miércoles, 25 de mayo de 2016

La pesadilla que sufrieron los judíos expulsados de España por los Reyes Católicos | eSefarad

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La pesadilla que sufrieron los judíos expulsados de España por los Reyes Católicos










«No había
cristiano que no tuviese dolor de ellos. Iban por los caminos y campos,
por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros
levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfermando», describió
en sus crónicas Andrés Bernáldez
ABC «La expulsión de los judíos de Sevilla», de Joaquín Turina Areal
ABC «La expulsión de los judíos de Sevilla», de Joaquín Turina Areal
El Congreso de los Diputados ha aprobado definitivamente esta pasada
semana la Ley que concede la nacionalidad española a los sefardíes, los
descendientes de los judíos hispano-portugueses que vivieron en la
Península ibérica hasta 1492. Una medida que busca más de cinco siglos
después reparar las consecuencias del traumático edicto de los Reyes
Católicos que obligó a salir del país a miles de judíos por negarse a la
conversión al Cristianismo. La odisea vivida por este grupo de
españoles arrastró a mujeres, hombres y niños a lugares donde fueron
esclavizados, perseguidos y, en algunos casos, expulsados de nuevo a
otros territorios.


La expulsión de los judíos de España fue firmada por los
Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492 en Granada. Lejos de las críticas
que siglos después ha recibido en la historiografía extranjera, la
cruel decisión fue vista como un síntoma de modernidad y atrajo las
felicitaciones de media Europa. Incluso la Universidad de la Sorbona de
París trasmitió a los Reyes Católicos su satisfacción por una medida de
aquella índole. La mayoría de los afectados por el edicto eran, de
hecho, descendientes de los expulsados siglos antes en Francia e
Inglaterra. Salvo en España, los grandes reinos europeos habían
acometido varias ráfagas de deportaciones desde el siglo XII. Así, el
Rey Felipe Augusto de Francia ordenó la confiscación de bienes y la
expulsión de la población hebrea de su reino en 1182. Una medida que en
el siglo XIV fue imitada otras cuatro veces (1306, 1321, 1322 y 1394)
por distintos monarcas galos. No en vano, la primera expulsión masiva la
dictó Eduardo I de Inglaterra en 1290.

Las consecuencias de un éxodo moderno

El edicto español de 1492 establecía que los judíos tenían
un plazo de cuatro meses para abandonar el país. Les estaba permitido
llevarse bienes muebles, pero les prohibía sacar oro, plata, monedas,
armas y caballos, lo cual complicaba mucho que los judíos españoles
pudieran iniciar nuevos negocios en otros territorios. El elevado
volumen de refugiados tampoco ayudaba a que alguien quisiera recibirlo
con los brazos abiertos. En tiempos de los Reyes Católicos, siempre
según datos aproximados, los judíos representaban el 5% de la población
de sus reinos con cerca de 200.000 personas. De todos estos afectados
por el edicto, 50.000 nunca llegaron a salir de la península
pues se convirtieron al Cristianismo y una tercera parte regresó a los
pocos meses alegando haber sido bautizados en el extranjero. Y aunque
algunos historiadores han llegado a afirmar que solo se marcharon
definitivamente 20.000 habitantes (el hispanista británico John Lynch lo
eleva a entre 40.000 y 50.000), lo cierto es que la persecución se
prolongó durante todo el siglo XVIprovocando un silencioso goteo de
salidas por parte de falsos conversos. Por lo pronto, regresaran o no,
al menos 150.000 se lanzaron a los caminos en 1492.
MUSEO DEL PRADO Expulsión de los judíos de España, cuadro de Emilio Sala
MUSEO DEL PRADO
Expulsión de los judíos de España, cuadro de Emilio Sala
En previsión de posibles agresiones por parte de la población
cristiana,los Reyes Católicos facilitaron a este grupo de españoles
expulsados de su tierra un documento de seguridad donde se reclamaba
respeto hacia ellos a las autoridades y al pueblo. Una medida que no
evitó la trágica estampa de miles de hombres, mujeres y niños cargando
con sus escasas pertenecías por los maltrechos caminos del periodo. «No
había cristiano que no tuviese dolor de ellos. Iban por los caminos e
campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo,
otros levantando, unos muriendo, otros naciendo, otros enfermando»,
describió en sus crónicas Andrés Bernáldez.


La mayoría tomó la desafortunada decisión de dirigirse a
los reinos cercanos de Portugal y Navarra, donde sufrieron otra vez el
oprobio de nuevas expulsiones en 1497 y en 1498, respectivamente. Desde
Portugal, un gran porcentaje se dirigió al Norte de Europa, evitando la
matanza de Lisboa en 1506 o las deportaciones masivas a Santo Tomé y
Príncipe (en el golfo de Guinea) reservadas para los judíos que
omitieron las órdenes de la Corona portuguesa. Los refugiados de Navarra
se instalaron en Bayona en su mayoría, donde también fueron expulsados
poco después. Y los que decidieron dirigirse a Italia gozaron de suerte
dispar según el lugar elegido. En Nápoles, a punto de integrarse
completamente a la Corona de Aragón, su permiso de residencia fue muy
limitado y, en 1541, fueron desplazados definitivamente del territorio.
Génova, que ya había prohibido el acceso a este grupo en el pasado,
procedió a vender como esclavos a los que accedieron sin permiso a su
república. Paradójicamente, los Estados Pontificios –donde se encontraba
la sede de la Iglesia católica– no tomaron el camino de la expulsión
hasta finales del siglo XVI.
Así y todo, la fortuna de los europeos fue mejor que la de
los que viajaron al norte de África. «En el Magreb, en particular
Marruecos, muchos de ellos encontraron la muerte en la travesía, o la
esclavitud en los barcos de los moros, que les habían hecho creer que
tendrían un viaje sin problemas», explica la historiadora Béatrice
Leroy. Solo los que se refugiaron en el Imperio otomano, acostumbrado a
sacar rédito de sus tratos con esta comunidad, pudieron gozar de cierta
estabilidad. El sultán Bayaceto II permitió el establecimiento de los
judíos en todos los dominios de su imperio, enviando navíos de la flota
otomana a los puertos españoles y recibiendo a las figuras más ilustres
personalmente. «Aquellos que les mandan pierden, yo gano», afirmó el
sultán, según recoge la tradición, como reproche al error cometido por
los Reyes Católicos.
ABC Judío sefardí en Argelia, fotografiado en 1890
ABC
Judío sefardí en Argelia, fotografiado en 1890
El odio inicial hacia España de los sefardíes –llamados así
en referencia al territorio de Sefarad, el nombre que recibe la
Península ibérica en lengua hebrea– dejó paso con el transcurso de los
siglos a una especie de añoranza por la amada tierra de sus ancestros.
Todavía hoy, España es sinónimo de nostalgia para la comunidad sefardí,
que ha mantido vivos sus lazos con la cultura ibérica a través de sus
costumbres y su lengua.
A modo de ejemplo, se pueden encontrar lugares, como
algunas zonas de Bulgaria, donde aún se habla el ladino, un idioma
procedente del castellano medieval.
En la actualidad, la comunidad sefardí alcanza más de dos
millones de integrantes, la mayor parte de ellos residentes en Israel,
Francia, Argentina, Estados Unidos y Canadá.
Su presencia también es reseñable en los antiguos
territorios pertenecientes al Imperio español, donde se refugiaron tras
la persecución sufrida a manos de los nazis durante la II Guerra Mundial
en busca precisamente de una cultura y una lengua que aún les
resultaban familiares.

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