martes, 18 de septiembre de 2012
La expulsión de los judíos de España (1492)
La expulsión de los judíos de Sevilla, de Joaquín Turina y Areal |
La
expulsión de los judíos de los territorios de Castilla y Aragón, en
1492, es uno de los asuntos más debatidos entre los que sucedieron a lo
largo del reinado de los Reyes Católicos. Ante todo, es importante
señalar que no se trató de un hecho que fuera único o exclusivo de la
monarquía hispánica. Ciertamente, a lo largo de la Edad Media, esta
comunidad religiosa ya sufrió la expulsión en otros Estados. Sin
embargo, a pesar de esto, quizá por las consecuencias que tuvo para
España, por el número de personas que resultaron afectadas o por las
dudas que -aún hoy- existen sobre algunos aspectos, hacen que el caso
de España sea más controvertido que los demás.
En
este artículo intentaremos explicar la situación en la que se
encontraban los judíos de España en los inicios de la Edad Moderna, las
razones que pudieron llevar a los Reyes Católicos a decretar su
expulsión y, por último, las consecuencias que, tanto para la población
judía como para la cristiana, tuvo aquella decisión de unos reyes que,
hasta que la situación se hizo insostenible, intentaron no llevarla a
cabo.
Aunque los judíos de España no estuvieron libres de problemas
en épocas pasadas (recordemos, por ejemplo los que tuvieron durante el
período visigodo y en otros momentos de la Edad Media), para comprender
todo lo sucedido en 1492 debemos buscar, como antecedentes más decisivos
e inmediatos, los hechos que se produjeron a finales del siglo XIV, en
concreto en 1391. A lo largo de ese año, los barrios judíos sufrieron
numerosos ataques, siendo el primero de ellos el que tuvo lugar en
Sevilla, extendiéndose después por distintos lugares de la Corona de
Castilla y de Aragón. Estos ataques, conocidos con el término de "progromos",
tenían como objetivo el saqueo e, incluso, la matanza de judíos. Sin
embargo, por encima de todo, el efecto que causaron en éstos fue el
miedo, lo que provocó que miles de ellos se convirtieran al cristianismo
para salvar sus vidas. Aquellos judíos que decidieron hacerse
cristianos fueron conocidos con el nombre de conversos.
Desde aquel año de 1391, en España fue cada vez más importante la comunidad de los conversos o "cristianos nuevos",
que abandonaron sus antiguos barrios (las juderías o aljamas) y pasaron
a convivir con el resto de la población cristiana. Posteriormente, a
medida que pasaban los años, los conversos iban integrándose cada vez
más en la comunidad cristiana, hasta el punto de que algunas
profesiones, como la medicina, estuvo ejercida prácticamente sólo por
ellos. Incluso los médicos personales de los Reyes Católicos eran de
origen judío. Sin embargo, el ascenso social de los conversos provocó el
recelo y el resentimiento entre los "cristianos viejos". En efecto,
cada vez eran más numerosas las quejas de éstos contra los conversos, a
los que acusaban de seguir practicando el judaísmo en secreto y, por
otro lado, también se acusó a los judíos de intentar influir en los
conversos para que volvieran a abrazar su antigua religión.
Ante tal delicada situación, en 1478, los Reyes Católicos decidieron introducir el Tribunal de la Inquisición
en Castilla y, con posterioridad, en Aragón. Aunque el Tribunal de la
Inquisición existía desde el siglo XIII, el que ahora se creaba en la
monarquía hispánica dependía directamente de los reyes, no del Papa. Su
principal misión sería controlar a los conversos, investigando aquellos
casos sobre los que existían dudas de que se hubiera producido un
Bautismo sincero. Tras varios años actuando, los inquisidores se
convencieron de que, para terminar con el problema de las falsas
conversiones, había que impedir que los conversos pudieran tener
contacto con los judíos, evitándoles, así, la tentación de volver a
practicar su antigua religión. De esta forma, las Cortes de Toledo
decidieron, en 1480, que los barrios judíos debían estar apartados
físicamente de los cristianos, por lo que ambas zonas debían estar
separadas por gruesas murallas. Además, se les obligó a llevar en sus
ropas una señal roja, un distintivo que los identificara como
pertenecientes a la comunidad hebraica.
Por otro lado -y también desde 1480- se intensificó la investigación
sobre los conversos, y la Inquisición llegó a interrogar a miles de
sospechosos y de testigos, llegando a la conclusión de que la mayoría de
los conversos seguían siendo judíos practicantes. La situación para los
judíos se iba complicando cada vez más, hasta llegar a ser angustiosa,
en 1490, cuando se produjeron varios casos de acusaciones falsas sobre
ellos. El caso más llamativo fue el conocido como el del "Santo Niño de
la Guardia", especialmente grave, puesto que se acusó a un grupo de
judíos y de conversos de la localidad de La Guardia, en Toledo, de
secuestrar, torturar y crucificar a un niño el Viernes Santo de aquel
año. El caso tuvo tal repercusión, que pasó a manos del Inquisidor
General, fray Tomás de Torquemada. Su sentencia fue aleccionadora, pues determinó que los responsables del crimen debían ser ejecutados.
Sin embargo, a pesar de sus grandes esfuerzos, las medidas de la
Inquisición no fueron suficientes para solucionar el problema del odio
hacia los judíos y a los conversos. Así pues, había que tomar una medida
más drástica. Y esa medida no fue otra que expulsar a los judíos que no
quisieran bautizarse, ya que, como dijimos antes, si desaparecían los
judíos y sus sinagogas, desaparecería también el riesgo de que muchos
conversos volvieran a practicar el judaísmo, su antigua religión.
A los Reyes Católicos les costó muchísimo tomar semejante decisión, una
de las más difíciles de su reinado, pues eran conscientes de la
importancia de esa comunidad religiosa, no sólo en el ámbito general de
sus dominios, sino también en el personal (ya hemos comentado que sus
médicos eran de origen judío, aunque lo más importante, quizá, eran las
aportaciones económicas que los Reyes Católicos recibían de los judíos,
fundamentales, por ejemplo, en la Guerra de Granada). Sin embargo, por
otro lado, Isabel y Fernando también pensaban que la unificación religiosa
era algo indispensable para fortalecer la cohesión entre sus súbditos.
Ciertamente, si toda la población de Castilla y Aragón pasaba a
pertenecer a la comunidad cristiana, se evitarían conflictos sociales,
como los que se habían producido desde finales del siglo XIV. Todo esto,
además, ayudaría también a reforzar la autoridad de los Reyes, siendo
esto último, en definitiva, el objetivo fundamental de los monarcas que
reinaron a principios de la Edad Moderna.
Así pues, los Reyes Católicos, el 31 de marzo de 1492, publicaron el Edicto
que obligaba a todos los judíos a abandonar España en el plazo máximo
de cuatro meses. Sólo aquellos que optaran por bautizarse podrían seguir
viviendo en los dominios de Isabel y Fernando. También se alertaba a
los cristianos, para que no ayudasen a los judíos a incumplir lo
establecido en el Edicto, puesto que, en caso contrario, perderían todas
sus pertenencias. En cuanto a los judíos que decidieran exiliarse,
podrían vender sus bienes, pero se les prohibía llevar consigo metales
preciosos o monedas. De esta forma, el beneficio de la venta de sus
casas, por ejemplo, no quedó plasmado en dinero, sino en letras de
cambio que podrían canjear por dinero cuando llegaran a sus destinos. En
esta última medida, comprobamos que no existió en Isabel y Fernando una
intención económica: no quisieron lucrarse a costa de los judíos. De
haber sido así, no les hubieran permitido vender sus bienes, aunque, por
supuesto, los judíos sufrieron todo tipo de abusos por parte de los
compradores particulares, que esperaron hasta última hora, cuando
se terminaba el plazo de los cuatro meses, para comprarles unos bienes
que, por entonces, habían alcanzado un precio muy por debajo de su valor
real. A este respecto, un cronista de la época, Andrés Bernáldez,
escribió que él mismo vio cómo un judío cambió "una casa por un asno y
una viña por un poco de paño o lienzo". Y este no fue el único abuso que
sufrieron los miles de judíos que decidieron abandonar Sefarad,
que es como ellos llamaban a las tierras de España y Portugal, es
decir, de Iberia. Así, por ejemplo, los que marcharon a pie, tuvieron
que pagar cantidades mucho más altas de las que, en condiciones
normales, se exigía a cualquier persona por el impuesto de aduanas.En
todo caso -y a pesar de las grandes sumas que ofrecieron algunos de los
judíos más poderosos a los Reyes Católicos, en un último intento de que
éstos anularan la decisión- ya no hubo marcha atrás.
Quizá ahora lo de menos sea discutir sobre las cifras (los historiadores
creen que pudieron ser entre cincuenta mil y doscientos mil los judíos
exiliados) o sobre las repercusiones que para España pudo tener la
expulsión (las valoraciones son muy distintas, según se trate de unos
historiadores u otros). Sí creemos, en cambio, que es justo afirmar que
lo más importante es reconocer la gran tragedia personal que sufrieron
todos los judíos, al abandonar la que había sido su patria. Y, a este
drama general, habría que añadir los enormes sufrimientos personales que
gran parte de ellos padecieron, bien en su camino hacia el exilio, bien
al llegar a sus lugares de destino, que fueron muchos: el norte de
África, Portugal (de donde serían expulsados en 1497), el Imperio
Otomano (sobre todo Grecia y Turquía, los lugares donde fueron mejor
acogidos), Francia, Países Bajos, Italia, o Inglaterra.
Ya
hemos señalado antes que el sufrimiento para muchos de los judíos
comenzó en el momento de la venta de sus propiedades. Después, tras
cumplirse el plazo de los cuatro meses para abandonar España dado por
los Reyes Católicos, era muy corriente verlos en grupos numerosos
atravesando las tierras de Castilla y Aragón, hacia las fronteras y
puertos desde donde emprenderían su viaje. Hasta los "cristianos viejos"
sentían piedad al ver semejantes escenas, y el cronista Bernáldez dejó
también escrito un crudo testimonio de aquellos momentos: "Iban por los
caminos y campos con mucho trabajo y fortuna, unos cayendo, otros
levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no
había cristiano que no tuviese dolor..." Por otro lado, como no podían
llevarse las monedas, muchos judíos intentaron esconderlas, por ejemplo,
entre los enseres de los caballos. Algunos, incluso, llegaron a
tragárselas, creyendo que así estarían en lugar seguro.
Lo
peor, sin embargo, estaba aún por llegar, en especial para los judíos
que se exiliaron en el norte de África. Allí fueron atacados por
miembros de tribus del desierto, que les despojaron de todas sus
pertenencias y que llegaron a abrir el vientre de aquellos judíos
sospechosos de haber tragado unas insignificantes monedas. No menos
penalidades pasaron los que eligieron otros destinos. Así, un cronista
italiano escribió sobre la llegada de los judíos a Génova que
"cualquiera hubiera podido haberlos tomado por espectros; ¡tan
demacrados y cadavéricos iban sus rostros y tan hundidos sus ojos! No se
diferenciaban de los muertos más que en la facultad de moverse que
apenas conservaban..."
Como
siempre comentamos en clase, resulta muy difícil emitir un juicio moral
sobre las acciones de personas que vivieron, en este caso, hace más de
quinientos años. Sin embargo, es de justicia elogiar a aquellos que, hoy
en día, hacen sinceros intentos por buscar un reencuentro definitivo
entre los sefarditas y España, como hiciera el príncipe Felipe de Borbón
en el discurso que pronunció con motivo de la entrega del Premio
Príncipe de Asturias de la Concordia, concedido al pueblo sefardí, en
octubre de 1990, y del que reproducimos un fragmento: "Desde el espíritu
de la concordia de la España de hoy y como heredero de quienes hace
quinientos años firmaron el Decreto de expulsión, ahora yo les recibo
con los brazos abiertos y con una gran emoción". "Cuando tuvieron que
abandonar su tierra en circunstancias dramáticas, supieron ser leales a
ella, quizá esperando que llegase un día en que España fuera otra vez un
reencuentro para ellos".
Como
ya decía un escritor inglés de finales del siglo XIX, "todavía hoy
recitan algunas de sus oraciones en lengua española en algunas sinagogas
de Londres y los judíos modernos recuerdan con vivo interés a España,
como tierra querida de sus padres". También
sabemos que algunos sefarditas conservan aún las llaves de las casas de
sus familiares exiliados de España, y estamos seguros de que todos
guardan en sus corazones el mejor de los tesoros: el recuerdo de la
patria de sus antepasados, Sefarad.
trabajo sinceramente me parecio muy bueno ya que de forma detallada nos
indica lo necesario que fue la creacion de la inquisicion española para
mantener la fe catolica, se nota que se ha investigado minuciosamente y
ademas tiene usted gran conocimiento acerca del tema