martes, 24 de mayo de 2016

Imperio español - Wikipedia, la enciclopedia libre

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Imperio español
Monarquía universal española

Imperio




1492-1898

1402-1976n. 1


Flag of Cross of Burgundy.svg


Bandera1


Lema nacional: Plus Ultra (en latín: ‘Más allá’)n. 2

Ubicación de {{{nombre_común}}}
Máxima extensión del Imperio español (diacrónico).
Capital Toledo (1492-1561)

Madrid (1561-1601)

Valladolid (1601-1606)

Madrid (desde 1606)
Idioma principal Español
Otros idiomas Euskera, catalán o valenciano, gallego, portugués, asturleonés, aragonés, cebuano, francés, neerlandés, alemán, siciliano, quechua, náhuatl, maya, mixteco, zapoteco, guaraní, árabe, tagalo, entre los principales en número
Religión Catolicismo
Gobierno Monarquían. 3
Rey
 • 1474-1516 Reyes Católicos
 • 1886-1931 Alfonso XIII
Período histórico Era de los descubrimientos, mercantilismo, imperialismo, expansión europea
 • Conquista de las islas Canarias
1402-1496


 • Descubrimiento de América 1492
 • Conquista de Navarra 1512
 • Conquista del Imperio azteca 1519-1521
 • Conquista del Imperio incaico 1532-1537
 • Unión dinástica con Portugal 1580
 • Decretos de Nueva Planta 1715
 • Guerras de independencia hispanoamericanas 1810-1833
 • Guerra hispano-estadounidense

Tratado de París
1898
 • Acuerdos de Madrid 1975
 • Fin de la presencia en el Sahara 1976
Superficie
 • 1790 19 215 000 km²
 • 1580-1640 31 500 000 km²
 • 1821-1898 934 000 km²
Población
 • 1790 est. 27 400 000 
     Densidad 1,4 hab./km²
 • 1580-1640 est. 31 000 000 
     Densidad 1 hab./km²
Moneda Real, peseta
Se denomina Imperio español o Monarquía universal española n. 4 al conjunto de territorios de España o gobernados por las dinastías reinantes de España, sobre todo entre los siglos XVI y XIX. Otros nombres utilizados para designarlo son Monarquía Hispánica o Monarquía española. Tras el descubrimiento de América en 1492, España exploró y colonizó grandes extensiones de territorio en América, desde el actual suroeste de Estados Unidos, México, y el Caribe, hasta Centroamérica, la mayor parte de Sudamérica y la costa noroeste de Norteamérica (actual Alaska y Columbia Británica). Todos estos territorios se integraron en la Corona de Castilla y más tarde en la Corona de España. Inicialmente se organizaron en dos virreinatos, el de la Nueva España y el del Perú. Con el descubrimiento y asentamiento de varios archipiélagos del Pacífico a finales del siglo xvi, se incorporaron al imperio las Indias orientales españolas formadas por las Filipinas, las Marianas (que incluían Guam) y las Carolinas (que incluían las Palaos), bajo la jurisdicción de la Nueva España. Más tarde, el Virreinato del Perú se dividió en dos: el de Nueva Granada y el del Perú, y finalmente se creó el del Río de la Plata.


El Imperio español alcanzó los 20 millones de kilómetros cuadrados a finales del siglo xviii, aunque su máxima expansión se produjo entre los años 1580 y 1640, durante los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV, período en el que tuvo lugar la Unión Ibérica o unificación bajo la Corona Española de los imperios español y portugués. Durante el siglo xvi y el siglo xvii, funcionó una estructura territorial propia, virreinal y no colonial.
Este sistema, muy diferente al de otros imperios europeos, basado en la
consideración de los territorios de ultramar como extensiones de la
metrópoli, y por tanto iguales en derechos a los de la península,
funcionó hasta el año 1768.n. 5 Es sólo durante el último periodo del Imperio, en el siglo xix cuando adquiere estructura puramente colonial.


El español fue el primer imperio de alcance mundial o global al abarcar grandes extensiones de territorio que no se comunicaban por tierra en todos los continentes, a diferencia de otros grandes imperios anteriores como el romano o el mongol.



Índice

Orígenes


Estandarte de la Corona de Castilla.

A principios del siglo xv los distintos reinos de la península ibérica perseguían objetivos diferentes con su política exterior. Navarra
quedó pronto confinada por la expansión de los otros dos reinos y sus
sucesivos monarcas orientaron más sus miradas hacia Francia,2 pero el Tratado de Almizra fijó los límites para la reconquista de las otras dos coronas,3 forzándolas a emprender políticas exteriores similares, pero al mismo tiempo diferentes:


Castilla trataba de culminar la Reconquista y evitar nuevas incursiones musulmanas tomando plazas e islas en el norte de África, incluso antes de reconquistar el Reino nazarí de Granada.4 Al mismo tiempo, atravesaban momentos difíciles por la guerra civil librada entre partidarios de la futura Isabel la Católica y los de Juana la Beltraneja en la lucha por suceder a Enrique IV el Impotente.


Aragón, por su parte, orientó su política expansionista hacia Francia y sobre todo al Mediterráneo central y oriental.4 Su corona tampoco contaba con un claro pretendiente para suceder a Martín el Humano fallecido en 1410, pero se resolvió pacíficamente con el Compromiso de Caspe. Al mismo tiempo este acto plantó las bases para la futura unión con la Corona castellana tras ser elegido Fernando de Antequera, miembro de la dinastía Trastámara reinante en Castilla, abriendo así la puerta para la posterior llegada de Fernando el Católico y la posterior unificación de los dos reinos.5



Mapa diacrónico que muestra las áreas que pertenecían al Imperio español en algún momento durante un periodo de 400 años.      El Imperio español en su cúspide territorial (c. 1790).      Regiones de influencia (exploradas y/o reclamadas, pero nunca controladas) o colonias en disputa o de corto control.      Posesiones del Imperio portugués gobernadas por España entre 1580-1640 por unión dinástica.      Territorios cedidos en 1717 por el Tratado de Utrecht o posteriormente.      Territorios españoles en África hasta la segunda mitad del siglo xx.
Por último, Portugal había terminado su reconquista imponiéndose al rey castellano Alfonso X el Sabio en la toma del Algarbe, por lo cual Enrique el Navegante enfocó su expansión hacia el Atlántico, cediendo a Castilla Ceuta para tomar el control de Madeira en 1419, las islas Azores
en 1427 y proseguir con la implantación de asentamientos en los
continentes africano y asiático para ir abriendo una ruta comercial con
la India y China que circunnavegara el Continente Negro.6



El Imperio de los Reyes Católicos

La unificación de España y el fin de la Reconquista


Pendón heráldico de los Reyes Catolicos entre 1492 y 1505.
El matrimonio de los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) produjo la unión dinástica de las dos Coronas cuando, tras derrotar a los partidarios de Juana «la Beltraneja» en la Guerra de Sucesión Castellana, Isabel ascendió al trono. Sin embargo, cada reino mantuvo su propia administración bajo la misma monarquía. La formación de un estado unificado solo se materializó tras siglos de unión bajo los mismos gobernantes.n. 6 Los nuevos reyes introdujeron el estado moderno absolutista en sus dominios, que pronto buscaron ampliar.


Castilla había intervenido en el Atlántico, en lo que fue el comienzo
de su imperio extrapeninsular, compitiendo con Portugal por el control
del mismo desde finales del siglo xiv, momento en el cual fueron enviadas varias expediciones andaluzas y vizcaínas a las Islas Canarias. La conquista efectiva de dicho Archipiélago había comenzado durante el reinado de Enrique III de Castilla cuando en 1402 Jean de Béthencourt solicitó permiso para tal empresa al rey castellano a cambio de vasallaje. Mientras, a lo largo del siglo xv exploradores portugueses como Gonçalo Velho Cabral colonizarían las Azores, Cabo Verde y Madeira. El Tratado de Alcáçovas de 1479, que supuso la paz en la Guerra de Sucesión Castellana,
separó las zonas de influencia de cada país en África y el Atlántico,
concediendo a Castilla la soberanía sobre las Islas Canarias y a
Portugal las islas que ya poseía, la Guinea
y en general «todo lo que es hallado e se hallare, conquistase o
descubriere en los dichos términos». La conquista del Reino de Fez
quedaba también exclusivamente para el reino de Portugal. El tratado fue
confirmado por el Papa en 1481, mediante la bula Aeterni regis. Mientras tanto los Reyes Católicos
iniciaban la última fase de la Conquista de Canarias asumiendo por su
cuenta dicha empresa, ante la imposibilidad por parte de los señores
feudales de someter a todos los indígenas insulares
en una serie de largas y duras campañas, los ejércitos castellanos se
apoderaron de Gran Canaria (1478-1483), La Palma (1492-1493) y
finalmente de Tenerife (1494-1496).



La rendición de Granada, óleo de Francisco Pradilla, 1882. Representa la entrega de las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos en 1492.
Como continuación a la Reconquista castellana, los Reyes Católicos conquistaron en 1492 el reino taifa de Granada, último reino musulmán de Al-Ándalus, que había sobrevivido por el pago de tributos en oro a Castilla, y su política de alianzas con Aragón y el norte de África.


La política expansionista de los Reyes Católicos también se manifestó
en el África continental. Con el objetivo de acabar con la piratería
que amenazaba las costas andaluzas y las comunicaciones mercantes
catalanas y valencianas, se realizaron campañas en el norte de África: Melilla fue tomada en 1497, Villa Cisneros en 1502, Mazalquivir en 1505, el Peñón de Vélez de la Gomera en 1508, Orán en 1509, Argel y Bugía en 1510 y Trípoli en 1511. La idea de Isabel I, manifiesta en su testamento, era que la reconquista habría de seguir por el norte de África, en lo que los romanos llamaron Nova Hispania.


La política europea

Los Reyes Católicos también heredaron la política mediterránea de la Corona de Aragón, y apoyaron a la Casa de Nápoles aragonesa contra Carlos VIII de Francia y, tras su extinción, reclamaron la reintegración de Nápoles a la Corona. Como gobernante de Aragón, Fernando II se había involucrado en la disputa con Francia y Venecia por el control de la península itálica. Estos conflictos se convirtieron en el eje central de su política exterior. En estas batallas, Gonzalo Fernández de Córdoba (conocido como «El Gran Capitán») crearía las coronelías (base de los futuros tercios),
como organización básica del ejército, lo que significó una revolución
militar que llevaría a los españoles a sus mejores momentos.



Fernando II de Aragón, responsable de la política expansionista en Italia y Europa de la naciente unión.
Después de la muerte de la Reina Isabel, Fernando, como único
monarca, adoptó una política más agresiva que la que tuvo como marido de
Isabel, utilizando las riquezas castellanas para expandir la zona de
influencia aragonesa en Italia, contra Francia, y fundamentalmente
contra el reino de Navarra al que conquistó en 1512.


El trono castellano lo asumió su hija Juana I
«la Loca», declarada incapaz de reinar, manteniendo su padre la
regencia (aunque en todos los documentos oficiales aparecían Doña Juana y
Don Fernando como reyes, era Fernando quien ejercía el poder).


El primer gran reto del rey Fernando fue en la guerra de la Liga de Cambrai contra Venecia, donde los soldados españoles se distinguieron junto a sus aliados franceses en la batalla de Agnadello (1509). Sólo un año más tarde, Fernando se convertía en parte de la Liga Católica contra Francia, viendo una oportunidad de tomar Milán —plaza por la cual mantenía una disputa dinástica— y Navarra. Esta guerra no fue un éxito como la anterior contra Venecia y, en 1516, Francia aceptó una tregua que dejaba Milán bajo su control y de hecho, cedía al monarca hispánico el Reino de Navarra (que Fernando unió a la corona de Castilla), ya que al retirar su apoyo dejaba aislados a los reyes navarros Juan III de Albret y Catalina de Foix. Este hecho fue temporal pues posteriormente volvería a apoyar la lucha de los navarros en 1521.


Con el objetivo de aislar a Francia, se adoptó una política
matrimonial que llevó al casamiento de las hijas de los Reyes Católicos
con las dinastías reinantes en Inglaterra, Borgoña y Austria. Tras la muerte de Fernando, la inhabilitación de Juana I, hizo que Carlos de Austria, heredero de Austria y Borgoña, fuera también heredero de los tronos españoles.


Carlos tenía un concepto político todavía medieval, y lo desarrolló
empleando las riquezas de sus reinos peninsulares en la política europea
del Imperio, en vez de seguir la que, con mayor amplitud de miras,
había marcado su abuela Isabel
en su testamento: continuar la Reconquista en el norte de África.
Aunque algunos consejeros españoles lograron que hiciera algunas
campañas hacia ese objetivo (Orán, Túnez, Argelia) no consideró ese fin
tan importante como las inacabables disputas religioso-políticas de su
herencia centroeuropea y, como además, gran parte del ímpetu
conquistador de los castellanos se dirigió hacia las tierras nuevamente
descubiertas de las Indias Occidentales, no colaboró decididamente en el
engrandecimiento de sus reinos peninsulares, salvo en lo que se refiere
a las campañas italianas. Ese abandono de la política de conquista del
norte de África daría quebraderos de cabeza a la Europa mediterránea
hasta el siglo xix.


La conquista del Nuevo Mundo


Primer desembarco de Cristóbal Colón en América, tomando posesión de La Española para la Corona de Castilla. Pintura de Dióscoro Puebla, (Exposición Nacional (1862), Medalla de Primera clase).
Sin embargo, la expansión atlántica sería la que daría los mayores
éxitos. Para alcanzar las riquezas de Oriente, cuyas rutas comerciales
(especialmente de las especias de las islas del Pacífico) bloqueaban los
otomanos
o monopolizaban genoveses y venecianos, los portugueses y los españoles
compitieron por hallar una nueva ruta que no fuera la tradicional, por
tierra, a través de Oriente Próximo. Los portugueses, que habían
terminado mucho antes que los españoles su Reconquista, habían empezado entonces sus expediciones, tratando primero de acceder a las riquezas africanas y luego de circunnavegar África,
lo que les daría el control de islas y costas del continente, para
abrir una nueva ruta a las Indias Orientales, sin depender del comercio a
través del Imperio otomano, monopolizado por Génova y Venecia, poniendo
el germen del Imperio portugués. Más tarde, cuando Castilla terminó su reconquista, los Reyes Católicos, apoyaron a Cristóbal Colón quien, al parecer convencido de que la circunferencia de la Tierra era menor que la real, quiso alcanzar Cipango (Japón), China, las Indias, el Oriente navegando hacia el Oeste,
con el mismo fin que los portugueses: independizarse de las ciudades
italianas para conseguir las mercancías de Oriente: principalmente, especias y seda
(más fina que la producida en el reino de Murcia desde la dominación
árabe). Lo más probable es que Colón nunca hubiese llegado a su meta,
pero a medio camino estaba el continente americano y, sin saberlo,
«descubrió» América, iniciando la colonización española del continente.



Las nuevas tierras fueron reclamadas por los Reyes Católicos, con la oposición de Portugal. Finalmente el papa Alejandro VI medió, llegándose al Tratado de Tordesillas, que dividía las zonas de influencia española y portuguesa a 370 leguas
al oeste de las islas de Cabo Verde (el meridiano situado a 46º 37’)
longitud oeste, siendo la zona occidental la correspondiente a España y
la oriental a Portugal. Así, España se convertía teóricamente en dueña
de la mayor parte del continente con la excepción de una pequeña parte,
la oriental —lo que hoy día es el extremo de Brasil—,
que correspondía a Portugal. En adelante, esta cesión papal, junto a la
responsabilidad evangelizadora sobre los territorios descubiertos, fue
usada por los Reyes Católicos como legitimación en su expansión
colonial. Poco después, esta "legitimación" fue discutida por la Escuela de Salamanca.


La colonización de América continuó mientras tanto. Además de la toma de La Española, que se culminó a principios del siglo xvi,
los colonos empezaron a buscar nuevos asentamientos. La convicción de
que había grandes territorios por colonizar en las nuevas tierras
descubiertas produjo el afán por buscar nuevas conquistas. Desde allí, Juan Ponce de León conquistó Puerto Rico y Diego Velázquez, Cuba. Alonso de Ojeda recorrió la costa venezolana y centroamericana. Diego de Nicuesa ocupó lo que hoy día es Nicaragua y Costa Rica, mientras Vasco Núñez de Balboa colonizaba Panamá y llegaba al mar del Sur (océano Pacífico).


Años después, bajo Felipe II,
este «Imperio Castellano» se convirtió en una nueva fuente de riqueza
para los reinos españoles y de su poder en Europa, pero también
contribuyó a elevar la inflación, lo que perjudicó a la industria peninsular. Como siempre ocurre la economía
más poderosa, la española, comenzó a depender de las materias primas y
manufacturas de países más pobres, con mano de obra más barata, lo cual
facilitó la revolución económica y social en Francia, Inglaterra y otras
partes de Europa. Los problemas causados por el exceso de metales
preciosos fueron discutidos por la Escuela de Salamanca, lo que creó un nuevo modo de entender la economía que los demás países europeos tardaron mucho en comprender.


Por otro lado, los enormes e infructuosos gastos de las guerras a las que arrastró la política europea de Carlos I heredados por su sucesor Felipe II,
llevaron a que se financiasen con préstamos de banqueros, tanto
españoles como de Génova, Amberes y Sur de Alemania, lo que hizo que los
beneficios que pudo tener la Corona (el Estado, al cabo) fueran mucho
menores que los que obtuvieron más tarde otros países con intereses
coloniales, como los Países Bajos y posteriormente Inglaterra.


El imperio de los Austrias


Territorios controlados por Carlos I en 1519.
El periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo xvi y la primera del XVII es conocido como el Siglo de Oro por el florecimiento de las artes y las ciencias que se produjo.


Durante el siglo xvi España llegó a tener una auténtica fortuna de oro y plata extraídos de «Las Indias». En el estudio económico realizado por Earl J. Hamilton (1975), «El tesoro americano y la Revolución de los precios
en España, 1501-1659», esa fortuna tiene unas cifras concretas.
Hamilton describe que en los siglos XVI y XVII, desde 1503 y durante los
160 años siguientes, durante la mayor actividad minera, arribaron desde
la América española 16.900 toneladas de plata y 181 toneladas de oro.
Sus cuentas son minuciosas: 16.886.815.303 gramos de plata y 181.333.180
gramos de oro.n. 7


Se decía durante el reinado de Felipe II
que «el Sol no se ponía en el Imperio», ya que estaba lo
suficientemente disperso como para tener siempre alguna zona con luz
solar. Este imperio, imposible de manejar, tenía su centro neurálgico en
Madrid sede de la Corte con Felipe II, siendo Sevilla el punto fundamental desde el que se organizaban las posesiones ultramarinas.



Retrato de Carlos I por Tiziano.
Como consecuencia del matrimonio político de los Reyes Católicos y de los casamientos estratégicos de sus hijos, su nieto, Carlos I heredó la Corona de Castilla en la península Ibérica y una incipiente expansión en América (herencia de su abuela Isabel); las posesiones de la Corona de Aragón en el Mediterráneo italiano e ibérico (de su abuelo Fernando); las tierras de los Habsburgo en Austria a las que él incorporó Bohemia y Silesia logrando convertirse tras una disputada elección con Francisco I de Francia en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico con el nombre de Carlos V de Alemania; además de los Países Bajos a los que añadió nuevas provincias y el Franco Condado, herencia de su abuela María de Borgoña; conquistó personalmente Túnez y en pugna con Francia la región de Lombardía. Era un imperio compuesto de un conglomerado de territorios heredados, anexionados o conquistados.


La dinastía Habsburgo gastaba las riquezas castellanas
y ya desde los tiempos de Carlos V pero en mayor medida a partir de
Felipe II, las americanas, en guerras en toda Europa con el objetivo
fundamental de proteger los territorios adquiridos, los intereses de los
mismos, la causa católica y a veces por intereses meramente dinásticos.
Todo ello produjo el impago frecuente de deudas contraídas con los
banqueros, primero alemanes y genoveses después, y dejó a España en bancarrota. Los objetivos políticos de la Corona eran varios:


  • El acceso a los productos americanos (oro, plata) y asiáticos (porcelana, especias, seda).
  • Minar el poder de Francia y detenerla en sus fronteras orientales.
  • Mantener la hegemonía católica de los Habsburgo en Alemania, defendiendo el catolicismo contra la Reforma Protestante.
  • Defender a Europa contra el Islam, sobre todo oponiéndose al Imperio otomano. Además, se buscaba neutralizar la piratería berberisca que asolaba las posesiones mediterráneas españolas e italianas.

Escudo de Carlos I
Ante la posibilidad de que Carlos I decidiera apoyar la mayor parte
de las cargas de su imperio en el más rico de sus reinos, el de Castilla,
lo cual no gustaba a los castellanos que no deseaban contribuir con
oro, plata o caballos a guerras europeas que sentían ajenas, y
enfrentados a un creciente absolutismo por parte del rey comenzó una
sublevación que aún se celebra cada año llamada de los Comuneros,
en la cual los rebeldes fueron derrotados. Carlos I de España y luego V
de Alemania se convertía en el hombre más poderoso de Europa, con un
imperio europeo que sólo sería comparable en tamaño al de Napoleón. El Emperador intentó sofocar la Reforma Protestante en la Dieta de Worms, pero Lutero renunció a retractarse de su herejía. Firme defensor de la Catolicidad, durante su reinado se produjo sin embargo lo que se llamó el Saco de Roma, cuando sus tropas fuera de control atacaron la Santa Sede después de que el Papa Clemente VII se uniera a la Liga de Cognac contra él.


Pese a que Carlos I era flamenco y su lengua materna era el francés vivió un proceso de españolización o, más concretamente, de castellanización.
Así, cuando se entrevistó con el Papa, le habló en español y más tarde,
cuando recibió al embajador de Francia, un obispo francés se quejó por
no haber entendido el discurso, a lo que el emperador contestó: «Señor
obispo, entiendamé si quiere y no espere de mí otras palabras que de mi
lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida
de toda la gente cristiana».7
Esta frase ha calado bastante en los españoles y, siglos después, aún
se utiliza el dicho «Que hable en cristiano» cuando un español (o casi
todo otro hispanoparlante) quiere que se le traduzca lo dicho.


De la batalla de Pavía a la Paz de Augsburgo (1521-1555)

En América, tras Colón, la colonización del Nuevo Mundo había pasado a ser encabezada por una serie de guerreros-exploradores conocidos como los Conquistadores.
Algunas tribus nativas estaban a veces en guerra unas con otras y
muchas de ellas se mostraron dispuestas a formar alianzas con los
españoles para derrotar a enemigos más poderosos como los Aztecas o los Incas. Este hecho fue facilitado por la propagación de enfermedades comunes en Europa (p.e.: viruela), pero desconocidas en el Nuevo Mundo, que diezmó a los pueblos originarios de América.



Los principales conquistadores fueron Hernán Cortés, quien entre 1519 y 1521, con alrededor de 200 000 aliados amerindios, derrotó al Imperio azteca, en momentos que este era arrasado por la viruela,n. 8 y entró en México, que sería la base del virreinato de Nueva España, que se extendería hacía el sur rápidamente gracias a las conquistas de Pedro de Alvarado, lugarteniente de Cortés, que, entre 1521 y 1525, incorporó las actuales repúblicas de Guatemala, Honduras y El Salvador a los dominios españoles y Francisco Pizarro quien conquistó al Imperio incaico en 1531 cuando estaba gravemente desorganizado por efecto de la guerra civil y de la epidemia de viruela de 1529.n. 9 Esta conquista se convertiría en el Virreinato del Perú.


Tras la conquista de México, las leyendas sobre ciudades «doradas» (Cibola en Norteamérica, El Dorado en Sudamérica)
originaron numerosas expediciones, pero muchas de ellas regresaron sin
encontrar nada, y las que encontraron algo dieron con mucho menos valor
de lo esperado. De todos modos, la extracción de oro y plata fue una importante actividad económica del Imperio español en América, estimándose en 850 000 kilogramos de oro y más de cien veces esa cantidad en plata durante el período colonial.n. 10 No fue menos importante el comercio de otras mercaderías como la cochinilla, la vainilla, el cacao, el azúcar
(la caña de azúcar fue llevada a América donde se producía mejor que en
el sur de la península, donde había sido introducida por los árabes).


La exploración de este nuevo mundo, conocido como las Indias occidentales, fue intensa, realizándose hazañas tales como la primera circunnavegación del globo en 1522 por Juan Sebastián Elcano (que sustituyó a Fernando de Magallanes, promotor de la expedición y que murió en el camino).


En Europa, sintiéndose rodeado por las posesiones de los Habsburgo Francisco I de Francia invadió en 1521 las posesiones españolas en Italia e inició una nueva era de hostilidades entre Francia y España, apoyando a Enrique II de Navarra para recuperar el reino
arrebatado por los españoles. Un levantamiento de la población navarra
junto a la entrada de 12 000 hombres al mando del general Asparrots, André de Foix,
en pocos días recuperó todo el reino con escasas víctimas. Sin embargo
el ejército imperial se reconstituyó con rapidez, formando unas tropas
de 30 000 hombres bien pertrechadas, entre ellas muchos de los comuneros rendidos para redimir su pena. El general Asparrots, en vez de consolidar el reino, se dirigió a sitiar Logroño, con lo que los navarro-gascones sufrieron una severa derrota en la sangrienta Batalla de Noáin, dejando el control de Navarra en manos de España.


Por otra parte, en el frente de guerra de Italia, fue un desastre para Francia, que sufrió importantes derrotas en Bicoca (1522), Pavía (1525) —en la que Francisco I y Enrique II fueron capturados— y Landriano (1529) antes de que Francisco I claudicase y dejase Milán en manos españolas una vez más.



La victoria de Carlos I en la batalla de Pavía,
1525, sorprendió a muchos italianos y alemanes, al demostrar su empeño
en conseguir el máximo poder posible. El papa Clemente VII cambió de
bando y unió sus fuerzas con Francia y los emergentes estados italianos
contra el Emperador, en la Guerra de la Liga de Cognac. La Paz de Barcelona,
firmada entre Carlos I y el Papa en 1529, estableció una relación más
cordial entre los dos gobernantes y de hecho nombraba a España como
defensora de la causa católica y reconocía a Carlos como Rey de Lombardía en recompensa por la intervención española contra la rebelde República de Florencia.


En 1528, el gran almirante Andrea Doria se alió con el Emperador para desalojar a Francia y restaurar la independencia genovesa. Esto abrió una nueva perspectiva: en este año se produce el primer préstamo de los bancos genoveses a Carlos I.


La colonización americana seguía mientras imparable. Después de la conquista del Imperio inca la primera ciudad fundada originalmente española fue Santiago de Quito (posteriormente y en otra localización Santiago de Guayaquil) por Sebastián de Benalcázar y Diego de Almagro por órdenes de Francisco Pizarro en las llanuras del Tapi, Ecuador, mientras más al norte Santa Fe de Bogotá fue fundada durante la década de 1530 sobre las ruinas de Bacata y Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires en 1536. En la década de 1540, Francisco de Orellana exploraba la selva y llegó al Amazonas. En 1541, Pedro de Valdivia, continuó las exploraciones de Diego de Almagro desde Perú, e instauró la Capitanía General de Chile. Ese mismo año, se terminó de conquistar la Confederación muisca, que ocupaba el centro de Colombia.


Como consecuencia de la defensa que la Escuela de Salamanca y Bartolomé de las Casas
hicieron de los nativos, la Corona española se dio relativa prisa en
dictar leyes para protegerlos en sus posesiones americanas. Las Leyes de Burgos de 1512 fueron sustituidas por las Leyes Nuevas de Indias de 1542. Sin embargo, a menudo fue muy difícil llevar estas leyes a la práctica, una pauta que siguieron otras naciones europeas.


En 1543, Francisco I de Francia anunció una alianza sin precedentes con el sultán otomano Solimán el Magnífico, para ocupar la ciudad de Niza, bajo control español. Enrique VIII de Inglaterra,
que guardaba más rencor contra Francia que contra el Emperador, a pesar
de la oposición de éste al divorcio de Enrique con su tía, se unió a
este último en su invasión de Francia. Aunque las tropas imperiales
sufrieron alguna derrota como la de Cerisoles, el Emperador consiguió que Francia aceptara sus condiciones. Los austriacos, liderados por el hermano pequeño del Emperador Carlos, continuaron luchando contra el Imperio otomano por el Este. Mientras, Carlos I se preocupó de solucionar un viejo problema: la Liga de Esmalcalda.



Mapa de los dominios de los Habsburgo en Europa tras la Batalla de Mühlberg en 1547.
La Liga tenía como aliados a los franceses, y los esfuerzos por
socavar su influencia en Alemania fueron rechazados. La derrota francesa
en 1544 rompió su alianza con los protestantes y Carlos I se aprovechó de esta oportunidad. Primero intentó el camino de la negociación en el Concilio de Trento en 1545, pero los líderes protestantes, sintiéndose traicionados por la postura de los católicos en el Concilio, fueron a la guerra encabezados por Mauricio de Sajonia.
En respuesta, Carlos I invadió Alemania a la cabeza de un ejército
hispano-neerlandés. Confiaba en restaurar la autoridad imperial. El
emperador en persona infligió una decisiva derrota a los protestantes en
la histórica Batalla de Mühlberg en 1547. En 1555 firmó la Paz de Augsburgo con los estados protestantes, lo que restauró la estabilidad en Alemania bajo el principio de Cuius regio, eius religio («Quien tiene la región impone la religión»), una posición impopular entre el clero
italiano y español. El compromiso de Carlos en Alemania otorgó a España
el papel de protector de la causa católica de los Habsburgo en el Sacro
Imperio Romano.


Mientras, el Mediterráneo se convirtió en campo de batalla contra los turcos, que alentaban a piratas como el argelino Barbarroja.
Carlos I prefirió eliminar a los otomanos a través de la estrategia
marítima, mediante ataques a sus asentamientos en los territorios
venecianos del este del Mediterráneo. Sólo como respuesta a los ataques
en la costa de Levante española se involucró personalmente el Emperador en ofensivas en el continente africano con expediciones sobre Túnez, Bona (1535) y Argel (1541), por el Sudeste Asiático se consolidaba el dominio español en el archipiélago de las Filipinas (nombradas así en honor a Felipe II) e islas adyacentes (Borneo, Molucas - fortaleza de Tidore -, fuertes en la isla de Formosa y anexos en las ya oceánicas Palaos, Marianas, Carolinas y Ralicratac, etc.).


De San Quintín a Lepanto (1556-1571)


El Emperador Carlos repartió sus posesiones entre su único hijo legítimo, Felipe II, y su hermano Fernando
(al que dejó el Imperio de los Habsburgo). Para Felipe II, Castilla fue
la base de su imperio, pero la población de Castilla nunca fue lo
suficientemente grande para proporcionar los soldados necesarios para
sostener el Imperio. Tras el matrimonio del Rey con María Tudor, Inglaterra y España fueron aliados.


España no consiguió tener paz al llegar al trono el agresivo Enrique II de Francia en 1547,
que inmediatamente reanudó los conflictos con España. Felipe II
prosiguió la guerra contra Francia, aplastando al ejército francés en la
batalla de San Quintín, en Picardía, en 1558 y derrotando a Enrique de nuevo en la batalla de Gravelinas. La Paz de Cateau-Cambrésis, firmada en 1559,
reconoció definitivamente las reclamaciones españolas en Italia. En las
celebraciones que siguieron al Tratado, Enrique II murió a causa de una
herida producida por un trozo de madera de una lanza. Francia fue
golpeada durante los siguientes años por una guerra civil
que ahondó en las diferencias entre católicos y protestantes dando a
España ocasión de intervenir en favor de los católicos y que le impidió
competir con España y la Casa de Habsburgo en los juegos de poder
europeos. Liberados de la oposición francesa, España vio el apogeo de su
poder y de su extensión territorial en el periodo entre 1559 y 1643.


La bancarrota de 1557
supuso la inauguración del consorcio de los bancos genoveses, lo que
llevó al caos a los banqueros alemanes y acabó con la preponderancia de
los Fúcares como financieros del Estado español. Los banqueros genoveses suministraron a los Habsburgo crédito fluido e ingresos regulares.


Mientras tanto la expansión ultramarina continuaba: Florida fue colonizada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés al fundar San Agustín, y al derrotar rápidamente un intento ilegal del capitán francés Jean Ribault
y 150 hombres de establecer un puesto de aprovisionamiento en el
territorio español. San Agustín se convirtió rápidamente en una base
estratégica de defensa para los barcos españoles llenos de oro y plata
que regresaban desde los dominios de las Indias.


En Asia, el 27 de abril de 1565, se estableció el primer asentamiento en Filipinas por parte de Miguel López de Legazpi y se puso en marcha la ruta de los Galeones de Manila (Nao de la China). Manila se fundó en 1572.



Después del triunfo de España sobre Francia y el comienzo de las
guerras de religión francesas, la ambición de Felipe II aumentó. En el
Mediterráneo el Imperio otomano había puesto en entredicho la hegemonía española, perdiéndose Trípoli (1531) y Bugía (1554) mientras la piratería berberisca y otomana se recrudecía. En 1565, sin embargo, el auxilio español a los sitiados Caballeros de San Juan salvó Malta, infligiendo una severa derrota a los turcos.


La muerte de Solimán el Magnífico y su sucesión por parte del menos capacitado Selim II, envalentonó a Felipe II y éste declaró la guerra al mismo Sultán. En 1571, la Santa Liga, formada por Felipe II, Venecia y el Papa Pío V, se enfrentó al Imperio otomano, con una flota conjunta mandada por Don Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos I, que aniquiló la flota turca en la decisiva batalla de Lepanto.


La derrota acabó con la amenaza turca en el Mediterráneo e inició un
periodo de decadencia para el Imperio otomano. Esta batalla aumentó el
respeto hacia España y su soberanía fuera de sus fronteras y el Rey
asumió la carga de dirigir la Contrarreforma.


El Reino en dificultades (1571-1598)


Escudo de Felipe II a partir de 1580.
El tiempo de alegría en Madrid duró poco. En 1566, los calvinistas habían iniciado una serie de revueltas en los Países Bajos que provocaron que el rey enviase al Duque de Alba a la zona. En 1568, Guillermo I de Orange-Nassau encabezó un intento fallido de echar al Duque de Alba del país. Estas batallas se consideran como el inicio de la guerra de los Ochenta Años, que concluyó con la independencia de las Provincias Unidas de los Países Bajos. Felipe II, que había recibido de su padre la herencia de los territorios de la Casa de Borgoña (Países Bajos y Franco Condado),
para que la poderosa Castilla defendiese de Francia el Imperio, se vio
obligado a restaurar el orden y mantener su dominio sobre estos
territorios. En 1572, un grupo de navíos neerlandeses rebeldes conocidos como los watergeuzen, tomaron varias ciudades costeras, proclamaron su apoyo a Guillermo I y rechazaron el gobierno español.



Para España la guerra se convirtió en un asunto sin fin. En 1574, los Tercios de Flandes, bajo el mando de Luis de Requesens, fueron vencidos en el asedio de Leiden después de que los neerlandeses rompieran los diques, causando inundaciones masivas.


En 1576,
abrumado por los costes del mantenimiento de un ejército de 80 000
hombres en los Países Bajos y de la inmensa flota que venció en Lepanto,
unidos a la creciente amenaza de la piratería en el Atlántico y
especialmente a los naufragios que reducían las llegadas de dinero de
las posesiones americanas, Felipe II se vio obligado a declarar una
suspensión de pagos (que fue interpretada como bancarrota).


El ejército se amotinó no mucho después, apoderándose de Amberes y saqueando el sur
de los Países Bajos, haciendo que varias ciudades, que hasta entonces
se habían mantenido leales, se unieran a la rebelión. Los españoles
eligieron la vía de la negociación y consiguieron pacificar la mayor
parte de las provincias del sur con la Unión de Arras en 1579.


Este acuerdo requería que todas las tropas españolas abandonasen
aquellas tierras, lo que fortaleció la posición de Felipe II cuando en 1580 murió sin descendientes directos el último miembro de la familia real de Portugal, el cardenal Enrique I de Portugal. El Rey de España, hijo de Isabel de Portugal y por tanto nieto del rey Manuel I hizo valer su reclamación al trono portugués, y en junio envió al Duque de Alba y su ejército a Lisboa para asegurarse la sucesión. El otro pretendiente, Don Antonio, se replegó a las Azores, donde la armada de Felipe terminó de derrotarle.



La unificación temporal de la península ibérica
puso en manos de Felipe II el Imperio portugués, es decir, la mayor
parte de los territorios explorados del Nuevo Mundo además de las
colonias comerciales en Asia y África. En 1582,
cuando el Rey devolvió la corte a Madrid desde Lisboa, donde estaba
asentada temporalmente para pacificar su nuevo reino, se produjo la
decisión de fortalecer el poderío naval español.


España estaba todavía renqueante de la bancarrota de 1576. En 1584,
Guillermo I de Orange-Nassau fue asesinado por un católico trastornado.
Se esperaba que la muerte del líder popular de la resistencia
significara el fin de la guerra, pero no fue así. En 1586, la reina Isabel I de Inglaterra envió apoyo a las causas protestantes en los Países Bajos y Francia, y Sir Francis Drake lanzó ataques contra los puertos y barcos mercantes españoles en El Caribe y el Pacífico, además de un ataque especialmente agresivo contra el puerto de Cádiz.


En 1588, confiando en acabar con los entrometimientos de Isabel I, Felipe II envió la «Armada Invencible» a atacar a Inglaterra. La resistencia de la flota inglesa, una serie de fuertes tormentas,
problemas de coordinación entre los ejércitos implicados e importantes
fallos logísticos en los aprovisionamientos que la flota había de hacer
en los Países Bajos provocaron la derrota de la Armada española.


No obstante, la derrota del contraataque inglés contra España, dirigido por Drake y Norris en 1589, marcó un punto de inflexión en la Guerra anglo-española
a favor de España. A pesar de la derrota de la Gran Armada, la flota
española siguió siendo la más fuerte en los mares de Europa durante
años, a pesar de que en 1639, fue derrotada por los neerlandeses en la batalla naval de las Dunas, cuando una visiblemente exhausta España empezaba a debilitarse.


España se involucró en las guerras de religión francesas tras la muerte de Enrique II. En 1589, Enrique III de Francia, el último del linaje de los Valois, murió a las puertas de París. Su sucesor, Enrique IV de Francia y III de Navarra, el primer Borbón rey de Francia, fue un hombre muy habilidoso, consiguiendo victorias clave contra la Liga Católica en Arques (1589) y en Ivry (1590).
Comprometidos con impedir que Enrique IV tomara posesión del trono
francés, los españoles dividieron su ejército en los Países Bajos e
invadieron Francia en 1590. Implicada en múltiples frentes, la potencia
hispana no pudo imponer su política en el país galo y finalmente se
llegó a un acuerdo en la Paz de Vervins.


«Dios es español» (1598-1626)

Pese a que actualmente sabemos que la economía española estaba minada
y que su poderío se debilitaba, el Imperio seguía siendo con mucho el
poder más fuerte. Tanto es así que podía librar enfrentamientos con
Inglaterra, Francia y los Países Bajos al mismo tiempo. Este poderío lo
confirmaban el resto de pueblos europeos; así el hugonote francés Duplessis-Mornay, por ejemplo, escribió tras el asesinato de Guillermo de Orange a manos de Balthasar Gérard:


La ambición de los españoles, que les ha hecho acumular tantas tierras y mares, les hace pensar que nada les es inaccesible.


Se ha mostrado en varias obras literarias y especialmente en películas el agobio causado por la continua piratería contra sus barcos en el Atlántico y la consecuente disminución de los ingresos del oro de las Indias. Sin embargo, investigaciones más profundas8
indican que esta piratería realmente consistía en varias decenas de
barcos y varios cientos de piratas, siendo los primeros de escaso
tonelaje, por lo que no podían enfrentarse con los galeones
españoles, teniéndose que conformar con pequeños barcos o los que
pudieran apartarse de la flota. En segundo lugar está el dato según el
cual, durante el siglo xvi,
ningún pirata ni corsario logró hundir galeón alguno; asimismo, de unas
600 flotas fletadas por España (dos por año durante unos 300 años) sólo
dos cayeron en manos enemigas y ambas por marinas de guerra no por
piratas ni corsarios.8 Los ataques corsarios en todo caso, entre los cuales destacó Francis Drake
causaron serios problemas de seguridad tanto para las flotas como para
los puertos, lo que obligó al establecimiento de un sistema de convoyes
así como al incremento exponencial en gastos defensivos destinados al
entrenamiento de milicias y a la construcción de fortificaciones. Sin
embargo, fueron las inclemencias meteorológicas las que bloquearon con
mayor gravedad todo el comercio entre América y Europa. Más grave era la
piratería mediterránea, perpetrada por berberiscos,
que tenía un volumen diez o más veces superior a la atlántica y que
arrasó toda la costa mediterránea así como a las Canarias, bloqueando a
menudo las comunicaciones con este Archipiélago y con las posesiones en
Italia.


Pese a todos los ingresos provenientes de América, España se vio forzada a declararse en bancarrota en 1596.



El sucesor de Felipe II, Felipe III, subió al trono en 1598.
Era un hombre de inteligencia limitada y desinteresado por la política,
prefiriendo dejar a otros tomar decisiones en vez de tomar el mando. Su
valido fue el Duque de Lerma, quien nunca tuvo interés por los asuntos de su país aliado, Austria.


Los españoles intentaron librarse de los numerosos conflictos en los que estaban involucrados, primero firmando la Paz de Vervins con Francia en 1598, reconociendo a Enrique IV (católico desde 1593) como Rey de Francia, y restableciendo muchas de las condiciones de la Paz de Cateau-Cambrésis. Con varias derrotas consecutivas y una guerra de guerrillas inacabable contra los católicos apoyados por España en Irlanda, Inglaterra aceptó negociar en 1604, tras la ascensión al trono del Estuardo Jacobo I.


La paz con Francia e Inglaterra implicó que España pudiera centrar su
atención y energías para restituir su dominio en las provincias
neerlandesas. Los neerlandeses, encabezados por Mauricio de Nassau, el hijo de Guillermo I, tuvieron éxito en la toma de algunas ciudades fronterizas en 1590, incluyendo la fortaleza de Breda.
A esto se sumaron las victorias ultramarinas neerlandesas que ocuparan
las colonias portuguesas (y por tanto españolas) en Oriente, tomando Ceilán (1605), así como otras Islas de las Especias (entre 1605 y 1619), estableciendo Batavia como centro de su imperio en Oriente.


Después de la paz con Inglaterra, Ambrosio Spinola,
como nuevo general al mando de las fuerzas españolas, luchó tenazmente
contra los neerlandeses. Spinola era un estratega de una capacidad
similar a la de Mauricio, y únicamente la nueva bancarrota de 1607 evitó que conquistara los Países Bajos. Atormentados por unas finanzas ruinosas, en 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias Unidas. La Pax Hispanica era un hecho.


España tuvo una notable recuperación durante la tregua, ordenando su
economía y esforzándose por recuperar su prestigio y estabilidad antes
de participar en la última guerra en que actuaría como potencia
principal. Estos avances se vieron ensombrecidos por la expulsión de los moriscos
entre 1611 y 1614 que dañaron gravemente a la Corona de Aragón,
privando al imperio de una importante fuente de riqueza. Aunque como
contrapartida a la expulsión, se desterraba a un grupo que apoyaba el
principal problema de piratería de España, la piratería berberisca, que
asolaba las costas de levante, produciéndose rebeliones moriscas, y con
el peligro de que el apoyo a la piratería otomana, pasara a ser apoyo de
una invasión del Imperio Otomano de la península, razón esta última de
la expulsión de los moriscos.


Actualmente, la opinión de los historiadores es casi unánime respecto
al error de involucrarse en guerras europeas por la única razón de que
los reinos heredados debían transmitirse íntegros. Sin embargo, esta
postura también existía en aquellos años. Así un procurador en cortes
escribió:


¿Por ventura serán Francia, Flandes e Inglaterra más buenos cuanto
España más pobre? Que el remedio de los pecados de Nínive no fue
aumentar el tributo en Palestina para irlos a conquistar, sino enviar la
persona que los fuera a convertir.



En 1618 el Rey reemplazó a Spinola por Baltasar de Zúñiga, veterano embajador en Viena.
Éste pensaba que la clave para frenar a una Francia que resurgía y
eliminar a los neerlandeses era una estrecha alianza con los Habsburgo
austriacos. Ese mismo año, comenzando con la Defenestración de Praga, Austria y el Emperador Fernando II se embarcaron en una campaña contra Bohemia y la Unión Protestante.
Zúñiga animó a Felipe III a que se uniera a los Habsburgo austriacos en
la guerra, y Ambrosio Spinola fue enviado en cabeza de los Tercios de Flandes a intervenir. De esta manera, España entró en la guerra de los Treinta Años.


En 1621 el inofensivo y poco eficaz Felipe III murió y subió al trono su hijo Felipe IV. Al año siguiente, Zúñiga fue sustituido por Gaspar de Guzmán, más conocido por su título de Conde-Duque de Olivares,
un hombre honesto y capaz, que creía que el centro de todas las
desgracias de España eran las Provincias Unidas. Ese mismo año se
reanudó la guerra con los Países Bajos. Los bohemios fueron derrotados
en la Batalla de la Montaña Blanca en 1621, y más tarde en Stadtlohn en 1623.



Mientras, en los Países Bajos, Spinola tomó la fortaleza de Breda en 1625. La intervención de Cristián IV de Dinamarca
en la guerra inquietó a muchos —Cristian IV era uno de los pocos
monarcas europeos que no tenía problemas económicos—, pero las victorias
del general imperial Albrecht von Wallenstein sobre los daneses en la Batalla del puente de Dessau y de nuevo en Lutter, ambas en 1626, eliminaron tal amenaza.


Había esperanza en Madrid acerca de que los Países Bajos pudiesen ser reincorporados al Imperio, y tras la derrota de los daneses, los protestantes en Alemania parecían estar acabados. Francia estaba otra vez envuelta en sus propias inestabilidades (el asedio de La Rochelle comenzó en 1627)
y la superioridad de España parecía irrefutable. El Conde-Duque de
Olivares afirmó «Dios es español y está de parte de la nación estos
días», y muchos de los rivales de España parecían estar infelizmente de
acuerdo.



El camino a Rocroi (1626-1643)

Olivares era un hombre avanzado para su tiempo y se dio cuenta de que
España necesitaba una reforma que a su vez necesitaba de la paz. La
destrucción de las Provincias Unidas se añadió a sus necesidades, ya que
detrás de cualquier ataque a los Habsburgo había dinero neerlandés.
Spinola y el ejército español se concentraron en los Países Bajos y la
guerra pareció marchar a favor de España, retomándose Breda.
En ultramar se combatió también a la flota neerlandesa, que amenazaba
las posesiones españolas. Así, la presencia neerlandesa en Taiwán y su amenaza sobre las Filipinas llevó a la ocupación del norte de la isla, fundándose la ciudad de Santísima Trinidad (actual Keelung) en el año 1626 y Castillo (actual Tamsui) en 1629.


El año 1627
acarreó el derrumbamiento de la economía castellana. Los españoles
habían devaluado su moneda para pagar la guerra y la inflación explotó
en España como antes lo había hecho en Austria. Hasta 1631, en algunas partes de Castilla se comerció con el trueque,
debido a la crisis monetaria, y el gobierno fue incapaz de recaudar
impuestos del campesinado de las colonias. Los ejércitos españoles en
Alemania optaron por pagarse a sí mismos. Olivares fue culpado por una vergonzosa e infructuosa guerra en Italia.
Los neerlandeses habían convertido su flota en una prioridad durante la
Tregua de los Doce Años y amenazaron el comercio marítimo español, del
cual España era totalmente dependiente tras la crisis económica; en 1628
los neerlandeses acorralaron a la Flota de Indias provocando el Desastre de Matanzas,
el cargamento de metales preciosos que era fundamental para el
sostenimiento del esfuerzo bélico del Imperio fue capturado y la flota
que lo transportaba totalmente destruida, con parte de las riquezas
obtenidas los neeerlandeses iniciaron una exitosa invasión de Brasil.


La guerra de los Treinta Años también se agravó cuando, en 1630, Gustavo II Adolfo de Suecia desembarcó en Alemania para socorrer el puerto de Stralsund,
último baluarte continental de los alemanes beligerantes contra el
Emperador. Gustavo II Adolfo marchó hacia el sur y obtuvo notables
victorias en Breitenfeld y Lützen, atrayendo numerosos apoyos para los protestantes allá donde iba.


La situación para los católicos mejoró con la muerte de Gustavo II Adolfo precisamente en Lützen en 1632 y la victoria en la batalla de Nördlingen en 1634.
Desde una posición de fuerza, el Emperador intentó pactar la paz con
los estados hastiados de la guerra en 1635. Muchos aceptaron, incluidos
los dos más poderosos: Brandeburgo y Sajonia. Francia se perfiló entonces como el mayor problema. Paralelamente, la Guerra de Sucesión de Mantua, en Italia, dio una nueva victoria a España, consolidando su presencia en Italia.


El Cardenal Richelieu
había sido un gran aliado de los neerlandeses y los protestantes desde
el comienzo de la guerra, enviando fondos y equipamiento para intentar
fragmentar la fuerza de los Habsburgo en Europa. Richelieu decidió que
la Paz de Praga, recientemente firmada, era contraria a los intereses de Francia y declaró la guerra al Sacro Imperio Romano Germánico
y a España dentro del periodo establecido de paz. Las fuerzas
españolas, más experimentadas, obtuvieron éxitos iniciales: Olivares
ordenó una campaña relámpago en el norte de Francia desde los Países
Bajos españoles, confiando en acabar con el propósito del rey Luis XIII y derrocar a Richelieu.


En 1636, las fuerzas españolas avanzaron hacia el sur hasta llegar a Corbie,
amenazando París y quedando muy cerca de terminar la guerra a su favor.
Después de 1636, Olivares tuvo miedo de provocar otra bancarrota y el
ejército español no avanzó más. En la derrota naval de las Dunas en 1639,
la flota española fue aniquilada por la armada neerlandesa, y los
españoles se encontraron incapaces de abastecer a sus tropas en los
Países Bajos.



En 1643 el ejército de Flandes, que constituía lo mejor de la infantería española, se enfrentó a un contraataque francés en Rocroi liderado por Luis II de Borbón, Príncipe de Condé.
Aunque fuentes francesas decimonónicas y sobre todo las fuentes
originales, siempre informaron de que los españoles, liderados por Francisco de Melo, no fueron ni mucho menos arrasados, la propaganda gala logró un notable éxito mitificando aquella victoria.9 La infantería
española fue seriamente dañada pero no destruida, mil muertos y dos mil
heridos de un total de seis mil soldados de los tercios, los tercios
resistieron tres ataques conjuntos de la infantería, artillería y caballería
francesas sin perder la integridad. Agotados ambos bandos, se acabó
negociando la rendición y el asedio fue levantado. La batalla tuvo pocas
repercusiones a corto plazo, pero un impacto tremendo a nivel
propagandístico.


La gran habilidad del cardenal Mazarino
para manejar esa victoria logró dañar la reputación de los Tercios de
Flandes, creando un mito que aún permanece; el de una victoria en la
que, para saber el número de enemigos al que se enfrentaron, los
franceses solo tenían que Contar los muertos. Tradicionalmente, los historiadores señalan la batalla de Rocroi como el fin del dominio español en Europa y el cambio del transcurso de la guerra de los Treinta Años favorable a Francia.


Sublevaciones internas (1640-1665)

Durante el reinado de Felipe IV y concretamente a partir de 1640 hubo
múltiples secesiones y sublevaciones de los distintos territorios que
se encontraban bajo su cetro. Entre ellas, la guerra de Separación de Portugal, la rebelión de Cataluña
(ambos conflictos iniciados en 1640), la conspiración de Andalucía
(1641) y los distintos incidentes acaecidos en Navarra, Nápoles y
Sicilia a finales de la década de 1640. A estos hechos se sumaban los
distintos frentes extrapeninsulares: la guerra de los Países Bajos
(reanudada en 1621 tras expirar la Tregua de los Doce Años) y la guerra
de los Treinta Años. A su vez, el enfrentamiento con Francia en esta
última (desde 1635) quedó conectado con el problema catalán.



Juan de Braganza fue proclamado rey de Portugal en 1640.
Portugal se había rebelado en 1640 bajo el liderazgo de Juan de Braganza,
pretendiente al trono. Éste había recibido un apoyo general del pueblo
portugués, y los españoles que tenían múltiples frentes abiertos fueron
incapaces de responder. Españoles y portugueses mantuvieron un estado de
paz de facto entre 1641 y 1657. Cuando Juan IV murió, los españoles intentaron luchar por Portugal contra su hijo Alfonso VI de Portugal, pero fueron derrotados en la batalla de Ameixial (1663), en la batalla de Castelo Rodrigo (1664) y en la batalla de Montes Claros (1665), lo que llevó a España a reconocer la independencia portuguesa en 1668.


En 1648 los españoles firmaron la paz con los neerlandeses y reconocieron la independencia de las Provincias Unidas en la Paz de Westfalia,
que acabó al mismo tiempo con la guerra de los Ochenta Años y la guerra
de los Treinta Años. A esto le siguió la expulsión de Taiwán y la
pérdida de Tobago, Curazao y otras islas en el mar Caribe.


La guerra con Francia continuó once años más, ya que Francia quería
acabar totalmente con España y no darle la oportunidad de que se
recuperara. La economía española estaba tan debilitada que el Imperio
era incapaz de hacerle frente. La sublevación de Nápoles fue sofocada en
1648 y la de Cataluña en 1652 y además se obtuvo una victoria contra
los franceses en la batalla de Valenciennes (1656, última de las victorias españolas), pero el fin efectivo de la guerra vino en la batalla de las Dunas (o de Dunquerque) en 1658, en la que el ejército francés bajo el mando del vizconde de Turenne y con la ayuda de un importante ejército inglés, derrotó a los restos de los Tercios de Flandes. España aceptó firmar la Paz de los Pirineos en 1659, en la que cedía a Francia el Rosellón, la Cerdaña y algunas plazas de los Países Bajos como Artois. Además se pactó el matrimonio de una infanta española con Luis XIV.


En los últimos años del reinado de Felipe IV, concluidos los grandes
conflictos, Felipe IV pudo concentrarse en el frente portugués. Sin
embargo, ya era demasiado tarde. Meses antes de su muerte (ocurrida en
Madrid, el 17 de septiembre de 1665), la derrota en la batalla de Villaviciosa
(17 de junio) permitía vaticinar la pérdida de Portugal. La situación
en España no era más halagüeña, y la crisis humana, material y social
afectaba profundamente a las regiones del interior.


España tenía un inmenso imperio en ultramar (ahora reducido por la
separación de Portugal y su imperio así como por ataques franceses e
ingleses), pero Francia era ahora la primera potencia en Europa.


El Imperio con el último Habsburgo (1665-1700)


Carlos II de España, último rey español de la dinastía Habsburgo. Cuadro de Juan Carreño de Miranda.
A la muerte de Felipe IV, su hijo Carlos II tenía sólo cuatro años, por lo que su madre Mariana de Austria gobernó como regente. Ésta acabó por entregarle las tareas de gobierno a un valido, el padre Nithard, un jesuita austriaco. El reinado de Carlos II puede dividirse en dos partes. La primera abarcaría de 1665 a 1679 y estaría caracterizada por el letargo económico y las luchas de poder entre los validos del Rey, el padre Nithard y Fernando de Valenzuela, con el hijo ilegítimo de Felipe IV, Don Juan José de Austria. Éste último dio un golpe de Estado en 1677 que obligó al monarca a expulsar a Nithard y a Valenzuela del gobierno.


La imagen que se ha tenido siempre de Carlos II y su reinado es la de
una decadencia y estancamiento totales en España; mientras el resto de
Europa se embarcaba en tremendos cambios en los gobiernos y las
sociedades —la Revolución de 1688 en Inglaterra y el reinado del Rey Sol
en Francia—, España continuaba a la deriva. La burocracia que se había
constituido alrededor de Carlos I y Felipe II demandaba un monarca
fuerte y trabajador; la debilidad y dejadez de Felipe III y Felipe IV
contribuyeron a la decadencia española. Carlos II tenía pocas
capacidades, era impotente y murió sin un heredero en 1700. Sin embargo, la historiografía
moderna tiende a ser más condescendiente con Carlos II y sus
limitaciones, haciendo ver que el Rey, pese a estar en el límite de la
normalidad mental, era consciente de la responsabilidad que tenía, la
situación de codicia que vivía su imperio y la idea de majestad que
siempre trató de mantener. Esto lo demostró en su testamento que, según
la canción popular, fue su mejor obra; en él declaraba:


Declaro mi sucesor (en el caso de que Dios se me lleve sin dejar
hijos) el de Anjou, hijo segundo del Delfín de Francia; y, como a tal,
lo llamó a la sucesión de todos mi reinos y dominios sin excepción de
ninguna parte de ellos
.


La segunda parte de su reinado comenzaría en 1680 con la toma de poder del Duque de Medinaceli como valido, quien retoma las medidas tomadas por Don Juan José de Austria para llevar a cabo el proyecto económico del rey para estabilizar la economía. El valido consiguiendo la una de las mayores deflaciones
de la Historia, sino la mayor. Lo que perjudicó las arcas de la
monarquía, pero supuso un incremento considerable del poder adquisitivo
de los ciudadanos.10


En 1685, ocupa el cargo Manuel Joaquín Álvarez de Toledo, Conde de Oropesa,
al dimitir el de Medinaceli. Álvarez de Toledo propuso un presupuesto
fijo para los gastos de la Corte como medio para evitar nuevas
bancarrotas, reducir impuesto, condenar deudas a varios municiones,
reformar el catastro y colocar en los puestos clave a expertos en lugar
de a nobles.10


A lo largo de todo su reinado terminaron las guerras contra Francia, especialmente tras el Tratado de Ryswick
por el que se produce la partición de la isla de La Española entre
Francia y España.Tras él el proyecto de Carlos II para sus reinos se
consiguió: mantuvo bajo su poder los dominios de América y Europa,
además de posibilitar la recuperación económica de la que disfrutaría
después su sucesor.10


El Imperio de los Borbones: Reforma y recuperación (1713-1806)

El cambio de dinastía


Retrato de Felipe V de España, por Jean Ranc (c. 1723). Óleo sobre lienzo, 144 x 115 cm, Museo del Prado (Madrid).
El nuevo rey no fue excesivamente bien recibido en España, aparte de
los retrasos en su entrada en Madrid por el mal tiempo y las continuas
recepciones, los cortesanos comenzaron a ver que era abúlico, casto,
piadoso, muy seguidor de los deseos de su confesor y melancólico,
redactándole una coplilla:


Anda, niño, anda,

Porque el cardenal lo manda
.


Pero Felipe V no tenía intención de acaparar España para él y sus allegados como pretendió hacer Felipe el Hermoso.
Él quería ser un buen monarca pese a las muchas diferencias que tenía
con su nuevo pueblo. Tanto es así que tras el famoso discurso que
pronunció el marqués de Castelldosrius, embajador de España en Francia, Felipe no comprendió nada, ni siquiera la famosa frase «Ya no hay Pirineos»; porque no sabía español y fue su abuelo Luis XIV quien debió interceder por él; pero al finalizar su réplica al embajador, el Rey Sol le dijo al futuro rey «Sed un buen español». Aquel joven de 17 años cumplió toda su vida con aquel mandato.11


El deseo de las otras potencias por España y sus posesiones no podía
quedar zanjado con el testamento real. Por lo que los enfrentamientos
eran casi inevitables; el Archiduque Carlos de Austria no se resignó, lo que dio lugar a la Guerra de Sucesión (1702-1713).


Esta guerra y las negligencias cometidas en ella llevaron a nuevas
derrotas para las armas españolas, llegando incluso al propio territorio
peninsular. Así se perdió Orán, Menorca y la más dolorosa y prolongada: Gibraltar, donde había únicamente 50 soldados españoles defendiéndolo contra la flota anglo-neerlandesa.


Felipe V no estaba preparado para dirigir el imperio más grande de
aquel momento y él lo sabía; pero también sabía rodearse de las personas
más preparadas de su época.12
Así los monarcas Borbones y los hombres que vinieron con ellos trajeron
un proyecto para el Imperio español y un deseo de fundirse con él; por
ejemplo Alejandro Malaspina decía que se sentía «Un italiano en España y un español en Italia», Carlos III de España
mandó esculpir estatuas de todos los reyes y dignatarios españoles
desde los visigodos como heredero que se sentía de ellos, el marqués de Esquilache
se molestaba cuando los nobles españoles no le tuteaban como era la
costumbre o, por las tardes, tomaba chocolate, tradición que
diferenciaba a la corte española de otras europeas; pero el más claro
quizá fuese Felipe V delante de su abuelo Luis XIV, cuando tenía ante sí
una posibilidad en el futuro de volver a Francia como rey de un país en
auge en lugar de otro en decadencia como era España, dicen que
respondió:


Está hecha mi elección y nada hay en la tierra capaz de moverme a
renunciar a la corona que Dios me ha dado, nada en el mundo me hará
separarme de España y de los españoles
.



Cesiones por el tratado de Utrecht.
En el Tratado de Utrecht (11 de abril
de 1713), las potencias europeas decidían cuál iba a ser el futuro de
España en cuanto al equilibrio de poder. El nuevo rey de la casa de
Borbón, Felipe V, mantuvo el imperio de ultramar, pero cedió Sicilia y parte del Milanesado a Saboya, Gibraltar y Menorca a Gran Bretaña y los otros territorios continentales a Austria (los Países Bajos españoles, Nápoles, Milán y Cerdeña).
Además significó la separación definitiva de las coronas de Francia y
España, y la renuncia de Felipe V a sus derechos sobre el trono francés.
Con esto, el Imperio le daba la espalda a los territorios europeos.
Asimismo, se garantizaba a Gran Bretaña el tráfico de esclavos durante
treinta años («asiento de negros»).


La reforma del Imperio


Detalle de una galería de retratos de los soberanos incas del lado izquierdo que fue publicada en 1744 en la obra Relación del Viaje a la América Meridional en la que Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron sus autores.

Detalle de una galería de retratos de los soberanos españoles del lado derecho que fue publicada en 1744 en la obra Relación del Viaje a la América Meridional en la que Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron sus autores.
Con el monarca Borbón se modificó toda la organización territorial del Estado con una serie de decretos llamados Decretos de Nueva Planta
eliminándose fueros y privilegios de los antiguos reinos peninsulares y
unificándose todo el Estado Español al dividirlo en provincias llamadas
Capitanías Generales
a cargo de algún oficial y casi todas ellas gobernadas con las mismas
leyes; con esto se consiguió homogeneizar y centralizar el Estado
Español utilizando el modelo territorial de Francia.


Por otra parte con Felipe V llegaron ideas mercantilistas francesas
basadas en una monarquía centralizada, puesta en funcionamiento en
América lentamente. Sus mayores preocupaciones fueron romper el poder de
la aristocracia criolla y también debilitar el control territorial de la Compañía de Jesús: los jesuitas fueron expulsados de la América española en 1767. Además de los ya establecidos consulados de Ciudad de México y Lima, se estableció el de Vera Cruz.


Entre 1717 y 1718 las instituciones para el gobierno de las Indias, el Consejo de Indias y la Casa de la Contratación, se trasladaron de Sevilla a Cádiz, que se convirtió en el único puerto de comercio con las Américas.


Los órganos ejecutivos fueron reformados creando las secretarías de
estado que serían el embrión de los ministerios. Se reformó el sistema
de aduanas y aranceles y el contributivo, se creó el catastro (pese a no
llegar a reformarse totalmente la política contributiva) se
reestructuró el Ejército de Tierra
en regimientos en lugar de en tercios ...; pero quizá el gran logro fue
la unificación de las distintas flotas y arsenales en la Armada. A estas reformas se dedicaron hombres como José Patiño, José Campillo o Zenón de Somodevilla, que fueron ejemplos de meritocracia y algunos de los mejores expertos en material naval de su época.13


A estas reformas le siguió una nueva política expansionista que buscaba recuperar las posiciones perdidas. Así, en 1717 la armada española recobró Cerdeña y Sicilia,
que tuvo que abandonar pronto ante la coalición de Austria, Francia,
Gran Bretaña y los Países Bajos, que vencieron en Cabo Pessaro. Sin
embargo la diplomacia española, apoyada por los Pactos de Familia con sus parientes franceses, lograría que la corona del Reino de las Dos Sicilias recayera en el segundo hijo del rey español. La nueva rama dinástica sería conocida posteriormente como Borbón-Dos Sicilias.


Las guerras coloniales durante el siglo XVIII


Castillo San Felipe de Barajas en Cartagena de Indias. En 1741 una enorme flota británica liderada por el almirante Vernon fue derrotada por las fuerzas españolas de Blas de Lezo que defendían este fuerte.
Una de las victorias españolas más importantes de todo el periodo colonial en América, y sin duda la más trascendente del Siglo xviii, fue la de la Batalla de Cartagena de Indias en 1741 (ver Guerra del Asiento) en la que una colosal flota de 186 buques ingleses con 23.600 hombres a bordo atacaron el puerto español de Cartagena de Indias (hoy Colombia). Esta acción naval fue la más grande de la historia de la marina inglesa, y la segunda más grande de todos los tiempos después de la Batalla de Normandía.
Tras dos meses de intenso fuego de cañón entre los buques ingleses y
las baterías de defensa de la Bahía de Cartagena y del Fuerte de San
Felipe de Barajas, los asaltantes se batieron en retirada tras perder 50
navíos y 18 000 hombres. La acertada estrategia del gran almirante
español Blas de Lezo
fue determinante para contener el ataque inglés y lograr una victoria
que supuso la prolongación de la supremacía naval española hasta
principios del siglo xix.
Tras la derrota, los ingleses prohibieron la difusión de la noticia y la
censura fue tan tajante que pocos libros de historia ingleses contienen
referencias a esta trascendental contienda naval. Incluso en nuestros
días poco se sabe de esta gran batalla, frente al muy conocido episodio
de Trafalgar o incluso al de la Armada invencible.


España también se enfrentó con Portugal por la Colonia del Sacramento en el actual Uruguay, que era la base del contrabando británico por el Río de la Plata. En 1750 Portugal cedió la colonia a España a cambio de siete de las treinta reducciones guaraníes
de los jesuitas en la frontera con Brasil. Los españoles tuvieron que
expulsar a los jesuitas, generando un conflicto con los guaraníes que
duró once años.



Pabellón naval del Reino de España desde 1785, posteriormente elevado a la categoría de bandera nacional.
El desarrollo del comercio naval promovido por los Borbones en América fue interrumpido por la flota británica durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763)
en la que España y Francia se enfrentaron a Gran Bretaña y Portugal por
conflictos coloniales. Los éxitos españoles en el norte de Portugal se
vieron eclipsados por la toma inglesa de La Habana y Manila. Finalmente, el Tratado de París (1763) puso fin a la guerra. Con esta paz, España recuperó Manila y La Habana, aunque tuvo que devolver Sacramento. Además Francia entregó a España la Luisiana al oeste del Misisipi, incluida su capital, Nueva Orleans, y España cedió la Florida a Gran Bretaña.


En cualquier caso, el siglo xviii
fue un periodo de prosperidad en el imperio de ultramar gracias al
crecimiento constante del comercio, sobre todo en la segunda mitad del
siglo debido a las reformas borbónicas. Las rutas de un solo barco en
intervalos regulares fueron lentamente reemplazando la antigua costumbre
de enviar a las flotas de Indias, y en la década de 1760, había rutas regulares entre Cádiz, La Habana y Puerto Rico, y en intervalos más largos con el Río de la Plata, donde se había creado un nuevo virreinato en 1776. El contrabando, que fue el cáncer del imperio de los Habsburgo, declinó cuando se pusieron en marcha los navíos de registro.


En 1777 una nueva guerra con Portugal acabó con el tratado de San Ildefonso, por el que España recobraba Sacramento y ganaba las islas de Annobon y Fernando Poo, en aguas de Guinea, a cambio de retirarse de sus nuevas conquistas en Brasil.


Posteriormente, dos hechos conmocionaron la América española y al
mismo tiempo demostraron la elasticidad y resistencia del nuevo sistema
reformado: el alzamiento de Túpac Amaru en Perú en 1780 y la rebelión en Venezuela. Las dos, en parte, eran reacciones al mayor centralismo de la administración borbónica.


En la década de 1780
el comercio interior en el Imperio volvió a crecer y su flota se hizo
mucho mayor y más rentable. El fin del monopolio de Cádiz para el
comercio americano supuso el renacimiento de las manufacturas españolas.
Lo más notable fue el rápido crecimiento de la industria textil en
Cataluña, que a finales de siglo mostraba signos de industrialización
con una sorprendente y rápida adopción de máquinas mecánicas para hilar,
convirtiéndose en la más importante industria textil del Mediterráneo.
Esto supuso la aparición de una pequeña pero políticamente activa burguesía en Barcelona.
La productividad agraria se mantuvo baja a pesar de los esfuerzos por
introducir nueva maquinaria para una clase campesina muy explotada y sin
tierras.


La recuperación gradual de las guerras se vio de nuevo interrumpida por la participación española en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1779-1783), en apoyo de los Estados sublevados y los consiguientes enfrentamientos con Gran Bretaña. El Tratado de Versalles de 1783 supuso de nuevo la paz y la recuperación de Florida y Menorca (consolidando la situación, puesto que habían sido recuperadas previamente por España) así como el abandono británico de Campeche y la Costa de los Mosquitos en el Caribe. Sin embargo, España fracasó al intentar recuperar Gibraltar después de un duradero y persistente sitio, y tuvo que reconocer la soberanía británica sobre las Bahamas, donde se habían instalado numerosos partidarios del rey procedentes de las colonias perdidas, y el Archipiélago de San Andrés y Providencia, reclamado por España pero que no había podido controlar.


Mientras, con la Convención de Nutka (1791),
se resolvió la disputa entre España y Gran Bretaña acerca de los
asentamientos británicos y españoles en la costa del Pacífico,
delimitándose así la frontera entre ambos países. También en ese año el Rey de España ordenó a Alejandro Malaspina buscar el Paso del Noroeste (Expedición Malaspina).


España hacia 1800


Territorios españoles y de otras potencias en 1800.
En el caso español se incluyen territorios poseídos nominalmente, en el
resto son territorios sometidos efectivamente al control de la
metrópolis.
Las reformas económicas e institucionales produjeron sus frutos,
militarmente hablando, cuando se derrotó a los ingleses durante la Guerra del Asiento en su intento de conquistar la estratégica plaza de Cartagena de Indias, con gran actuación del almirante Blas de Lezo.


Como resultado, la España del xviii fue una potencia de nivel medio en los juegos de poder, sin su antiguo nivel de superpotencia.
Su extenso imperio en las Indias le daba una notable relevancia y,
aunque era mayor en Europa la importancia de Francia, de Inglaterra o de
Austria, aún mantenía la más importante flota del mundo y su moneda era
la más fuerte.


A pesar de que el Imperio español no había recuperado su antiguo
esplendor, se había rehecho considerablemente de los días oscuros de
principios de siglo, en los que estaba a merced de otras potencias. El
ser un siglo principalmente pacífico bajo la nueva monarquía, permitió
reconstruir y comenzar un largo proceso de modernización de las
instituciones y la economía. El declive demográfico del XVII se había
invertido, aunque fue necesario incentivar las inmigraciones de otros
países europeos, fundamentalmente de alemanes y suizos. Pero todo iba a
quedar ensombrecido por el tumulto que iba a ocupar a Europa con el
cambio de siglo: las Guerras Revolucionarias Francesas y las Guerras Napoleónicas.


El fin del Imperio global (1808-1898)

La Revolución francesa y las Guerras Napoleónicas

Tras la Revolución francesa de 1789, España se unió a los países que se aliaron para combatir la revolución. Un ejército dirigido por el general Ricardos reconquistó el Rosellón, pero apenas unos años después, en 1794 las tropas francesas les expulsaron e invadieron territorio español. El ascenso de Godoy a primer ministro supuso una política de apaciguamiento con Francia: con la paz de Basilea de 1795 se logró la retirada francesa a cambio de la mitad de la Española (lo que hoy en día es República Dominicana).



El Bucentaure y el HMS Sandwich en la Batalla de Trafalgar, en 1805. El buque británico está aquí representado por error por el pintor Auguste Mayer, pues el Sandwich no participó en Trafalgar.14
En 1796 el tratado de San Ildefonso supuso la alianza con la Francia napoleónica contra Gran Bretaña, lo que supuso la unión de sus respectivas fuerzas armadas. El combate naval del cabo de San Vicente
fue una victoria relativa para los británicos, que no supieron
aprovechar, aunque en Cádiz y Santa Cruz de Tenerife la flota británica
sufrió sendos fracasos. Lo más reseñable fue la pérdida de Isla Trinidad (1797) y Menorca. En 1802, se firmó la Paz de Amiens, tregua que permitió a España recobrar Menorca.


Pronto se reanudaron las hostilidades, desarrollándose el proyecto napoleónico de una invasión a través del Canal de la Mancha. Sin embargo, la destrucción de la flota aliada franco-española en la Batalla de Trafalgar (1805) arruinó el plan y minó la capacidad de España para defender y mantener su imperio. Tras la derrota de Trafalgar, España se encontró sin una Armada capaz de enfrentarse a la inglesa, y se cortó la comunicación efectiva con ultramar.


Mientras las sucesivas coaliciones eran derrotadas una y otra vez por Napoleón Bonaparte en el continente, España libró una guerra menor contra Portugal (Guerra de las Naranjas) que le permitió anexionarse Olivenza. En 1800 Francia recobró Luisiana. Cuando Napoleón decretó el Bloqueo Continental,
España colaboró con Francia en la ocupación de Portugal, país que
desobedeció el bloqueo. Así las tropas francesas entraron en el país,
acuartelándose unidades en guarniciones de la frontera.


En 1808 Napoleón se aprovechó de las disputas entre el rey español Carlos IV y su hijo, el futuro Fernando VII, y consiguió que estos le cediesen el trono, de modo que España fue tomada por Napoleón sin disparar ni una bala.


Entonces se produjo el levantamiento popular del 2 de mayo de 1808. Los españoles rebeldes a Napoleón se desplazaron al sur de España y comenzaron la conocida como Guerra de la Independencia Española que tendría un momento de optimismo con la derrota de los ejércitos franceses en la Batalla de Bailén
al mando del general Castaños (la primera derrota de un ejército de
Napoleón), que los españoles no supieron aprovechar, pues se
desmovilizaron a continuación. El posterior contraataque francés
capitaneado por Napoleón restableció la autoridad de su hermano José I de España, al que nombró rey. Los enfrentamientos continuaron, ahora con la aparición de la «guerra de guerrillas». Cuando con la ayuda inglesa España logró expulsar a los franceses, y tras la Batalla de Waterloo, Fernando VII recuperó el trono, tuvo que enfrentarse con la independencia de las colonias.


La independencia de las posesiones americanas continentales


Situación del Imperio español en 1824. En azul los territorios independizados en la Guerra de Independencia Hispanoamericana (1809-1824).

Desarrollo de las guerras de independencia hispanoamericanas

     Territorios gobernados por autoridades leales a Fernando VII.      Territorios bajo la autoridad de la Junta Central Suprema o por las autoridades del Trienio Liberal.     Territorios bajo la autoridad de Juntas de Gobierno autónomas, nominalmente fieles al rey.     Territorios con Estados que han proclamado su independencia de España.     España bajo las Cortes de Cádiz.
Después de sucesivas insurrecciones a lo largo de toda la era colonial desde el seno de la propia monarquía se formulan proyectos españoles para la independencia de América, sin embargo la Independencia Hispanoamericana comenzó a desencadenarse cuando emergen las disputas por el trono entre el rey español Carlos IV y su hijo, el futuro Fernando VII, que fueron aprovechadas por Napoleón para intervenir e imponer las llamadas «abdicaciones de Bayona» de 1808, por las cuales ambos renunciaron sucesivamente al trono de España en favor finalmente de José Bonaparte,
luego de lo cual Fernando quedó cautivo. De manera que la intervención
francesa desencadenó un levantamiento popular conocido como Guerra de la Independencia Española (1808-1814) que trajo incertidumbre sobre cuál era la autoridad efectiva que gobernaba España.


Ante la ausencia de una autoridad cierta en España y el cautiverio de
Fernando VII, los pueblos hispanoamericanos, muchas veces bajo la
dirección de los criollos,
comenzaron una serie de insurrecciones desconociendo a las autoridades
coloniales, que en las reformas previas habían quedado reducidas a meros
agentes de un gobierno ahora en entredicho. Siguieron la formación de Juntas de Gobierno de América que aún reconocieron la Junta Suprema Central española. Pero la disolución de la Junta Central en 1810 refugiada en Cádiz, sitiada por Napoleón, marcó un punto de ruptura entre España y América, porque fue seguida de la instalación de la Regencia y las Cortes de Cádiz, y luego, de la vuelta del rey Fernando VII que recupera la corona española en 1814, quienes negaron legitimidad a las juntas americanas declarándolas en rebeldía. El virrey Fernando de Abascal, y Pablo Morillo jefe de la expedición pacificadora, fueron los principales organizadores de la defensa de la monarquía española en América.


Los movimientos populares de las colonias españolas profundizaron las
insurrecciones para enfrentarse abiertamente al rey español en una
guerra de alcance continental con el objetivo de establecer estados independientes, que generalmente devinieron en regímenes republicanos. En las Guerras de Independencia Hispanoamericana se destacaron Simón Bolívar y José de San Martín, llamados Libertadores, que condujeron los ejércitos patriotas que derrotaron finalmente a las tropas leales a la monarquía española, llamadas Realistas.
Los últimos reductos en fortificaciones costeras, las guerrillas
supervivientes del interior, y la guerra naval en el Caribe, alentaron
proyectos españoles de reconquista que tuvieron su punto final con la
muerte del rey Fernando VII en 1833.n. 11 n. 12


Posteriormente, a lo largo del siglo xix, y luego de complejos procesos políticos, las posesiones españolas en América formaron los actuales estados hispanoamericanos. El expansionismo estadounidense se hizo presente tanto sobre los últimos restos del Imperio español, forzándose la compra de Florida por cinco millones de dólares en el año 1821,15 así como adquiriendo posteriormente los derechos sobre las pretensiones españolas en Oregón, como también sobre los nuevos países americanos (a través de influencia económica y política y con la anexión de Texas y el norte del nuevo estado mexicano: Nuevo México, Utah, California y Nevada).


El Desastre del 98 y la pérdida de las islas del Caribe y Filipinas

En lo que quedó del Imperio, la Guerra de la Independencia fue seguida por una monarquía absoluta (década ominosa), conflictos dinásticos, levantamientos absolutistas, pronunciamientos liberales y luchas por el poder entre facciones liberales
que sólo permitieron ciertos periodos lo bastante estables para el
desarrollo de una política exterior activa. Destaca entre estos el
gobierno de Leopoldo O'Donnell
(1856-1863), que tras una dura represión de la disidencia, pudo volver a
intervenir activamente en la escena internacional: se ganó una guerra a
Marruecos con las victorias de Tetuán y Wad-Ras que permitió ampliar Ceuta y recuperar la plaza de Santa Cruz de la Mar Pequeña, en la costa atlántica; se trató de pacificar Filipinas, se apoyó a Emperador de México sostenido por las potencias coloniales y junto a los franceses se envió una expedición de castigo a Cochinchina, donde habían sido asesinados varios misioneros. Paralelamente, Pedro Santana, a la cabeza de cierta facción dominicana, devolvió la hoy República Dominicana
a un estatus colonial sólo para que los avatares de la política interna
de la isla y el apoyo haitiano la hicieran perderse definitivamente en
1865.


La crisis económica derivada de la subida del precio del algodón por la Guerra de Secesión estadounidense, las malas cosechas y los pobres resultados de los intentos de modernización de la agricultura (desamortización), infraestructuras (ferrocarril) acabaron con el régimen de O'Donnell y su experiencia imperialista. Las guerras y disputas entre progresistas, liberales y conservadores,
que se negaban a aceptar que el país tuviera un estatus bajo a escala
internacional, se hicieron frecuentes. El descontento creciente por la
inestabilidad y la perenne crisis económica llevó al estallido de una revolución que dio paso a experimentos políticos y a la Primera República Española. La posterior restauración monárquica de 1875 marcó un nuevo periodo, más favorable, cuando Alfonso XII
y sus ministros tuvieron cierto éxito en recobrar el vigor de la
política y el prestigio españoles, en parte por haber aceptado la
realidad de las circunstancias españolas y trabajar inteligentemente.



Restos del hundimiento del acorazado estadounidense Maine en el puerto de La Habana.
A pesar de estos vaivenes, España había mantenido el control de los
últimos fragmentos de su imperio hasta el incremento del nivel de
nacionalismo y de levantamientos anticolonialistas en varias zonas, que
se desencadenaron durante la década de 1870. Este conflicto se tornaría
internacional a raíz de la implicación de los Estados Unidos, teniendo
lugar a la Guerra Hispano-estadounidense de 1898,
cuando una débil España se enfrentó a un Estados Unidos mucho más
fuerte que necesitaba nuevos mercados para seguir ampliando su ya fuerte
economía.


El desencadenante de esta guerra fue el hundimiento del acorazado Maine, del que se culpó a España (tras una agresiva campaña de prensa de William Randolph Hearst).
Las últimas investigaciones no han llegado a demostrar nada de forma
concluyente: ni si fue un accidente o un sabotaje externo, ni quién
sería el responsable, aun así existe la teoría de que fueron los propios
estadounidenses quienes provocaron el incendio en el Maine con el
propósito de hundirlo, culpar a España y provocar una guerra para
apoderarse de las colonias españolas, autodefiniéndose como defensores
de los cubanos contra la tiranía española. Esta guerra acabó con una
humillante derrota española y la independencia de Cuba. En Filipinas, los independentistas también contaron con el apoyo estadounidense. España se vio forzada a pedir un armisticio, y se firmó el Tratado de París, por el cual se renunciaba definitivamente a Cuba y se cedían a EE.UU.: Filipinas, Puerto Rico y Guam. Esta serie de sucesos son conocidos como el Desastre del 98. Los últimos territorios españoles en Oceanía fueron finalmente vendidos a Alemania en el Tratado germano-español de 1899.


Los últimos territorios, África (1885-1975)

Desde 1778 con el Tratado de El Pardo, por el que los portugueses cedieron a España a cambio de territorios en Sudamérica la isla de Bioko y sus islotes cercanos así como los derechos comerciales del territorio entre los ríos Níger y Ogoué, España mantenía una presencia en el golfo de Guinea. En el siglo xix, algunos exploradores, como Manuel Iradier, cruzaron este límite.


Mientras, los enfrentamientos en el Mediterráneo habían continuado,
perdiéndose las posiciones españolas en el norte de África. En 1848, sin embargo, las tropas españolas conquistaron las Islas Chafarinas.


La pérdida de la mayor parte del Imperio Americano llevó a España a
volcarse cada vez más en su dominios en África, especialmente tras la
derrota contra los Estados Unidos en 1898.


En 1860, tras la guerra contra Marruecos, este país cedió el territorio del Sidi Ifni por el Tratado de Wad-Ras.
Las siguientes décadas de colaboración franco-española implicaron el
establecimiento y la extensión de protectorados españoles al sur de la
ciudad. España reclamó también un protectorado en la costa occidental
desde la desembocadura del río Draa hacia el sur incluyendo el territorio del Sáhara desde Cabo Bojador hasta Cabo Blanco, la soberanía española fue reconocida en la Conferencia de Berlín de 1884: España administraba Sidi Ifni y el Sáhara Occidental conjuntamente, en esa época, en tal época España llegó a reclamar el Adrar (actualmente parte de Mauritania)
aunque luego Francia ocupó tal territorio. En cuanto al territorio de
las costas de Guinea en el África ecuatorial occidental, España tenía
posesiones costeras, llamadas Guinea Española y reclamaba un territorio litoral que difusamente se extendía entre la desembocadura del río Níger por el norte hasta el río Ogoué al sur,16 sin embargo tales reclamaciones se fueron restringiendo hasta las costas e islas de la actual Guinea Ecuatorial aunque aún a fines de siglo xix España matenía reclamaciones del Transpaís hasta casi llegar a las orillas izquierdas del río Congo.17 Las reclamaciones conflictivas sobre Guinea fueron resueltas en el Tratado de París (1898), Río Muni se convirtió en un protectorado en 1885 y en colonia en 1900.



Tropas coloniales españolas y portuguesas en 1900.
En 1911, Marruecos se dividió entre franceses y españoles. Diez años más tarde España perdió el control de gran parte de su protectorado en Marruecos tras el Desastre de Annual, una grave derrota frente a los rifeños que se oponían a la administración española. España no consiguió volver a controlar su protectorado hasta 1926, durante la campaña que se inició con el desembarco de Alhucemas (1925).


Entre 1926 y 1959, Bioko y Río Muni estuvieron unidas bajo el nombre de Guinea Española.


España perdió el interés de desarrollar una extensa estructura económica en las colonias africanas durante la primera parte del siglo xx. Sin embargo, España desarrolló extensas plantaciones de cacao, para lo que se introdujo a miles de nigerianos
como trabajadores. Los españoles también ayudaron a Guinea Ecuatorial a
alcanzar uno de los mejores niveles de alfabetización del continente y a
desarrollar una red de instalaciones sanitarias.


En 1956,
cuando el Protectorado francés de Marruecos se convirtió en
independiente, España entregó el suyo al nuevo Marruecos independiente,
pero mantuvo el control sobre Sidi Ifni, la región de Tarfaya y el Sahara Occidental. El rey de Marruecos, Mohamed V, estaba interesado en los territorios españoles y desató la Invasión del Sahara Español en 1958 por parte del ejército marroquí. Esta guerra fue conocida como Guerra de Ifni o Guerra Olvidada. Ese mismo año, España cedió a Mohamed V Tarfaya y se anexionó Saguia el Hamra (al norte) y Río de Oro (al sur) al territorio del Sahara Español.


En 1959, se le otorgó al territorio español del golfo de Guinea el estatus de provincia española ultramarina. Como Región Ecuatorial Española,
era regida por un gobernador general que ejercía los poderes militares y
civiles. Las primeras elecciones locales se celebraron en 1959, y se
eligieron los primeros procuradores en cortes ecuatoguineanos. Mediante
la Ley Básica de diciembre de 1963, las dos provincias fueron reunificadas como Guinea Ecuatorial
y dotadas de una autonomía limitada, con órganos comunes a todo el
territorio (entre ellos un cuerpo legislativo) y organismos propios de
cada provincia. Aunque el comisionado general nombrado por el gobierno
español tenía amplios poderes, la Asamblea General de Guinea Ecuatorial tenía considerable iniciativa para formular leyes y regulaciones.


En marzo de 1968, bajo la presión de los nacionalistas ecuatoguineanos y de las Naciones Unidas,
España anunció que concedería la independencia. Ya independiente en
1968, Guinea Ecuatorial tenía una de las mayores rentas per cápita de
toda África.
En 1969, debido a la presión internacional, España entregó Sidi Ifni a
Marruecos. El dominio español en el Sahara Occidental duró hasta que en 1975 la marcha verde forzó la retirada española. El futuro de la antigua provincia española continúa siendo incierto.


Territorios del Imperio español

No existe una postura unánime entre los historiadores sobre los territorios concretos de España porque, en ocasiones, resulta difícil delimitar si determinado lugar era parte de España o formaba parte de las posesiones del rey de España, o si el territorio era una posesión efectiva o jurídica, en épocas que abarcan siglos, incorporados por heredados o conquistados, y en las que no estaban igualmente definidas la diferencia entre las posesiones del rey y las de la nación, como tampoco lo estaba la hacienda o la herencia ni el derecho internacional. A pesar de todo, el que la Monarquía Hispánica fuera una monarquía autoritaria, casi absolutista,
hace que la tesis más lógica sea la de que todas las posesiones del
rey, eran posesiones de la nación. De hecho no se puede hablar de una
separación de escudo nacional y escudo real hasta bien entrado el siglo xix, lo cual pone de manifiesto que el rey de España era prácticamente lo mismo que el estado, atendiendo a las delimitaciones del régimen polisinodial por el que se regía el Imperio español.


América


Principales rutas comerciales del Imperio Español con Las Indias.

América hacia el año 1800, en naranja los territorios considerados provincias en algunos mapas del Imperio español.

Territorio de Nutca (reclamaciones territoriales de España en la Costa Oeste de Norteamérica, siglo xviii) y toponimia española

Asia


Territorios que alguna vez fueron españoles en Asia y Oceanía.

Golfo Pérsico

África


La Guinea española en 1960.

Territorios y posesiones coloniales españolas en el norte de África del siglo XX.

Archipiélagos atlánticos

Europa

La mayoría de los territorios europeos españoles se perdieron en 1713 en la Paz de Utrecht.


Oceanía

Administración del Imperio

El matrimonio de los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) supuso una única dirección de ambos reinos bajo una administración superior única, el Consejo Real.
Se unificó la hacienda (pero no los impuestos), la política interior y
exterior, el ejército, las órdenes militares y la Inquisición y, en lo
que no afectase a estos temas, cada reino mantuvo su propia
administración, moneda, normas jurídicas, etc.


De esa forma, la formación de un estado unificado
al estilo de las Naciones-Estado nunca llegó a ser una realidad en
España. Los Reyes Católicos introdujeron un estado moderno absolutista
en sus dominios, restringiendo el poder de la nobleza, organizando su
gobierno en torno a los Consejos y dividiendo el país en Reales Audiencias como órganos superiores de justicia, y manteniendo los fueros y tradiciones de sus pueblos.


La organización administrativa de las nuevas conquistas en América parte con la incorporación de las Indias a la corona castellana a título de «descubrimiento» (res nullius), apoyados por la donación papal. Isabel la Católica, en su testamento, refuerza la pertenencia a esta corona. Sin embargo, será el Consejo de Indias y no el Consejo de Castilla
el que asesore al rey sobre las nuevas tierras. Este Consejo se
convirtió en el máximo órgano administrativo sobre las posesiones
americanas. El comercio con América se centralizó a través de la Casa de Contratación, con sede en Sevilla,
restringiéndose a esta los derechos comerciales sobre el Nuevo Mundo,
lo que supuso un impulso demográfico para Sevilla, al obligar a los
comerciantes españoles y extranjeros a establecerse en dicha ciudad. A
la muerte de los Reyes Católicos, Carlos I de España,
manteniendo formalmente a su madre como reina, pasó a gobernar las
nuevas tierras. Las Indias fueron incorporadas definitivamente a la
Corona de Castilla en 1519.


La situación se mantuvo similar durante el reinado de Felipe II, que hereda de su padre la Corona de España, pero no la del Sacro Imperio Romano Germánico y las posesiones de los Habsburgo.
Bajo su reinado, Portugal y su imperio fueron anexionados a la
Monarquía Hispánica, aunque no así a la Corona de Castilla, manteniendo
Portugal una posición semejante a la Corona de Aragón. Bajo los llamados
Austrias Menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) las Provincias Unidas alcanzaron una independencia de facto que les sería reconocida en 1648.


A la muerte de Carlos II, le sucede Felipe V.
Dos años después de su toma de posesión, se presenta un nuevo
pretendiente, Carlos de Austria, apoyado por Inglaterra y Austria, y
esto provoca la Guerra de Sucesión Española que supuso la pérdida de los reinos italianos y de lo que quedaba de los Países Bajos Españoles.


Tras la derrota del pretendiente austriaco a la sucesión del trono, el nuevo rey, Felipe V de España va publicando los decretos de Nueva Planta,
diferentes para Aragón y Valencia (1707), Aragón (1711), Baleares
(1715), y Cataluña (1716). En ellos, como castigo por su rebelión,
deroga parte de los fueros y derechos de los territorios de la Corona de
Aragón sobre los que considera tener derecho de conquista. Los decretos
tenían matices y efectos diferentes según el territorio histórico y no
afectaron ni al Valle de Arán, ni a Navarra ni a las Provincias
Vascongadas, los cuales mantienen todos sus fueros por haber sido leales
a Felipe de Anjou. Por ejemplo, Cataluña mantiene su derecho civil y
parte de sus fueros e instituciones, mientras que Valencia no.


América y Filipinas

En las Indias, dada su lejanía con la metrópolis, se fue desarrollando paulatinamente una organización administrativa, que descansaba en una serie de órganos o autoridades territoriales (virreyes, gobernadores, reales audiencias, corregidores, etc.), sujetos a los órganos centrales (Rey y el Consejo de Indias).


Consejo de Indias

El Consejo de Indias, desde su fundación en 1524, fue el máximo órgano administrativo en relación a las Indias. Entre sus funciones estaban:


  • En el Gobierno Temporal: toda la administración gubernativa compete al Consejo de Indias:
    • Planificación y proposición al Rey de las políticas relativas al
      Nuevo Mundo (poblamiento, relación con los aborígenes, comercio, etc.).
    • Organización administrativa de las Indias, ya sea con la creación de
      nuevos Virreinatos, nuevas Gobernaciones, etc., y su autonomía respecto
      de la metrópoli.
    • Proposición al Rey de los cargos de grandes autoridades americanas (Virreyes, Gobernadores, Oidores, etc.).
    • Tutela del buen funcionamiento de las autoridades, dictando medidas
      de probidad administrativa y nombrando un Juez de Residencia para que
      realice el respectivo Juicio de residencia.
    • Revisión a diario de la correspondencia que viene de América y demás
      posesiones. Así mismo, autorización de la exportación o importación de
      libros a América.
    • Desde 1614, autorización de la aplicación de la legislación castellana en las Indias.
    • Aprobación o rechazo de la legislación originada en América.
    • Elaboración de las normas que regirían en Indias y que eran dictadas por el rey como Reales Cédulas o Reales Provisiones (similares a las Reales Cédulas pero más solemnes).
  • En Gobierno Espiritual: preocupación por materias de orden espiritual, analizando los derechos otorgados por la Santa Sede, así por ejemplo:
    • Ejercicio del Derecho de presentación.
    • División de los Obispados.
    • Revisión de las Bulas Papales; en conformidad, se les da Exequatur o Pase Regio; sin éste no se cumplen las bulas.
    • Examen de las disposiciones de la Iglesia en América y de los
      Sínodos; estos no se cumplen sin la aprobación del Consejo de Indias.
  • En materia militar:
  • En Hacienda:
    • Examen de las cuentas de los oficiales reales.
  • En Justicia:

Casa de Contratación de Indias

Se convirtió en la responsable del aprovechamiento económico de las
colonias americanas. Entre sus responsabilidades figuraba el cobro de
los impuestos al comercio con América (entre ellos, el famoso Quinto Real), y tenía competencias en asuntos de política poblacional.


Establecida primero en Sevilla y luego en Cádiz, éstos fueron los
puertos obligados de salida y entrada para el comercio de Indias. La
prohibición de comerciar con América impuesta a los demás puertos
españoles fue la base del crecimiento y prosperidad primero de Sevilla y
luego de Cádiz, al obligar a los comerciantes españoles y extranjeros a
establecerse en el puerto base de la Casa de Contratación si deseaban
comerciar con América. Esto hizo que las colonias forasteras
(castellanos, vascos, catalanes, gallegos, valencianos, etc.) y
extranjeras (genoveses, franceses, etc.) fuesen importantes en Sevilla y
Cádiz.26


Corona de Aragón

La integración de los territorios de la Corona en la nueva monarquía
estuvo marcada por el poder hegemónico de Castilla. Como en todos los
territorios no incorporados en la estructura castellana (Flandes,
Indias, Nápoles, Sicilia, Navarra, Vizcaya, etc.), el Consejo de Aragón
y el virrey se convierten en el centro de la administración. El Consejo
Supremo de Aragón era un órgano consultivo de la corona creado en 1494, a raíz de una reforma en la cancillería real realizada por Fernando el Católico, que desde 1522
estaría integrada por un vicecanciller y seis regentes, dos para el
reino de Aragón, dos para el reino de Valencia y dos para Cataluña,
Mallorca y Cerdeña. Por su parte, los virreyes asumieron funciones
militares, administrativas, judiciales y financieras.



Los conflictos entre las instituciones locales y los reyes
absolutistas se sucedieron a lo largo de los siglos modernos, hasta la Guerra de Sucesión. En 1521 tenían lugar las Germanías, un movimiento surgido en Valencia entre la incipiente burguesía contra su aristocracia, que se extendió hasta 1523. En Mallorca tuvo lugar en los mismo años otro movimiento similar, dirigido por Joanot Colom.
La derrota final de los agermanados supuso una fuerte represión y la
reafirmación del dominio señorial. Asimismo, en 1569, todos los
diputados de la Generalidad de Cataluña eran encarcelados bajo la acusación de herejía, en el marco de la disputa por el pago del impuesto del excusado.


En 1591, tuvieron lugar las «alteraciones de Aragón», generadas cuando el Justicia de Aragón se niega a entregar a Felipe II al exsecretario del rey, Antonio Pérez, condenado por la muerte del secretario de don Juan de Austria,
que se había refugiado en Aragón. El monarca transgredió todos los
privilegios aragoneses para apresarlo e incluso hizo ejecutar al Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza.


Durante el siglo xvii,
las tensiones fueron bastante mayores. Las necesidades financieras de
los monarcas les condujeron a intentar aumentar por todos los medios la
presión fiscal sobre los territorios de la Corona de Aragón, tratando de
igualar los impuestos en toda España. Pero los fueros garantizaban
importantes protecciones frente a las pretensiones reales. Los proyectos
de Unión de Armas de Olivares, que buscaban que los otros reinos compartieran las cargas bélicas de Castilla, son un ejemplo de ello.


Tras entrar en guerra la corona con Francia en 1635, el despliegue de los tercios sobre Cataluña generó graves conflictos, que desencadenaron la Guerra de los Segadores en 1640. La Generalidad de Cataluña,
tratando de dominar la sublevación popular, declaró la formación de una
República catalana pero, ante la imposibilidad de mantenerla, nombró a Luis XIII de Francia conde de Barcelona. El conflicto terminó con la Paz de los Pirineos (1659), por la cual el condado del Rosellón y la mitad norte del condado de la Cerdaña pasaban para siempre a dominio galo y Francia devolvía a España la Cataluña del sur de los Pirineos. A finales del siglo, en 1693, estallaría también en Valencia la Segunda Germanía, un alzamiento campesino y antiseñorial en torno a la partición de las cosechas.


Tras el reinado de Carlos II, la Guerra de Sucesión Española dividió el país. La antigua Corona de Aragón fue partidaria del Archiduque Carlos de Austria,
cuya derrota acarrearía la supresión de gran parte de sus instituciones
y fueros y la unificación de la organización administrativa bajo el
modelo del reino de Castilla por los Decretos de Nueva Planta.


Población y ordenamiento jurídico en América y Filipinas

La sociedad del Imperio español en América se rigió por estatutos
completamente nuevos, pero inspirados en los cuerpos legales
castellanos, que distinguían diversos tipos de súbditos y los asignaban a
ordenamientos jurídicos diferentes: las Repúblicas de españoles y las Repúblicas de indios. La población de los nuevos territorios pertenecía a varias categorías raciales y jurídicas:


Españoles

Aquellos súbditos de origen europeo, nacidos en América (criollos)
o en la metrópoli (peninsulares). Los españoles nunca fueron
mayoritarios en ninguno de los territorios del imperio, salvo en la
metrópoli y algunos otros como Cuba, Argentina, Chile, Puerto Rico y el Nuevo Reino de León (Noreste de México).27 28 29 El coste demográfico para España, especialmente para la Corona de Castilla, fue irrelevante, de forma que el crecimiento de población apenas se vio afectado por la emigración a América.n. 13 30 31 32 33


Indígenas


El costo demográfico de las conquistas españolas fue duro: la población amerindia pasó de 80 millones al comienzo del siglo xvi
a 12 millones sólo años después, a consecuencia de las guerras de
conquista, las deportaciones, los trabajos forzados y las enfermedades
propagadas por los colonizadores (contra las que no tenían defensas
naturales).


La defensa de los derechos de los indígenas tuvo en la Escuela de Salamanca y en Bartolomé de las Casas sus máximos exponentes. En la Junta de Valladolid de 1550, y pese a la oposición de Juan Ginés de Sepúlveda, se dictaminó que los indígenas tenían alma. Previamente, el testamento de la reina Isabel la Católica había declarado a los amerindios súbditos de la Corona de Castilla, y por tanto, no susceptibles de esclavitud, lo que propició la llegada de esclavos negros de África. Sin embargo, esta protección legal en muchos casos fue más teórica que práctica. La institución socio-económica de la encomienda,
que suponía el deber del encomendero de proteger y evangelizar a los
indígenas a cambio de percibir los tributos exigidos a éstos, derivo en
explotación y trabajos forzados (por ejemplo, a través del sistema de mita).


En el siglo xvii, los jesuitas establecieron misiones o «reducciones» en la zona fronteriza entre el Brasil portugués y la América española
con el propósito de evangelizar la región. Dichas reducciones gozaron
de una gran autonomía, inspiradas en las libertades y fueros de las
ciudades, aunque adaptadas al modo de vida indígena. Su existencia no
fue muy bien vista por los colonos, especialmente los portugueses de Brasil, siendo motivo de tensión en la región. Tras la expulsión de los jesuitas con Carlos III, fueron desmanteladas.


Mestizos

La sociedad hispanoamericana tenía un fuerte componente mestizo que no se hallaba en las colonias francesas o británicas.


Sin embargo, el mestizaje fue realizado casi en su mayoría por los
varones españoles. Desde los primeros años de la conquista, el
matrimonio con indígenas bautizadas estuvo autorizado por las leyes
españolas. Resulta interesante comprobar cómo este proceso de mestizaje
no se limitó a los matrimonios entre españoles e indígenas, sino que se
extendió y aprobó para que las mujeres españolas también pudiesen
casarse con indios. Aunque no son muchos los casos documentados de
mujeres cristianas casadas con indios, estas uniones existieron incluso
entre mujeres de familias «conocidas» como es el caso de Doña María de
Esquivel, de distinguida familia extremeña que se casó con Carlos Inca
Yupanqui[cita requerida], nieto de Huayna Capac[cita requerida]. Los hijos entre españoles e indias ("mujeres de la tierra") -si eran reconocidos como legítimos, generalmente eran llamados mancebos de la tierra, como ocurrió en la Provincia del Paraguay en el siglo xvi en donde un español, o cualquier europeo admitido en el Imperio español, podía tener varias concubinas indígenas-, fueron legítimos y están documentados desde la conquista de México.


La escasez de mujeres europeas durante los primeros años de la
conquista, hizo que los conquistadores españoles generaran, con las
mujeres indias nativas de cada zona, a través del rapto, la violación y el amancebamiento, una nueva población mestiza.34
Aunque hubo casos en los que los españoles se casaban con indias, en la
mayoría de las ocasiones se ponía en práctica una costumbre presente
desde la Edad Media en España: la barraganía.
El hombre se hacía responsable de la barragana y de los hijos habidos
con ella, pero la mujer no podría gozar de los derechos propios de una
esposa (como el de la herencia).35


Las costumbres eran más relajadas que en Europa, la poliginia estaba permitida y cada español tenía varias concubinas (barraganas). El escritor y cronista de Indias Bernal Díaz del Castillo cuenta sobre un tal Álvarez que había tenido treinta hijos en sólo tres años.36


Los mestizos,
minoritarios en la primera época del imperio, estaban llamados a formar
la mayoría de la población en casi todos los territorios del mismo. La
variedad de mestizajes desarrolló una nueva sociedad de castas jerárquicas en las que había blancos, negros, mulatos, mestizos, y otras mezclas.


En lo más alto de la jerarquía social estaba el europeo y solamente
si se sometía a él la mujer india podía escapar de las minas de oro o de
las otras formas de trabajos forzosos.36


Africanos y otros

La protección legal a los amerindios (patrocinada por Fray Bartolomé de las Casas) y las Leyes de Indias, favoreció la importación de esclavos africanos, que llegaron a ser la mayoría de la población en algunos territorios de la cuenca del Mar Caribe y en Brasil.


Legado lingüístico del Imperio

Por la gran extensión del Imperio español por todo el mundo, su
legado cultural es grande y fuerte (esto sin contar los actuales flujos
migratorios). Desde los actuales oeste y sur de Estados Unidos hasta inclusive Argentina y Chile en América, las Filipinas en Asia o Guinea Ecuatorial en África, puede encontrarse tal legado de dicho Imperio virreinal y posteriormente colonial.


La lengua española, tras el chino mandarín, es la lengua más hablada del mundo por el número de hablantes que la tienen como lengua materna. Es también idioma oficial en varias de las principales organizaciones político-económicas internacionales (ONU, UE, UA, OEA, TLCAN, MERCOSUR, ALCA, UNASUR y CAN,
entre otras). Lo hablan como primera y segunda lengua entre 450 y 500
millones de personas, pudiendo ser la tercera lengua más hablada
considerando los que lo hablan como primera y segunda lengua. Por otro
lado, el español es el segundo idioma más estudiado en el mundo tras el inglés,
con al menos 17,8 millones de estudiantes, si bien otras fuentes
indican que se superan los 46 millones de estudiantes distribuidos en 90
países.


Véase también

Notas


  • En 1402, comenzó la conquista de las islas Canarias, primera expansión territorial castellana en ultramar y antecedente de las exploraciones atlánticas españolas. Con el descubrimiento de América en 1492 se iniciará el proceso de conquista de estos nuevos territorios.

    Por ser el año en el que España perdió sus últimas posesiones en América
    (Cuba y Puerto Rico) y Asia (Filipinas), 1898 es la fecha
    tradicionalmente asociada al final del imperio. Sin embargo, España
    conservaría varios archipiélagos en Oceanía (islas Marianas, Carolinas y
    Palaos) hasta su venta a Alemania en 1899. También mantuvo e incorporó
    varios dominios coloniales en África, los cuales conservó hasta la
    segunda mitad del siglo xx: el Protectorado español de Marruecos (independizado en 1956), la Guinea Española (emancipada en 1968), Ifni (entregado al Marruecos independiente en 1969) y el Sahara español (anexionado por Marruecos en 1976).

    1. Vicens Vives cifra la población de Castilla, a finales del siglo XVI, en 6.910.000 personas. Cfr. Historia de España y América, p. 6.

    Referencias


    1. Salas, 2000, p. 563.

    Bibliografía

    Libros citados

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    Publicaciones citadas

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    3. Carnicer, Carlos; Marcos, Javier (2006). «Felipe II instó el asesinato de Guillermo de Orange». La aventura de la Historia (Madrid: Arlanza Ediciones) 8 (89). ISSN 1579-427X.
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    11. Quesada Sanz, FGernando (2006). «Los mitos de Rocroi». La aventura de la Historia (Madrid: Arlanza Ediciones) 8 (97). ISSN 1579-427X.

    Otras lecturas recomendadas

    1. Balfour, Sebastian (1997). El fin del Imperio español (1898-1923). Barcelona: Crítica. ISBN 84-7423-815-3.
    2. Carnicer García, Carlos J.; Marcos Rivas, Javier (2005). Espías de Felipe II: Los servicios secretos del imperio español. Madrid: La Esfera de los Libros. ISBN 84-9734-278-X.
    3. Kamen, Henry (2003). Imperio. Madrid: Santillana. ISBN 84-03-09316-0.
    4. Klein, Herbert S. (1999). Las finanzas americanas del imperio español, 1680-1809. Instituto Mora y UAM-Iztapalapa. ISBN 968-6914-23-4.
    5. Thomas, Hugh (2003). El imperio español: de Colón a Magallanes. Planeta. ISBN 84-08-04951-8.

    Enlaces externos


  • Véase también A solis ortu usque ad occasum y Non sufficit orbis.


  • Entre 1873 y 1874, el régimen político vigente fue una república, al igual que entre 1931 y 1936. Entre 1939 y 1975, la forma de gobierno fue una dictadura.


  • Según Ruiz Martín (2003, p. 466), esta denominación se aplicaba para diferenciarlo del Sacro Imperio.


  • En
    1768 el informe de Croix habla de «uniformar el gobierno de estas
    grandes colonias con el de su metrópoli», siendo el primer documento
    conocido que redefine los reinos de «Indias» como «colonias».


  • Henry Kamen comentaría después, España fue creada por el Imperio, y no el Imperio por España


  • Actualmente
    son cifras equivalentes a la extracción industrial de plata de poco más
    de dos años (26 meses) y la aurífera de medio año. Y aunque el estudio
    de Hamilton no abarca los casi 150 años hasta que en 1808, bajo un mismo
    ritmo, desde la Conquista hasta el año 1808 no se alcanza a superar el
    equivalente a cuatro años de extracción de Plata y un año de Oro. El
    contrabando estimado por Hamilton, pudo estar más cerca del 10 % que de
    un imposible 50 %. Los cálculos equivalentes se basan en datos actuales
    de extracción tomados de Gold Fields Mineral Services Ltd (GFMS) y el International Copper Study Group, y reproducidos por publicaciones mineras, y que describen como la República del Perú
    solamente durante el año 2007 tuvo una extracción industrial de 170
    toneladas de oro, respecto de la producción mundial de oro (2008) [1]


  • Para el historiador estadounidense Charles Mann (2006, p. 179-180) dice que España «no habría vencido al Imperio (azteca) si, mientras Cortés construía las embarcaciones, Tenochtitlán no hubiera sido arrasada por la viruela en la misma pandemia que posteriormente asoló el Tahuantinsuyu... La gran ciudad perdió al menos la tercera parte de población a raíz de la epidemia, incluido Caitlahuac».


  • Según Mann (2006, p. 133) el Imperio incaico sufrió la primera ola epidémica en 1529 y mató entre otros al Emperador Huayna Cápac, padre de Atahualpa. Nuevas epidemias se declararon en 1533, 1535, 1558 y 1565, así como de tifus en 1546, gripe en 1558, difteria en 1614 y sarampión en 1618. Dobyns estimó que el 90 % de la población del Imperio inca murió en esas epidemias


  • Según las pesquisas del economista Earl S. Hamilton (1934, p. Capítulo IV),
    quien manejó los registros de la Casa de Contratación sevillana, en el
    período de esplendor de las exportaciones metalíferas comprendido entre
    1503 y 1660, llegaron a Sevilla a 185 000 kilos de oro y 16 886 000
    kilos de plata. Sobre esa investigación Luis Vitale (1992) ha estimado que para establecer el total del oro extraído por España durante la colonia había que sumar 700 000 kg.



  • Sin embargo, no fue el fracaso de la
    expedición de Barradas en 1829 lo que retrajo a Fernando VII de la
    reconquista, sino una vez más, los acontecimientos europeos -ahora la
    revolución de 1830- que pondrán en primer plano la situación peninsular y
    el colapso financiero. Sólo por ese motivo, recordará Ballesteros, el
    Rey dio al fin libertad a sus ministros para tratar, ya sin ningún
    género de restricciones, la liquidación del problema de América.









  • No obstante, los proyectos de
    reconquista, oficiales o particulares, no escasearon hasta 1833, fecha
    de la muerte de Fernando VII.








  • Flags of the World (ed.). «Historical Flags 1506-1700 (Spain)» (en inglés). Consultado el 2 de agosto de 2012.
    «La historia de las enseñas españolas es difícil de seguir, desde la formación de España como nación en el siglo xv
    hasta el establecimiento de la enseña rojo-oro-rojo por Real Decreto
    del 28 de mayo de 1785. Por lo que sé, desde Carlos I (1518) hasta
    Carlos II (1665), el símbolo principal de los barcos españoles, en
    diferentes diseños, era la cruz de Borgoña roja sobre un campo de
    colores diferentes, con mayor frecuencia blanco [aunque también en
    azul]. Sólo unas pocas veces eran vistos los estandartes reales o
    estandartes con símbolos religiosos, en campos de color rojo y púrpura.
    La única enseña documentada aparte de esas es una utilizada por los
    galeones españoles.»




  • Martorell, 2012, p. 62 y siguientes.


  • Masià i de Ros, 1994, p. 34.


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    hispánica durante la época de los tres primeros Austrias (1517-1621),
    parece ser que se verificó un notable incremento, que Hamilton ha
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