martes, 24 de mayo de 2016

El primer Duque de Alba, la codicia y la astucia al servicio de la nobleza castellana - ABC.es

El primer Duque de Alba, la codicia y la astucia al servicio de la nobleza castellana - ABC.es




España / Historia

El primer Duque de Alba, la codicia y la astucia al servicio de la nobleza castellana

Día 23/11/2014 - 21.35h

García Álvarez de Toledo se aprovechó de las
debilidades de Enrique «el Impotente» para ampliar notoriamente el
patrimonio de la familia. En 1472, el monarca elevó su título a duque
para evitar una guerra civil

Incluso para Castilla, una tierra en constante turbulencia a finales de la Edad Media, el reinado de Enrique «el Impotente» fue especialmente conflictivo. García Álvarez de Toledo –el segundo Conde de Alba– destacó por su capacidad de explotar mejor que nadie la situación anárquica y la insensatez del rey en beneficio propio. Una rima callejera de la época describía con nitidez las prácticas del castellano: «¿Quién da más por el Conde de Alba que se vende por las esquinas?» Además de conseguir el ducado para Alba de Tormes, el noble castellano obtuvo de sus intrigas políticas el aumento de los territorios familiares por ambas vertientes de la Sierra de Gredos, más de lo que ninguno de sus descendientes conseguiría en los siguientes siglos.
García Álvarez de Toledo era el hijo primogénito del primer Conde de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Sarmiento, quien había entregado su lealtad al Rey de Castilla Juan II y a su privado Álvaro de Luna.
Durante su lucha por rebajar el poder de la ingobernable nobleza
castellana, Álvaro de Luna fue apoyado por muy pocos aristócratas, entre
ellos la Casa de Alba. Y Juan II fue muy generoso con quienes le habían
ayudado en su momento más crítico. El obispo Gutierre de la familia Álvarez de Toledo fue trasladado a la influyente diócesis de Sevilla y acabó siendo Arzobispo de Toledo, y su sobrino Fernando se constituyó como el primer Conde de Alba de Tormes.
Sin embargo, la gratitud de los reyes medievales solía tener fecha
de caducidad, y una serie de desencuentros con el monarca hizo caer en
desgracia al noble castellano en 1448. El castillo y la villa de Alba de Tormes fueron confiscados y el primer Conde de Alba fue encarcelado durante seis años acusado de rebelión por Álvaro de Luna,
su viejo valedor. Fue en ese tiempo cuando se mostraron las primeras
trazas de la voraz personalidad e ímpetu guerrero de García Álvarez de
Toledo, quien siendo solo un adolescente organizó varias incursiones
militares por los territorios de los nobles leales al Rey. El cronista Alonso Palencia
describe así su actividad guerrillera: «Hizo tantos estragos con sus
correrías y talas por el territorio circunvecino, en venganza de la
prisión de su padre, que llegó a concebir esperanzas de libertarle, y lo
hubiese conseguido [...] a no haberlo estorbado a Juan de Castilla».
Álvaro de Luna también cayó en desgracia en 1453 y el Rey
Juan II falleció un año después. El enfrentamiento abierto con la
nobleza no había dado más que quebraderos de cabeza a la Corona, por lo
tanto el nuevo Rey, Enrique IV, se propuso tener un inicio de reinado tranquilo. No obstante, careciendo de carácter y de buen juicio, Enrique «el Impotente»,
llamado así por su incapacidad para dar un heredero, delegó su gobierno
en privados de origen humilde que, por su condición, levantaron quejas
entre la nobleza.
El I Conde de Alba fue liberado con el cambio de reinado y junto a su hijo participó en las campañas del rey contra Granada acontecidas en 1455 y 1456, destacando especialmente la acción de ambos, padre e hijo, en el cerco de Alcalá la Real.
La ausencia de autoridad y justicia en el reino, puesto que
la mayoría de nobles no reconocía ni respetaba a los privados del
monarca, provocó el levantamiento de ejércitos privados por todo el territorio de Castilla. Como explica el hispanista William S. Maltby en su libro «El Gran Duque de Alba»
(revisando los antepasados del tercer duque de la familia), «la
supervivencia durante el reinado de Enrique IV dependía de expandir las
rentas y el número de hombres a igual ritmo que el más rapaz de los
compañeros, y nadie lo comprendió mejor que don García de Toledo».

La debilidad del rey fue su fortaleza

A la muerte de su padre en 1464, García heredó la dignidad
condal y también la lealtad al Rey. Así, fue uno de los pocos nobles que
permanecieron fiel a Enrique IV tras la proclamación de su hermano Alfonso como Rey de Castilla, en la llamada «Farsa de Ávila».
Pero su lealtad tenía letra pequeña. Mientras permanecía fiel al
monarca, dejaba saber siempre al bando contrario que estaba dispuesto a
oír ofertas. Recogía su recompensa por adelantado, y cuando tocaba cumplir con lo pactado no acudía a la cita.
Como muestra de sus malas artes, pese a que Enrique IV le concedió extensos territorios y la mitad de las rentas de la feria de Medina del Campo, abandonó la tarea de auxiliar la ciudad cuando fue conquistada por el Condestable de Castilla. Más tarde cuando no acudió a la batalla de Olmedo,
donde ambos hermanos disputaron la corona con resultado de empate, se
descubrió que los enemigos del rey le habían ofrecido dos ciudades a cambio de retirar sus 1.500 lanzas de la contienda.
En realidad, García Álvarez de Toledo nunca estuvo dispuesto a abandonar el bando de Enrique IV, pero mantener viva aquella guerra civil le estaba resultando muy rentable. En esta situación de anarquía, las posesiones de Alba de Tormes, que recorrían ambas vertientes de la Sierra de Gredos y el Norte de Extremadura, no dejaron de extenderse hasta las puertas de Salamanca. Y si no tomó esta ciudad, ataque militar mediante, fue por el celo de sus habitantes.
Debido el gran poder adquirido por el II Conde de Alba,
la nobleza castellana, celosa, instó al Rey en 1472 a que si quería
alcanzar un acuerdo de paz duradero le arrebatara las tierras del sur de
la Sierra de Gredos. No en vano, la decisión de Enrique «el Impotente», recogida en el tratado de los Toros de Guisando, buscaba ser ecuánime –posiblemente así evitó una nueva guerra civil– e incluía la renuncia de García Álvarez de Toledo a algunas de sus tierras a cambio del rango de duque y de los derechos sobre Coria (en Cáceres).
El I Duque de Alba falleció en 1488, no sin antes sacudirse parcialmente su fama de hombre codicioso
y solo interesado en agrandar la fortuna familiar. A pesar de su
intermitente lealtad hacia Enrique IV, fue uno de los nobles del reino
que asistieron al enlace entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, posiblemente porque era primo del futuro Rey Católico. Con el fallecimiento de Enrique IV, se convirtió en uno de los principales aliados de los Reyes Católicos en la Guerra de Sucesión castellana y prestó su talento militar en la batalla de Toro en 1476. Esta victoria sobre los «juanistas» (los seguidores de Juana la Beltraneja, la supuesta hija de Enrique «el Impotente») permitió a los Reyes Católicos asegurar definitivamente el trono de Castilla y la unión dinástica con Aragón. Durante los años siguientes, el día de la victoria fue conmemorado en Alba de Tormes con desfiles y corridas de toros.
Su hijo Fadrique –segundo Duque de Alba– también apoyó sin la menor quiebra a los Reyes Católicos y fue uno de los amigos más cercanos de Fernando «el Católico».
Sus habilidades como general, sobre todo en lo que hoy podría llamarse
contrainsurgencia, superaron incluso a las de su padre. El noble
castellano participó del asedio a Granada y en 1514 se alzó como el conquistador de Navarra para el Rey Fernando. Y cuando la mayoría de nobles se unieron a Felipe «el Hermoso»
en su lucha por el trono, Fadrique fue de los pocos que se mantuvo fiel
al monarca aragonés, y fue quien años después «cerró sus ojos muertos».
Una lealtad inquebrantable y clara que contrastó con la elasticidad
política de su padre.


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