España
La influencia del dominico fue fundamental
para que los Reyes Católicos aprobaran la expulsión de los judíos de
España. También varios de sus colaboradores más fanáticos en el Santo
Oficio eran conversos, como en el caso de Alonso de Espina y Alonso de
Cartagena
Historia
Tomás de Torquemada, el sangriento Inquisidor General que tenía orígenes judíos
La influencia del dominico fue fundamental
para que los Reyes Católicos aprobaran la expulsión de los judíos de
España. También varios de sus colaboradores más fanáticos en el Santo
Oficio eran conversos, como en el caso de Alonso de Espina y Alonso de
Cartagena
Sigue siendo el inquisidor más emblemático, incluso a nivel internacional. El que representa el papel de villano en cuadros, leyendas y películas
sobre la brutal persecución de los judíos y herejes. Tomás de
Torquemada fue el primer Inquisidor General de Castilla y Aragón, y el más tristemente celebrado. Se estima que bajo su mandato, el Santo Oficio quemó a más de diez mil personas y un número superior a los veinte mil fueron condenados a penas deshonrosas.
Una cifra que, no obstante, muchos historiadores modernos achacan a las
exageraciones de la leyenda negra vertida contra España.
Paradójicamente,
aquella sangre que tanto se aferró en derramar era la de sus
antepasados. «Sus abuelos fueron del linaje de los judíos convertidos a
nuestra Santa Fe Católica», escribe el cronista Hernando del Pulgar, sobre la familia de Torquemada en su libro «Claros varones de Castilla». El hispanista Joseph Pérez,
sin embargo, echa luz sobre esta aparente contradicción: «El
antijudaísmo militante de algunos conversos se debía a su deseo de
distinguirse de los falsos cristianos mediante la severa denuncia de sus
errores». Así lo demuestra que dos de los más fanáticos colaboradores del Santo Oficio, Alonso de Espina y Alonso de Cartagena, también tuvieran orígenes hebreos.
Torquemada
procedía de una influyente familia de judíos establecida en Castilla
desde hace siglos que habían decidido convertirse al Cristianismo dos
generaciones atrás. La creciente presión social sobre la comunidad
hebrea en el siglo XV desembocó en la conversión al Cristianismo de casi
la mitad de los 400.000 judíos que habitaban en España. Los hijos de muchos de ellos acabaron ingresando en el clero, como demostración de compromiso con su nueva religión.
Uno de ellos fue el tío del inquisidor, Juan de Torquemada –cardenal,
teólogo y prior de los dominicos de Valladolid, donde probablemente
nació Tomás–, que se encargó personalmente de la educación de su
sobrino.
Al
no ser una figura destacada hasta su edad adulta, la biografía temprana
de Torquemada está plagada de huecos sin rellenar todavía por los
historiadores. Así poco se sabe de sus padres o del destino que
sufrieron sus abuelos, los conversos. De su infancia se sabe que creció
en la ciudad de Valladolid y, al igual que su tío Juan de Torquemada, se ordenó fraile dominico en el Convento de San Pablo. Tras progresar en esta orden, fue nombrado prior del convento de Santa Cruz de Segovia. Allí conocería a Isabel «la Católica», que le designó como uno de los tres confesores personales de los Reyes Católicos por «su prudencia, rectitud y santidad».
Tradicionalmente, este cargo servía a muchos eclesiásticos como puente
hacia otras posiciones más elevadas y para entablar contactos con los
personajes más destacados de la Corte. Por ello, pese a su vida austera y
su perfil discreto, el dominico fue elegido para reformar la
institución de la Inquisición española, la cual desde su fundación en
1478 no estaba cumpliendo los objetivos planteados por los Reyes
Católicos.
Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue una institución fundada
en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en
sus reinos. A diferencia de su versión medieval –la primera creada en el siglo XII en el sur de Francia–,
la institución que pusieron en marcha los Reyes Católicos estaba bajo
el control directo de la Monarquía y tenía como prioridad lograr la
unidad religiosa en un territorio repleto de falsos conversos. A raíz de
un informe realizado por el arzobispo de Sevilla, el Cardenal Mendoza, y por el propio Tomás de Torquemada denunciando las prácticas judaizantes que seguían realizando impunemente los conversos andaluces, los Monarcas solicitaron al Papa Sixto IV permiso para constituir este órgano en la Corona de Castilla.
Inicialmente, la actividad del Santo Oficio se centró solo en la diócesis de Sevilla y Córdoba,
donde se había detectado un foco de conversos judaizantes. En 1481, se
celebró el primer auto de fe, precisamente en Sevilla, donde fueron
quemados vivos seis detenidos acusados de judeoconversos. Sin embargo, los escasos resultados no eran los deseados por los Reyes Católicos, que, buscando incrementar el acoso contra los conversos, nombraron a Tomás de Torquemada para el cargo de Inquisidor General de Castilla
en 1483. La elección respondía a dos razones obvias: era el confesor de
Isabel «la Católica», con la consiguiente influencia que ello
conllevaba; y pertenecía a la orden de los dominicos. Pues, los miembros
de la orden de predicadores –conocida también como orden dominicana–
habían ejercido el papel de inquisidores durante la Edad Media y se
dice, incluso, que Dominicanus es un compuesto de Dominus (Dios) y canis (perro), significando «los perros del Señor», por su celo en la búsqueda de herejes.La
incansable actividad de Torquemada, «el martillo de los herejes, la luz
de España, el salvador de su país, el honor de su orden» –en palabras
del cronista Sebastián de Olmedo–,
llevó a miles de personas al fuego y extendió estos tribunales por toda
la península. En 1492 ya existían tribunales en ocho ciudades
castellanas (Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid) y comenzaban a asentarse en las poblaciones aragonesas.
Establecer la nueva Inquisición en los territorios de la Corona de
Aragón, en efecto, resultó mucho más complicado. No fue hasta el
nombramiento de Torquemada en 1483 también Inquisidor de Aragón,
Valencia y Cataluña cuando la resistencia empezó a quebrarse. Además, el
asesinato en 1485 del inquisidor zaragozano Pedro Arbués, hizo que la opinión pública diese un vuelco en contra de los conversos y a favor de la institución.
Torquemada inauguró el mayor periodo de persecución de judeoconversos, entre 1480 a 1530, que posteriormente fue sustituido por el acoso a otros grupos considerados subversivos,
como los calvinistas o los protestantes. Del mandato de Torquemada se
ha calculado que fueron ejecutadas 10.000 personas, según el historiador
eclesiástico Juan Antonio Llorente, aunque el hispanista Henry Kamen
rebaja la cifra a solo 2.000 personas hasta 1530. Pero, donde no caben
dudas es en que de todos esos años fue en 1492, la fecha de la expulsión
de los judíos de España, cuando se alcanzó las mayores cotas de violencia contra esta minoría religiosa. Por supuesto, Torquemada, encargado de redactar parte del edicto de expulsión, jugó un papel crucial en el proceso.
decisión de los Reyes Católicos se fundamentaba en la mala influencia
que ejercían los judíos, que no eran perseguidos por la Inquisición, en
los conversos. Tras redactar las condiciones – básicamente, elegir entre bautizo o expulsión–, Torquemada presentó el proyecto a los Reyes el 20 de marzo de 1492, que lo firmaron y publicaron en Granada el 31 de marzo. La influencia de la Inquisición, en concreto de Torquemada, fue notable para que los Monarcas abordaran una medida tan radical, para la que ni Isabel ni Fernando se mostraron especialmente predispuestos años atrás.
También
es célebre la abrupta respuesta del Inquisidor General a los intentos
de los judíos influyentes por rebajar la medida. Entre el mito y la
realidad, se cuenta que el empresario judío Isaac Abravanel, que había servido en distintos cargos a los Reyes Católicos, ofreció al Rey Fernando una suma de dinero considerable para retrasar la medida.
Al enterarse Tomás de Torquemada, se presentó ante el Rey y le arrojó a
sus pies un crucifijo diciéndole: «Judas vendió a Nuestro Señor por
treinta monedas de plata; Su Majestad está a punto de venderlo de nuevo por treinta mil».En 1494, la salud de Torquemada empezó a declinar y dos años después se retiró al convento de Santo Tomás de Ávila
que él mismo había fundado, desde donde siguió dictando las órdenes de
la institución religiosa. A su muerte, el 16 de septiembre de 1498, le
sucedió en el cargo de Inquisidor General fray Diego de Deza.
Su
figura ha quedado asociada a la de un fanático que disfrutaba
torturando y quemando a la gente. No obstante, Torquemada estaba
considerado por sus contemporáneos como un eficiente administrador, un
trabajador pulcro y un hombre imposible de sobornar. Era la virtud
personificada para su época, aunque sus prácticas sean sumamente crueles
a los ojos actuales. La leyenda negra contra los españoles, además,
aprovechó para hinchar la cifra de fallecidos bajo su mandato hasta los
10.000. Hoy se ha rebajado el número a los 2.000, pero sigue siendo imposible justificar los métodos de interrogatorio y castigo a los falsos conversos
que aplicó el inquisidor general, quien consideraba a cualquier niño
mayor de 12 años susceptible de ser juzgado por la sangrienta
institución que vertebró.
Toda la actualidad en portada sobre la brutal persecución de los judíos y herejes. Tomás de
Torquemada fue el primer Inquisidor General de Castilla y Aragón, y el más tristemente celebrado. Se estima que bajo su mandato, el Santo Oficio quemó a más de diez mil personas y un número superior a los veinte mil fueron condenados a penas deshonrosas.
Una cifra que, no obstante, muchos historiadores modernos achacan a las
exageraciones de la leyenda negra vertida contra España.
Paradójicamente,
aquella sangre que tanto se aferró en derramar era la de sus
antepasados. «Sus abuelos fueron del linaje de los judíos convertidos a
nuestra Santa Fe Católica», escribe el cronista Hernando del Pulgar, sobre la familia de Torquemada en su libro «Claros varones de Castilla». El hispanista Joseph Pérez,
sin embargo, echa luz sobre esta aparente contradicción: «El
antijudaísmo militante de algunos conversos se debía a su deseo de
distinguirse de los falsos cristianos mediante la severa denuncia de sus
errores». Así lo demuestra que dos de los más fanáticos colaboradores del Santo Oficio, Alonso de Espina y Alonso de Cartagena, también tuvieran orígenes hebreos.
Torquemada
procedía de una influyente familia de judíos establecida en Castilla
desde hace siglos que habían decidido convertirse al Cristianismo dos
generaciones atrás. La creciente presión social sobre la comunidad
hebrea en el siglo XV desembocó en la conversión al Cristianismo de casi
la mitad de los 400.000 judíos que habitaban en España. Los hijos de muchos de ellos acabaron ingresando en el clero, como demostración de compromiso con su nueva religión.
Uno de ellos fue el tío del inquisidor, Juan de Torquemada –cardenal,
teólogo y prior de los dominicos de Valladolid, donde probablemente
nació Tomás–, que se encargó personalmente de la educación de su
sobrino.
«El antijudaísmo de algunos conversos se debía a su deseo de distinguirse»
no ser una figura destacada hasta su edad adulta, la biografía temprana
de Torquemada está plagada de huecos sin rellenar todavía por los
historiadores. Así poco se sabe de sus padres o del destino que
sufrieron sus abuelos, los conversos. De su infancia se sabe que creció
en la ciudad de Valladolid y, al igual que su tío Juan de Torquemada, se ordenó fraile dominico en el Convento de San Pablo. Tras progresar en esta orden, fue nombrado prior del convento de Santa Cruz de Segovia. Allí conocería a Isabel «la Católica», que le designó como uno de los tres confesores personales de los Reyes Católicos por «su prudencia, rectitud y santidad».
Tradicionalmente, este cargo servía a muchos eclesiásticos como puente
hacia otras posiciones más elevadas y para entablar contactos con los
personajes más destacados de la Corte. Por ello, pese a su vida austera y
su perfil discreto, el dominico fue elegido para reformar la
institución de la Inquisición española, la cual desde su fundación en
1478 no estaba cumpliendo los objetivos planteados por los Reyes
Católicos.
Torquemada, el primer inquisidor general
ElTribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue una institución fundada
en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en
sus reinos. A diferencia de su versión medieval –la primera creada en el siglo XII en el sur de Francia–,
la institución que pusieron en marcha los Reyes Católicos estaba bajo
el control directo de la Monarquía y tenía como prioridad lograr la
unidad religiosa en un territorio repleto de falsos conversos. A raíz de
un informe realizado por el arzobispo de Sevilla, el Cardenal Mendoza, y por el propio Tomás de Torquemada denunciando las prácticas judaizantes que seguían realizando impunemente los conversos andaluces, los Monarcas solicitaron al Papa Sixto IV permiso para constituir este órgano en la Corona de Castilla.
Se dice que Dominicos significa «los perros del Señor»
donde se había detectado un foco de conversos judaizantes. En 1481, se
celebró el primer auto de fe, precisamente en Sevilla, donde fueron
quemados vivos seis detenidos acusados de judeoconversos. Sin embargo, los escasos resultados no eran los deseados por los Reyes Católicos, que, buscando incrementar el acoso contra los conversos, nombraron a Tomás de Torquemada para el cargo de Inquisidor General de Castilla
en 1483. La elección respondía a dos razones obvias: era el confesor de
Isabel «la Católica», con la consiguiente influencia que ello
conllevaba; y pertenecía a la orden de los dominicos. Pues, los miembros
de la orden de predicadores –conocida también como orden dominicana–
habían ejercido el papel de inquisidores durante la Edad Media y se
dice, incluso, que Dominicanus es un compuesto de Dominus (Dios) y canis (perro), significando «los perros del Señor», por su celo en la búsqueda de herejes.La
incansable actividad de Torquemada, «el martillo de los herejes, la luz
de España, el salvador de su país, el honor de su orden» –en palabras
del cronista Sebastián de Olmedo–,
llevó a miles de personas al fuego y extendió estos tribunales por toda
la península. En 1492 ya existían tribunales en ocho ciudades
castellanas (Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid) y comenzaban a asentarse en las poblaciones aragonesas.
Establecer la nueva Inquisición en los territorios de la Corona de
Aragón, en efecto, resultó mucho más complicado. No fue hasta el
nombramiento de Torquemada en 1483 también Inquisidor de Aragón,
Valencia y Cataluña cuando la resistencia empezó a quebrarse. Además, el
asesinato en 1485 del inquisidor zaragozano Pedro Arbués, hizo que la opinión pública diese un vuelco en contra de los conversos y a favor de la institución.
Torquemada inauguró el mayor periodo de persecución de judeoconversos, entre 1480 a 1530, que posteriormente fue sustituido por el acoso a otros grupos considerados subversivos,
como los calvinistas o los protestantes. Del mandato de Torquemada se
ha calculado que fueron ejecutadas 10.000 personas, según el historiador
eclesiástico Juan Antonio Llorente, aunque el hispanista Henry Kamen
rebaja la cifra a solo 2.000 personas hasta 1530. Pero, donde no caben
dudas es en que de todos esos años fue en 1492, la fecha de la expulsión
de los judíos de España, cuando se alcanzó las mayores cotas de violencia contra esta minoría religiosa. Por supuesto, Torquemada, encargado de redactar parte del edicto de expulsión, jugó un papel crucial en el proceso.
Detrás de la expulsión de los judíos
Ladecisión de los Reyes Católicos se fundamentaba en la mala influencia
que ejercían los judíos, que no eran perseguidos por la Inquisición, en
los conversos. Tras redactar las condiciones – básicamente, elegir entre bautizo o expulsión–, Torquemada presentó el proyecto a los Reyes el 20 de marzo de 1492, que lo firmaron y publicaron en Granada el 31 de marzo. La influencia de la Inquisición, en concreto de Torquemada, fue notable para que los Monarcas abordaran una medida tan radical, para la que ni Isabel ni Fernando se mostraron especialmente predispuestos años atrás.
«Judas vendió a Nuestro Señor por 30 monedas de plata», recordó al Rey
es célebre la abrupta respuesta del Inquisidor General a los intentos
de los judíos influyentes por rebajar la medida. Entre el mito y la
realidad, se cuenta que el empresario judío Isaac Abravanel, que había servido en distintos cargos a los Reyes Católicos, ofreció al Rey Fernando una suma de dinero considerable para retrasar la medida.
Al enterarse Tomás de Torquemada, se presentó ante el Rey y le arrojó a
sus pies un crucifijo diciéndole: «Judas vendió a Nuestro Señor por
treinta monedas de plata; Su Majestad está a punto de venderlo de nuevo por treinta mil».En 1494, la salud de Torquemada empezó a declinar y dos años después se retiró al convento de Santo Tomás de Ávila
que él mismo había fundado, desde donde siguió dictando las órdenes de
la institución religiosa. A su muerte, el 16 de septiembre de 1498, le
sucedió en el cargo de Inquisidor General fray Diego de Deza.
Su
figura ha quedado asociada a la de un fanático que disfrutaba
torturando y quemando a la gente. No obstante, Torquemada estaba
considerado por sus contemporáneos como un eficiente administrador, un
trabajador pulcro y un hombre imposible de sobornar. Era la virtud
personificada para su época, aunque sus prácticas sean sumamente crueles
a los ojos actuales. La leyenda negra contra los españoles, además,
aprovechó para hinchar la cifra de fallecidos bajo su mandato hasta los
10.000. Hoy se ha rebajado el número a los 2.000, pero sigue siendo imposible justificar los métodos de interrogatorio y castigo a los falsos conversos
que aplicó el inquisidor general, quien consideraba a cualquier niño
mayor de 12 años susceptible de ser juzgado por la sangrienta
institución que vertebró.
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