará, que es una glosa a la anterior, es decir, un comentario del
comentario. En realidad, estas dos partes van en cada libro; la segunda a continuación
de la primera, o incluso intercalada con ella.
Redactada la Misná, ésta fue siendo objeto de estudio y enseñanza, particularmente
entre los siglos II y V, por las dos escuelas o academias rabínicas más importantes de
aquel entonces, la palestina o de Jerusalén y la babilónica [xvii]. Ese fue el motivo por
el que, sucesivamente, fue recibiendo más añadidos y ulteriores comentarios, que,
reunidos, vinieron a constituir la segunda parte o Guemará.
Cada escuela siguió sus propios métodos, y así, dieron nacimiento a un Guemará doble,
que, posteriormente, tras distintas interpretaciones y polémicas, concluyó con dos
redacciones distintas. La versión del Guemará de Jerusalén, se debe principalmente al
rabino Jochanan, quien presidió la sinagoga de Jerusalén durante ocho años y concluyó
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sus trabajos en el año 230 d.C. La versión babilónica, sin embargo, se fue compilando
por distintos rabinos y épocas. El rabino Aschi trabajó en la tarea de su redacción
durante sesenta años -se dice-, desde el 327. La siguió posteriormente el rabino
Maremar, desde el año 427, y la completó el rabino Ravina alrededor del año 500. Se
acepta generalmente, que la versión de Jerusalén, por su brevedad y vaguedad, es más
rehusada por los judíos, en cambio la babilónica, fue tenida siempre en más estima por
los judíos de todas las épocas.
La Guemará, por consiguiente, no es más que una suma de comentarios sobre la Misná.
Si bien, algunos preceptos de la Misná no fueron examinados, ya que su explicación se
dejó para la venida de Elías y del Mesías. Pero, por lo de pronto, la Guemará, no
solamente entró a formar parte del Talmud, sino que llegó a más, llegó a alcanzar una
más alta consideración que la Misná y la propia Torá o Ley mosaica.
Es el Talmud el que viene a avalar esta última afirmación. En el tratado Sopherim (25,
7, fol. 13 b), se sienta esta curiosidad: «La Sagrada Escritura se asemeja al agua, la
Misná al vino, y la Guemará al vino aromático».
Ya en dos libros anteriores del Nezikin -IV parte o código-, se hace
una valoración sobre este particular. En el libro Baba Metsia (fol. 33
a)
se dice al respecto: «Aquellos que se dedican a leer la Biblia ejercitan una
determinada virtud, pero no mucha; aquellos que estudian la Misná ejercitan una virtud
por la que serán premiados; pero, no obstante, aquellos que se dedican a estudiar la
Guemará ejercitan la más grande de las virtudes».
Y en el tratado Sanhedrín (10, 3, fol. 88 b), se rebaja igualmente a un segundo plano el
valor de la Ley o Torá, es decir, el Pentatéuco, la misma Biblia, al establecer que:
«Aquel que quebranta las palabras de los escribas peca más gravemente que aquellos
transgresores de las palabras de la Ley». Asimismo, esto aparece sentado en el libro
Erubhin (2º libro del II código o Moed): «Hijo mío, presta atención a las palabras de los
escribas antes que a las palabras de la Ley».
De donde se deduce claramente, por consiguiente, que lo inspirado tiene más fuerza que
la fuente inspiradora. Las palabras de los rabinos valen mucho más que las Escrituras
Sagradas. Y de aquí se desprende que, si los rabinos preconizan el crimen -además de
otras cualesquiera barbaridades-, en sus aberrantes interpretaciones del Pentatéuco, no
cabe duda de que sus enseñanzas son las que valen y se imponen para todos los judíos.
Resulta deplorable aquel alegato de los defensores de Israel, de que sus leyes se inspiran
en la ley mosaica, porque lo que realmente hacen es tergiversar y sobar sobre aquella
ley según mejor les convenga; como los buenos curtidores de pieles antes de rematar el
curtido. Y desde luego el Talmud prescribe el delito como cosa normal frente a los goim
(los no judíos).
Hay que hacer la salvedad de que a los 63 libros del Talmud, a que ya hemos hecho
referencia, se le han agregado cuatro breves tratados más, por posteriores escritores,
pero que no han sido incluidos en el Talmud corriente. Destacando Pranaitis, que casi
todas las ediciones del Talmud tienen la misma cantidad de folios y la misma
disposición del texto; solamente varía el tipo de imprenta o formato, según sea modelo
grande o pequeño.
Como de todas formas, esta obra fue haciéndose voluminosa y desordenada, los judíos
sintieron la necesidad de algo más sencillo y manejable, lo que fue originando una
nueva tendencia, no de compilación sino de recopilación o breve compendio, que
empezó a dar sus frutos a partir del siglo XI. El primero que llegó a publicar un Talmud
breve, fue el rabino Isaac ben Jacob Alphassi, aunque no llegó a tener éxito.
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MAIMÓNIDES
Pero según Pranaitis, el primero en editar una obra bien ordenada sobre la Ley Judía,
fue el rabino Moische ben Maimón, a quien los judíos llamaban abreviadamente
Rambam, o «El Águila de la Sinagoga», y también rabino Iarchi o Raschi; más
conocido entre los cristianos por Maimónides, que fue el nombre que prevaleció. Un
judío-español que nació en Córdoba en 1135, allí estudió medicina y filosofía, y a través
de sus traducciones Europa conoció la cultura griega, a Platón y a Aristóteles. Y murió
exiliado en Egipto en 1204, malviviendo de la medicina.
Moisés Maimónides, escribió en árabe y hebreo sobre temas filosóficos, médicos y
talmúdicos. Sobre éstos, redactó primero unos comentarios al Talmud que publicó en un
libro llamado Perusch, incluido en la Guemará. Posteriormente, en 1180, concluyó su
gran obra denominada Misná Torá (Repetición de la Ley), también llamada Iad
Chazakah (La Mano Fuerte), que es un compendio del Talmud, dividido en cuatro
partes o volúmenes con 14 libros en total. Incluyó conceptos filosóficos propios y
nuevas leyes, motivo por el que fue excomulgado por su pueblo y condenado a muerte,
y aunque no fue ejecutado sí fue perseguido. Después de Maimónides, el mundo judío
quedó dividió en dos bandos, el de sus seguidores y el de sus detractores. A pesar de
ello, el valor de su obra fue en aumento. Tanto es así, que actualmente entre los judíos
circula como máxima, el aforismo:
«De Moisés a Moisés (Maimónides), no ha habido otro Moisés». Su grey no le ha
abandonado. En 1935, con motivo de la conmemoración del VIII centenario de su
nacimiento y la fraternal colaboración del masónico gobierno de la II República
española, en la sinagoga de Córdoba se descubrió una lápida de mármol blanco con la
siguiente inscripción:
VIII centenario de Maimónides 1135-30 de marzo de 1935 España por medio de su
gobierno rinde homenaje al genio inmortal del judaísmo.
Córdoba, su patria, le ofrece la veneración de su recuerdo. Sin embargo, todo hay que
decirlo, Maimónides, con toda su inteligencia y capacidad de trabajo, no fue sino una
mente luciferina al igual que algunos otros eminentes de la judería. Guardan cierto
parentesco con los demonios, quienes siendo creados espíritus puros, nacidos ángeles,
les perdió la ambición y acabaron rebelándose contra el mismo Dios, pensando que
podrían ser tanto como él y, claro está, lo que alcanzaron fue la eterna condena, aunque
el daño ya lo dejaron hecho. Ya veremos más adelante cómo Maimónides interpreta el
«no robarás» o el «no matarás»: sólo a judíos, no a los demás, porque los otros no son
personas sino animales, bestias. ¡Sabrán esto los masones! Su egoísmo le llevó incluso a
abjurar del mosaísmo para abrazar el islamismo. Con posterioridad a Maimónides, ya
solamente merece la pena citar a dos rabinos en relación con los trabajos del repetido
Talmud, a Jacob ben Ascher y a Joseph Caro ben Efraim. Ascher, publicó en 1340 un
compendio de la obra de Maimónides, expurgada de todo cuanto consideró su-perfluo y
personal, dividida en cuatro partes, que no alcanzó el éxito esperado.
EL SCHULCHAN ARUKH
Es obligado destacar al otro rabino, por su importancia, a José Caro (1488-1577), de
Palestina, quien, siendo niño, juntamente con sus padres procedentes de Toledo, fue
expulsado de España en tiempos de los Reyes Católicos. Éste fue el que dio satisfacción
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12.
a la necesidad generalmente sentida, de un libro breve y sencillo para la inteligencia de
todos los judíos: su famoso Schulchan Arukh (La Mesa Preparada), que llegó hasta
nuestros días y es actualmente considerada como la obra más sagrada para los judíos
ortodoxos, su obligado Código de Leyes.
El Schulchan Arukh no es más que una condensación del Talmud. Un Talmud
abreviado, dividido en cuatro pequeños libros, y éstos en parágrafos numerados. Es
pues, el Código imperante para los judíos, salvo para una minoría que no reconoce más
que la Ley mosaica, motivo por el cual unos pocos son sojuzgados por la mayoría y
condenados al ostracismo. Tanto es así, que tradicionalmente las comunidades judías
conciertan un contrato con todo nuevo rabino, para conducir a la comunidad según este
Código de Leyes, sin admitir discrepancias [xviii].
José Caro con esta obra terminó con las polémicas habidas entre los rabinos anteriores a
él, aunque inicialmente tampoco dio plena satisfacción a todos, ya que dividió a los
judíos orientales de los occidentales.
En lo que no hay unanimidad de criterio es en cuanto a la fecha de redacción del
Schulchan Arukh, y aun sobre su origen. A. Luzsenszky, quien tradujo el Talmud y el
Schulchan Arukh al alemán, en la introducción a este último señala al rabí Ascher como
el compilador originario, pero atribuyéndole al rabí José Caro la redacción definitiva en
el año 1490, cuando en este año, según el Rvdo ruso Pranaitis, Caro solamente tenía dos
años de edad, y, por otra parte, debía encontrarse todavía en España puesto que la
expulsión de los judíos tuvo lugar en 1492, o a partir de este año. El profesor Pranaitis
no cita fecha de redacción de este libro, sólo dice que utiliza la edición de Venecia de
1594. Monniot afirma que fue escrito por el rabí Josiel hacia 1576, en Palestina. Josiel
debe ser el mismo Joseph (Caro), pero esta última fecha nos parece muy tardía por
cuanto Caro ya tenía 88 años y fallecía al siguiente. El judío Teodoro Reinach, dice
simplemente que debió ser redactado a mediados del siglo XVI. Mas, no vamos aquí a
entrar en más detalles sobre este particular, no es una cuestión primordial. Lo que si se
debe resaltar respecto del Schulchan Arukh, en cuanto a su autor, es que el criterio
dominante es unánime: su autor es José Caro, en lo que concuerdan los israelitas. En el
Univers Israélite de 18 de octubre de 1912, escriben:
«El principal aflujo se produjo en 1492, después de la expulsión de los judíos de España
que buscaron refugio en el Este de Europa. Entre los que emigraron a Nicópoli estaba
el rabino Ephraim Caro, de Toledo, cuyo hijo Joseph fue el jefe religioso de la
comunidad, estableciéndose más tarde en Safed: es el autor del Schulchan Arukh, que
quedó como código del judaísmo».
Sobre este libro sagrado, nos parece muy importante el decir también que, en un sínodo
israelita celebrado en Hungría en el año 1866, los asistentes tomaron, entre otros, el
siguiente acuerdo:
«Hay que negar públicamente el Schulchan Arukh a los ojos de los no judíos, pero en
realidad, todo judío en todo país está obligado a cumplir en todo momento estas leyes».
Resolución que fue suscrita por 94 rabinos, 182 abogados, 45 médicos y 11.672 judíos
de distintos estamentos [xix].
Alguien podrá preguntarse cómo llenar alguna laguna o aclarar algún precepto
talmúdico de difícil interpretación. Pues bien, se puede decir al respecto que carecen de
jurisprudencia pero no de pragmatismo, pues los rabinos lo hacen todo, para los judíos
son el alma y el sostén de Yavé en la tierra, hacen y deshacen sin apelación. Se puede
traer aquí una cita del libro talmúdico Horcoim, en el que sientan una regla de oro ante
la necesidad de alguna interpretación, que es del tono siguiente:
«Los rabinos enseñan también, respecto al Talmud, que si se encuentra algo en un libro
que salga del orden natural o que sobrepase nuestra inteligencia, se debe culpar a la
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debilidad del entendimiento humano, ya que al meditarlo profundamente, se observa
que el Talmud no contiene más que la pura verdad».
Ahí queda una vez más la reafirmación de que los mandatos talmúdicos son
obligatorios, han de obedecerse ciegamente por los judíos; y ya sabemos que están en
abierta contradicción con la Biblia. En donde se inspiran es en su ancestral espíritu de
casta, jamás superado por ningún otro grupo humano.
ACTUALIDAD Y OCULTACIÓN DEL TALMUD
La existencia del Talmud ya no puede ser negada por nadie. Ya hemos dicho que lo
escrito, escrito está. Pero se pretende poner en tela de juicio su permanente vigencia, su
actualidad, aunque parezca en principio ser un intento fútil. Pues son ellos mismos los
que nos muestran con frecuencia todo lo contrario.
Sobre este particular podemos traer aquí como prueba, una sentencia no muy lejana,
divulgada en España por la agencia Efe, con fecha 20.12.1979, diciendo que:
«El Tribunal rabínico de Haifa (Israel), ha condenado hoy a un marido a tener
relaciones sexuales con su mujer.-La víctima es un profesor de enseñanza media de 32
años, cuya esposa se querelló porque desde hace ocho meses no mantenía relaciones
sexuales con ella». Y añade que, «la decisión de los jueces rabínicos se ha basado en el
Talmud (sic), que prescribe que los esposos han de tener relaciones sexuales
continuadas, salvo el caso de fuerza mayor. La multa ha de ser pagada según lo fijado
por el Talmud».
En lo que yerra la nota de prensa, es en señalar que el Talmud fue redactado en el año
600 antes de Jesucristo.
Aunque sea de pasada, hagamos la observación de que la moral sexual israelita, en este
punto, no anda muy lejos de la de sus hermanos en Abraham, los musulmanes; ambas
muy distantes de la cristiana. A propósito de esta sentencia, creemos que los jueces,
necesariamente tuvieron que tener a la vista, aparte otras consideraciones, el Libro IV
del Schulchan Arukh, dedicado al Derecho matrimonial, a la mujer, sus enfermedades,
dote, etc., en estos parágrafos numerados que vamos a ver, los que muestran su
estancamiento en una moral primitiva, verdaderamente arcaica y discriminatoria para la
mujer -todavía se justifica la poligamia, el aborto, y la consideración de mujer objeto-, y
transcribimos seguidamente ya sin más comentarios, dejándolo al criterio ajeno:
«1. A todo israelita le está permitido tener tantas mujeres simultáneamente como pueda
alimentar. Pero los sabios han recomendado mantener sólo cuatro mujeres, para que por
lo menos recaiga una vez sobre cada mujer un ayuntamiento carnal. Para la mujer el
mandamiento de la procreación no tiene fuerza obligatoria». «6. Un kohen (sacerdote
judío) no debe casarse con una divorciada, ramera o debilitada. ¿Quién es una ramera?
Cualquier mujer no judía, o también una judía que ha tenido relación con alguien a
quien no le estaba permitido casarse con ella».
«44, 8. Cuando un israelita se casa con una akum (no judía) o una esclava, entonces el
casamiento es nulo, porque no son capaces de ser tomados en casamiento, e igualmente
cuando un akum o esclavo se ha casado con una israelita».
(En el parágrafo 27, anterior, se dice que «sólo es prostitución, aun en el caso de previa
conversión de la otra parte a la religión israelita»).
«62. Puede uno casarse en un mismo día con tantas mujeres como quiera, y es suficiente
que se diga las usuales siete bendiciones Sólo una vez sobre todas las mujeres. Pero hay
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que gozar con cada mujer en particular, es decir, con una doncella durante siete, y con
una cohabitada tres días».
«76. Aquellos que no tienen ocupaciones de ninguna índole deben practicar el
ayuntamiento carnal cada noche; los obreros de la ciudad dos veces en la semana; los
que trabajan fuera de la ciudad una vez, los conductores de camellos una vez al mes, los
muleros una vez en la semana, los marineros una vez en seis meses, los eruditos sólo el
sabat. Al que es débil se le debe examinar para ver cuanto puede rendir. El
ayuntamiento carnal debe ser practicado el día en que la mujer se ha bañado. Cuando
tiene varias mujeres, no todas necesitan vivir en la misma casa».
Por otra parte, no quieren dar a conocer estos libros, más bien tratan de ocultarlos
tomando prevenciones amparadas en lo consignado en los mismos sobre este particular,
quizá para hacerle un cumplido a aquella observación de Tácito de que «todo lo
desconocido se supone maravilloso».
Este afán de ocultar es viejo porque ha echado raíces en los viejos libros talmúdicos y
en las sentencias rabínicas. En el Sanhedrín se plasma lo siguiente: «Un gentil que
estudie el Talmud y un hebreo que lo ayude en tal estudio, deben ser condenados a
muerte».
En el libro Dibbre -David, se hace esta otra advertencia:
«Comunicar a un no judío algo de nuestros libros religiosos, sería lo mismo que matar a
todos los judíos, pues si los no judíos supiesen lo que enseñamos en contra de ellos, ¿no
nos matarían a todos nosotros?» Y añade esta recomendación: «El judío está obligado,
cuando se le pregunta sobre la interpretación de cualquier frase de la literatura de los
rabinos, a interpretarla falsamente, a fin de evitar que contribuya con una explicación
verídica de las frases, al enriquecimiento de los conocimientos de otros en la
interpretación de las escrituras rabínicas, porque lo contrario deberá ser castigado con la
muerte según dice el Talmud».
LA OBLIGATORIEDAD DEL TALMUD
Conociendo de todas formas, cierto rechazo de muchos judíos hacia su libro sagrado, y
no obstante, el ensogamiento existente entre ellos y de todos a la autoridad rabínica,
cabe preguntar:
¿Cómo se mantiene entonces la obligatoriedad del Talmud? A lo que hay que contestar
rotundamente: por imposición.
¿Y, de quién? Pues, del rabino y del Kahal (Consejos Supremos, Regionales y Locales).
Ha de tenerse presente que el Talmud, como ya hemos dicho, no solamente trata de
religión, sus preceptos abarcan muchas más materias de carácter social y político. Los
rabinos, antes de recibir su título profesional, tienen que estudiar y pasar exámenes
rigurosos, todos, de Biblia, Talmud y Cábala. Y donde haya judíos hay organizado un
kahal. Y todo judío -sin excepción- está sometido a una férrea disciplina y obediencia
ciega a sus jefes, y los jefes al Gran Rabinato, bajo amenaza de distintos castigos,
incluida la pena de muerte, generalmente por el veneno, como refiere Jean Boyer [xx].
Son los mismos rabinos los que confirman el dato de que el control de cada individuo
judío es muy minucioso en todas las actividades de su vida pública y privada.
Desde los trece años queda sujeto al judaísmo, ha de obedecer, prestar juramentos,
infiltrarse en el partido o institución que se le ordena, pagar impuestos privados al
kahal, y no luchar ni pleitear contra otro judío sin permiso de sus autoridades israelitas.
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Así es como ha venido sosteniéndose el judaísmo y logrado ser la secta racista mejor
financiada del mundo, aparte el fanatismo innato de todo judío.
¿Qué ocurre si un israelita se queja o no se somete? Sencillamente, no es escuchado, o
puede ser excomulgado, o, en caso extremo, condenado a muerte. Vamos a traer aquí
solamente dos muestras, de dos casos divulgados en la prensa y recogidos por distintos
autores, que nos ponen claramente de manifiesto como funcionan el kahal y como actúa
o responde el Gran Rabinato, en caso de insumisión. Estas son las dos muestras: Una
queja de dos judíos hecha pública a medio de carta y/o excomunión del político
norteamericano Henry Kissinger [xxi].
Queja de dos judíos al Gran Rabino
La carta de los dos judíos apareció en un diario de Esmirna (Turquía), l´Echo de
l´Orient, de fecha 18 de abril de 1840, dirigida al Gran Rabino. Contiene una grave
denuncia y es indudable que como todas estas protestas-, conlleva cierto peligro. Estos
son esencialmente sus términos:
«Si la religión judía está enteramente basada en la Biblia, como lo hace creer el Sr. Gran
Rabino, le rogamos nos indique el texto que sirve de apoyo a las prácticas siguientes:
«1.º ¿Dónde se encuentra que el uso de la carne está prohibido cuando el buey, la cabra
o el cordero no fueron degollados por la mano de un rabino?
«2.º ¿Qué el vino está prohibido siempre que hubiese sido elaborado o tocado por una
persona que no profesara la religión israelita? «3.º ¿En dónde está el texto de la Ley,
que en los días de sabat prohíbe a los israelitas caminar si es portador de una llave, de
un alfiler, de un reloj o de cualquier otro objeto que no le sea absolutamente necesario?
«4.º ¿ Qué se diga en que parte del testamento se lee que los que emplean su tiempo en
la lectura del Talmud, aunque sean ricos negociantes, serán eximidos de los impuestos
debidos a la comunidad israelita y al Gobierno mismo, y que los pobres deberán pagar
por ellos?
«¿Quieren saber qué nos sucede, a los pobres israelitas, si rechazamos el someternos a
las caprichosas exigencias de los rabinos? «Si tenemos algo de dinero, nos lo sacan por
la fuerza; si no tenemos, se nos excomulga, o si no, nos libran a las autoridades para ser
castigados como malhechores.
«¿Tratamos de defendemos ante nuestros jueces? Cientos de falsos testigos declaran
contra nosotros, ya que la ley rabínica tolera el uso del fraude y del artificio, la
persecución, y hasta la muerte de todo humano que se oponga a la práctica de lo que los
autores de esta Ley, llaman nuestra religión.» Como podemos ver, la averiguación de la
respuesta a la insumisión ya nos la facilitan ellos mismos, no exige mucho esfuerzo
mental, ni hay porqué añadir nada más porque sería como dar lanzadas a moro muerto.
La excomunión de Henry Kissinger
Veamos ahora el caso de Henry Alfred Kissinger, cuyo verdadero nombre es Abraham
ben Elazar. Los judíos suelen cambiar de nombre con tanta o más facilidad que de ropa
interior, sobre todo al cambiar de nacionalidad. Se trata de un judío nacido en Alemania
el 27 de mayo de 1923, en la localidad de Fürth (Baviera), en donde convivió con sus
padres hasta 1938 en que emigraron a Estados Unidos. Su padre mientras vivió en Fürth
ejerció como rabino y se dedicó además a la enseñanza. A los 15 años, pues, Kissinger
emigra, cursa estudios en la Universidad de Harvard, en donde después pasaría a ser
profesor de la misma. En 1943 ingresa en el ejército yanqui, y como intérprete es
embarcado con la 84 División de Infantería para la ocupación de Europa, pasando poco
después al servicio de espionaje; seguidamente a la Escuela del Servicio Secreto del
Comando Europeo, en la que también pasa a ser profesor, y al propio tiempo se
convierte en un agente del espionaje soviético, sirviendo más fielmente al comunismo
que al imperialismo yanqui. Kissinger, mantuvo no solamente relaciones sino amistad
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íntima con Guillaume, el espía rojo cuya también íntima relación con Willy Brandt,
obligó a éste a abandonar transitoriamente la escena política; fue el impulsor de la
política pro-comunista de Alemania Federal así como el responsable de la entrega de
Vietnam al bolchevismo [xxii].
Participa ampliamente en la política y vida económica de EE.UU., siendo consejero
ininterrumpidamente de Kennedy, Johnson (demócratas), Nixon y Ford (republicanos),
así como miembro activo de los Bilderberger y de la Trilateral; hasta que comienza a
tomar iniciativas propias, y por desobediencia o pretender independizarse del Gran
Rabinato, aun con más poder que el suyo propio, fue excomulgado, o expulsado de la
comunidad judía, no importa ahora que ésta sea o no considerada exclusivamente
religiosa; como ya anteriormente lo había sido Baruch Spinoza, Maimónides, y otros
sabios del judaísmo. Los judíos están sometidos entre ellos a una férrea disciplina, y han
de ser todos muy obedientes y solidarios, sin desmandarse. Incluidos los rabinos, porque
éstos podrán rebelarse aunque sea contra el mismo Yavé, pero contra el Gran Rabinato,
eso jamás.
No ha importado que anteriormente Kissinger hubiese consagrado toda su vida y obra,
inteligencia y trabajo, al servicio del sionismo y particularmente del comunismo. Y que
hubiese alcanzado el Premio Nobel de la Paz -con tan buenas recomendaciones-, en
1973, juntamente con el vietnamita Le Duc Tho, quien lo declinó por no compartirlo
precisamente con Kissinger. La excomunión, por otra parte, demuestra que su posible
aplicación a cualquier otro judío errante, sigue en vigor. El Talmud está en pie.
El anuncio de la excomunión se hizo en el periódico judío Jewish Press, de Nueva York,
de 18 de junio de 1976, página 18; y posteriormente en el magazine mexicano Jet Set,
no. 17, año 2, de abril de 1977, páginas 22 y 23, de México. El acto tuvo lugar en un
salón del hotel Hilton de Nueva York. Kissinger quedó así condenado al ostracismo
político, profesional y económico, hasta que vuelva a ser rehabilitado. Reproducimos
extracto de estos documentos que resultan ser incontrovertibles.
En resumen, dos aportaciones que consideramos suficientes para formar criterio, en esta
audiencia pública, de que las leyes talmúdicas siguen estando de actualidad.
DE LAS ESCANDALOSAS Y ACUSATORIAS DELACIONES VERTIDAS POR EL
PROPIO TALMUD
Más que escandalosas y acusatorias, son espantosas, las delaciones que contiene este
código sagrado y secreto.
Pues, de lo que piensan los judíos sobre si mismos: pueblo escogido; de lo que piensan
sobre los demás pueblos: idólatras destinados a servir y honrar a Israel; de la
consideración sobre los demás humanos: bestias, basura, prostitutas; sobre sus mayores
aspiraciones: alcanzar el dominio mundial, por cualquier clase de medios; sobre el
concepto de bienes y propiedades ajenas a los judíos: bienes mostrencos, todos los del
mundo le pertenecen al judío; así como sobre los crímenes sanguinarios: sacrificios
necesarios para agradar a Dios; e incluso sobre otros aspectos importantes del
pensamiento judío, da razón sobrada el Talmud, en donde se revelan claramente y hasta
de forma reiterativa, y repiten como un eco todos cuantos rabinos vinieron escribiendo,
siglo tras siglo, sobre judaísmo. La cuestión no es baladí ni pasajera. Mas no se puede
hacer ahora una reseña apresurada de citas talmúdicas sobre todas estas cuestiones, ya
que resultaría desmesurada y no es este nuestro propósito.
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Baste para la acusación, como para formar recto criterio el lector ante esta tribuna
pública, traer aquí solamente aquellas que aluden a aspectos generales y particularmente
al asesinato del goy (el no judío).
Lo que ya tienen escrito no puede ser negado, quizá tergiversado, pero las intenciones
quedan al descubierto, y los hechos demuestran su concordancia, corroborando sus
instintos. Sólo hemos de hacer la advertencia previa de que las alusiones al no judío,
esto es, al idólatra, al pagano, al gentil, al akum, al goy, después de la venida de
Jesucristo se dirigen preferentemente al nazareno, al cristiano, también al musulmán, y
muy especialmente al católico.
Aparte el precepto ya transcrito al principio de estas consideraciones sobre el Talmud,
de que sólo el judío es humano, a los demás puede mentirles, trampearlos y robarlos,
puede violarlos y asesinarlos; nos encontramos con otras prescripciones de igual tono y
similar criterio, que están en contra de toda sana conciencia, repugnan aun al más débil,
desafían al más fuerte y, nos afligen a todos. Y que trataremos de recoger seguidamente,
en lo que consideramos más trascendente.
En el libro Qabbalah ad Pentateucum, (fol. 97, 3), los judíos se glorifican de esta
manera a si mismos:
«Dios se muestra en la tierra en las semblanzas del judío: Judío, Judas, Judá, Jevah o
Jehová, son el mismo y único ser. El hebreo es el Dios viviente, el Dios encarnado; es el
hombre celeste, el Adán Kadmón. Los otros hombres son terrestres, de raza inferior.
Sólo existen para servir al hebreo; son pequeñas bestias.» Y visto ya esto, resultará de
fácil comprensión para esta breve audiencia, la sospecha de que los judíos se nos
presentan a todos los demás hermanos en Cristo, como un hormiguero de pequeños
mesías. Al verdadero todavía le esperan como a un rey, que pondrá a todos los demás
seres y riquezas a los pies del hormiguero, para su mayor servicio y gloria.
En el mismo Talmud, III Parte o Naschim, (en el libro Kethubot, fol.
111 b), se puede leer lo siguiente:
«El Mesías (aún esperado por los hebreos) dará a los judíos el gobierno real del mundo;
todos los pueblos les servirán y todos los reinos les serán sometidos.» «Pero esa época
será precedida por una gran guerra en la que las dos terceras partes de los pueblos
perecerán. Los judíos necesitarán siete años para quemar las armas conquistadas.» (En
el Abramanel, Masmia Jeshua, fol. 49 a).
Y nada menos que llegan a establecer un parangón entre la sabiduría rabínica y la del
mismo Dios. Algo insólito. En la II Parte de la Misná, o sea, en el Moed, en su último
libro o tratado llamado Chaniga, se puede leer asimismo:
«Dios, el Señor, pide a menudo su opinión a los rabinos en la tierra, cuando en el cielo
se presenta una cuestión difícil en cuanto a la Ley». Opinión esta defendida, además,
por el rabino Menachen al que le siguen otros.
Y se puede subrayar esta otra:
«Jehová mismo, en el cielo, estudia el Talmud de pie. Tal es el respeto que tiene por
este libro.» (Trat. Mechilla).
En el Pesachim (fol. 118, b), se pone de manifiesto el desprecio al cristiano como a
ningún otro, pues se escribe que: «El Mesías recibirá los regalos de todos los pueblos y
él no rechazará más que los de los cristianos.» Se ocupan mucho de los cristianos. En el
Schulchan Arukh, 2.º Libro llamado Jore de Ah (Doctrina de la Sabi-duría, 141.1), se
consigna esta observación:
«La reproducción de una cruz ante la cual se hace reverencia, debe ser tomada como un
ídolo y está prohibida.» Y en el Sepher Zerubadel: «El lugar donde se lleva a cabo el
culto cristiano, se llama Casa de Vanidad y Necedad, en vez de una Casa de Oración.»
Al domingo se le llama día de la calamidad, (no suelen ganar un duro); a los Santos
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Evangelios, Libros de Iniquidad, (le llaman raza de víboras, hijos de satanás, etc.); a las
festividades cristianas, días de infortunio; a María le llaman Charia, esto es, estiércol, en
vez de Miriam (nombre de María en hebreo y arameo), y también le llaman Haria (¿?),
jugando con el vocablo, así como prostituta; y a Jesucristo bastardo, etc., sólo
expresiones procaces; a los sacrificios cristianos: Ofrecimientos de estiércol.
El respeto al sábado siempre ha sido proverbial entre los judíos, pero la referencia
talmúdica al mismo sobrepasa toda medida de fe, y por otra parte, nos permite observar
una vez más como al akum se le atribuye un tercer puesto, después de los animales.
Veamos:
«Si alguien está de viaje y el sabat ya ha comenzado, y tiene dinero consigo, y va con un
burro y con un no judío, entonces no debe cargar con dinero al burro, sino entregarlo al
no judío, pues el descanso sabático del burro también le está ordenado, pero el descanso
del no judío no está ordenado. » Sobre los bienes de los no judíos hay varias
prescripciones talmúdicas, pero baste citar algunas para formar idea clara de la falta de
la más mínima consideración:
«Las propiedades de los goim son y tienen la reputa-ción de un desierto o de las arenas
del mar, quien las ocupare primero (entre los judíos), será su legítimo poseedor. » «Los
bienes de un no judío son como un bien mostrenco, y el que viene primero, éste toma
posesión de ellos.» (Choschen Hammischpat, 156.5). Comentando estos preceptos el
rabino Isidoro Loeb, escribía en 1892, en su obra «La literatura de los pobres de la
Biblia»:
«Toda la fortuna de las naciones pasará al pueblo judío; el fruto de los graneros de
Egipto, los ahorros de Etiopía, serán de él; marcharán detrás del pueblo judío,
encadenados, como cautivos, y se prosternarán a sus plantas. » Otro precepto que viene
a incidir en lo mismo, se encuentra en el libro Sepher Ikarim, en donde también se
encuentran los principales ataques contra la fe cristiana:
«Dios ha dado a los judíos poder sobre la fortuna y la vida de todos los pueblos.» El
escritor judío Marcus Eli Ravage, nacido en Rumania en 1884 y emigrado desde joven a
Estados Unidos, en donde estudió, con estancias en París, escribió en The Century
Magazine de enero de 1928, vol. 115, lo siguiente, contradictorio en sí mismo:
«En tiempos de guerra nos sustraemos a nuestro deber por la Patria, porque por
naturaleza y tradición somos pacíficos. Somos los archi-instigadores de guerras
mundiales y los principales beneficiarios de tales guerras.» «Somos en una misma
persona los fundadores y adeptos principales del capitalismo, y simultáneamente los
principales autores de atentados de la rebelión contra el capitalismo. De seguro, la
historia no tiene ejemplo alguno de semejante multiplicidad. » Ya el rabino Jochanan
había llevado al Pasachim (113, A), esta advertencia: «Si vas a la guerra no vayas en
primera fila, sino en las últimas, así podrás ser el primero en volver.» Excusado decir
que se refiere a las guerras que ellos promueven entre las demás naciones, aunque les
acojan de buena fe. En Israel no se acepta la objeción militar.
Sobre la usura, el criterio lo tienen muy claro, apareciendo coincidente y reiterativo. En
el libro Sanhedrín (fol. 16.2), se prescribe que: Está prohibido prestar sin usura a los no
hebreos. En el Sepher de Maimónides (fol. 73.4), se recalca como en un mandamiento
lo siguiente:
«Dios ha ordenado practicar la usura respecto a un goim, y no prestarle dinero sino
únicamente cuando nos pague intereses, de tal manera que en lugar de facilitarle ayuda,
nosotros debemos crearle dificultades, aun cuando él nos es útil.» Comentando la
misma máxima el rabino Schwabe -citado por Traian Romanescu-, escribe al respecto:
«Si un cristiano necesita dinero, el judío sabrá engañarlo; él añadirá interés usurero a
interés usurero, hasta que la suma esté tan elevada que el cristiano no podrá pagarla sin
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vender sus bienes, o hasta que la suma monte a tanto que el judío pueda comenzar un
proceso y obtener de los jueces el derecho a tomar posesión de sus bienes.» El escritor
judío Teodoro Reinach, pretende explicar -nunca justificar-, esta inclinación de los
suyos diciendo que los judíos aprendieron las artes del comercio y de la usura, de los
griegos, y que esta afición vino a Judea de la Diáspora, especialmente de Egipto. Aun
concedido el beneficio de la duda, habría que preguntarle el porqué no habrán aprendido
también las cosas buenas de los otros, y porque ya desde el principio adoraban al
becerro de oro. Y advertirles además, que los cristianos enseñan que a los demás se les
debe imitar en las virtudes, no en los pecados.
También se ocupan de la hipocresía y del juramento. Dice el rabino Bechaf: «La
hipocresía está permitida, cuando el judío la necesita, y cuando tiene motivos de temer.
Que él honre al no judío y le diga ´os amo´, en tales circunstancias. » Pueden jurar en
falso cuando sean obligados a hacerlo ante tribunal o autoridad: Jurar con los labios,
pero en el interior del corazón invalidar el juramento.
Breve idea sobre el criterio de la moral preconizado por los judíos Para dar una idea del
criterio que tienen los judíos sobre la moral sexual y su afán de endosárselo a los demás,
baste leer esta opinión del judío-francés León Blum, quien fuera dos veces primer
Ministro de Francia, aunque por breves espacios de tiempo, entre 1936-37 y 1946-47, la
que dejó escrita en su libro Du Mariage. «Las jóvenes volverán de sus amantes tan
naturales, como ahora vuelven de tomar el té con la amiga. La virginidad será destruida
pronto y nunca tendrá esa singular sujeción que viene de la modestia, dignidad y una
especie de temor... Nunca he discernido que tiene de repulsivo el incesto. Meramente
noto que es natural y frecuente entre hermana y hermano amantes.» El afán por llevar a
la humanidad hacia la miseria moral también se observa en estos otros dos conocidos
judíos, Carlos Marx (1818-1883) y Federico Engels (1820--1895), como políticos,
filósofos y economistas, y muy poco conocidos tanto como rabinos como por su dudosa
moralidad, tanto en su vida privada y familiar como pública, quienes escribieron en
colaboración, entre otros, un pequeño libro a modo de pastoral judaica titulado: La
sagrada familia, en el que dejaron sentado algo abominable que sintetiza el criterio
filosófico de estas eminencias grises sobre el particular, cuyo afán apenas han alcanzado
hasta ahora, pero que los judíos siguen predicando con esperanzas de éxito frente a la
moral cristiana:
«Hay que volver a los orígenes, que están en el matrimonio por grupos; es decir, en la
comuna, donde el revoltijo extermina el concepto de paternidad. Allí nadie sabe quien
es su padre. Y, socialismo, comunismo, significa eso antes que una idea del Estado. No
lo olvidemos.» [xxiii].
Abundando en esta línea de inmoralidad preconizada por la doctrina comunista, de clara
inspiración talmúdica, que en la práctica no es otra cosa más que un poderoso
instrumento sionista que juntamente con la masonería utiliza preferentemente la judería
para alcanzar sus fines, podríamos citar otros ejemplos [xxiv]. Lo que ocurre, con
frecuencia, es que para separar el trigo de la paja en los escritos judaicos, hay que majar
sobre ellos como antiguamente con la trilla en las eras. La revolucionaria judío-rusa
Madame Kroupskaya, cuyo verdadero nombre era Nadiezda Konstantinovna, y estuvo
casada con Lenin desde el año 1897, una vez enviudada en 1924 acentuó su
proselitismo a través de la enseñanza, dejando escrito en su Outchit Gazeta (10-101929), lo siguiente:
«Aunque la socialización de las mujeres no está formalmente ratificada en la lucha
soviética, debe convertirse en una realidad y penetrar en la conciencia de las masas.
Consecuentemente, cualquiera que intente defender a una mujer que es
(indecentemente) asaltada, muestra una naturaleza burguesa y se declara a sí mismo en
19
20.
favor de la propiedad privada. El oponerse a la violación es resistirse a la revolución
comunista de octubre». La misma Kroupskaya predicaba así sobre la religión sin
ocultar su odio visceral, lo que constituye el denominador común a todo comunista y a
la vez su credo ateísta:
«Se necesita imperativamente que el Estado fomente sistemáticamente el trabajo
antirreligioso entre los niños. Debemos hacer de nuestros chicos y chicas no sean
solamente no religiosos, sino activa y pasionalmente antirreligiosos. La influencia
religiosa del hogar debe ser vigorosamente combatida. » También la cripto-judía
española Dolores Ibarruri, más conocida por «La Pasionaria», en el ardor de sus mítines
revolucionarios exhibía sus pechos, entusiasmando todavía más a la masa proletaria, ya
confundida, y le hacía creer que para progresar, no sólo tenía que desaparecer la
propiedad privada sino también la posesión en exclusiva de la mujer; al propio tiempo
que gritaba con énfasis la consigna talmúdica dictada para el goy, de: «hijos sí, maridos
no». Lo que evidenciaba que «La Pasionaria» no sólo había leído a Kroupskaya y
estaba en la veta política del comunismo, sino que además secundaba la regla de oro del
comunismo, que pretenden acomodar igualmente al sexo, conforme a la cual, «cada uno
ha de aportar a la comuna según sus posibilidades y recibir según sus necesidades».
Esto es, en expresión vulgar, caño libre para la completa realización de los goim, sin
límite, como las bestias, de forma irracional, pensando que así podrán someterlos más
fácilmente y encadenarlos como esclavos, para servir al hebreo, no sólo como único
amo sino también como elegido y predestinado. Y otras consignas similares -de
inspiración talmúdica-, se vinieron repitiendo hasta nuestros días.
Durante la II República española, su masónico gobierno hizo circular la de que «a las
monjas, levantémosles las faldas y hagámoslas madres». Los obedientes seguidores de
Sión acordaron, en un acto más bien oficioso celebrado en el Ateneo de Madrid,
designar gobierno, llegando a nombrar Directora General de Prisiones a la judía
Victoria Kent, comunista y masona, aun antes de tramitársele la documentación
necesaria para nacionalizarse española. Y nada más constituirse el masónico gobierno,
se expandió la furia iconoclasta por toda España: contra escudos, coronas, rótulos de las
calles (sustituidos por nombres de masones), desmonte de estatuas y retirada de
crucifijos de las escuelas. El fiscal de la República, Ángel Galarza, promueve en cadena
sus famosos procesos, el primero contra el propio Rey Alfonso XIII, y dirige las más
importantes depuraciones: furia persecutoria. Francisco Maciá, desde el Palacio de la
Diputación de Barcelona, inicia la furia de independencia federalista con su discurso:
«En nombre del pueblo catalán proclamo el Estado catalán, bajo el régimen de una
República catalana, que libremente y con toda cordialidad anhela y pide a los otros
pueblos hermanos de España, su colaboración para crear una confederación de pueblos
ibéricos, ofreciéndoles por los medios que sean, liberarlos de la Monarquía borbónica»,
etc. y ... Visca Maciá! Mori Cambó! Empieza a caer una lluvia de decretos, los
primeros dados a conocer a media noche. Son sepultadas viejas instituciones; más de un
centenar de publicaciones son suspendidas: furia de la contracultura. Antes del mes de
República comienzan a arder iglesias y conventos, extendiéndose desde Madrid al resto
de España; al Cardenal Primado Dr. Pedro Segura se le comunica por escrito que: «El
Gobierno no garantiza su vida en España ni por espacio de una hora», quien huye a
Roma, y a su regreso es detenido, el 14 de junio, cerca de Guadalajara por una pareja de
la Guardia Civil y conducido a la Comisaría, sita en los bajos del mismo Gobierno
Civil, en donde le es entregado un brevísimo oficio firmado por el Gobernador José
León Trejo, de urgente contenido: «Le comunico de orden del Gobierno provisional de
la República española, sírvase ponerse inmediatamente en marcha hacia la frontera de
Irún.» Sin que el asesinato previsto llegara a consumarse por avería en el motor del
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21.
coche de los dos pistoleros enviados desde Madrid con tal fin; se
promocionan las
fiestas políticas y profanas en detrimento de las religiosas de vieja
raigambre y con
tradición de siglos en España: furia antirreligiosa. En resumen, España
era objeto de
toda clase de excesos de inspiración talmúdica. La convivencia era
imposible ya desde
los primeros momentos.
Y medio siglo después, otro gobierno igualmente marxista, hace pública
la de que
«hemos de gobernar como si Dios no existiese». Con similares
comportamientos y
alucinaciones que no hace falta citar, porque son de actualidad y están a
la vista.
Al respecto, si se tiene en cuenta, como dice Linneo, que, la moral es
la higiene del
alma; y por otro lado, según el Schulchan Aruhk, para lavarse las manos
–los judíosbasta el agua de cáscara y media de huevo, ya tenemos también
aquí dos buenas
medidas para enjuiciar la higiene toda del judío: la de su cuerpo y la
de su alma, su
soma y su psique.
Las verdaderas reglas de moralidad de la Ley Mosaica
Mas, para los que piensen como León Blum, Marx o Engels, o las
revolucionarias,
particularmente si son judíos o judías, bueno será refrescarles la
memoria con las reglas
de moralidad y las consiguientes maldiciones bíblicas que contiene la
ley mosaica, que
tanto dicen respetar, -de corazón a fuera, claro está-, y que siguen en
vigor sin que
deban ser violentadas.
De ellas, baste ahora recordarles aquellas reglas de pureza contenidas
en el Levítico,
sobre las relaciones ilícitas y pecados contra naturaleza
(particularmente las del capítulo
18, versículos 6 a 30); así como las maldiciones del Deuteronomio, (cap.
27, versículos
11 al 26), de las que entresacamos solamente las siguientes:
«Ninguno de vosotros se acercará a una consanguínea para descubrir su
desnudez»...
«No descubrirás la desnudez de tu padre ni la desnudez de tu madre,» «ni
la desnudez
de tu hermana, sea ésta hija de tu padre o de tu madre, nacida en casa o
fuera de ella; de
la hija de tu hijo,» etc.
Y en la otra parte vienen las maldiciones:
«¡Maldito el que peca con la mujer de su padre!...¡Maldito el que peca
con una bestia
cualquiera!... ¡Maldito el que peca con su hermana, hija de su padre o
de su madre!...
¡Maldito el que peca con su suegra!... Maldito el que hiere mortalmente,
en secreto, a
su prójimo!... ¡Maldito el que acepta una propina por herir mortalmente
una vida
inocente!... ¡Maldito quien no se atenga a las palabras de esta ley y
las ponga en
práctica! Y todo el pueblo responderá: ¡Amén! » Dios anunció las
maldiciones a los
judíos a través del mismo Moisés, y se recogen en esos dos libros
citados de la Ley o
Torá: Levítico y Deuteronomio (3.º- y 5.º- del Pentateuco), que tanto
dicen respetar los
judíos, y que de hecho, parece que le van cayendo irremisiblemente,
fatídicamente,
como refiere Maurice Pinay [xxv]. Dios avisa así a los judíos: «Pero si
no me obedecéis
y ponéis en práctica todos mis mandamientos, si despreciáis mis leyes,
desdeñáis mis
prescripciones, no ponéis por obra mis mandatos y rompéis mi alianza»,
etc. (Lev. 26,
14 y ss.), vendrá lo demás, vendrá lo peor, las temibles maldiciones,
que son mucho
más numerosas que las bendiciones. Es decir, las bendiciones se combinan
con un
amplio catálogo de maldiciones; o premios o castigos, pues Dios no
admite posturas
eclécticas.
Esperemos, sin embargo, que si el otro le está vedado, tampoco este
mundo, pueda ser
ni quedar en manos de malditos y lunáticos. Y dicho todo lo anterior
acerca del
Talmud, en estas consideraciones, ya no debe quedar la menor duda acerca
de que los
judíos ni se inspiran ni respetan el Antiguo Testamento, más bien se
inspiran en su
espíritu demoníaco y belicoso y sólo respetan sus perversas ansias, que
aparecen bien a
las claras reflejadas en su libro sagrado y secreto. Y hasta un ciego
puede entender que
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22.
está en pugna con la ley de Moisés. Por eso mismo Dios los tiene vomitados desde hace
siglos.
Para ellos, la vida de los no judíos -tal como la enfoca el Talmudvale muy poco, como
la de los animales, e incluso se valora menos. Esto sólo de por sí ya es significativo,
pero es que partiendo de esta premisa, el asesinato y su justificación les resulta muy
cómoda, en base a que además mantienen sus burdas consideraciones de pueblo
escogido, de casta superior, de que sólo los circuncisos son puros, cuando la realidad ha
venido demostrando todo lo contrario. Pero así es como se van formando desde jóvenes
para que no repugne en sus conciencias toda clase de transgresiones a la moral.
Recuérdese que ya el profeta Oseas, del S. VIII a.C., nos presenta los amores entre Dios
e Israel bajo el símil de un matrimonio, el suyo propio, mostrando como Yavé vino en
desposarse con una prostituta, quien lejos de recatarse, se solaza en el adulterio y se
hace cada día más infiel a su único marido: Dios. El profeta Oseas nos presenta una
constante, un paralelismo entre el permanente amor de Dios hacia su escogido pueblo y
la traición de éste a su Señor; que va a repetirse en casi todos los profetas que le siguen,
reiterando que se trata de un pueblo más amigo del pecado, de la desolación, de la
destrucción y devastación, en suma, de la infidelidad; o simplemente, como dice
Miqueas: «vosotros que detestáis la justicia y torcéis el derecho, acabaréis siendo
castigados (cap. 3, 9-12)». Sin embargo, Oseas es un profeta del que nunca oímos una
sola cita, ni siquiera en las rememoraciones de textos que del Antiguo Testamento se
hace comúnmente en cada misa de católicos.
Le secunda eficazmente otro profeta contemporáneo suyo, Isaías, el hijo de Amós,
quien como Oseas se dedicó durante cuarenta años a sacudir las conciencias con sus
impresionantes profecías de denuncia social, las infidelidades y pecados de sus
congéneres. Destaca José L. Sicre que, tres profetas son especialmente famosos por su
crítica social: Amós, Isaías y Miqueas. Veamos ahora solamente este breve oráculo de
Isaías (1, 21-26), sobre Jerusalén, la ciudad infiel, tal como lo reproduce este profesor
para sus comentarios [xxvi].
LA CIUDAD INFIEL
¡Cómo se ha vuelto una ramera la Villa Fiel!
Antes llena de derecho, morada de justicia,
y ahora de asesinos.
Tu plata se ha vuelto escoria,
tu cerveza está aguada;
tus jefes son rebeldes, socios de ladrones;
todos amigos de sobornos, en busca de regalos.
No defienden al huérfano,
no se encargan de la causa de la viuda.
Oráculo del Señor de los ejércitos,
el héroe de Israel:
Tomaré satisfacción de mis adversarios,
venganza de mis enemigos.
Volveré mi mano contra ti:
te limpiaré de escoria con potasa
separaré de ti la ganga.
Te daré jueces como los antiguos,
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consejeros como los de antaño.
Entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel.
Los profetas
Los profetas, con sus constantes denuncias no hacen otra cosa que invitar a la
conversión a su pueblo. Por eso se pregunta Jeremías:
«¿Qué delito encontraron en mi vuestros padres para alejarse de mi? El Señor os
enviaba puntualmente a sus siervos los profetas, y no quisisteis escuchar ni prestar
oído.» Mas ha sido Ezequiel, dos siglos después, una vez invadida Jerusalén en 597 a.C.
por Nabucodonosor, el rey de los babilonios, y encontrándose desterrado junto con otros
judíos fuera de la capital, en la actual Tel-Aviv, cuando este profeta alza su voz contra
los de su raza con toda severidad, por los crímenes cometidos y porque los judíos
habían desobedecido a Dios y tenían que implorar ahora su perdón. Pero no fue
escuchado, y, llegó la destrucción total en el año 586 a.C.. Quizá ningún otro profeta
como Ezequiel nos da una visión global del Jerusalén histórico, desde sus orígenes
cananeos, idólatras, pasando por su segunda época de monoteísmo y amoríos con Dios,
hasta sus tiempos de prostitución y traición a Dios: culto a ídolos paganos, sacrificios
humanos, alianzas políticas con egipcios, asirios y babilonios. Luego se compara a
Jerusalén con Samaria, «que no pecó ni la mitad que tú». Y toda traición necesita
castigo. El profesor José L. Sicre todavía matiza más al decir que, desde el origen de
Jerusalén, Ezequiel sólo descubre el continuo amor de Dios al que la capital siempre
responde con nuevas infidelidades. Veamos los siguientes versos que este profesor
atribuye al poema original de Ezequiel (cap. 16), en una parte que más llama
poderosamente la atención.
¡Jerusalén!
Eres cananea de casta y cuna:
tu padre era amorreo y tu madre era hitita.
El día en que naciste,
no te cortaron el ombligo,
no te bañaron ni frotaron con sal,
ni te envolvieron en pañales.
Nadie se apiadó de ti
haciéndote uno de estos menesteres,
por compasión,
sino que te arrojaron a campo abierto,
asqueados de ti
el día en que naciste.
Pasando yo a tu lado, te vi
chapoteando en tu propia sangre,
y te dije mientras yacías en tu sangre:
«sigue viviendo y crece como brote campestre».
Creciste y te hiciste moza,
llegaste a la sazón;
tus senos se afirmaron
y el vello te brotó,
pero estabas desnuda y en cueros.
23
24.
Pasando de nuevo a tu lado, te vi
en la edad del amor;
extendí sobre ti mi manto
para cubrir tu desnudez;
te comprometí con juramento,
hice alianza contigo
oráculo del Señor y
fuiste mía:
Te bañé, te limpié la sangre,
y te ungí con aceite.
Te vestí de bordado.
Te calcé de marsopa;
te ceñí de lino,
te revestí de seda.
Te engalané con joyas:
te puse pulseras en los brazos
y un collar al cuello.
Te puse un anillo en la nariz,
pendientes en las orejas
y diadema de lujo en la cabeza.
Lucías joyas de oro y plata
y estabas guapísima.
Te sentiste segura en tu belleza
y amparada en tu fama fornicaste
y te prostituiste con el primero que pasaba.
En las encrucijadas instalabas tus puestos
y envilecías tu hermosura;
abriéndote de piernas al primero que pasaba,
continuamente te prostituías.
Por eso, prostituta,
escucha la palabra del Señor:
Voy a reunir a todos tus amantes.
Te entregaré en sus manos:
derribarán tus alcobas,
demolerán tus puestos;
te quitarán los vestidos,
te arrebataran las alhajas,
dejándote desnuda y en cueros.
Traerán un tropel contra ti
que te apedreará
y te descuartizará a cuchilladas.
Prenderán fuego a tus casas,
y ejecutarán en ti la sentencia
en presencia de muchas mujeres.
24
25.
La nueva alianza
Y recuérdese también que después de Jesucristo ya no cabe la menor duda porque
segrega a la raza de víboras y todos -sin excepción-, son llamados a la fe: pobres y ricos,
sanos y enfermos, cultos e ineptos, buenos y malos, incluidos judíos y cananeos, para
una Alianza Nueva y Eterna.
Y tanto desde el punto de vista físico como psíquico, son los propios doctores y la
ciencia judía, los que reconocen su inferioridad. En la misma Jewish Encyclopaedia, en
el término enfermedades nerviosas, reconocen que los judíos están más sujetos a las
enfermedades del sistema nervioso que las demás razas y pueblos entre los que habitan,
siendo la histeria y la neurastenia las más frecuentes; es más, doctores judíos han
reconocido -recuerda J. Bochaca- que la mayoría de los judíos son neurasténicos.
Tobles, proclama que todas las mujeres judías de Palestina están histéricas. Y que esta
enfermedad, que en el varón raramente se da en otras razas, es bastante frecuente entre
los judíos. Y la misma Enciclopedia especifica que estas enfermedades nerviosas se dan
tanto entre las clases pobres como entre las más ricas [xxvii]. Los propios doctores y
organizaciones judías han hecho estudios y publicado estadísticas, que para ellos
resultan particularmente alarmantes en cuanto a las enfermedades del cerebro y del
sistema nervioso, aparte otras. Se puede citar al judío-rumano Dr. Hugo Ganz; a los
judío-alemanes Dr. Rudolf Wasserman y al Dr. M. J. Guttman; el informe del judío
Kreppel en su trabajo Jews and judaism of today (Editorial Amalthea, 1925); y al
psiquiatra vienés Dr. Aleexander Pilcz, etc.
Asimismo resulta sorprendente, según las estadísticas, el alto porcentaje de judíos
imbéciles, atribuido a los frecuentes matrimonios consanguíneos durante siglos. ¡En
dónde está, pues, su superioridad!
Por otra parte, los autores coinciden en señalar que en los judíos se acentúan ciertas
taras debido a los numerosos cruzamientos consanguíneos, a la endogamia: alto
porcentaje de individuos con pies planos; tendencia al encorvamiento; labio inferior
colgante; orejas grandes; fimosis y parafimosis, y olor conocido científicamente como
foetor judaicus (hedor de judío). Pero el caso es que, unido, no obstante, a su complejo
de superioridad el odio que sienten hacia todos los demás pueblos, la inclinación al
delito de sangre resulta ser algo innato al espíritu judío, al que incitan constantemente.
Así se explica que Maimónides, interpretando el no matarás, dice que significa que «no
se debe matar a un israelita, pero los goim, hijos de Noé y los herejes, no son israelitas»,
(Iad Chazakah, Hilkhoth Rozeach y, Hilkhoth Melachim). Del mismo modo que hace
estas otras inmorales interpretaciones: Está permitido abusar de una mujer infiel, es
decir, no judía. Y en cuanto al mandamiento no robarás, significa que no se puede robar
a un hombre, es decir, a un judío.
Pasemos ahora a comprobar, más concretamente, si en sus leyes
los libros del Talmud-, se prescribe la efusión de sangre.
En términos generales y por lo que se refiere al crimen ritual, hay que constatar una y
mil veces, que la doctrina talmúdica no sólo lo autoriza o aprueba sino que aun lo
establece como una acción virtuosa, como un sacrificio agradable a Dios, cuando del
goim se trata.
El asesinato se prescribe, al menos, en varios pasajes del Talmud, que reseñamos
seguidamente:
«El judío que mata a un cristiano, no comete ningún pecado, sino que ofrece un
sacrificio grato a Dios.» (Sepher Or Israel, 177 b, y en Ialkut Simoni 245).
25
26.
De igual modo también se repite lo siguiente en el libro Zohar (I, 38 b y 39 a): «Los que
matan a los cristianos, tendrán un lugar elevado en el cielo.» Asimismo consta en Iore
Dea (158.1), que: «A los akum que no son enemigos nuestros, no se les debe matar
directamente, no obstante, no se les debe salvar del peligro de muerte. Por ejemplo, si
ves a alguno de ellos caer dentro del mar, no lo saques afuera a menos que él te prometa
darte dinero. » Precepto este último, que reafirma el judío Maimónides (en Hilkhoth
Akum, X.I), en parecidos términos, que son estos:«No tengas piedad alguna por ellos,
porque se ha dicho: ´No muestres ninguna misericordia hacia ellos´.» (Aludiendo quizá
al Deuteronomio, 7, 2). «Por lo tanto, si ves a un akum en dificultad o ahogándose, no
acudas en su ayuda. Y si está en peligro de muerte, no lo salves de la muerte. Pero no
está bien matarlo con tus propias manos, empujándolo dentro de un pozo o de cualquier
otra manera, si no está en guerra contra nosotros.» Y escribe seguidamente: «Estas
cosas están dirigidas contra los idólatras. Pero también para los israelitas que dejan su
religión y se convierten en epicúreos, pues deben ser muertos, y debemos perseguirlos
hasta el final. Porque ellos acongojan a Israel y apartan a la gente de Dios.» Sólo merece
la pena añadir aquí, que Maimónides, no tuvo empacho alguno en convertirse al Islam,
presionado por los almohades andaluces -no por los cristianos-, aunque luego tuvo que
huir igualmente de Córdoba, a uña de caballo juntamente con su familia, perseguido a
muerte por los circuncisos, para refugiarse en el Norte de África, y de allí pasar a Egipto
, en donde malvivió como médico y falleció, como hemos dicho.
A los judíos ni siquiera les está permitido enseñar ningún oficio a los akum, ni hacerle
regalos gratuitamente; sólo se permite a un judío hacer regalos a los gentiles que él
conoce, y con la esperanza de obtener de ellos alguna recompensa. (Iore Dea, 151.11).
REPROBACIÓN Y CONDENA DEL TALMUD
El Talmud se desacredita por sí mismo, no se necesitan solemnes declaraciones para
ello. Basta un examen parcial del mismo. Y cuanto más se profundice en su examen
más rechazo produce. Aun expurgado de algunos extremismos odiosos contra los
cristianos, como han hecho en algunas ediciones modernas, aun así, ante normas que
bendicen lo sangriento y ultrajante, y tachan al no judío de bestia, de basura y
excremento, no cabe otra cosa más que el repudio.
¿Dónde está en el Talmud el amor al prójimo? Si el prójimo se reduce para ellos al
círculo judío. ¿Para quién la piedad del judío? Si se vanaglorian de que ya en tiempos
bíblicos (I Macabeos, 13, 46), hacían exclamar a la víctima: «No nos trates según
nuestra mucha malicia, sino según tu gran clemencia».
¿Qué podrá hacer el goy ante el judío talmudista: Ofrecerle eternamente la otra mejilla,
o tomar el látigo y hacer uso de él? Suelen los defensores de Israel, ante citas
reprobables del Talmud, oponer otros textos contradictorios buscando un falso
equilibrio. Afirman una y mil veces que el Talmud es superior a la Ley o Torá, pero
cuando les conviene acuden a ésta para buscar la contradicción, o la negación del
crimen sanguinario, como cuando citan el Levítico (Cap. 17, 12-14), como norma
inapelable en este extremo: «Por eso he mandado a los hijos de Israel: Nadie de entre
vosotros ni de los extranjeros que habiten en medio de vosotros comerá sangre».... «No
comeréis la sangre de carne alguna, porque la vida de toda carne es la sangre; quien la
comiere será borrado». Pretenden ignorar las otras citas bíblicas acusatorias, pasar por
alto las delaciones de los profetas, callar, quizá intencionadamente, aquellos pasajes
bíblicos que reiteran el rescate del hombre por la sangre de Cristo, como el último
26
27.
cordero sin defecto ni mancha. Pero claro, como del Nuevo Testamento no quieren
saber nada en absoluto, que queden pues, reseñados sobre esta última consideración, las
siguientes citas: Carta de S. Pablo a los Hebreos, cap. 9 y ss.; 1.ª Carta de S. Pedro, 1,
14; Ap. S. Juan, 22, 18;
S. Lucas, XVI, 1 - 13, y He. Ap. S. Lucas, XX, 28; para los que deseen manejar la
Biblia [xxviii].
A otros importantes aspectos de la Biblia volveremos en otro lugar.
Sólo recordar aquí que falsos profetas los ha habido en todo tiempo. Elías delató y
desafió a 450 de una sola vez, que acabaron siendo degollados en el monte Carmelo
[xxix], y después de subir a la cima del monte para dar las gracias, Yavé se limitó a
hacer llover para terminar con la sequía que afligía al pueblo y lavar aquellos desechos
(I Rey. 18, 22-45).
¡Judíos, no se puede servir a Yavé y a Baal a la vez! Con todo lo dicho, se puede
afirmar ya sin titubeos que el Talmud está en contra del orden natural. O como dice
Monniot, no sólo es anticristiano, es antihumano e inmoral.
En una de las grandes enciclopedias, en la voz Talmud se puede leer esto: «Se acusa al
Talmud de atacar al cristianismo y de predicar una moral peligrosa»; lo que denota,
evidentemente, una de dos: o ignorancia de los colaboradores en su redacción, cosa
improbable, que más bien debe descartarse; o una malicia descomunal encubierta en la
misma exculpación, en la pretendida exoneración de la acusación. Esta nutrida
Enciclopedia no dedica ni siquiera un par de líneas a especificar el porqué se le acusa, ni
la menor alusión a alguna de las delaciones a que nos hemos referido en las anteriores
consideraciones, del anterior epígrafe, sólo pretende exculpar, sin más, y, repetimos: o
hay ignorancia o hay malicia. Y, nos parece más bien esto último, pues, excusatio non
petita, accusatio manifesta (excusa no pedida, acusación manifiesta). La larga mano
negra y peluda del sionismo [xxx]. Y prosigue la nutrida Enciclopedia, finalizando así
su adoctrinamiento a través de esta voz: «Hubo controversias públicas e incluso
solemnes (Paris, 1240), en las que los rabinos refutaban las falsas interpretaciones, pero
que finalizaban con la prohibición de estudiar el Talmud, y con la confiscación y
destrucción de los ejemplares del texto. En el S. XV, un erudito alemán, Reuchlin, no
sólo defendió ardientemente el Talmud, sino que se dedicó a promover el estudio de las
literaturas hebraicas».
Mas la realidad es otra. Reuchlin jamás defendió el Talmud, tal afirmación constituye
¡una solemne mentira! Que se constituye además en burda, farisaica, cínica, al añadirle
lo de «ardientemente». Y por otra parte, no se puede identificar al Talmud con el resto
de la literatura hebraica. España mismo cuenta con literatura hebraica y no toda es
talmúdica. Pero sobre la cuestión reuchliniana, volveremos más adelante.
Ya Voltaire, nada sospechoso de clerical, y masón arrepentido, dirigiéndose a los
judíos, escribía: «O renunciáis a vuestros libros, o confesáis que vuestros padres
ofrecieron ríos de sangre humana a Dios, más de lo que hizo jamás ningún otro pueblo».
La realidad es que, si se puede afirmar con el Nuevo Testamento en la mano, que el
dinero es estiércol del diablo, con mayor razón también se puede afirmar que el Talmud,
-garante de dinero, poder y sangre de los elegidos-, resulta ser la más detestable
inmundicia que haya producido el género humano a través de los siglos. Su tufo es tal
que no puede taparse con ninguna clase de maniobras [xxxi].
Mientras los judíos mantengan que no hay nada superior a su Sagrado Talmud, los goim
no pueden permanecer indiferentes. ¡Tan descomunal acometida reclama paralela
defensa!
No puede extrañar, por consiguiente, que el repetido Talmud haya sido condenado
expresamente por, al menos, dos emperadores (Justiniano y Maximiliano) y diez Papas,
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28.
de distintas épocas, siendo el último León XIII, de mente tan lúcida como de ejemplar
firmeza de pensamiento y obra, quien dispuso que el Talmud continuase incluyéndose
en el Index Expurgatorius, de libros prohibidos, de acuerdo con lo acordado en el
Concilio ecuménico de Trento de 1545-1563.
Las cosas son como son, tanto si las vemos y queremos como si no las vemos o no lo
queremos. El mismo Magisterio de la Iglesia enseña que la verdad es una y une; la
variación es característica del error y de la mentira; la verdad hay obligación de
buscarla, y puede llegarse a ella a la luz de la razón.
Si seguimos el Magisterio ordinario de los papas, llevamos buen guía. Si este
Magisterio es afirmativo, podemos confiar; si es reiteradamente afirmativo, podemos
afirmar; si además los papas mandan mantener ese criterio y lo suscriben
reiteradamente, podemos estar seguros de estar en la verdad.
Este razonamiento válido para católicos, como creemos, no tiene porqué ser rehusado
por protestantes cristianos, ni aun por ciudadanos incrédulos, si de buena fe se
preocupan por buscar la verdad.
Antes que los papas fue el Emperador Justiniano I el Grande, con fama de ser piadoso y
versado en Teología, quien prohibió en todo el Imperio Romano la divulgación de los
libros talmúdicos, en el año 553.
Diez siglos después, en el año 1510, es el Emperador Maximiliano I, asesorado por el
judío converso Johannus Pheferkorn y la O.P. de los dominicos de Colonia, quien
ordenó que los libros judíos fuesen confiscados y entregados a las Universidades, para
ser examinados, y en su caso quemados. Esto originó la famosa controversia llamada
reuchliniana, derivada del nombre Reuchlin, debido a que éste se mostró partidario de
destruir solamente aquellos libros talmúdicos que fuesen injuriosos para los Evangelios,
o los excluyesen, admitiendo lo demás. Lo que no autoriza a decir que defendió
ardientemente el Talmud. Pero el caso es que planteada así la cuestión, ello dio lugar a
que su idea fuese apoyada por Erasmo de Rotterdam y otros humanistas ¿Acaso, no se
puede hallar algo aprovechable en cualquier libro?; y siendo el Talmud una colección de
63, con mayor razón, aunque, sinceramente, dudamos que puedan aprovechar a alguien
más que a los judíos.
Por el contrario, siguiendo a aquel judío converso y a la prestigiosa Orden de
Predicadores, cuatro Universidades europeas: Erfort, Maguncia (hoy Mainz), Lovaina y
Paris, alzaron su voz acusando a Johannes Reuchlin (1455-1522) de ser un
propagandista judío; y la Inquisición de ser un hereje. Y la Inquisición jamás acusó a
nadie sino por escrito y con pruebas. Elevado el proceso al Papa, León X, éste, sin
embargo, no emitió fallo definitivo, ordenando a las dos partes que guardasen silencio.
De esta manera -dice Pranaitis-, ni Reuchlin fue declarado inocente, ni los libros del
Talmud llevados al fuego.
Y así fueron llegando hasta nuestros días. Un patrimonio de la cultura judía. Y de
conocimiento obligado para el católico que desee saber por qué son condenados y
prohibidos.
El primer Papa que hace una condena expresa de los libros del Talmud, es Gregorio IX,
de finales del siglo XII. Le sigue Inocencio IV (1243-54), quien dicta la Bula Impia
Judeorum Perfidia, de 9 de mayo de 1244, en la que, considerando dicho Papa que el
Talmud y otros libros clandestinos de los hebreos, les incitan a cometer toda clase de
maldades, ordena en la misma Bula que sean quemados públicamente, «para confusión
de la perfidia de los judíos». También hace estas otras consideraciones sobre los
mismos, que más o menos van a ser reproducidas por otros Papas que le siguen:
«La impía perfidia de los judíos, de cuyos corazones por la inmensidad de sus crímenes,
nuestro Redentor no arrancó el velo, sino que los dejó permanecer todavía en ceguedad
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29.
cual conviene, no parando mientes en que sólo por misericordia, la compasión cristiana
los recibe y tolera pacientemente en su convivencia; cometen tales enormidades, que
causan estupor a quienes las oyen, y horror a quienes les son relatadas».
A los dos anteriores Papas, le suceden los siguientes Romanos Pontífices en la condena
del Talmud, por contener toda clase de vilezas y blasfemias contra los cristianos, y
ordenando la quema de dichos libros: Julio III (1550-55); Pablo IV (1555-59); Pío IV
(1559-65); San Pío V (1566-72); Gregorio XIII (1572-85);
Clemente VIII (1592-1605); Alejandro VII (1655-67); Benedicto XIV (1740-58); y
León XIII (1878-1903).
En la edición del Index Expurgatorius (catálogo de los libros expurgados o sucios),
publicada por orden de León XIII en 1887, se hace esta referencia expresa al Talmud y
a dos Papas anteriores a él:
«Aunque en el Index publicado por el Papa Pío IV, el Talmud Judío con todos sus
glosarios, acotaciones, interpretaciones y exposiciones, han sido prohibidos; pero
admitiendo que si se publicaran sin el nombre de Talmud y sin sus calumnias viles
contra la religión cristiana podrían ser tolerados; no obstante, Nuestro Santo Padre el
Papa Clemente VIII en su Constitución contra la literatura impía y los libros judíos,
publicado en Roma en el año de Nuestro Señor de 1592, los proscribió y condenó; con
lo cual no era su intención permitirlos o tolerarlos aun bajo las precedentes condiciones;
por cuanto él expresa y especialmente estableció y determinó que los impíos libros
talmúdicos, cabalísticos y otros nefastos libros judíos, fuesen en su totalidad
condenados y prohibidos y que siempre debían permanecer condenados y prohibidos,
por lo cual su Constitución sobre estos libros debe ser perpetua e inviolablemente
observada».
Y aún se puede mencionar al antipapa español Benedicto XIII, el aragonés Pedro
Martínez de Luna, más conocido por el Papa Luna, quien tras ser condenado y depuesto
en el Concilio de Pisa de 1409, se instaló en Peñíscola con su sede papal, en donde vivió
hasta su muerte en 1424. Pues se preocupó grandemente por el problema judío, y ante
las disputas promovidas en España por el judío converso Jerónimo de Santa Fe,
precisamente sobre el Mesías y el Talmud, entre judíos y cristianos, convocó un Sínodo
que se celebró en Tortosa (Tarragona), a lo largo de casi dos años, (1413-14), con 69
sesiones, con asistencia de rabinos invitados, particularmente del reino aragonés, y
doctores cristianos. Y después de las largas reflexiones y controversias, este Papa
concluyó por condenar al Talmud y prohibir incluso su lectura a los judíos, en unas
fechas en que todavía no habían sido expulsados de España. Su presencia en España,
hay que repetirlo una vez más, era fuente de toda clase de discordias, no sólo religiosas.
Y, finalicemos ya, diciendo que el Talmud sigue hoy día tan en pie para los judíos,
como su general reprobación y condena por la Iglesia, cuya motivación debe ser
conocida por todos. Y que desde luego, prescribe los sacrificios humanos como las
ofrendas más gratas a Yavé. Volvamos al principio de estas consideraciones para
subrayar que aquel argumento de los defensores de Israel, de que sus leyes no
prescriben la efusión de sangre, es falaz. La sociedad humana, que viene haciendo tan
rápidos progresos, debe hacer un esfuerzo más para superar las fundadas sospechas y
sacar de la oscuridad del olvido este código sagrado y secreto, que conserva toda su
vigencia desde hace siglos, manteniendo de una manera fatal y desdichada tan taimada y
ponzoñosa doctrina, que viene impidiendo la pacífica convivencia humana.
[i] Goy significa «no judío» en hebreo, y hace el plural en goym o goim (los no judíos).
Se emplea preferentemente por los judíos sionistas y en tono peyorativo, a los vocablos
gentil y akum, así como idólatra, los que utilizan asi-mismo para designar a todos los
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